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sábado, 26 de marzo de 2016

Un gran silencio se cierne hoy sobre la tierra; un gran silencio y una gran soledad

Un gran silencio se cierne hoy sobre la tierra; un gran silencio y una gran soledad


Os ofrezco esta hermosa meditación que nos propone el Oficio de Lecturas para este día

De una antigua Homilía sobre el santo y grandioso Sábado
¿Qué es lo que pasa? Un gran silencio se cierne hoy sobre la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey está durmiendo; la tierra está temerosa y no se atreve a moverse, porque el Dios hecho hombre se ha dormido y ha despertado a los que dormían desde hace siglos. El Dios hecho hombre ha muerto y ha puesto en movimiento a la región de los muertos.
En primer lugar, va a buscar a nuestro primer padre, como a la oveja perdida. Quiere visitar a los que yacen sumergidos en las tinieblas y en las sombras de la muerte; Dios y su Hijo van a liberar de los dolores de la muerte a Adán, que está cautivo, y a Eva, que está cautiva con él.
El Señor hace su entrada donde están ellos, llevando en sus manos el arma victoriosa de la cruz. Al verlo, Adán, nuestro primer padre, golpeándose el pecho de estupor, exclama, dirigiéndose a todos: «Mi Señor está con todos vosotros.» Y responde Cristo a Adán: «Y con tu espíritu.» Y, tomándolo de la mano, lo levanta, diciéndole: «Despierta, tú que duermes, y levántate de entre los muertos y te iluminará Cristo.
Yo soy tu Dios, que por ti me hice hijo tuyo, por ti y por todos estos que habían de nacer de ti; digo, ahora, y ordeno a todos los que estaban en cadenas: "Salid", y a los que estaban en tinieblas: "Sed iluminados", y a los que estaban adormilados: “Levantaos."
Yo te lo mando: Despierta, tú que duermes; porque yo no te he creado para que estuvieras preso en la región de los muertos. Levántate de entre los muertos; yo soy la vida de los que han muerto. Levántate, obra de mis manos; levántate, mi efigie, tú que has sido creado a imagen mía. Levántate, salgamos de aquí; porque tú en mí y yo en ti somos una sola cosa.
Por ti, yo, tu Dios, me he hecho hijo tuyo; por ti, siendo Señor, asumí tu misma apariencia de esclavo; por ti, yo, que estoy por encima de los cielos, vine a la tierra, y aun bajo tierra; por ti, hombre, vine a ser como hombre sin fuerzas, abandonado entre los muertos; por ti, que fuiste expulsado del huerto paradisíaco, fui entregado a los judíos en un huerto y sepultado en un huerto.
Mira los salivazos de mi rostro, que recibí, por ti, para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré en tu rostro. Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado. Mira los azotes de mi espalda, que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis manos, fuertemente sujetas con clavos en el árbol de la cruz, por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente una de tus manos hacia el árbol prohibido.
Me dormí en la cruz, y la lanza penetró en mi costado, por ti, de cuyo costado salió Eva, mientras dormías allá en el paraíso. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te sacará del sueño de la muerte. Mi lanza ha reprimido la espada de fuego que se alzaba
contra ti.
Levántate, vayámonos de aquí. El enemigo te hizo salir del paraíso; yo, en cambio, te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celestial. Te prohibí comer del simbólico árbol de la vida; mas he aquí que yo, que soy la vida, estoy unido a ti. Puse a los ángeles a tu servicio, para que te guardaran; ahora hago que te adoren en calidad de Dios.
Tienes preparado un trono de querubines, están dispuestos los mensajeros, construido el tálamo, preparado el banquete, adornados los eternos tabernáculos y mansiones, a tu disposición el tesoro de todos los bienes, y preparado desde toda la eternidad el reino de los cielos.»

viernes, 25 de marzo de 2016

Contemplamos a Jesús nuestro Rey glorificado en la Cruz y nos llenamos de esperanza porque con el triunfo de Cristo podemos vivir el reino nuevo de Dios

Contemplamos a Jesús nuestro Rey glorificado en la Cruz y nos llenamos de esperanza porque con el triunfo de Cristo podemos vivir el reino nuevo de Dios

Is. 52, 13-53, 12; Sal.30; Hb. 4, 14-16; 5.7-9; Jn.18, 1-19, 42
Hoy es un día para la contemplación en silencio a la sombra de la cruz. Es tan sublime lo que contemplamos que casi no hay palabras con las que poder expresar lo que sentimos allá en lo más profundo de nuestro corazón.
Miramos a la cruz y aunque su desnudez nos pueda parecer terrible; aunque lo horroroso que nos pueda parecer lo que en ella la maldad del corazón humano es capaz de realizar nos pueda descentrar un poco, sin embargo en ella desde la muerte de Jesús podemos contemplar algo más que es bien hermoso. Allí está reflejada la grandeza del amor de un Dios que no solo se hizo hombre sino que en ella quiso ser traspasado para mostrarnos todo lo que es capaz de hacer el amor de Dios por el hombre. Ahí está la entrega más sublime, la que llega hasta el final, la que lo convierte en el amor más grande.
Para nosotros no es el triunfo de la muerte y el pecado aunque en ella se pueda ver reflejada la maldad del hombre de todos los siglos, sino que para nosotros se convierte en el signo del amor más sublime y de la victoria sobre el pecado y la muerte.
Aunque ante nuestros ojos desfilan las imágenes más horrendas en todo lo que significó el sacrificio de Cristo – reflejo de todas las maldades y crueldades de los hombres de todos los tiempos – hoy queremos contemplar ya la cruz vacía y desnuda, porque sabemos que quien en ella fue crucificado vive, y vive para siempre, porque tenemos la certeza y la seguridad de la resurrección. No separaremos la tarde que nos pueda parecer oscura y de muerte del viernes santo de la luminosidad de la mañana de la resurrección.
La muerte de Jesús fue una victoria, fue la victoria sobre el pecado y la muerte porque le contemplaremos resucitado para siempre. Nos podemos sentir aturdidos por nuestras maldades y pecados que tan bien vemos reflejados en la cruz de Jesús, pero nuestro corazón se llena de esperanza cuando contemplamos cuanto significa de verdad la muerte de Cristo. Con Cristo nuestro pecado ha sido redimido; con la muerte de Cristo entramos en el camino donde podremos vencer para siempre la maldad y la inhumanidad del hombre porque entramos en un reino nuevo el reino del amor.
Si nos fijamos en pasión de Jesús que nos narra Juan - que es la lectura que hacemos en este día del viernes santo – se va repitiendo una y otra vez que Jesús es Rey. Lo entenderán quizá de manera distinta todos aquellos que hacen mención al reinado de Cristo, pero es que estamos viendo el cumplimiento de lo que Jesús había anunciado desde el principio de su predicación. Llega el Reino de Dios y hay que creer en esa buena noticia; llega el reino de Dios y tenemos que convertir nuestros corazones a ese reino.
Quienes no quisieron creer en la palabra de Jesús y lo rechazaban seguirán entendiendo el reino solo a la manera de los reinos de este mundo; por eso será la acusación que presentan contra El y lo que les llevará hasta Pilatos para que lo condene a muerte porque es un rey que atenta contra los reinos de este mundo. Pilatos preguntará a Jesús si es Rey y ya conocemos la respuesta de Jesús porque es lo que siempre había explicado a sus discípulos. Su reino no es a la manera de los reinos de este mundo. Su reino es distinto porque quiere paz y amor del verdadero, porque quiere la verdadera justicia y se basa en la autentica verdad. Pero habrá quien siga desconfiando y haciendo sus interpretaciones; quizá muchas veces hasta nosotros los cristianos no hemos sabido entender bien estas palabras de Jesús y nos hemos llenado de demasiados oropeles y grandezas a la manera de las grandezas de este mundo.
Necesitamos convertirnos a El para entender de verdad que El es Rey y que hoy en la cruz estamos viendo su proclamación y coronación. El había anunciado que iba a ser glorificado cuando fuera levantado en lo alto y hoy estamos contemplando su glorificación y queremos creer en El. Hoy ante la cruz podemos confesar de verdad que Cristo es el verdadero Rey de este mundo, el verdadero Rey de nuestra vida.
Y teniendo a Jesucristo como nuestro Rey nuestra vida será en verdad distinta, encontraremos la verdadera paz, podremos entender y disfrutar del gozo del perdón, entraremos en verdaderos caminos de amor, de fraternidad, de solidaridad, nuestra vida y nuestro mundo comenzarán a ser distintos.
Todo esto que estamos meditando a los pies de la cruz de Jesús comencemos a realizarlo de verdad en nuestra vida; que con Cristo en la mañana luminosa de la resurrección nos sintamos resucitados, porque sintamos renovada nuestra vida, para ser los hombres nuevos que viviremos para siempre en el Reino de Dios.



jueves, 24 de marzo de 2016

Celebramos hoy la cena del amor, de la gran manifestación del amor por el que para siempre tendremos la presencia de Jesús que nos llena de vida

Celebramos hoy la cena del amor, de la gran manifestación del amor por el que para siempre tendremos la presencia de Jesús que nos llena de vida

Ex. 12, 1-8.11-14; Sal. 115; 1Cor. 11, 23-26; Jn.13, 1-15
Cuando tenemos que desprendernos de las personas que amamos bien porque vayamos a tener una larga ausencia o por cualquier otro motivo por el que tengamos que separarnos, tratamos de juntar todos los buenos recuerdos que tengamos de esa persona para llevarlos siempre consigo, o bien tratamos también de mostrarles muchas señales de nuestro amor y cariño y si pudiéramos hacer algo que le dejemos como un recuerdo permanente de nuestra presencia, para que sientan que si físicamente tenemos que alejarnos siempre con el corazón estamos a su lado.
La cena pascual de Jesús con sus discípulos tiene de alguna manera estas connotaciones; todo suena a despedida, porque algo grande va a suceder, pero Jesús quiere dejarles la certeza de que siempre estará con ellos. ‘Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo’, comienza diciéndonos el evangelista.
Los signos y señales se suceden unos tras otros en medio de la cena, en los gestos que realiza Jesús para mostrarnos su amor y lo que ha de ser también nuestro amor, y no serán solo sus palabras, sino que nos dejará el signo más grande de su presencia y de su amor en la Eucaristía que instituye en este día.
Es la cena del amor, de la gran manifestación del amor por el que para siempre tendremos su presencia que nos llena de vida. Todo nos habla de amor en este día. Todo son signos del amor.
Así comienza la cena en lo que era el signo de la hospitalidad que se realizaba siempre cuando alguien llegaba a nuestra casa. Pero es Jesús el que va a postrarse delante de sus discípulos para lavarles los pies. A los discípulos les va a costar entender aquel gesto de Jesús e incluso alguno no querrá que Jesús le lave los pies. Pero es una señal del Reino que tenemos que aprender y si no es así no entenderemos lo que es el Reino de Dios. ‘Si no te lavo los pies, no tendrás parte conmigo’ le dice Jesús a Pedro que se resiste.
‘Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien porque lo soy. Pues si yo el Maestro y el Señor os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies los unos a los otros. Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis’.
Nos recuerda lo que ya nos había dicho. ‘Todo lo que hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis’, nos decía en la alegoría del juicio final. Ahí, en el hermano, está Jesús. Ahí desde el amor podemos y tenemos que descubrir su presencia. Jesús estará siempre con nosotros. No nos deja solos. Tenemos que saber descubrir su presencia.
Pero algo más sucede en aquella cena. Un día había dicho que teníamos que comer su carne y beber su sangre para tener vida eterna. A los discípulos les había costado entender entonces las palabras de Jesús pero lo habían aceptado porque era la Palabra de Jesús. ‘Tu tienes palabras de vida eterna, ¿a quien vamos a acudir?’ se habían dicho entonces poniendo toda su fe en Jesús.
Ahora llega el momento en que aquello se hace realidad. ‘Esto es cuerpo que se entrega por vosotros’, les dice ahora después de tomar el pan y hacer la bendición. ‘Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía’, les dice pasándole la copa. Como nos recordaría san Pablo más tarde terminaría diciéndoles ‘por eso cada vez que comáis de este pan y bebáis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva’.
Proclamamos la muerte del Señor, bebemos del cáliz de la Nueva Alianza, nos alimentamos de su cuerpo y de su sangre para tener vida eterna, nos hacemos participes de la resurrección del Señor. El Señor estará para siempre con nosotros. Sigue alimentando nuestra vida, sigue iluminándonos su Palabra, seguimos sintiendo la fuerza de su Espíritu. El Señor viene continuamente a nuestra vida y vivimos su presencia cada vez que celebramos la Eucaristía, nos alimentamos de su vida, y su presencia será permanente en nuestros sagrarios.
‘Haced esto en conmemoración mía’, les dice a los apóstoles instituyendo en esta noche el sacerdocio de la Nueva Alianza. Podremos celebrar la Eucaristía, podremos sentir la gracia del Señor en todos y cada uno de los sacramentos porque Jesús nos hace participes de su sacerdocio y elige a quienes en su nombre ejerciten ese ministerio. Una prueba más del amor del Señor que nos asegura su presencia para siempre junto a nosotros. Por eso este día del amor y de la Eucaristía es también el día del Sacerdocio.
Es grande el misterio de amor que hoy celebramos y con el que iniciamos el triduo pascual para celebrar su entrega y su pasión, para alegrarnos de su resurrección, para poder comenzar a vivir en plenitud esa vida nueva que El quiere regalarnos en su amor.

miércoles, 23 de marzo de 2016

Jesús quiere venir a nuestra casa, que es nuestra vida y nuestro mundo, con sus luces y con sus sombras, para celebrar la pascua con nosotros

Jesús quiere venir a nuestra casa, que es nuestra vida y nuestro mundo, con sus luces y con sus sombras,  para celebrar la pascua con nosotros

Isaías 50,4-9ª; Sal 68; Mateo 26, 14-25

‘Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos’ es el recado que Jesús envía a quien en Jerusalén le va a facilitar un lugar para celebrar la pascua que tan especial iba a ser. Los discípulos, estando en Jerusalén y viendo que aun no se había decidido donde celebrar la pascua, le habían preguntado a Jesús ‘¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?’
Era algo  habitual en aquellos días en Jerusalén que se veía atestada de judíos que subían de todas partes para celebrar la Pascua. La hospitalidad judía brillaba en todo su esplendor y era normal que los habitantes de Jerusalén facilitaran a los parientes venidos de otros lugares un sitio para que pudieran preparar y celebrar la cena pascual. Es lo que sucede entonces con Jesús y sus discípulos que siguiendo las instrucciones muy precisas de Jesús encuentran la hospitalidad de aquel individuo del que no se nos da nombre para tenerlo todo preparado para la pascua.
Es el hecho que nos narra el evangelio en esta víspera de iniciar el triduo pascual con los detalles que se suceden antes y en el entorno de aquella cena de la que saldrá Judas a cumplir sus propósitos.  Pero no nos quedamos en contemplar lo que entonces sucedió sino cómo traer eso a nuestra propia vida en estos momentos precisos en que estamos por un lado siguiendo el ritmo de la liturgia y en las circunstancias concomitantes que vive nuestra sociedad.
Nos haremos la pregunta de los discípulos o escucharemos la solicitud de Jesús. Nos preguntaremos cómo vamos a celebrar esta pascua, mientras al mismo tiempo escuchamos que Jesús quiere venir a nuestra casa, a nuestra vida para hacer pascua en nosotros. Un día que también había sido día de salvación se había auto invitado a la casa de Zaqueo porque quería comer en su casa. Hoy quiere llegar a nosotros, a nuestra vida para que celebremos de manera autentica la pascua sintiendo ese paso salvador de Dios por nosotros.
¿Cómo estaremos dispuestos a prepararnos? ¿Cómo estaremos dispuestos nosotros a celebrar auténticamente la pascua para que no se quede en algo anecdótico o superficial como quizá muchas veces nos ha sucedido? Podemos recordar lo que un día les dijera a aquellos dos discípulos que se habían atrevido a pedirle los primeros puestos, uno a su derecha y otro a su izquierda. ‘¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?’
¿Podemos beber el mismo cáliz del Señor? ¿Seremos capaces de realizar esa pascua en nosotros? Aquella pascua judía suponía un sacrificio, el sacrificio del cordero pascual que luego había de ser compartido en la cena pascual. ¿Cuál es el sacrificio, la ofrenda que nosotros hemos de realizar?
Miremos nuestra vida y veamos esas cosas concretas a las que tenemos que morir. La Pascua tiene el primer paso del morir, del sacrificio, de la entrega. Ahí tenemos que poner nuestra vida con sus limitaciones, con sus debilidades, con las negruras que tantas veces nos aparecen en el corazón, con los sufrimientos y los problemas, con las angustias propias o con las angustias y sufrimientos de cuantos nos rodean, con las negruras de nuestro mundo y las desesperanzas de muchos, con tantas muertes inocentes en guerras o en atentados como se están viviendo en estos mismos días en nuestro mundo, o con tantas personas que caminan sin rumbo en la vida y llenos de sufrimientos en desplazamientos obligados, en rechazos insolidarios, en hambre, miseria y dolor de tantos que injustamente pierden su vida.
Ahí tenemos una lista muy grande de momentos de pasión, de sufrimiento, a los que tendríamos que ser capaces de dar vida. Porque la pascua no se queda en la muerte sino que ha de hacernos renacer a nueva vida. La pascua ha de realizar esa transformación para hacer un mundo nuevo. Y es ahí donde tenemos que poner nuestra pascua, es ahí y así como tenemos que celebrar la Pascua de Jesús en nosotros. Nos va a costar, no llegaremos a mucho quizá, pero tengamos la certeza de que el Señor va con nosotros y con su gracia podemos sentirnos transformados.
El Señor quiere celebrar la pascua en nuestra cada, en nuestra vida, en ese mundo concreto en que vivimos.

martes, 22 de marzo de 2016

Que la negrura de la noche de nuestro pecado se vea transformada en el resplandor de vida nueva que alcanzamos con la gracia del Señor

Que la negrura de la noche de nuestro pecado se vea transformada en el resplandor de vida nueva que alcanzamos con la gracia del Señor

Isaías 49, 1-6; Sal 70; Juan 13, 21-33. 36-38

Momentos realmente emotivos con anuncios dolorosos que desgarran el corazón, confidencias arrancadas desde el amor, promesas impulsivas desde un deseo grande de mantener la fidelidad y la lealtad hasta el final, anuncios de promesas rotas y de negaciones a pesar de los impulsos del amor, momentos decisivos que son inicio de una traición anunciada, cercanía de la hora de la glorificación aunque no todos terminen de entender, son las emociones que se van desgranando en este episodio del evangelio que en este martes santo se nos proclama en la cercanía ya del inicio de la pasión y de la pascua.
Son momentos, pensamientos, emociones, reflexiones que nos tenemos que hacer y que tenemos que vivir intensamente en esta semana en la que celebramos la pasión de Jesús. No podemos ser insensibles, no podemos quedarnos como espectadores, tenemos que sentir todo eso en lo más hondo del corazón, impregnándonos así de su amor y dejándonos inundar por su vida y por su gracia. Algo nuevo Cristo quiere ofrecernos para nuestra vida.
Ahí está nuestra vida con sus negruras, con tantas oscuridades que con nuestro pecado hemos metido en nuestro corazón. Cuando salió Judas del cenáculo nos dice el evangelista que era de noche. Era la noche que se había apoderado de su corazón. Es la noche en que nos vemos envueltos en nuestras infidelidades, en nuestro pecado, en la debilidad que nos hace tropezar tantas veces en la vida, en nuestras rutinas y nuestros cansancios que nos desgastan, que nos debilitan, que nos ponen en esa pendiente resbaladiza que nos lleva al pecado, a dar la espalda a los designios de Dios.
Queremos salir de la oscuridad a la luz, de la negrura de nuestro pecado al resplandor de la gracia, de la noche de nuestra muerte al día lleno de luz de la vida nueva en Cristo resucitado. Intentemos llenar nuestra vida de amor, impregnándonos de ese amor que contemplamos en Jesús, para que así como aquel discípulo amado logremos entrar en esa intimidad con el Señor. Recostémonos en su pecho como el discípulo amado para sentir el latir de amor del corazón de Cristo sobre nosotros y para sintonizar con cuanto El quiere manifestarnos.
Que como Pedro estemos dispuestos a todo por Jesús pero cuidado no nos llenemos de autosuficiencia para creer que por nosotros solos lo podremos lograr. Queremos, sí, darlo todo por Jesús, pero sabemos que lo podremos hacer si nos fiamos de su gracia, si nos fortalecemos en su amor, si entramos en esa sintonía de Dios cada día con nuestra oración.
Sigamos día a día queriendo vivir con intensidad esta semana de pasión para que sea verdadera pascua en nosotros y podemos alcanzar esa vida nueva porque con Cristo lleguemos a la resurrección.

lunes, 21 de marzo de 2016

Derramemos a los pies de Jesús el perfume de nuestro amor que se verá enriquecido y engrandecido al dejarnos impregnar al mismo tiempo por su amor y su misericordia

Derramemos a los pies de Jesús el perfume de nuestro amor que se verá enriquecido y engrandecido al dejarnos impregnar al mismo tiempo por su amor y su misericordia

Isaías 42, 1-7; Sal 26; Juan 12,1-11

Por allí anda Judas preocupado por lo que considera un gasto superfluo en aquel perfume tan caro cuyo importe se podría haber empleado en otras cosas – aunque el evangelista nos previene de las negruras que se han metido en su corazón -; por otro lado está la curiosidad de tantos judíos que habían venido porque a Jesús se le ofrecía una cena en Betania aunque vinieran mas por la curiosidad de ver a Lázaro a quien Jesús había resucitado; está también aquella querida familia de Betania que ofrece aquel banquete en reconocimiento quizá por las maravillas que Dios había obrado en ellos a través de Jesús; y tomando un protagonismo especial María que ofrece a Jesús en aquel gesto de hospitalidad tan habitual de ofrecer agua y perfume al huésped que llegaba hasta un hogar pero con ese perfume de nardo, auténtico y costoso, con el que le unge los pies a Jesús enjugándoselos con su cabellera.
Un paralelismo encontramos con aquel hecho que nos narra otro evangelista de la mujer pecadora que en casa del fariseo se introduce también hasta los pies para lavárselos con sus lagrimas, perfumarlos también con un caro ungüento y enjugárselos igualmente con sus cabellos como señal del profundo amor que cubriría sus muchos pecados para merecer el perdón de Jesús.
Es el amor el que ahora lleva a Maria a derramar el caro perfume también en los pies de Jesús, anuncio del ungüento para su sepultura que más tarde no podrían realizar debidamente. Es lo que Jesús nos hace descubrir en el gesto de María de Betania y es lo que ahora nosotros nos puede ayudar en este momento de nuestra vida espiritual en medio de las celebraciones que nos ayudan a celebrar y vivir la Pascua del Señor.
¿Qué buscamos o con qué espíritu nos disponemos a vivir estos días de celebración especial? ¿Cuál va a ser el perfume del que vamos a impregnarnos en la celebración de los Misterios pascuales que vivimos?
De nosotros hemos desterrar, por supuesto, intereses torcidos, pues con corazón limpio tenemos que acercarnos al Señor en la celebración de sus misterios. No es la simple curiosidad o simplemente dejarnos enternecer por la emoción que puede provocar en nosotros la contemplación de las imágenes de la pasión. Muchos colocados como espectadores que contemplaran un desfile es todo lo más que hacen ante la pasión de Jesús en lo cruento y duro de las imágenes que nos reflejan el dolor de un hombre que sufre tan crueles tormentos. Es algo más que una emoción pasajera que se evapora como una lágrima al sol lo que se tiene que provocar en nosotros y mover nuestro corazón.
Tenemos que contemplar lo que es la raíz más honda, el motivo más profundo de lo que fue la pasión de Jesús. Es el amor que lleva hasta la más profunda entrega, hasta la entrega total de la vida y de la forma más ignominiosa, pero que es la señal del más grande amor. Y ese amor lo vemos derramado sobre nosotros para ungir nuestra vida con el más precioso perfume  que es el de la gracia que va a limpiar nuestro corazón pecador, pero que aun así quiere poner amor. Como aquella otra mujer que lavó los pies de Jesús limpiando sus muchos pecados al dejarse inundar por tan grande amor.
Derramemos a los pies de Jesús el perfume de nuestro amor que se verá enriquecido y engrandecido cuando al mismo tiempo nos dejemos impregnar por su amor y su misericordia en el sacramento del perdón.

domingo, 20 de marzo de 2016

Proclamando hoy que viene como rey por su misericordia nos adelantamos a las aclamaciones de la noche de la Pascua al contemplar entonces la victoria de su resurrección

Proclamando hoy que viene como rey por su misericordia nos adelantamos a las aclamaciones de la noche de la Pascua al contemplar entonces la victoria de su resurrección

Lucas, 19, 28-40; Isaías 50, 4-7; Sal 21; Filipenses 2, 6-11; Lucas 22, 14 - 23, 56
‘¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor!’ Eran las aclamaciones de la masa de los discípulos cuando bajaba del monte los olivos acercándose a la ciudad, entusiasmados por los todos los milagros que le habían visto hacer. Y alababan al Señor con estas aclamaciones, ‘paz en el cielo y gloria en lo alto’.
Son las aclamaciones que nosotros también queremos hacer en este domingo que llamamos de los ramos, porque rememoramos aquella entrada en Jerusalén y también con ramos y palmos en nuestras manos queremos aclamar al Señor. ‘¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor!’ son también nuestras aclamaciones.
¿Cómo lo podemos ver entrar en la ciudad santa como rey si simple y llanamente va a lomos de un borrico que había pedido prestado en la cercana aldea de Betfagé? No son los poderosos los que le aclaman ni va rodeado de ejércitos triunfadores, como era la entrada en la ciudad de Roma de las legiones victoriosas con su caudillo al frente. Pero en verdad le podemos proclamar como rey porque en la forma de manifestarse nos está mostrando lo que ya nos había enseñado que era el estilo de su reino.
No será a la manera de los poderosos de este mundo, les había dicho a los discípulos y hoy mismo volveremos a escucharlo en los prolegómenos de la cena pascual. ‘Los reyes de las naciones los dominan, y los que ejercer autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el primero sea entre vosotros como el menor, y el que gobierne, como el que sirve’.
Hoy le vamos a contemplar en la mayor muestra del servicio y del hacerse en verdad el último de todos. Precisamente a san Pablo le vamos a oír decir que ‘Cristo a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos y, actuando como un hombre cualquiera se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz’. Deberíamos de tomar nota muy bien de estas palabras. ‘Pasando por uno de tantos… actuando como un hombre cualquiera…’ quien era Dios, quien es el Señor, a quien proclamamos como nuestro Rey y Señor. Cuánto nos enseña para nuestro actuar cuando siempre queremos sobresalir y resaltar.
A este domingo lo llamamos de Ramos, pero lo llamamos también de la Pasión del Señor. Es que comenzamos la verdadera semana de la pasión cuando nos disponemos a celebrar todo el misterio pascual de Cristo, en su pasión, muerte y resurrección. Por eso la liturgia nos propone en este día la proclamación de la pasión y en este año y ciclo es la pasión según el evangelista san Lucas. Bueno es que a nivel personal durante el día nos detengamos de una forma personal a leerla con detenimiento además de la proclamación que escuchemos en la liturgia. Solo de una lectura de corrido no podemos extraerle todo el mensaje que nos ofrece la Palabra del Señor.
Podemos fijarnos en muchos aspectos, porque además cada evangelista nos destaca especiales cosas según sus propias características. En lo que puede ser esta breve reflexión no podemos entrar en todo detalle pero podríamos destacar algunas cosas que nos puedan ayudar y lo haremos también en concomitancia con este año de la misericordia que estamos celebrando.
Todo el relato de la pasión y muerte de Jesús hemos de reconocer que es una muestra de lo que es la misericordia de Dios que así nos entregó a su Hijo para que tuviéramos vida y vida en abundancia derrochando sobre nosotros su amor y su misericordia. Todo es una llamada al amor, a sentir cómo Dios siempre está esperando nuestra respuesta de arrepentimiento pero El se adelanta a nosotros para ofrecernos su perdón, su amor, su misericordia.
A Judas en el momento de la entrega lo llama ‘amigo’; palabra hermosa que tendría que hacernos revolver el corazón el sentirnos así llamados cuando con nuestro pecado estamos culminando nuestra traición.
Se adelanta Jesús a atajar la violencia que surge con sus espadas en los discípulos a la hora del prendimiento, pero acercándose además al que está herido para tener tiempo aun en ese momento para curar la oreja herida. ¿En medio de la violencia que de tantas formas nos rodea seremos capaces de detenernos para tener un gesto de paz?
¿Qué decir de la mirada de Jesús a Pedro tras su triple negación? Es la mirada del amor, no es la mirada del reproche como podríamos pensar, es la mirada que llama y nos recuerda que seguimos siendo amados y se seguirá contando con nosotros a pesar de nuestras debilidades como le confirmaría más tarde a Pedro cuando le seguirá confiando apacentar el rebaño a él confiado.
Haciendo algún salto en el relato para no extendernos excesivamente fijémonos cómo se detiene junto a las mujeres que lloran a la vera del camino. Un gesto de gratitud pero una muestra del amor; una atención a unos corazones doloridos en aquel momento por la tragedia que contemplan pero una reflexión para que consideremos de verdad cual es la tremenda tragedia que nosotros sufrimos pero invitándonos al arrepentimiento y a la conversión porque para nosotros se manifestará siempre el amor y la misericordia hecha perdón.
‘Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen’ será el primer grito de Jesús en la cruz. Grito implorando la misericordia, grito ofreciendo el perdón, grito de intercesión que hasta se convierte en disculpa ¿no nos moverá a nosotros a reconsiderar nuestra vida, nuestro pecado para contemplar lo que es la misericordia del perdón que se nos ofrece?
Es la seguridad que ofrece al que se siente arrepentido. ‘Te lo aseguro: hoy mismo estarás conmigo en el paraíso’, que le dice al ladrón arrepentido que junto a El está crucificado. ¿Hay mayor seguridad que se nos pueda ofrecer de lo que es la misericordia de Dios si reconocemos nuestro pecado y a El acudimos arrepentidos y llenos de amor?
Sí, es el Señor. En verdad lo podemos y tenemos que proclamar Rey de nuestra vida. Nos ha rescatado con su sangre, ha dado por nosotros la vida, nos ofrece el perdón y la gracia de una nueva vida, nos está manifestando lo que es el amor misericordioso de Dios. Claro que lo proclamamos como el que viene como rey en nombre del Señor. Nuestros cantos y aclamaciones en el domingo de Ramos son un adelanto de las aclamaciones que haremos en la noche de Pascua cuando en verdad contemplemos su victoria en la resurrección.