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lunes, 17 de agosto de 2015

Vaciándonos de nosotros crecemos para alcanzar los verdaderos tesoros de vida eterna

Vaciándonos de nosotros crecemos para alcanzar los verdaderos tesoros de vida eterna

Jueces 2,11-19; Sal 105; Mateo 19,16-22
 ‘¿Qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?’ No es una pregunta cualquiera la que le hace aquel joven a Jesús. Sí, es una pregunta que nos hacemos, o que nos tenemos que hacer. Repetidamente. Para no quedarnos en rutinas, para no quedarnos en lo de siempre, para no quedarnos en aquello que tantas veces decimos ‘yo ya soy bueno’.
Es la pregunta que nos hace crecer; es la pregunta que está manifestando que queremos crecer. Y eso de crecer continuamente es algo propio de lo que tiene vida, del que tiene vida y quiere vivir. El organismo está en continuo crecimiento, porque continuamente se está renovando en sus células; cuando ya no se regeneran comienza la muerte; si no crecemos en la vida comienza la muerte a comernos, por así decirlo. Por eso son necesarios esos deseos, esos deseos de crecimiento, esa búsqueda, ese preguntarnos qué más de bueno podemos hacer.
Nos ha valido para comenzar nuestra reflexión aquella pregunta del joven a  Jesús. Y ya escuchamos la respuesta. ‘Si quieres entrar en la vida, cumple los mandamientos’, le dice Jesús. Entrar en la vida, buscando lo que quiere Dios, queriendo realizar los designios de Dios. Es importante descubrir esos designios de Dios, cumplir los mandamientos. Aquel joven dice que lo ha cumplido desde siempre.
Es bueno. Pero Jesús quiere abrir delante de su vida caminos de mayor altura. El ha venido a preguntar que hacer de bueno y Jesús le propone. Es necesario desprenderse de sí mismo, no contentarme con creerme bueno, vaciarse de si mismo y de los posibles orgullos que se nos metan en la vida para sentir y descubrir que hay aun cosas mas hondas, mas profundas, mas grandes que podemos hacer.
Lo grande y lo profundo de la vida no es lo que tengamos, ya sean riquezas, poderes o influencias. Lo más grande que podemos tener en la vida es el amor, un amor que nos haga olvidarnos de nosotros mismos para abrirnos a los demás, para pensar en los otros, para actuar con una generosidad desprendida. Es seguir a Jesús, seguir el camino de Jesús aunque nos cueste.
‘Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo– y luego vente conmigo’. Alcanzar la vida, llegar hasta el final, porque seguimos a Jesús. Pero a la manera de Jesús, el hijo del hombre que no tenía donde reclinar la cabeza. No buscar tesoros en la tierra que nos aprisionen el corazón, sino liberarnos de verdad de todo lo que nos pueda atar; cuánto nos pueden atar las riquezas, las posesiones; las cosas pueden tomar posesión de nuestro corazón y ya no seríamos de verdad libres para crecer. Si las cosas se posesionan de nosotros nos atan, nos encierran, nos llevan por caminos de muerte. Por eso, hemos de saber vivir desprendidos, con corazón generoso. Cuánto de bueno podemos hacer.
Seguir a Jesús nos hace crecer de verdad, nos llena de vida. Cuando caminamos el camino de Jesús somos las personas más libres del mundo.

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