Hundamos las raíces de nuestra vida en la fe que tenemos en Jesús y saldremos victoriosos en la prueba
Jer. 31, 1-7; Sal.; Jer. 31, 10-13; Mt. 15, 21-28
El que nos pongan a prueba no es cosa que nos agrade mucho. ¿Nos faltará humildad, quizá? Pudiera ser también que nos sentimos inseguros y tenemos miedo a la prueba por si acaso no demos la talla. Pero en la prueba, al pasar por la dificultad, podemos vernos purificados, empezando por esas mismas inseguridades que tenemos en la vida y al mismo tiempo fortalecidos para sacar a flote lo mejor de nosotros mismos, o también para profundizar en aquellos aspectos de la vida en que nos sentimos más débiles y nos ayuden a prepararnos mejor. Es algo así, como un examen que tenemos que pasar y hemos de estar preparados para sentirnos fuertes y pasar por esa prueba.
La vida está llena de pruebas en esas mismas dificultades y problemas con que nos vamos encontrando cada día. Pero hemos de sentirnos serenos y bien fortalecidos para no hundirnos en esos momentos difíciles por los que podemos pasar. Hemos de buscar donde hundir fuertemente las raíces de nuestra vida para que el vendaval no nos arranque el árbol.
En el evangelio de hoy contemplamos una escena donde la fe de la mujer cananea sale fortalecida. Fue una prueba para ella que era cananea acudir a Jesús para pedirle que le curara a su hija enferma. Y las propias palabras de Jesús también ponen a prueba su fe. En ocasiones al leer este evangelio nos parece dura la reacción de Jesús y la forma de tratarla. Pudiera parecer que Jesús la rechace porque no es judía y la salvación que viene a traernos Jesús fuera solamente para los judíos.
Pero hemos de entender. Las expresiones eran el lenguaje corriente que empleaban los judíos para referirse a los paganos. Y Jesús iba buscando también que la fe de aquella mujer pagana que venía a pedir el milagro para la curación de su hija, se purificase y ahondase lo suficiente para llegar a reconocer en verdad lo que Jesús venía a ofrecer.
Es hermosa la insistencia de aquella mujer que le hace sentirse más firme en su fe en Jesús a pesar de toda la dificultad que va encontrando. Como decíamos las pruebas purifican y fortalecen. Fijémonos cómo finalmente Jesús alabará la fe de aquella mujer, accediendo a lo que le está pidiendo. ‘Mujer, qué grande es tu fe; que se cumpla lo que deseas. Y en aquel momento quedó curada su hija’.
Qué lección para nosotros. ¿Merecerá nuestra fe una alabanza como la de Jesús a la mujer cananea? Tantas veces desistimos en nuestras peticiones y nos cansamos en nuestra oración, porque decimos que Dios no nos escucha. Pero el Señor está ahí y nos escucha, aunque no lo veamos, o aunque todo nos parezca oscuro. Ya ayer comentábamos como los discípulos iban llenos de temor en medio del lago embravecido porque les parecía sentirse solos. Pero allí estaba el Señor. ‘Soy yo…’ que nos dice también tantas veces a nosotros y no queremos escucharlo, o no sabemos escucharlo.
No temamos la prueba. Como hemos dicho las pruebas nos purifican y nos fortalecen. Sepamos hundir las raíces de nuestra vida en la fe que tenemos en Jesús. Nos sentiremos seguros. Si nos apoyamos de verdad en El, podrán venir los vendavales que sean que no caeremos. Por eso, como tantas veces decimos, hemos de crecer más y más en nuestra fe. Hemos de crecer más y más en nuestra unión con el Señor. Hemos de crecer más y más en nuestro espíritu de oración y nuestra participación en los sacramentos. ‘El Señor nos guardará como pastor a su rebaño’, que fuimos repitiendo en el salmo con el profeta Jeremías.
Ahí tenemos la fuente de vida, porque ahí tenemos al Señor. Es su gracia que nunca nos faltará.
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