Todo siempre para la mayor gloria de Dios viviendo con la mayor seriedad y responsabilidad la vida y con la certeza de que quien tiene a Dios consigo, siempre estará lleno de su paz
2Corintios 12, 1-10; Sal 33; Mateo 6, 24-34
Las luchas de la vida de cada día muchas veces nos hacen perder la serenidad y la paz. Convertimos el vivir en una lucha o en una carrera loca; queremos más, queremos tenerlo todo, queremos llegar a todas partes, llenamos el corazón de ambiciones y nuestra mente de sueños locos y cuando no podemos conseguir todo lo que anhelamos nos agobiamos, perdemos la serenidad, perdemos la paz.
No es que no debamos tener ambiciones ni permitir que nuestra mente se llene de sueños. Esos sueños nos pueden hacer crecer, pero también nos pueden hacer caer en un abismo; ambicionamos algo mejor para nuestra vida, para nuestros seres queridos, para ese mundo que estamos construyendo, pero hemos de tener los pies en el suelo y ser conscientes de que quizá a no todo podemos llegar, no todo lo podemos conseguir; no es que tengamos que ser derrotistas – eso nunca, porque nunca se ha de perder la ilusión y la esperanza – pero hemos de ser conscientes que no todo siempre depende de nosotros y hemos de saber encontrar los mejores apoyos.
Dios nos ha puesto en este mundo y quiere que con esos valores y cualidades de las que nos ha dotado lo vayamos construyendo a mejor. Pero es una tarea que hemos de realizar sin agobio; no todo depende de nuestras manos, porque hemos de saber contar con los brazos de los demás, pero sobre todo hemos de saber poner nuestra confianza en el Señor.
Algunas veces en nuestro agobio terminamos por preocuparnos de aquellas cosas que no son esenciales, pero esto tenemos que saber buscar lo que es más importante, hacernos una verdadera escala de valores para saber descubrir dónde está lo principal. Así no andaremos con agobios en la vida, así no perderemos el norte, así aunque tengamos que luchar no nos faltará la paz en el corazón.
En el pequeño párrafo que nos ofrece hoy el evangelio hasta en cinco ocasiones se nos habla del agobio del que tenemos que liberarnos. ‘No andéis agobiados… no estéis agobiados…’ nos repite Jesús. Nos previene Jesús del agobio por la vida misma, del agobio por el alimento o por el vestido, nos habla finalmente del agobio del mañana.
‘¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido?’ y nos habla de los pajarillos del cielo o de las flores del campo. ‘¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?’ ¿En manos de quién está nuestra vida y lo que nosotros somos? ‘No andéis agobiados, pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso’.
Por eso nos dejará como una sentencia muy importante en lo que ha de ser la planificación de nuestra vida. ‘Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura’. Vivamos el día de hoy, vivamos nuestro propio presente. Y que en verdad Dios sea el centro de nuestra vida. Es la confianza absoluta que tenemos en Dios porque es nuestro Padre y nos ama. Entonces en cada momento, en aquello que es nuestra tarea de cada día sintamos esa presencia de Dios, sintamos y vivamos esa gloria de Dios que en todo lo que hacemos siempre hemos de buscar.
Todo siempre para la mayor gloria de Dios. Lo que nos hará vivir con
mayor seriedad y responsabilidad nuestra vida. No podemos perder el tiempo, que
es una grave responsabilidad que tenemos en nuestras manos, pero eso no
significa que hayamos de vivir con agobio. Que no nos falte la paz: quien tiene
a Dios consigo siempre estará lleno de su paz.