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sábado, 28 de marzo de 2015

Subamos con Jesús a celebrar la Pascua

Subamos con Jesús a celebrar la Pascua

Ezequiel 37, 21-28; Salmo Jr. 31; Juan 11,45-57
‘¿Qué hacemos?’, es la pregunta que se hacen los fariseos y los príncipes de los sacerdotes ante todo lo que había venido sucediendo. Muchos habían ido a casa de Marta y María tras la resurrección de Lázaro y creían en Jesús; otros acudieron a los fariseos y a los sumos sacerdotes para contarles todo lo que había pasado. ‘¿Qué hacemos?’ se preguntan.
Ya escuchamos lo que proclama el sumo sacerdote, que como nos dice el evangelista habla proféticamente. ‘Uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo: Vosotros no entendéis ni palabra; no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera. Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos. Y aquel día decidieron darle muerte’. La sentencia, en cierto modo, estaba dictada.
‘¿Qué hacemos?’, nos preguntaremos nosotros también. Estamos en las vísperas de la semana de pasión que culminará con la celebración del Triduo Pascual. ¿Qué hacemos? ¿Qué vamos a hacer? ¿Qué es lo que vamos a vivir? Mejor, ¿cómo lo vamos  a vivir?
Creo que este sábado es un momento muy importante para prepararnos. No podemos entrar de cualquiera manera en esta semana. No vamos a ser meros espectadores, sino que la pasión y la pascua tiene que ser algo que vivamos con intensidad. No nos quedamos en el recuerdo. Nosotros decimos que hacemos memorial, como lo expresamos en la liturgia cada vez que celebramos la Eucaristía, porque la pascua, la pasión del Señor tiene que ser algo que esté muy presente en nuestra vida.
Cuando ya se acercaban los días de la pascua, nos dice el evangelista que la gente se preguntaba si Jesús iba también a subir a Jerusalén. Ya escuchábamos en el evangelio que se había retirado más allá del Jordán donde Juan había estado bautizando, porque aun no había llegado su hora. Por eso somos nosotros los que nos preguntamos si vamos a subir a la Pascua, si vamos de verdad a meternos de lleno en la celebración del misterio pascual de Cristo. No lo miramos desde fuera.
Contemplamos y celebramos la entrega de Jesús, pero que tiene que ser también el camino de nuestra entrega. También tenemos que hacer nuestra ofrenda. También tenemos que sentir esa gracia de la salvación en nuestra vida. Por eso  nos abrimos a la Palabra de Dios y seguiremos cada día impregnándonos de ella, sembrándola de verdad en nuestro corazón. La gracia del Señor llegue a nuestra vida en la celebración de los sacramentos.
Que el Misterio pascual de Cristo nos transforme. Subamos con Cristo hasta la Pascua. No temamos porque caminamos hacia la vida y aunque nos cueste vamos de la mano del Señor.

viernes, 27 de marzo de 2015

Desde nuestros problemas y sufrimientos nos unimos a la Pascua del Señor, haciendo de nuestra vida pascua y ofrenda al Señor.

Desde nuestros problemas y sufrimientos nos unimos a la Pascua del Señor, haciendo de nuestra vida pascua y ofrenda al Señor.

Jeremías 20,10-13; Sal 17; Juan 10,31-42
‘Pero el Señor está conmigo, como fuerte soldado… Señor de los ejércitos, que examinas al justo y sondeas lo íntimo del corazón… a ti encomendé mi causa…’ Es la confianza del profeta; es la confianza de quien se pone en manos del Señor.
No siempre es fácil y es ahí donde se manifiesta la grandeza y la fortaleza de la fe. El profeta está hablando desde su propia experiencia. Su misión como profeta no ha sido fácil, porque además han sido momentos muy difíciles para el pueblo. Allí ha estado siempre valiente y profética su palabra, pero no le han hecho caso, más bien se ha convertido en el hazmerreír de la gente.
Jeremías abre su corazón a Dios, que lo ha elegido para cumplir una misión verdaderamente difícil: anunciar la destrucción del pueblo; y con toda sencillez se lamenta ante Él. Sus predicciones y oráculos, observa el profeta, no sólo no mueven a los oyentes a penitencia y a reflexión, sino que producen el efecto contrario: se ríen y se mofan de él y, por si fuera poco, le maltratan. Pero él aún sigue confiando en Dios. ‘El Señor está conmigo como fuerte soldado… a ti encomendé mi causa…’
La profecía que es la misma vida del profeta hace referencia a Jesús. Unos le aceptan y se admiran de sus palabras escuchándolas con gusto, mientras otros se le resisten, se opone, no quieren creer en El, maquinarán contra El hasta llevarle a la muerte. Estamos en la última semana de la cuaresma y ya todo va teniendo tintes de pasión. Ya todo va siendo anuncio de lo que fue la pascua de Jesús, de su pasión y muerte que vamos a celebrar de manera intensa en la semana de la pasión. Pero en Jesús contemplaremos también siempre su voluntad decidida de ponerse en las manos de Dios. ‘Hágase tu voluntad… en tus manos, Padre, encomiendo mi espíritu’, le escucharemos decir.
Pero lo que vamos escuchando en la Palabra en estos días tenemos que plantarlo en nuestro corazón, verlo hecho realidad en nuestra vida. Por una parte desde lo que nos cuesta hacer un anuncio valiente de Jesús con nuestra vida, porque no siempre será aceptado por el mundo que nos rodea, o desde lo que puede ser la realidad de nuestra vida con sus sufrimientos, con sus problemas, con nuestros temores o con las angustias que pueden aparecer también en nuestro espíritu. Desde ahí nos tenemos que unir a la Pascua del Señor, vivir su pascua en nuestra pascua, hacer de nuestra vida pascua porque sepamos hacer ofrenda al Señor.
Y aunque haya pasión, sacrificio, sufrimiento o angustia en nuestra vida, también tenemos que saber ponernos en las manos del Señor porque, como decía el profeta ‘El Señor está conmigo como fuerte soldado… a ti encomendé mi causa…’
Que lo que hemos rezado en el salmo sea de verdad oración de confianza en nuestra vida: ‘Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza; Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador. Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos.  Me cercaban olas mortales, torrentes destructores me aterraban, me envolvían las redes del abismo, me alcanzaban los lazos de la muerte. En el peligro invoqué al Señor, grité a mi Dios. Desde su templo él escuchó mi voz, y mi grito llegó a sus oídos’.

jueves, 26 de marzo de 2015

Que el Espíritu nos ayude a plantar la vida que dura para siempre en nuestro corazón guardando de verdad la Palabra de Jesús

Que el Espíritu nos ayude a plantar la vida que dura para siempre en nuestro corazón guardando de verdad la Palabra de Jesús


Génesis 17,3-9; Sal 104; Juan 8,51-59
‘Os aseguro: quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre’. Se produjo una fuerte reacción por parte de los judíos ante estas palabras de Jesús. Les costaba entender y creer lo que Jesús les estaba diciendo; terminan llamándolo loco y endemoniado y en algún momento le dirán incluso que blasfema.
Es cierto, tenemos que reconocer, que algunas veces también nos cuesta entender y creer en las palabras que Jesús nos dice, o nos trasmite el texto sagrado. También en ocasiones nos hacemos nuestras interpretaciones, muchas veces incluso interesadas. También nos puede suceder que las aceptemos con una fe ciega, pero sin darle demasiada repercusión quizá luego en nuestra vida personal.
Es también lo que nos ha narrado la primera lectura. Abrahán es muy mayor, su mujer no ha podido darle hijos; el hijo que tiene es el de la esclava, pero no tiene una descendencia directa del matrimonio por lo que estamos diciendo. Y Dios le promete que tendrá una descendencia numerosa. ¿Es fácil creerlo? ‘Mira, éste es mi pacto contigo: Serás padre de muchedumbre de pueblos. Ya no te llamarás Abrán, sino que te llamarás Abrahán, porque te hago padre de muchedumbre de pueblos. Te haré crecer sin medida, sacando pueblos de ti, y reyes nacerán de ti...’ El mismo Abrahán se está riendo dentro de si ante esta promesa de Dios e incluso Sara hará algún comentario jocoso sobre el hecho de que a su edad va a poder concebir y tener hijos.
En razonamientos humanos era algo difícil de explicar. Pero ahí está la fe bien probada de Abrahán que se fía de la Palabra del Señor y de su promesa. Ya sabemos que las pruebas a su fe continuarán más adelante cuando incluso se le pida el sacrificio de su hijo, el hijo de la promesa.
No nos extrañe que algunas veces también nosotros tengamos nuestras dudas; forma parte de nuestra condición humana. Pero es precisamente ahí, en todo momento de la vida pero sobre todo cuando nos aparezcan los momentos difíciles y todo nos parezca un callejón oscuro y sin salida, donde tenemos que afirmar nuestra fe, creer en la Palabra de Jesús, en la Palabra que Dios nos quiere trasmitir.
¿Tendremos que hacer un sacrificio muy costoso allá dentro de nuestro corazón, como Abrahán al que le pedía Dios el sacrificio de su hijo? Seamos capaces de ponernos en las manos de Dios, fiarnos de Dios que hace maravillas y siempre estará a nuestro lado. No será quizá como a nosotros nos gustaría, pero hemos de saber descubrir esa presencia de Dios tal como El quiera manifestarsenos y en lo que El quiere manifestarnos.
Guardemos de verdad la Palabra de Jesús, aceptémosla y planteémosla en nuestro corazón que, como nos dice hoy, el nos dará el ‘no morir para siempre’. Su Palabra siempre es una Palabra de vida, de salvación, de gracia, de regalo de Dios. Que el Espíritu Santo nos ayuda a plantar esa vida en nuestro corazón guardando de verdad la Palabra de Jesús.

miércoles, 25 de marzo de 2015

La Encarnación es el momento del Sí, de buscar y hacer lo que es la voluntad de Dios


La Encarnación es el momento del Sí, de buscar y hacer lo que es la voluntad de Dios

Isaías 7, 10-14; 8, 10; Sal 39; Hebreos 10, 4-10; Lucas 1, 26-38
¿Habremos caído en la cuenta los cristianos de la importancia y trascendencia de este día que hoy celebramos? Aunque en la liturgia de la Iglesia se celebra con la categoría de solemnidad, que es la máxima, sin embargo para la mayoría del pueblo cristiano pasa totalmente desapercibida. Celebramos, por ejemplo con grandes solemnidades y fiestas el día del Nacimiento del Señor, la Navidad, pero tendríamos que reconocer que la presencia de Dios que se hace hombre no se realizó aquel día, sino hoy, nueve meses antes, porque es el momento de la Encarnación, del comienzo de la presencia del Emmanuel, del Dios con nosotros, como había anunciado el profeta, en el seno de María.
Leía el comentario que hacia alguien al cuadro de la Anunciación de Fra Angélico en el que se ve al ángel de la anunciación con una actitud reverente de adoración ante María después del anuncio celestial. Se preguntaba el comentarista por qué y ante quien esa actitud reverente y nos decía que más que ante María era ante el Misterio de Dios que ya María llevaba en sus entrañas. María solamente era el sagrario de Dios, porque ya Dios desde el mismo instante del Sí de María estaba habitando en su seno, se había encarnado en su seno.
Hermosa consideración que nos hacemos en este día de la Anunciación o si queremos de la Encarnación de Dios en el seno de María. Dios encarnado que comienza a habitar ya entre nosotros. Nuestra actitud de fe y de adoración ante el misterio de la presencia de Dios.
Aparte de ello creo que podríamos sacar una lección más para nuestra vida. Al contemplar y meditar este evangelio entre otras muchas cosas admiramos la disponibilidad y la generosidad del corazón de María que se pone totalmente en las manos de Dios. ¿Se le está manifestando lo que es la voluntad de Dios y cómo Dios quiere contar con ella para ese misterio de salvación para nosotros? Y María dice Sí, ‘aquí está la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra’, como le responde al ángel.
Pero hay otro detrás de todo eso. No es solo el sí de María sino que está el del Hijo de Dios a la voluntad del Padre. Como nos ha dicho la carta a los Hebreos ‘cuando Cristo entró en el mundo dijo: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’. Como diría más tarde en el evangelio ‘mi alimento es hacer la voluntad del Padre’. Ahora nos dice: ‘Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’. Y en Getsemaní dirá, como meditaremos próximamente en la semana de pasión: ‘no se haga mi voluntad sino la tuya’, para terminar diciendo en la cruz ‘en tus manos, Padre, encomiendo mi espíritu’.
Es el momento del , de buscar y hacer lo que es la voluntad de Dios. Algunas veces no entendemos, nos cuesta, se nos hace difícil y duro, pero en las manos del Señor hemos de saber ponernos, para hacer esa ofrenda de nuestra vida. No son sacrificios, ofrendas de cosas, holocaustos ni víctimas expiatorias, es el que ha de nacer desde lo más hondo del corazón, es la ofrenda de nuestra vida. Cuando hacemos una ofrenda arrancamos algo de nosotros mismos, de nuestro yo, para entregarlo al Señor. ¿A qué tendremos que renunciar? ¿Qué nos pide el Señor? Ese arrancar nos dolerá, nos costará, pero sobre todo hemos de buscar lo que es la voluntad del Señor y que todo, toda mi vida sea siempre para la gloria del Señor.
¿Qué nos estará pidiendo el Señor en el día de su Encarnación?

martes, 24 de marzo de 2015

Reconozcamos que Jesús es el Señor pasando por la pascua de su pasión que nos lleva a la vida y salvación

Reconozcamos que Jesús es el Señor pasando por la pascua de su pasión que nos lleva a la vida y salvación

Números 21,4-9; Sal 101; Juan 8,21-30
‘Ellos le decían: ¿Quién eres tú?’ No terminaban de conocer a Jesús, de descubrir quién era realmente Jesús. Andaban confusos. El misterio de Dios que se manifestaba en Jesús no terminaban de desentrañarlo. Jesús les decía: ‘Yo me voy y me buscaréis, y moriréis por vuestro pecado. Donde yo voy no podéis venir vosotros’, lo que les hacia entrar en mayores confusiones. Por eso se preguntaban ‘¿Quién eres tú?’ ¿Andaremos nosotros confusos también haciéndonos la misma pregunta? Nos puede suceder.
‘Con razón os he dicho que moriréis por vuestros pecados: pues, si no creéis que yo soy, moriréis por vuestros pecados’, les decía Jesús. Si nos falta esa fe en Jesús no encontraremos la salvación. Habían visto sus obras; habían sido testigos de sus signos y milagros; habían escuchado sus parábolas y todo lo que les decía del Reino de Dios; les había invitado una y otra vez a la conversión. Pero no reconocían a Jesús como su Salvador, como el Hijo de Dios. Aún seguían pidiendo signos y cosas maravillosas.
‘Cuando levantéis al Hijo del hombre, sabréis que yo soy, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada…’ Sería la gran señal, el gran signo que tendría que llevarnos a reconocer a Jesús. Lo mismo que Moisés había levantado la señal allá en medio del desierto, aquella serpiente de bronce. Pero ahora quien había de ser levantado en alto sería Jesús. Allí desde lo alto de la cruz nos atraería hacia El, porque entonces sí descubriremos donde está nuestra salvación.
Ya la Pascua es inmediata; el camino de la cuaresma que hemos venido haciendo casi toca a su fin y vamos a celebrar a quien ha sido levantado en lo alto, pero  no solo porque lo contemplemos en la cruz - se rebajó hasta someterse a una muerte de cruz, que dirá el apóstol más tarde - sino porque vamos a ver su nombre levantado sobre todo nombre, y todos vamos a proclamar que Jesús es el Señor.
‘¿Quién eres tú?’ Es el Señor; es nuestra Salvación; es el Hijo del Hombre del que había hablado el profeta pero es verdaderamente el Hijo de Dios. Cuando lo reconozcamos encontraremos la salvación; cuando lo reconozcamos nos encontremos con la luz y con la vida.
Algunas veces nos cuesta porque para llegar a ese reconocimiento hay que pasar por la cruz; es pascua, ese paso de Dios a través del sufrimiento, del dolor, de la pasión, de la cruz algunas veces nos cuesta verlo. Ese sufrimiento, ese dolor, esa pasión y cruz que vamos a encontrar tantas veces en nuestra vida y que se nos hace doloroso el reconocerlo. Pero ‘el que me envió está conmigo’, decía Jesús. Es lo que nosotros también hemos de saber reconocer, que Dios está con nosotros esa parte de la pascua que puede ser dolorosa en el sufrimiento, en la pasión, en la muerte. Pensemos en nuestros problemas, en nuestros sufrimientos, en los contratiempos con que nos vamos encontrando en la vida, en las cosas a las que tenemos que renunciar.
Pero sabemos que estando con nosotros el Señor tendremos vida, todo es gracia, no nos sentiremos abandonados, llega a nuestra vida la salvación. Seamos capaces de reconocerlo y vivirlo.

lunes, 23 de marzo de 2015

Quien tiene un corazón lleno de amor como el de Jesús aprende a mirar con ojos compasivos a los demás

Quien tiene un corazón lleno de amor como el de Jesús aprende a mirar con ojos compasivos a los demás

Daniel 13,1-9.15-17.19-30.33-62; Sal 22; Juan 8,1-11
Sólo quien es capaz de mirarse asimismo con sinceridad para descubrir la miseria que también hay en su corazón será capaz de mirar con ojos compasivos y llenos de misericordia a los que le rodean para siempre perdonar y nunca condenar. El orgullo cierra el corazón y lo hace incapaz de amar. Porque Jesús tenía el corazón lleno de amor pudo mirar con ojos compasivos a la pecadora que estaba a sus pies. El amor levanta, crea nueva vida, llenando de paz los corazones.
Es lo que no sabían comprender aquellos ‘escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio’ delante de Jesús. ‘Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?’ Claro que ellos en su malicia estaban buscando pretextos para poder acusar a Jesús de que actuaba contra la ley de Moisés.
Su autosuficiencia, su orgullo, su considerarse mejores que los demás y cumplidores hasta el extremo en todo les cerraba el corazón. No son capaces de mirarse a si mismos con sinceridad. Es lo que Jesús quiere hacerles comprender. ‘El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra’, les dice. El silencio de Jesús les hará reaccionar.  No serán capaces de poner amor en su corazón, pero se irán escabullendo uno a uno, como dice el evangelista.
Aprendamos a poner amor en el corazón. Aprendamos a tener una mirada limpia y llena de amor. El amor nos hará sinceros con nosotros mismos al tiempo que nos hará mirar con ojos nuevos y distintos a los demás. Como lo hizo Jesús. ‘Yo tampoco te condeno’. Es una mujer pecadora, pero allí está el amor que levanta, que nos da nueva vida, que nos llena de paz, que nos trae el perdón. Así nos acercamos a Jesús para que nos levante de nuestra postración y nuestro pecado; así vamos a Jesús porque sabemos que siempre tendrá una mirada de amor para nosotros; acudimos a Jesús con confianza porque sabemos que siempre tiene la mano tendida para levantarnos y hacernos sentir su paz.
‘El Señor es compasivo y misericordioso’. Pero tenemos que parecernos a Jesús; tenemos que aprender a llenar de amor nuestro corazón. Para que comencemos nosotros a tener una nueva vida; para que comprendamos todo lo que es el amor que el Señor nos tiene que también nos perdona y nos levanta; para que aprendamos a ser generosos en nuestro amor con los demás.
Arranquemos todo atisbo de orgullo y autosuficiencia de nuestro corazón. Que nunca miremos con ojos turbios a los demás despreciándolos porque hayan tenido tropiezos en la vida, que nosotros también los tenemos. Aprendamos a mirarnos a nosotros mismos con sinceridad. Que nuestro corazón está siempre lleno de mansedumbre, de ternura, de amor como el corazón de Cristo.

domingo, 22 de marzo de 2015

Súplicas, lágrimas, oraciones para hacer una ofrenda de amor como la de Jesús

Súplicas, lágrimas, oraciones para hacer una ofrenda de amor como la de Jesús

Jeremías 31, 31-34; Sal 50; Hebreos 55 7-9; Juan 12, 20-33
La ocasión había partido de aquellos griegos que habían venido a la fiesta de Pascua, habían oído hablar de Jesús y ahora querían conocerlo. ‘Estos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: Señor, quisiéramos ver a Jesús. Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús’.
La respuesta de Jesús fue muy importante, trascendental, podríamos decir: ‘Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre’. Muchas veces había dicho, como en Caná de Galilea cuando lo de las bodas, que no había llegado su hora. Ahora anuncia solemnemente ‘ha llegado la hora’; y es la hora de la glorificación del Hijo del Hombre.
¿Qué quería decir Jesús? Podríamos pensar que hablando de glorificación podía haber sido su momento cuando la transfiguración en el Tabor. Pero es ahora cuando habla de glorificación, y habla del grano de trigo que se entierra para dar fruto, y hablará de perder la vida para ganarla, y finalmente dirá cuando sea levantado en alto atraerá a todos hacia El. Ya anteriormente el evangelista Juan nos había dicho que ‘igual que Moisés elevó la serpiente en el desierto así tiene que ser levantado en alto el Hijo del Hombre para que todo el que crea en El tenga vida eterna’.
Hoy nos dice el evangelista, porque lo entiende a posteriori, que ‘esto lo decía dando a entender la muerte de que iba morir’. Luego Jesús al hablarnos de su glorificación nos está hablando de su entrega, de su muerte, pero que es El quien se entrega libremente, porque aquel que se rebajó hasta someterse a muerte, como nos dirá más tarde san Pablo, Dios lo glorificará, levantará su nombre sobre todo nombre, y al nombre de Jesús toda rodilla se dobla y toda lengua proclama que Jesús es el Señor.
En nuestros miramientos y razonamientos humanos hablamos muchas veces de la muerte injusta de Jesús, cargando las tintas en la injusticia de los hombres, sobre todo de aquellos que lo condenaron a muerte; pero la mirada de Dios es distinta, la razón de la muerte de Jesús es otra y para nosotros su muerte se convierte en justicia y salvación, porque El se entregó, el quiso ser esa semilla de trigo enterrada y que tiene que morir para dar vida, para dar fruto.
Hay en este pasaje del evangelio una resonancia de lo que sería más tarde la oración de Getsemani. ‘Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado y volveré a glorificarlo’. Nos recuerda la agonía y la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos: ‘Que pase de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya’. Ahora la escuchamos decir: ‘Padre, glorifica tu nombre’, mientras se oye una voz desde el cielo ‘lo he glorificado y volveré a glorificarlo’.
Nos ha hablado la carta a los Hebreos hoy también cómo ‘Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado’. Oraciones y súplicas que nos están indicando el terror ante la muerte y el sufrimiento que todo ser humano puede sentir. Pero como terminará diciéndonos ‘El, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna’. Sufrimiento, obediencia, ofrenda, salvación eterna, todo el sentido de la muerte de Jesús; por eso levantado en alto todos nos sentiremos atraídos a ir hacia El.
Pero no nos quedamos en contemplar la ofrenda de Jesús, sino que al mismo tiempo estamos escuchando lo que nos pide. ‘El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este, mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará’. Nos está diciendo lo que El hizo, pero va delante de nosotros para que sigamos el mismo camino; y ese camino no es otro que el de una ofrenda de nuestra vida como lo fue la suya.
¿Seremos capaces de una ofrenda así? ¿Seremos capaces de ser ese grano de trigo enterrado que tiene que morir para dar vida? ¿Sentiremos también quizá nosotros esa angustia y ese miedo ante la entrega, ante el sufrimiento y la muerte si fuera necesario, ante ese negarnos a nosotros mismos siendo capaces de perder lo que tenemos o lo que somos para poder ser vida, para poder alcanzar la vida?
Súplicas, lágrimas, oraciones, sufrimientos por los que tenemos que quizá pasar para hacer esa ofrenda de amor como la de Jesús. Tendremos que aprender sufriendo quizá a ser hijos, a obedecer. Miremos bien nuestra vida y encontrémosle sentido y valor a muchas cosas que nos pueden resultar dolorosas y difíciles. Puede ser duro, como lo fue Getsemaní para Jesús, pero y si Jesús nos lo pide, ¿qué vamos a hacer? ¿qué seremos capaces de hacer? ‘Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?’
‘Lo he glorificado y volveré a glorificarlo’  nos dice Jesús.