Con Jesús han llegado los tiempos
nuevos en que todos han de sentirse invitados al banquete de la vida
Jueces
11.29-39ª; Sal 39; Mateo 22,1-14
‘Id
ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a
la boda. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que
encontraron, malos y buenos’. A todos los que encontréis…
salid… invitadlos a la boda. Una invitación universal que quizá se contrapone
al principio de la parábola, donde solo algunos estaban invitados.
Pero es que con Jesús han llegado tiempos nuevos. La invitación a la
vida no es solo para algunos escogidos. Es cierto que la historia de la
salvación, la historia del amor de Dios a la humanidad se había ido revelando
en un pueblo concreto, aunque todos los hombres de buena voluntad, fueran de la
nación que fueran, podían descubrir esas señales de Dios. Pero han llegado
tiempos nuevos y Jesús va a enviar a los que creen en El que vayan por todo el
mundo, a toda la creación, para anunciar la Buena Nueva.
Reunión a todos los que encontraron, malos y buenos. A nosotros nos
toca la convocatoria, la invitación; no nos toca juzgar quien es bueno o quien
es malo, porque la gracia de Dios llega para todos. Cada uno ha de acoger esa
gracia, responder a esa invitación del Señor.
En ese reino nuevo cabemos todos, con nuestros valores y cualidades, y
también con nuestras limitaciones y con la carga de lo que hayan podido ser los
errores de la vida. Solo es necesario ponerse ahora en disposición, que es ese
traje nuevo de fiesta que hemos de vestir.
Ahora todos hemos de estar en esa disponibilidad y apertura a esos
valores nuevos, es el traje de fiesta. Si entramos en el banquete, si queremos
participar en ese Reino nuevo que Jesús nos ha instaurado nuestros valores han
de ser distintos, porque han de ser los valores del Reino; no nos valen ya
pasividades; no nos valen negatividades ni negruras; no nos podemos dejar ganar
por la pasividad ni el desaliento; no podemos guardarnos para nosotros los
dones que Dios nos ha dado; no nos podemos hacer insensibles antes los
problemas de nuestro mundo ni las necesidades de los demás; no podemos
cruzarnos de brazos esperando que sean otros los que inicien la tarea. Si nos
dejáramos arrastrar por esas cosas claro que no valemos para el banquete del
Reino de Dios.
Aunque con limitaciones, porque somos muy humanos y muy débiles, pero
confiando siempre en la fuerza del Espíritu de Dios tenemos que empeñarnos en
construir ese mundo nuevo, hacer que la vida sea ese banquete de amor en el que
todos disfrutemos. Es nuestra tarea; es el compromiso de nuestra fe; es la
respuesta que damos a esa invitación generosa que nos hace el Señor.
Y eso además nos lleva a que salgamos a los caminos a hacer ese anuncio
y esa invitación a todos los que encontremos. El banquete no es para nosotros
solos ni para los que nos consideremos que estamos más cerca. Todos han de
escuchar esa invitación y de nosotros depende.
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