Vistas de página en total
sábado, 11 de agosto de 2012
Un corazón compasivo y misericordioso que acoge, consuela, sana y llena de vida
viernes, 10 de agosto de 2012
Un amor como el grano de trigo enterrado para darnos una espiga de numerosos granos
jueves, 9 de agosto de 2012
Necesitamos el aceite que nos mantenga siempre encendidas nuestras lámparas
Necesitamos el aceite que nos mantenga siempre encendidas nuestras lámparas
Os. 2, 16-17.21-22; Sal. 44; Mt. 25, 1-13
‘¡Que llega el esposo; salid a recibirlo…!’ Las doncellas estaban esperando la llegada del esposo para la boda; habían de tener las lámparas encendidas para iluminar el camino y para poder adornar debidamente la sala del banquete. Pero no todas tenían aceite suficiente. ‘Dadnos un poco de aceite que se nos apagan las lámparas’. Mientras fueron a buscarlo se cerró la puerta del banquete de bodas.
Muchas veces hemos escuchado, comentado y reflexionado sobre esta parábola que nos propone Jesús. Al final nos dirá: ‘Por tanto vigilad, porque no sabéis el día ni la hora’. Lo importante es tener la lámpara encendida; lo necesario tener el aceite que alimente esa lámpara para que se mantenga encendida.
¿Cuál es esa lámpara? ¿Cuál es ese aceite? Nos preguntamos como siempre lo hacemos cuando escuchamos esta parábola y queremos encontrar el mensaje. No creo que sea necesario esforzarse mucho para darnos cuenta cuál es esa luz y cómo hemos de mantenerla encendida. Hablamos de la fe; hablamos de la vida de gracia; hablamos de nuestra vivencia de Dios; hablamos de la necesidad de estar unidos a El.
Todos nos damos cuenta que necesitamos esa luz que Jesús nos viene a traer; somos conscientes de que a nosotros, al mundo le falta una luz que ilumine de verdad la vida, que nos dé sentido a lo que hacemos, que sea transformadora de ese mundo al que nosotros queremos hacer con Jesús el Reino de Dios, el Reino de los cielos. Y nosotros estamos llamados a llevar esa luz al mundo. Es misión que Cristo nos ha confiado. Es necesario, para nosotros y para el mundo, encontrar ese aceite que haga encenderse esa lámpara.
Son muchos los problemas que nos vamos encontrando en la vida y en el mundo en el que vivimos. Muchas veces andamos como desorientados sin saber por donde caminar o la meta a la queremos tender. Nos vemos envueltos en tantas ideas, en tantas cosas, en tantas y tan diferentes maneras de pensar que podemos vernos confundidos.
Si a una lámpara que tiene que encenderse e iluminar le mezclamos diferentes y hasta contradictorios combustibles, es difícil que pueda encenderse. Y eso nos puede pasar en esa confusión de ideas y de pensamientos que nos encontramos a nuestro alrededor. Y cuando queremos entrar en diálogo con ese para tratar de anunciarle lo que es nuestra luz, algunas veces parece que no sabemos cómo hacerlo o nos sucede que nos podemos encontrar turbados y confundidos.
Por eso tenemos que asegurar esa luz que da sentido a nuestra vida y que nosotros sabemos que encontramos en Jesús. Y ya sabemos donde podemos encontrar ese aceite que mantenga bien encendida esa lámpara de nuestra fe y de nuestra vida cristiana. Por eso el cristiano tiene que preocuparse de formarse debidamente en su fe para que vaya creciendo y madure de verdad para que pueda dar frutos para nuestra vida y ser verdadera luz para nuestro mundo.
Qué importante ese crecimiento de nuestra fe y de nuestra espiritualidad. Si así lo hacemos no nos encontraremos confundidos y tendremos la respuesta clara que dar a nuestro mundo desde el anuncio que hacemos de Jesús y de su evangelio.
Hoy la liturgia de la Iglesia está celebrando a una mujer que en su búsqueda de la luz - era filósofa - un día se encontró con Jesús y ya para siempre esa fue la luz que iluminó su vida y con la que quiso iluminar también el mundo en que vivía. Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein) no era cristiana y un día descubrió a Jesús. Se bautizó y se enamoró de tal manera de Jesús que se hizo religiosa, Carmelita Descalza, para así vivir profundamente su unión con Jesús. No quería que nunca le faltara el aceite que le mantendría con la lámpara de su fe y de su unión con Jesús, siempre encendida. Terminaría mártir del odio y de la intransigencia en momentos oscuros del siglo XX, perseguida por el nazismo por su raza judía y sería ejecutada en aquellos terribles campos de exterminio.
De ella además del testimonio de su fe hasta el martirio hemos de aprender también la búsqueda de ese aceite, en la sabiduría de Dios, para que su vida estuviera siempre iluminada por Cristo y así poder iluminar a los demás. Que así sea nuestra búsqueda de ese aceite de Cristo para que podamos dar el testimonio de su luz.