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martes, 6 de octubre de 2015

Despertar la sensibilidad de la acogida y la hospitalidad de corazón y saber encontrar lo verdaderamente importante en la vida

Despertar la sensibilidad de la acogida y la hospitalidad de corazón y saber encontrar lo verdaderamente importante en la vida

Jonás 3, 1-10; Sal 129; Lucas 10, 38-42

Hay ocasiones en que se nos presenta un imprevisto y parece que todo se nos vuelve un caos, nos ponemos nerviosos, nos afanamos y querer hacer mil cosas a un tiempo para resolverlo todo. Pero no es solo cuando nos suceden cosas extraordinarias, sino que nos hemos hecho un ritmo de vida tan trepidante que andamos como a la carrera, queriendo solucionar todo al mismo tiempo o queriendo abarcar más de lo que realmente podemos hacer.
Tan ajetreados andamos en la vida que tenemos el peligro de perder de vista lo que es lo principal y pudiera ser que en el apuro de sacarlo todo adelante le demos prioridad a lo que es menos importante. Nos es necesario hacer una buena escala de valores en la vida para poner las cosas en su sitio.
¿Qué es lo verdaderamente importante a lo que tendríamos que darle prioridad? Agobiados por los problemas o las necesidades materiales pudiera ser que le demos más importancia a las cosas que a las personas, por ejemplo; que le demos más importancia a lo material que a cultivar nuestro espíritu; que nos importen más las ganancias económicas que el crecimiento de la persona.
‘Entró Jesús en un poblado, y una mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa…se afanaba en diversos quehaceres… María, su hermana, se sentó a los pies de Jesús y se puso a escuchar su palabra...’ Es el cuadro que nos presenta hoy el evangelio y que podría darnos mucha luz en nuestra vida.
En esta escena hay algo que destacar con fuerza y que es lo que podríamos llamar la ley de la hospitalidad, en la que los orientales son tan exquisitos. La acogida, la apertura del hogar al peregrino o al transeúnte que pasa a nuestro lado. Ser acogedores los unos con los otros, abrir nuestros oídos y nuestro corazón, ser capaces de detenernos junto al que pasa a nuestro lado, mirarle a los ojos, escucharnos para entendernos, hacer funcionar la sintonía del corazón. Qué hermoso si en la vida camináramos con estos presupuestos. Despertar la sensibilidad en nuestra vida, en nuestras actitudes y posturas, en nuestra mirada y en nuestras palabras, en nuestro corazón.
Aquel hogar de Betania que estaba al paso del camino que subiendo desde Jericó conducía a Jerusalén y que era el lugar de paso obligado para los peregrinos de Galilea que bajando por el valle del Jordán se dirigían a la ciudad santa. Cuantos serían los que se vieran acogidos con hospitalidad ofreciendo agua y descanso en aquel hogar en su subida a Jerusalén. ¿Por qué no pensar que así nacerían muchas amistades, como nacería la amistad de aquella familia con Jesús?
Pero el evangelio además de resaltarnos esta hermosa virtud de la hospitalidad quiere enseñarnos algo más. Es, podríamos decir, en referencia al tema con que iniciábamos nuestra reflexión. Pareciera que hay un conflicto de intereses y actitudes en la postura de Marta afanosa que lo quiere tener todo preparado y la postura de María sentada a los pies de Jesús escuchando. Jesús les dice que hay que saber escoger la mejor parte. Es la conclusión a la que llegábamos al principio.
Saber encontrar en la vida lo que es lo fundamental, lo que es lo más importante. Hacernos una buena escala de valores. En el sentido de fe que tiene que animar e iluminar nuestra vida es plantearnos el lugar que le damos a Dios, a la escucha de su Palabra, al culto que hemos de darle, a lo que es lo esencial en nuestra vida cristiana. Muchas cosas quizá sobre la que tendríamos que reflexionar más largamente y que quedan aquí ahora apuntadas; muchas actitudes y posturas que tendríamos que saber revisar. Es la búsqueda de ese crecimiento espiritual de nuestra persona, ese crecimiento de nuestra fe, ese compromiso de amor que tendría que centrar nuestra vida.

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