Un corazón compasivo y misericordioso que acoge, consuela, sana y llena de vida
Habacuc, 1. 12-2, 4; Sal. 9; Mt. 17, 14-19
Una vez más se nos muestra el corazón compasivo y misericordioso de Jesús. ‘Se acercó a Jesús un hombre… ten compasión de mi hijo…’ Se lo había traído a los discípulos mientras Jesús estaba en lo alto del monte de la Transfiguración pero no habían podido hacer nada. Nada más aparece Jesús allí al bajar del monte está aquel hombre suplicando.
Pero allí llega Jesús con su corazón compasivo y misericordioso para acoger a todo el que sufre, para consolar y para sanar, para arrancar de la muerte de la desesperanza y para llena de vida. Así es el corazón de Cristo siempre abierto para acogernos, para recibirnos, para poner paz en nuestro corazón, para llenarnos de esperanzas y de vida.
Se queja Jesús de la falta de fe. ‘Gente sin fe… ¿hasta cuando?’ ¿Cuándo despertaremos de verdad? ¿Cuándo aprenderemos a poner toda nuestra confianza en El? ¿Se quejará Jesús también de nuestra falta de fe? Vayamos a Jesús, si, con nuestra vida, nuestras penas, nuestro dolor, nuestras oscuridades. Vayamos con confianza que siempre nos escucha y tiene una palabra de vida. Vayamos con confianza, con la certeza de que en El encontraremos siempre la salvación.
Jesús curó al muchacho y lo devolvió lleno de vida a su padre. Es Jesús quien viene a vencer el mal, a arrancarnos de las garras del mal. Se habla de que los ataques que padecía aquel niño eran como consecuencia de la posesión de un espíritu inmundo. Una imagen del mal que nos atenaza por dentro tantas veces en nuestro pecado, en nuestra desconfianza, en la pérdida de ilusión y esperanza. Muchas veces estamos así como adormecidos y nos vamos dejando arrastrar por la vida. Jesús quiere levantarnos, darnos vida, arrancar el mal de nuestro corazón.
Luego los discípulos le preguntarán a Jesús por qué ellos no habían podido. Ya Jesús los había enviado en otra ocasión a anunciar el Reino y a curar a los enfermos y expulsar demonios. Sin embargo ahora no han podido hacer nada en aquella situación. ‘¿Por qué no pudimos echarlo nosotros? A lo que Jesús contestó: Por vuestra poca fe…’ En el texto paralelo en que nos narra Marcos este mismo episodio dirá Jesús además que ‘esta clase de demonios no puede ser expulsado sino con la oración’.
Aquí tenemos la clave: la fe y la oración. Fe capaz de mover montañas, como nos dice Jesús hoy. La fe que pone toda su confianza en el Señor, que se fía totalmente de Dios. No es para que vayamos moviendo montañas por ahí y cambiando la geografía, sino para que sintamos fuertemente la gracia de Dios en nosotros que nos fortalece contra el mal y que moverá nuestro corazón a hacer siempre el bien. Fe y oración, porque necesitamos estar intima y profundamente unidos con el Señor.
Oración en que le pediremos también como lo hace el hombre del evangelio que nos aumente y fortalezca en nuestra fe. ‘Señor, yo creo, pero aumenta mi fe’, le hemos de pedir una y otra vez.
Oración que nos hará sentir en todo momento la presencia y la gracia de Dios en nuestra vida. Oración que abre nuestro corazón a Dios para escucharle e ir descubriendo en cada momento cual es su voluntad.
Oración en la que nos vamos llenando de Dios para dejarnos impregnar totalmente por su amor y su misericordia y así seamos capaces también de tener corazón compasivo y misericordioso que nos impulse a amar cada día con mayor intensidad a todos nuestros hermanos. Oración que nos llene de la luz de Dios que nos haga sentir paz en nuestro corazón, nos haga sentirnos también consolados y sanados en nuestras miserias y sufrimientos.
Nos sentimos acogidos por el corazón compasivo y misericordioso de Cristo para nosotros de la misma manera saber acoger con los mismos sentimientos de amor a nuestros hermanos.
Ojalá logremos un corazón compasivo que nos lleve a amar y sentir por los demás lo que desearíamos para con nosotros.
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