Sepamos ver la mano del Señor y démosle gracias con humildad
y con el corazón lleno de alegría que aunque seamos unos pobres siervos
inútiles el Señor realiza maravillas
Job 42,1-3.5-6.12-16; Sal 118; Lucas 10,17,
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Fuimos capaces, nos
decimos y se nos nota en el brillo de los ojos la satisfacción que llevamos por
dentro; se nos había encargado algo que nos parecía quizá muy difícil, se nos
había confiado una misión que conllevaba gran responsabilidad, nos vimos
envueltos en unas situaciones que nos parecía que no podíamos superar pero
fuimos capaces de desenredarnos y salir adelante. Y sale a flote nuestro
orgullo personal por lo logrado, está aquello de la autoestima que nos habían
dicho tanto para que fuéramos capaces de confiar en nosotros mismos que tenemos
capacidades para salir adelante, nuestro amor propio quizás comienza a
elevarnos y ya creemos poco menos que seres superiores. Pero, ¿dónde estaba la
fuerza? ¿Dónde la encontramos? ¿De dónde nos vino?
¿Les estaría pasando
algo así a los discípulos a la vuelta de su misión, como nos dice hoy el
evangelio, y que venían contentos contándole a Jesús cuantas cosas maravillosas
habían hecho? No podemos descartar esas satisfacciones y orgullos porque son
muy humanos y muy humano es que nos sintamos contentos con lo que realizamos. Jesús
corrobora también con sus palabras lo bien que lo habían hecho, pero al mismo
tiempo Jesús quiere decirnos algo más. Es quizá responder a aquellas últimas
preguntas que nos hacíamos en el párrafo anterior.
Y Jesús comienza por
dar gracias al Padre, el Padre que se revela a los pequeños y a los sencillos,
a los que son humildes de corazón pero que no se manifiesta a los engreídos de
sí mismos y que se creen autosuficientes. Jesús quiere ayudarnos a comprender
que es el Espíritu del Señor el que está actuando ahí. Y da gracias sí, porque
aquellos humildes y sencillos enviados pudieron hacer muchas cosas porque se
dejaron conducir por el Espíritu del Señor. El Espíritu del Señor había movido
sus corazones y su vida, y era el Espíritu del Señor el que ponía palabras en
sus labios para anunciar el Reino de Dios y si les acompañaban también aquellos
signos que realizaban era el Espíritu del Señor quien estaba actuando en ellos.
De alguna manera Jesús
les está previniendo contra los orgullos y las autocomplacencias, les está
ayudando a que se bajen de aquellos pedestales a los que se sienten tentados a
subir y su camino y su actuar vaya por otros caminos de humildad y de
reconocimiento de la obra de Dios en ellos.
Creo que esta Palabra
está abriendo ante nosotros un nuevo sentido, una nueva manera de actuar. Si
cuando envió Jesús a los discípulos a anunciar el Reino dándole todos aquellos
poderes para que pudieran realizar también signos, recordemos que Jesús les
mandó primero que nada rezar, orar al dueño de la mies para aquella tarea que
iban a comenzar a realizar. Ahora tenemos que recordarlo con humildad y cuando
vemos las pequeñas semillitas que somos capaces de ir poniendo en el camino de
nuestro mundo para sembrar el Reino de Dios, vayamos también con nuestra
oración, una oración de acción de gracias al Señor que ha estado en nosotros,
que a través de nosotros pobres siervos inútiles se ha podido realizar.
Gracias, Padre, Señor
de cielo y tierra, porque en nosotros y a través de nosotros has realizado
obras grandes, has realizado maravillas. Bajémonos de los pedestales y
desinflemos esas autocomplacencias con que muchas veces nos hinchamos, veamos
la obra de Dios en nosotros que nos capacitó, nos dio posibilidades, nos hizo
creer, sí, también en nosotros mismos despertando nuestra autoestima. Sepamos
ver la mano del Señor en todo y démosle gracias con humildad y con el corazón
lleno de alegría.