Despertar la sensibilidad de la
acogida y la hospitalidad de corazón y saber encontrar lo verdaderamente
importante en la vida
Jonás
3, 1-10; Sal 129; Lucas 10, 38-42
Hay ocasiones en que se nos presenta un imprevisto y parece que todo se
nos vuelve un caos, nos ponemos nerviosos, nos afanamos y querer hacer mil
cosas a un tiempo para resolverlo todo. Pero no es solo cuando nos suceden
cosas extraordinarias, sino que nos hemos hecho un ritmo de vida tan trepidante
que andamos como a la carrera, queriendo solucionar todo al mismo tiempo o
queriendo abarcar más de lo que realmente podemos hacer.
Tan ajetreados andamos en la vida que tenemos el peligro de perder de
vista lo que es lo principal y pudiera ser que en el apuro de sacarlo todo
adelante le demos prioridad a lo que es menos importante. Nos es necesario
hacer una buena escala de valores en la vida para poner las cosas en su sitio.
¿Qué es lo verdaderamente importante a lo que tendríamos que darle
prioridad? Agobiados por los problemas o las necesidades materiales pudiera ser
que le demos más importancia a las cosas que a las personas, por ejemplo; que
le demos más importancia a lo material que a cultivar nuestro espíritu; que nos
importen más las ganancias económicas que el crecimiento de la persona.
‘Entró Jesús en un poblado, y una
mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa…se afanaba en diversos quehaceres…
María, su hermana, se sentó a los pies de Jesús y se puso a escuchar su
palabra...’ Es el cuadro que nos presenta
hoy el evangelio y que podría darnos mucha luz en nuestra vida.
En esta escena hay algo que destacar con fuerza y que es lo que
podríamos llamar la ley de la hospitalidad, en la que los orientales son tan
exquisitos. La acogida, la apertura del hogar al peregrino o al transeúnte que pasa
a nuestro lado. Ser acogedores los unos con los otros, abrir nuestros oídos y
nuestro corazón, ser capaces de detenernos junto al que pasa a nuestro lado,
mirarle a los ojos, escucharnos para entendernos, hacer funcionar la sintonía
del corazón. Qué hermoso si en la vida camináramos con estos presupuestos.
Despertar la sensibilidad en nuestra vida, en nuestras actitudes y posturas, en
nuestra mirada y en nuestras palabras, en nuestro corazón.
Aquel hogar de Betania que estaba al paso del camino que subiendo desde
Jericó conducía a Jerusalén y que era el lugar de paso obligado para los
peregrinos de Galilea que bajando por el valle del Jordán se dirigían a la
ciudad santa. Cuantos serían los que se vieran acogidos con hospitalidad
ofreciendo agua y descanso en aquel hogar en su subida a Jerusalén. ¿Por qué no
pensar que así nacerían muchas amistades, como nacería la amistad de aquella
familia con Jesús?
Pero el evangelio además de resaltarnos esta hermosa virtud de la
hospitalidad quiere enseñarnos algo más. Es, podríamos decir, en referencia al
tema con que iniciábamos nuestra reflexión. Pareciera que hay un conflicto de
intereses y actitudes en la postura de Marta afanosa que lo quiere tener todo
preparado y la postura de María sentada a los pies de Jesús escuchando. Jesús
les dice que hay que saber escoger la mejor parte. Es la conclusión a la que llegábamos
al principio.
Saber encontrar en la vida lo que es lo fundamental, lo que es lo más
importante. Hacernos una buena escala de valores. En el sentido de fe que tiene
que animar e iluminar nuestra vida es plantearnos el lugar que le damos a Dios,
a la escucha de su Palabra, al culto que hemos de darle, a lo que es lo
esencial en nuestra vida cristiana. Muchas cosas quizá sobre la que tendríamos
que reflexionar más largamente y que quedan aquí ahora apuntadas; muchas
actitudes y posturas que tendríamos que saber revisar. Es la búsqueda de ese
crecimiento espiritual de nuestra persona, ese crecimiento de nuestra fe, ese
compromiso de amor que tendría que centrar nuestra vida.
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