Reina y madre de misericordiosa nos hace volver nuestros ojos misericordiosos hacia los hambrientos para un compartir generoso
Rut
2,1-3.8-11; 4,13-17; Sal 127; Mateo 23,1-12
‘Dios te salve, Reina
y Madre de misericordia…’
así comienza una antigua oración de la Iglesia recogida en su liturgia pero
también muy enraizada en la devoción popular.
Reina y madre de
misericordia… así
la invocamos a ella que es nuestra esperanza, nuestra vida; la invocamos como
abogada nuestra, como siempre lo es una madre, pero que hoy la contemplamos en
la gloria del Señor intercediendo por todos sus hijos; a ella acudimos porque
con su presencia de madre endulza nuestras amarguras y nuestras tristezas en
este valle de lágrimas, como una madre siempre sabe hacerlo. ‘Vuelve a nosotros esos tus ojos
misericordiosos…’ le decimos.
El 22 de agosto es algo así como una octava de la
fiesta de la glorificación de María que fue la celebración de su Asunción al
cielo de hace una semana. ‘De pie a tu
derecha está la reina enjoyada con oro de Ofir’ ya proclamábamos en la
fiesta de su Asunción. Es lo que hoy la liturgia quiere resaltar. Es la madre
de Jesús que participa ya de la gloria del Señor en el cielo. Es la madre del
Rey, Cristo Jesús, y por eso a ella la podemos llamar Reina Madre.
La que había cantado en el Magnificat que Dios derriba
del trono a los poderosos pero enaltece a los humildes, ahora a ella, la
humilde esclava del Señor como a si misma se llamaba, la vemos exaltada y
enaltecida. Porque como nos decía Jesús en el evangelio ‘El que se
enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido’. Es nuestra madre, porque si quiso
Jesús dárnosla desde la cruz, y ¿qué hijo no considera a su madre como la reina
de su vida cuando de una madre tanto recibimos?
En nuestra devoción a María, porque así la proclamamos
Reina y Madre, quizá la hemos revestido excesivamente de joyas y de coronas; ha
sido el amor entusiasmado de los hijos que tanto aman a su madre que le hacen
mil regalos, aunque algunas veces podamos tener el peligro de confundir su
sentido. Quizá tendríamos que despojar más a las imágenes de María de esas
joyas de riquezas materiales, para enjoyar con nuestro amor y con nuestro
compartir a sus hijos nuestros hermanos. Aquello que María cantaba en el
Magnificat de que a los hambrientos colmó de bienes mientras a los ricos
despidió vacíos podría ser un anuncio y una denuncia profética en labios de
María de cual habría de ser el sentido de los regalos que le hacemos y de la
manera cómo tendríamos que proclamarla en verdad nuestra reina y nuestra madre.
Esta fiesta de María Reina quizá nos está señalando un
camino, como siempre María quiere hacer con sus hijos; es el camino del amor y
del compartir generoso con nuestros hermanos que caminan a nuestro lado y que
nada tienen. Es adornando con nuestro amor generoso, alimentando con nuestro
compartir a los hermanos hambrientos cómo estaríamos ofreciéndole la más
hermosa corona a María para invocarla como nuestra madre y nuestra reina.
Que con nuestro amor se cumplan sus proféticas palabras
de que a los hambrientos colmó de bienes. Es la mejor ofrenda de amor, la mejor
corona y las mejores joyas que podamos regalar a María. Y si a ella le pedimos
que vuelva sus ojos misericordiosos sobre nosotros que caminamos en este valle
de lágrimas, con ojos misericordiosos también nos hemos de volver nosotros
hacia nuestros hermanos que sufren a nuestro lado en el camino de la vida.