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jueves, 20 de agosto de 2015

Con Jesús han llegado los tiempos nuevos en que todos han de sentirse invitados al banquete de la vida

Con Jesús han llegado los tiempos nuevos en que todos han de sentirse invitados al banquete de la vida

Jueces 11.29-39ª; Sal 39; Mateo 22,1-14

Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos’. A todos los que encontréis… salid… invitadlos a la boda. Una invitación universal que quizá se contrapone al principio de la parábola, donde solo algunos estaban invitados.
Pero es que con Jesús han llegado tiempos nuevos. La invitación a la vida no es solo para algunos escogidos. Es cierto que la historia de la salvación, la historia del amor de Dios a la humanidad se había ido revelando en un pueblo concreto, aunque todos los hombres de buena voluntad, fueran de la nación que fueran, podían descubrir esas señales de Dios. Pero han llegado tiempos nuevos y Jesús va a enviar a los que creen en El que vayan por todo el mundo, a toda la creación, para anunciar la Buena Nueva.
Reunión a todos los que encontraron, malos y buenos. A nosotros nos toca la convocatoria, la invitación; no nos toca juzgar quien es bueno o quien es malo, porque la gracia de Dios llega para todos. Cada uno ha de acoger esa gracia, responder a esa invitación del Señor.  En ese reino nuevo cabemos todos, con nuestros valores y cualidades, y también con nuestras limitaciones y con la carga de lo que hayan podido ser los errores de la vida. Solo es necesario ponerse ahora en disposición, que es ese traje nuevo de fiesta que hemos de vestir.
Ahora todos hemos de estar en esa disponibilidad y apertura a esos valores nuevos, es el traje de fiesta. Si entramos en el banquete, si queremos participar en ese Reino nuevo que Jesús nos ha instaurado nuestros valores han de ser distintos, porque han de ser los valores del Reino; no nos valen ya pasividades; no nos valen negatividades ni negruras; no nos podemos dejar ganar por la pasividad ni el desaliento; no podemos guardarnos para nosotros los dones que Dios nos ha dado; no nos podemos hacer insensibles antes los problemas de nuestro mundo ni las necesidades de los demás; no podemos cruzarnos de brazos esperando que sean otros los que inicien la tarea. Si nos dejáramos arrastrar por esas cosas claro que no valemos para el banquete del Reino de Dios.
Aunque con limitaciones, porque somos muy humanos y muy débiles, pero confiando siempre en la fuerza del Espíritu de Dios tenemos que empeñarnos en construir ese mundo nuevo, hacer que la vida sea ese banquete de amor en el que todos disfrutemos. Es nuestra tarea; es el compromiso de nuestra fe; es la respuesta que damos a esa invitación generosa que nos hace el Señor.
Y eso además nos lleva a que salgamos a los caminos a hacer ese anuncio y esa invitación a todos los que encontremos. El banquete no es para nosotros solos ni para los que nos consideremos que estamos más cerca. Todos han de escuchar esa invitación y de nosotros depende. 

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