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sábado, 9 de mayo de 2009

Muéstranos al Padre y nos basta

Hechos, 13, 44-52
Sal. 97
Jn. 14, 7-14

Exponiéndonos que Jesús también me dé un tirón de orejas como a Felipe, también yo quiero pedirle como el apóstol: ‘Señor, muéstranos al Padre y nos basta... Tanto tiempo con vosotros y ¿aún no me conoces, Felipe?'
Pero sí queremos conocer al Padre, queremos conocer a Dios. Nos cuesta, nos hacemos imágenes de Dios que no se corresponden a veces con la realidad. Y ¿quién puede mejor darnos a conocer al Padre que Jesús? Para eso ha venido. Es el Emmanuel, el Dios con nosotros, que se ha hecho hombre y se ha acercado a nosotros para que mejor le conozcamos. Lo llamamos el Verbo de Dios, la Palabra de Dios que nos habla y se nos revela, la Revelación de Dios.
Cuando Jesús en una ocasión da gracias al Padre ‘porque esto no lo revelaste a los sabios y entendidos sino a la gente sencilla’, viene luego a explicarnos que ‘nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar’.
Por eso, el reproche de Jesús a Felipe. ‘Quien me ha visto a mí ha visto al Padre’, le dice. Ya antes nos había explicado ‘nadie va al Padre sino por mí’. Por eso se proclama a sí mismo como ‘el camino, y la verdad, y la vida’. Pero aún así seguimos pidiéndole ‘muéstranos al Padre’. Pero Jesús nos insiste: ‘Si me conociérais a mí, conoceríais también al Padre…’
Es que Jesús nos está revelando el rostro misericordioso y lleno de amor de Dios. Lo vemos en sus obras, en sus actitudes, en su vida caminando entre nosotros los hombres y repartiéndonos el amor de Dios. Lo vemos con los enfermos, los pecadores, los pobres, todos los que sufren de alguna manera… ‘Pasó haciendo el bien’, que definiría un día Pedro a Jesús. Ver a Jesús es ver el amor de Dios. Tanto es el amor que Dios nos tiene que nos da a Jesús, por eso cuando vemos a Jesús estamos contemplando ese amor de Dios. ‘Tanto amó Dios al mundo – tanto nos amó – que nos entregó a su Hijo único…’
Por eso, queremos conocer a Jesús. Es nuestra tarea de cada día. Es lo que tenemos que ir buscando, buceando en el evangelio, sintiéndolo en lo hondo de nuestro corazón donde se nos manifiesta y nos habla. Conocer a Jesús para conocer a Dios, para conocer al Padre.
Queremos escuchar a Jesús, porque así escuchamos la Palabra viva que Dios nos dice. Jesús es esa Palabra que se nos revela, que nos da a conocer al Padre, todo el inmenso misterio de Dios.
Queremos vivir a Jesús. Sí llenarnos de su vida. El nos la regala, nos la da. Para eso no sólo se ha entregado en la muerte en la cruz, sino que además se nos ha hecho alimento para que le comamos y vivamos para siempre. El nos resucitará el último día. Y es que El quiere vivir en nosotros. ‘El Padre y yo vendremos a él y haremos morada en él…’ Habita en nosotros para que habitemos en El.
Queremos llenarnos del Espíritu de Jesús, que nos da vida, nos santifica y nos consagra. Llenos del Espíritu podemos decir ‘Jesús es Señor’. Llenos del Espíritu de Jesús podemos llamar a Dios Padre. Llenos de su Espíritu podemos orar con la mejor de las oraciones, porque será el Espíritu el que ore por nosotros en nuestro interior.
Amemos, pues, a Jesús para llenarnos del amor de Dios. Contemos con Jesús para que nuestra oración sea escuchada por el Padre. ‘Porque yo me voy al Padre: y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré’. Es el estilo de la oración de la Iglesia que siempre orar por Jesucristo nuestro Señor, que siempre quiere dar gloria al Padre ‘por Cristo, con Cristo y en Cristo’.

viernes, 8 de mayo de 2009

No perdamos la calma, Cristo es nuestro camino y nuestra vida

Hechos, 12, 26-33
Sal. 2
Jn. 14, 1-6


Dijo Jesús a sus discípulos: no perdáis la calma...’ Algunas veces nos falta paz: nos agobiamos por los problemas que se nos presentan, surgen miedos en nuestro corazón ante situaciones a las que nos debemos enfrentar, no sabemos cómo afrontar las dificultades que nos van apareciendo en la vida... Quizá aparece la enfermedad o nos sentimos con un montón de limitaciones y achaques... Pensamos en el futuro, lo que nos puede ir apareciendo en la vida, o quizá pensamos en el más allá... y nos llenamos de temores, nos sentimos inquietos dentro de nosotros, perdemos la paz.
Jesús nos dice: ‘No perdáis la calma...’ Y nos invita a creer en El, a creer en Dios, a fiarnos de su Palabra. Su presencia no nos faltará nunca. Por eso tiene que renacer la confianza en nuestro corazón. Y la esperanza. No nos puede faltar la paz en el corazón. Porque en el día a día de nuestra vida, en esas situaciones en que nos encontremos o con los problemas que tengamos, sabemos que está a nuestro lado. El se hizo hombre para manifestarnos esa cercanía de Dios, esa presencia amorosa de quien camina a nuestro lado pero también nos enseña el camino. Más aún El es el camino.
Y si pensamos en el futuro, no sólo de este mundo, sino en lo que hay más allá de la muerte ya hemos escuchado lo que nos dice. Quiere que estemos a su lado. ‘Donde yo estoy, estéis también vosotros’, nos dice. Y nos habla de ese vivir junto a Dios. Nos habla poniéndonos imágenes que podamos entender, pero que nos están señalando una vida en plenitud. ‘En la casa de mi Padre hay muchas estancias, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo...
Decíamos que Jesús es el camino. Cuando les está hablando de llevarlos con El, los discípulos que en aquel momento presentían todo lo que iba a suceder y estaban como aturdidos y no terminaban de entender sus palabras – recordemos que este texto del evangelio de hoy, se corresponde a la última Cena – Jesús les dice: ‘Y adonde yo voy, ya sabéis el camino’. A lo que uno de los discípulos, Tomás, le replica: ‘Señor, no sabemos adonde vas, ¿cómo podemos saber el camino?. Y Jesús le responde: Yo soy el camino, y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí’.
Cristo es el camino que nos lleva al Padre, nos lleva a Dios. Para eso ha venido, se ha encarnado haciéndose hombre y viviendo una vida como la nuestra, pero para indicarnos cómo podemos vivirla en plenitud. Es el Maestro que nos enseña, pero El es la Verdad misma. El quiere alimentar nuestra vida, pero es que El es la Vida misma. A quien vamos a vivir es a El. Se hace alimento nuestro para que así lo asimilemos de tal manera que ya no tengamos otra vida que la suya. Y de tal manera nos inunda con su vida, que por la fuerza de su Espíritu nos hace hijos, hijos de Dios.
Todo esto que estamos reflexionando tendría que llenarnos de paz y de esperanza. Porque ya no somos nosotros los que vivimos por nosotros mismos, sino por la vida de Jesús. Muchos serán los problemas, las dudas que puedan surgir en nuestro interior pero con la fe que tenemos en Jesús nos sentimos seguros y fortalecidos. Si Dios está con nosotros, qué podrá importarnos esas situaciones difíciles a las que tengamos que enfrentarnos o por las que incluso tengamos que sufrir un poco. Sabemos que caminamos hacia la plenitud y en ese camino Jesús está a nuestro lado, está con nosotros.
‘No perdáis la calma: creed en Dios y creed también en mí...’

jueves, 7 de mayo de 2009

El que recibe a mi enviado me recibe a Mí…

Hechos, 13, 13-25
Sal. 88
Jn. 13, 16-20


Esta semana que comenzamos celebrando el domingo del Buen Pastor nos ha dado la oportunidad para orar y reflexionar sobre la misión de los pastores que el Señor ha escogido para que en nombre guíen y alimenten con la gracia del Señor al pueblo de Dios. Una reflexión que no sólo tenemos que hacerlo los que tenemos esa misión recibida del Señor, sino que nos es conveniente a todo el pueblo de Dios hacérnosla para comprender bien su función y misión y para así mejor mostrarle ese apoyo que necesitan.
En nombre de Cristo, enviados por El y en su nombre realizan su misión pastoral. Como reflexionábamos ayer, algo más que un gusto personal o un trabajo realizado como una profesión. Hay una llamada del Señor, un envío para, en nombre del Señor, realizar una misión dentro de la Iglesia y ante el mundo como unos enviados del Señor, llenos del Espíritu divino que les fortalece y capacita con unos dones y carismas para la misión, y un compromiso en la fe y en el amor como respuesta a la llamada y al amor infinito y gratuito del Señor.
Eso le hace tomar conciencia al enviado como pastor de que no es una suya sino del Señor; no busca una ganancia personal, sino la gloria del Señor; no son para si mismo esos dones recibidos sino en beneficio del pueblo de Dios; no es para actuar por sí mismo sino siempre en el nombre del Señor. ‘Os aseguro, nos dice Jesús hoy en el evangelio, que el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía…’ Con humildad, pues, el pastor acepta y realiza esa misión, no como su misión o su obra, sino como la misión recibida del Señor y como la obra del Señor.
Pero consciente también de que habla en el nombre del Señor; esa conciencia le hace, en cierto modo, temblar de responsabilidad, porque no son sus palabras las que trasmitirá sino la palabra del Señor. Os confieso que siempre que tengo que realizar esa misión de trasmitir la Palabra del Señor, lo sigo haciendo con el mismo temor del primer día de saber si sabré trasmitir o no la Palabra del Señor que se me ha confiado. Conciencia que le hace buscar en todo momento esa fidelidad a la Palabra de Dios que tiene que trasmitir y hacerlo con fidelidad.
Hoy nos ha dicho Jesús en el evangelio para enseñar al pueblo creyente cómo tiene que acoger a su enviado como le acogemos a El. ‘Os lo aseguro, vuelve a repetir, el que recibe a mi enviado, me recibe a mí y el que me recibe, recibe al Padre que me ha enviado’. Es grandiosa la acción pastoral que realizan los diversos pastores del pueblo de Dios.
No olvidemos lo que venimos escuchando también en la primera lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles. Hoy nos presenta a Bernabé y a Pablo recorriendo ciudades y haciendo el anuncio del Evangelio. Han desembarcado de nuevo en el continente, dejando atrás Chipre donde habían iniciado su viaje apostólico, y en lo escuchado hoy llegan hasta Antioquia de Pisidia casi en el centro del Asia Menor, la Turquía actual. Allí le vemos predicar en la sinagoga acogiendo la invitación del encargado para que hicieran la explicación de la Escritura.
Haciendo un repaso por la historia de la salvación de lo que nosotros llamamos el Antiguo Testamento llegan al anuncio de Jesús. ‘Dios sacó de esta descendencia – se refiere a la descendencia de David – un salvador para Israel, Jesús’. Mañana escucharemos la segunda parte de este discurso donde ya explicará con más detenimiento que es ese Jesús salvador.
Contemplamos a unos apóstoles, enviados, que se sienten acogidos por aquella comunidad en la anuncian la Buena Noticia de Jesús.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Una elección del Espíritu para una misión

Hechos, 12, 24-13,5
Sal. 66
Jn. 12, 44-50


Mucha gente no termina de entender lo que es un sacerdote o por qué una persona se consagra al Señor en la vida religiosa, misionera o de apostolado. Bueno, dicen, a usted le gusta eso y se ha dedicado a esa profesión como yo tengo la mía u otras personas se dedican a otras cosas. Hablando con la gente muchas veces se expresan así y manifiestan de esa manera su forma de pensar en relación a estos temas.
Un sacerdote, un religioso ¿es solamente cosa de gusto personal o de ejercer simplemente una profesión? Es difícil de entender para muchos, incluso que se llaman cristianos y están dentro de la Iglesia, y mucho más, tenemos que decir, para aquellos que son ajenos a la fe y a la religión. No puede ser cosa de gustos, porque estos pueden variar según las etapas de la vida, ni se puede quedar en ejercer correctamente una profesión, por muy digno que ello sea. Es algo mucho más hondo.
¿A qué viene este comentario? Me lo sugiere la Palabra de Dios hoy proclamada, sobre todo en el texto de los Hechos de los Apóstoles. Creo que este texto nos puede dar luz sobre todo esto que estamos diciendo. La acción del apóstol no es una mera acción humana. El apóstol siempre actúa movido y guiado por el Espíritu del Señor. Ha de saber dejarse conducir por el Espíritu Santo como vemos hoy en aquella comunidad de Antioquia, y en Bernabé y Pablo (aún sigue llamándosele Saulo).
Se nos habla de la comunidad de Antioquia donde ‘había profetas y maestros’. Nos da la relación. Profetas y maestros, o sea, personas guiadas por el Espíritu del Señor con especiales carismas para ayudar y conducir a la comunidad. Y aquí sucede un hecho especialmente significativo y trascendente, que incluso va a marcar la vida de la propia comunidad, dándole una importancia grande en la Iglesia primitiva. ‘Un día que ayunaban y daban culto al Señor, dijo el Espíritu Santo: apartadme a Bernabé y Saulo para la tarea a que los he llamado’.
Una elección y una llamada del Señor para una misión. No son ellos los que se ofrecen; es el Espíritu del Señor que habla en medio de la comunidad, inspira a la comunidad. ‘Volvieron a ayunar y a orar, les impusieron las manos y los despidieron. Con esta misión del Espíritu Santo, bajaron a Seleucia y de allí zarparon para Chipre…’ Una imposición de manos en medio de la comunidad, como señal de la misión a la que se les envía, como signo de la fuerza del Espíritu del Señor que está con ellos.
Aquí podemos estar viendo una primera imagen de lo que sería una ordenación sacerdotal o de una consagración al Señor. Una acción del Espíritu que se manifiesta en medio de la comunidad en oración. Un envío desde el Espíritu del Señor por parte de la Iglesia a aquellos que van a llevar la Buena Noticia de Jesús, en lo que va a ser lo que se le llama el primer viaje apostólico de San Pablo.
No es, pues, un gusto personal; es algo nacido desde la fe en el Señor, del amor de Dios que se nos derrama en nuestro corazón, y de ese amor con el que desde la fe nosotros queremos responder. No es, pues, una profesión sino algo mucho más hondo, que sólo desde la fe podemos entender. Es un compromiso de fe pero desde una respuesta a una llamada del Señor que nos ama y nos quiere dar una misión dentro de la Iglesia. Mucho más podríamos decir, pero bástenos esta reflexión.

martes, 5 de mayo de 2009

Fe en Jesús y comunión eclesial

Hechos, 11, 19-26
Sal. 80
Jn. 10,22-30


Fe en Jesús, el Hijo de Dios, y comunión eclesial son los dos polos sobre lo que gira la Palabra de Dios hoy proclamada.
Reafirmar nuestra fe en Jesús, como Hijo de Dios. A esto nos lleva el evangelio. Es más, tenemos que decir que es como la finalidad de la transmisión del evangelio de Juan. Al final él nos ha escrito: ‘Todo esto se ha escrito para que creáis que Jesús es el Hijo de Dios y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre’.
Y ésta es la afirmación central del evangelio de hoy. Una afirmación que da respuesta a una pregunta que se repite a lo largo del todo el evangelio. ‘¿Hasta cuando vas a tenernos en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente’, le dicen los judíos que se han arremolinado en torno a Jesús en el pórtico de Salomón del templo.
Os lo he dicho y no me creéis’, les dice Jesús. Y hace referencia a las obras que hace. ¿Quién puede hacerlas sino Dios? Sana, da vida y resucita, perdona los pecados… todo obra de Dios, porque eso no lo puede realizar un ser humano por sí mismo. ‘¿Quién puede perdonar pecados sino Dios?’, se preguntaban escandalizados los fariseos cuando la curación del paralítico que habían descendido desde el techo, Pero Jesús les había dicho. ‘Para que veáis que tengo poder perdonar pecados, - le dijo al paralítico – a ti te lo digo, levántate y anda’. Y la gran prueba es la resurrección, la vuelta a la vida, pero no serán sólo los muertos que Jesús resucite sino su propia resurrección.
Ahora terminará afirmando categóricamente. ‘El Padre y yo somos uno’. Había venido del Padre, realizaba las obras del Padre y ahora nos dice que son uno. Una afirmación rotunda de su divinidad. Es el Hijo de Dios. Esa es nuestra fe en Jesús. A los judíos les costaba entender y creer.
El texto de los Hechos de los Apóstoles nos señala el otro polo al que hacíamos referencia al principio, la comunión eclesial. La Iglesia crece, se multiplican las comunidades de los que creen en Jesús por todas partes. Hoy nos habla de los que ‘se habían dispersado en la persecución provocada por lo de Esteban’. Y nos habla de Fenicia, Chipre y Antioquia. Aquí se comienza a predicar abiertamente el evangelio a los griegos. Lo acontecido con Pedro y de lo que se nos hablaba ayer, ahora se va haciendo ya más abiertamente. ‘Algunos, naturales de Chipre, al llegar a Antioquia se pusieron a hablar también a los griegos, anunciándoles al Señor Jesús. Como la mano del Señor estaba con ellos, se convirtieron muchos y abrazaron la fe’. Más adelante nos dirá Lucas que será aquí ‘en Antioquia donde por primera vez llamaron a los discípulos cristianos’.
Y es ahora donde vemos la comunión de las Iglesias, de las distintas comunidades cristianas que se van formando. ‘Llegó la noticia a la Iglesia de Jerusalén y enviaron a Bernabé a Antioquia…’ Ya se había hablado de Bernabé, ‘hombre de Dios y lleno del Espíritu Santo y de fe’, natural de Chipre por cierto, que había vendido sus posesiones y los había puesto a los pies de los apóstoles para repartirlos y que nadie pasara necesidad. Bernabé no es un apóstol pero como tal casi es considerado. Lo veremos más adelante con Pablo, al que va a buscar a Tarso, como se nos dice hoy, para ir anunciando el evangelio por todas partes.
Pero la misión de Bernabé ahora es traer el abrazo fraterno de la iglesia de Jerusalén a la joven Iglesia de Antioquia. Es la expresión de la comunión de las Iglesias que se van constituyendo por todas partes, pero que nunca vivirán su fe en Jesús de forma aislada, sino siempre en comunión las unas con las otras.
Es la comunión que seguimos viviendo entre las diversas iglesias locales con toda la iglesia universal y que expresamos de manera particular con la sede de Pedro, con la Iglesia de Roma. Siempre diremos en comunión con el Papa, con los Obispos, con toda la Iglesia. Así lo expresamos de diversas manera, por ejemplo, en la liturgia eucarística. Y es la comunión que siempre hemos de vivir todos los cristianos, porque nuestra fe en Jesús no la vivimos por libre y cada uno por su lado, sino siempre en comunión eclesial. Que nunca perdamos esa comunión, garantía de una auténtica fe en Jesús.

lunes, 4 de mayo de 2009

Lo que Dios ha declarado puro, no lo llames tú profano

Hechos, 11, 1-8
Sal. 41
Jn. 10, 1-10


‘Los apóstoles y los hermanos de Judea se enteraron de que también los gentiles habían recibido la Palabra de Dios’. Un motivo de alegría podemos pensar. La fe en Jesús se iba propagando y ya no sólo era entre los judíos, sino que también los gentiles abrazaban la fe.
Pero descubrimos algo en el fondo de todo esto porque ‘cuando Pedro subió a Jerusalén, los partidarios de la circuncisión le reprocharon: has estrado en casa de incircuncisos y has comido con ellos’. Pedro se explica y cuenta la visión que había tenido en la que el Señor le manifestaba que ‘lo que Dios ha declarado puro, no lo llames tú profano’.
Y Pedro dejándose conducir por el Espíritu del Señor Jesús fue actuando. ‘El Espíritu me dijo que me fuera con ellos sin más’, explica Pedro. El ángel del Señor se le había manifestado a aquel hombre diciéndole también: ‘lo que te diga te traerá la salvación a ti y a tu familia…’ Y Pedro comentará que ‘bajó sobre ellos el Espíritu Santo igual que había bajado sobre nosotros al principio…’ Al final todos alabaron a Dios porque ‘también a los gentiles les ha otorgado Dios la conversión que lleva a la vida’.
El Evangelio es para todos los hombres, porque Dios quiere que todos los hombres se salven, porque Jesús ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia. El mandato de Jesús en su Ascensión será que vayamos por todo el mundo y anunciemos el evangelio de la salvación a toda la creación. No hace Jesús distinciones sino que quiere que todos alcancen la salvación.
En el trasfondo de este hecho que se nos ha narrado hoy hay un problema que está surgiendo en aquella primera comunidad cristiana, pero que tendríamos que pensar si de una forma o de otra también pudiera dársenos en nuestro tiempo, en todo tiempo. Nos ha hablado de los partidarios de la circuncisión y ese será un tema que resolverá más tarde el concilio de Jerusalén, como ya escucharemos. Comprensible en cierto modo dado que los primeros seguidores de Jesús formaban parte del pueblo judío, del pueblo de Israel. Y fue en cierto modo algo que les costó esa apertura del evangelio y el anuncio de la salvación a todos los hombres sin ningún límite de raza o de lugar.
Pensando en nosotros y en situaciones por las que podamos pasar, no hemos de creernos tan poseedores de la verdad como si fuera para nosotros solos o sólo nosotros seríamos los capaces de ser cristianos y vivir el seguimiento de Jesús. Algunas veces ponemos también nuestras reticencias. Quiero explicarme bien en lo que quiero decir.
Pensamos quizá en la Iglesia misionera, pero pensando sólo en pueblos y lugares lejanos, a los que quizá consideramos pobrecitos a los que tenemos que ir a misionar. El ardor misionero que podamos sentir en nuestro corazón por una parte no nos puede hacer que nos consideremos mejor que los demás, y por otra parte ese ardor misionero tendría que hacernos pensar también en tantos a nuestro lado, en nuestra cercanía a los que también tenemos que anunciar el evangelio.
Pero, o damos por supuesto que todos a nuestro alrededor son cristianos , o si vemos a alguien que está alejado de la fe o vive una vida muy lejana a unos valores y principios cristianos, quizá no pensamos cómo esas personas necesitan también de ese anuncio de la Buena Nueva de Jesús. Pero algunas veces decimos, pero si esas personas son como son, y nada las va a cambiar. ¿Por qué pensamos así y tenemos esa desconfianza?
Quizá han vivido en el error o en una vida llena de desórdenes morales por ignorancia, o porque nosotros no les supimos trasmitir la verdad de nuestra fe o les damos un anti-testimonio con nuestra vida. Es una cosa en lo que pienso mucho. ¿Por qué no sabemos sacar de la ignorancia y del error a los que vemos alrededor que van por otros caminos? Y me pregunto también si en verdad con nuestra vida somos testigos de nuestra fe que atraigamos a los demás a seguir a Jesús.
Siento mucho dolor en el alma, y no quiero juzgar a nadie, cuando uno ve personas que se creen muy perfectas y cumplidoras pero luego son inmisericordes con los otros, desprecian o rechazan a los demás porque los consideran menos, discriminan con sus prejuicios. Para mi situaciones así, que se den en personas de iglesia, son tristes y dolorosas y lo considero un anti-testimonio.
Si nos sentimos seguros y firmes en nuestra fe, queremos en verdad ser seguidores de Jesús que queremos vivir el evangelio la misericordia tiene que abundar en nuestro corazón, nunca podemos condenar ni discriminar, sino que siempre tenemos que ser acogedores de corazón para que los demás puedan también descubrir esa luz de la verdad de Jesús. Es con nuestro amor y misericordia como hemos de hacer el mejor anuncio de Jesús.

domingo, 3 de mayo de 2009

Yo soy el Buen Pastor que doy mi vida por mis ovejas...


Hechos, 4, 8-12;

Sal. 117;

1Jn. 3, 1-2;

Jn. 10, 11-18


A veces es difícil explicarnos y para expresarnos mejor utilizamos imágenes que nos ayuden a introducirnos en el hondo contenido de nuestra fe. Así nos lo expresa hoy la liturgia y la propia palabra de Dios proclamada. Piedra angular, rebaño, pastor, praderas eternas son algunas de las imágenes que hoy se nos presentan.
La imagen del Buen Pastor con que se nos presenta a sí mismo hoy Jesús en el Evangelio es la figura central que incluso da nombre a este cuarto domingo del tiempo de Pascua. Imagen de gran riqueza que se ve complementada con la del rebaño que le sigue y que le escucha y que, adquirido por la sangre de Jesús, que da su vida por nosotros, está llamado a gozar eternamente de las verdes praderas de su Reino, como decimos en una de las oraciones de la liturgia, y allí donde la veremos tal cual es, como nos dice san Juan en su carta hoy.
Se completa además con la imagen que nos presenta Pedro, tomada de los salmos, que llama a Cristo lan piedra angular de nuestra historia y nuestra vida, aunque fuera desechada por los arquitectos. Cristo es el centro y la trabazón de nuestra vida y de la comunidad cristiana que en torno a Cristo se congrega, la Iglesia.
Sí, Cristo, Buen Pastor de nuestra vida. No el asalariado al que no le importan las ovejas y huye cuando ve venir el lobo. 'Yo soy el Buen Pastor que da la vida por las ovejas...' Cristo que da su vida y la da libremente. 'Nadie me la quita', nos dice. Estamos en la Pascua y no está lejana la imagen de la entrega de Jesús, cuando en la prueba más grande del amor, muere en la cruz por nosotros.
Cristo, Buen Pastor, que da la vida para que nosotros tengamos vida. Cristo, Buen Pastor, que nos alimenta, pero siendo El mismo nuestro alimento, cuando en la Eucarístía se hace pan para que le comamos y así tengamos vida para siempre. 'Todo el que ve al Hijo y cree en El, tenga vida para siempre, vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día... el pan que yo os daré es mi carne, para la vida del mundo'.
Cristo, Buen Pastor, que nos guía y nos conduce. 'Pastor, que con tus silbos amorosos me despertaste del profundo sueño; tú que hiciste cayado de ese leño en que tiendes tus brazos amorosos...', que nos diría el místico poeta. 'Yo soy el Buen Pastor que conozco a mis ovejas y las mías me conocen... y escucharán mi voz'. Ahí está el alimento de su Palabra que nos ilumina y nos señala caminos, que nos llama y nos invita a ir con El y seguirle para vivir su vida, para llenarnos de su amor; ese amor grande que nos inunda de tal manera que al hacernos partícipes de su vida nos hace hijos. No sólo nos llama sino que nos hace hijos. 'Mirad qué amor más grande ha tenido el Padre para llamarnos hijos, pues ¡lo somos!'
¿Qué nos queda a nosotros? Escuchar su voz y seguirle. Reconocer su voz, reconociéndole como nuestro Pastor, pero también como nuestra vida, nuestra luz, nuestra salvación. Creer en El y alimentarnos de su vida. ¡Como no vamos a creer en El y seguirle cuando de tal manera nos ha manifestado su amor! Tenemos que sentirnos gozosos cuando así somos amados. Ansiosos hemos de estar de su Palabra y de su vida. Es nuestra salvación, nuestra luz, nuestra paz y nuestro gozo.
Pero una consideración más tenemos que hacernos en este día. Cristo, Buen Pastor, se hace presente en su Iglesia y ante el mundo en aquellos que El ha dejado para que en su nombre realicen ese oficio y esa función de pastores en el pueblo de Dios. Podríamos decir que son como una prolongación de Cristo, es más, para el pueblo de Dios son otros 'cristos', porque, llamados por Cristo, realizan su misma misión.
Es la valoración que la comunidad cristiana ha de hacer de sus pastores, porque en nombre de Cristo apacientan el pueblo de Dios. Indignamente, porque somos tan pecadores como los demás, como frágiles vasijas de barro, pero a través de las cuales Cristo quiere hacernos llegar su gracia en el anuncio de la Palabra y en la celebración de los sacramentos. Valoración que se ha de manifestar sobre todo en la oración que la comunidad cristiana hace por sus pastores. ¡Cuánto bien nos hace esa oración que hacéis por los sacerdotes y por todos los consagrados al Señor! Es la gracia del Señor que necesitamos y el Señor nos concede por vuestra oración, pero también es como un estímulo en nuestro camino de superación hacia la santidad que tendría que brillar en nuestras vidas.
Pero oración también por las vocaciones, para que el Señor siga llamando a quienes han de ser pastores del pueblo de Dios. Hoy es una Jornada de oración por las vocaciones sacerdotales y a la vida consagrada. 'La mies es abundante y los obreros son pocos... rogad al dueño de la mies para que mande operarios a su mies', nos enseña Jesús mismo a pedir en el evangelio.
Y cuánto cuesta en la sociedad que hoy vivimos, tan carente de valores, tan renuente al sacrificio y a la entrega sin límites, que surjan vocaciones de almas intrépidas que se sientan llamadas por el Señor, que puedan escuchar su llamada en su corazón en medio de tantos ruidos de la vida, y que den respuesta valiente y con coraje para entregarse al servicio del pueblo de Dios.
Que nuestras familias cristianas por la educación en los verdaderos valores y en los principios cristianos y evangélicos sean semilleros de vocaciones. Que se cultiven en nuestras parroquias y comunidades cristianas. Roguemos al dueño de la mies.