Buscamos a Dios pero es El quien viene a nosotros y nos regala a Jesús, nos queda dejarnos encontrar con El y por El
Isaías 60, 1-6; Sal 71; Efesio 3, 2-3a. 5-6; Mateo 2, 1-12
¿Dónde está? Es una pregunta, es una búsqueda… Todos preguntamos,
todos buscamos muchas veces en la vida; preguntamos y buscamos cosas, pero en
ocasiones esas preguntas y esas búsquedas son algo más. Nos interrogamos quizá
por nosotros mismos, porque al final no sabemos donde estamos; nos interrogamos
buscando un camino, una salida, algo que nos dé respuesta por dentro, porque
las preguntas y las búsquedas están dentro de nosotros mismos.
Preguntamos o buscamos a alguien, porque quizá nos hablaron de él,
porque intuíamos que detrás de aquellas cosas que veíamos había algo más, había
alguien más. Es quizás quien nos puede responder, aclarar ideas y conceptos,
abrirnos los ojos a un camino, hacernos mirar más allá de lo que vemos con los
ojos de la cara, abrirnos a otras trascendencias, a otras metas, a no quedarnos
a ras de tierra. Ya no son cosas las que
buscamos; es un sentido, una luz, un valor para la vida, para lo que hacemos,
para nuestros sufrimientos quizás, para encontrar salida entre todas esas
tortuosidades en las que nos encontramos llenos de dudas en nuestro interior,
con muchas cosas y situaciones que parece que siempre están en contra, con
mucha gente que no nos entiende porque quizá no se entienden a si misma.
La pregunta que escuchamos hoy en el evangelio es más concreta ante
una situación concreta, pero puede de alguna manera reflejar esas preguntas
concretas y complejas al mismo tiempo que nos hacemos tantas veces en la vida.
Triste es el que no se hace preguntas, no porque lo tenga todo claro, sino
porque quizás no se atreve y pretende seguir viviendo en a superficialidad.
Vivir en la superficialidad es una tristeza porque es vivir en un vacío
existencial que nos puede llevar por pendientes peligrosas o a un aburrimiento
total. Hay tantos que van aburridos por la vida sin saber qué hacer, a donde
ir, por qué vivir.
‘¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto
salir su estrella y venimos a adorarle’. Parece saber qué es lo que buscan
porque han visto señales de su nacimiento, pero no saben donde encontrarle. Un
largo camino han recorrido. Se nos habla de unos magos de Oriente y no ha sido
fácil llegar hasta donde están, aunque las dificultades no desaparecen. Aunque
consultando las Escrituras se les señalan ahora caminos concretos, sin embargo
serán otras cosas, otras intenciones en alguno, los que van a poner
dificultades a ese final de la búsqueda.
Como nos sucede tantas veces. Buscamos, nos enredamos en dificultades
o en rémoras que pueden dificultar nuestro avance, habrá otras tendencias
alrededor que también nos ofrecen ideas, quizás habrán superficialidades o
rutinas que querrán atraernos por sus caminos que nos ofrecen fáciles para que
olvidemos eso que pueda darnos la profundidad que necesitamos en la vida.
Aquellos magos encontraron desconocimiento en las calles de Jerusalén
de lo grande que había sucedido, los maestros de la ley y los sacerdotes no
estaban muy convencidos de aquello que les trasmitían como respuesta a sus
preguntas, pero la maldad del corazón de Herodes comenzará ya a maquinar como
quitar de en medio a quien le parecía que eran un contrincante que pusiera en
peligro su trono. Cómo reflejan tantas situaciones en que nos vemos envueltos
en la vida.
Pero la luz que estaba en lo alto, la estrella, seguía iluminando su
camino y ellos se dejaban conducir y por eso pudieron llegar hasta Jesús. Hay
una luz que Dios siempre pone en nuestra vida, la podemos ver en lo alto si
sabemos mirar hacia arriba, la podemos encontrar reflejada en cosas de nuestro
entorno que se convierten en signos esclarecedores para nuestra vida, o la
podemos sentir allá en lo hondo del corazón cuando quitamos malicias de nuestra
vida y somos capaces de dejarnos conducir por el Espíritu del Señor.
Tenemos que aprender a mirar a lo alto para poder descubrir la
estrella y no haya nada que nos la oculte. Muchas veces no nos es fácil porque
nos dejamos engañar por luces efímeras que creemos que son permanentes y tarde
quizás nos terminamos de dar cuenta de nuestra oscuridad. La luz del evangelio
tiene que iluminar nuestra vida; con sinceridad de corazón tenemos que acercarnos
a la Palabra del Señor.
Pero la fiesta que estamos celebrando es la Epifanía del Señor. ¿Qué
quiero decir con esto? La Epifanía significa la manifestación del Señor. Y eso
es lo maravilloso que hemos de tener en cuenta. Nosotros buscamos, es cierto,
pero no es solo nuestra búsqueda, aunque ahí están esas preguntas fundamentales
de nuestra vida. Lo maravilloso es que es el Señor el que viene a nuestro
encuentro, es El quien se nos manifiesta; es El quien pone señales para que le
encontremos, o para que nos dejemos encontrar por El. El nos busca y nos llama,
nos habla y quiere hacerse presente en nuestra vida para llenarnos de su luz.
Cuidado que hoy muchas cosas nos distraigan, como nos han venido
distrayendo en toda nuestra navidad. Le damos importancia a cosas que la tienen
menos. Al ver las ofrendas de los magos al Niño recién nacido en Belén, nos
distraemos demasiado con los regalos y nos olvidamos del regalo de Dios para
nosotros y para nuestro mundo que es Jesús. Pongamos nosotros nuestro amor que
se verá engrandecido con el Señor del Señor que se derrama en nuestros
corazones.