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sábado, 19 de junio de 2021

Todo siempre para la mayor gloria de Dios viviendo con la mayor seriedad y responsabilidad la vida y con la certeza de que quien tiene a Dios consigo, siempre estará lleno de su paz

 


Todo siempre para la mayor gloria de Dios viviendo con la mayor seriedad y responsabilidad la vida y con la certeza de que quien tiene a Dios consigo, siempre estará lleno de su paz

2Corintios 12, 1-10; Sal 33; Mateo 6, 24-34

Las luchas de la vida de cada día muchas veces nos hacen perder la serenidad y la paz. Convertimos el vivir en una lucha o en una carrera loca; queremos más, queremos tenerlo todo, queremos llegar a todas partes, llenamos el corazón de ambiciones y nuestra mente de sueños locos y cuando no podemos conseguir todo lo que anhelamos nos agobiamos, perdemos la serenidad, perdemos la paz.

No es que no debamos tener ambiciones ni permitir que nuestra mente se llene de sueños. Esos sueños nos pueden hacer crecer, pero también nos pueden hacer caer en un abismo; ambicionamos algo mejor para nuestra vida, para nuestros seres queridos, para ese mundo que estamos construyendo, pero hemos de tener los pies en el suelo y ser conscientes de que quizá a no todo podemos llegar, no todo lo podemos conseguir; no es que tengamos que ser derrotistas – eso nunca, porque nunca se ha de perder la ilusión y la esperanza – pero hemos de ser conscientes que no todo siempre depende de nosotros y hemos de saber encontrar los mejores apoyos.

Dios nos ha puesto en este mundo y quiere que con esos valores y cualidades de las que nos ha dotado lo vayamos construyendo a mejor. Pero es una tarea que hemos de realizar sin agobio; no todo depende de nuestras manos, porque hemos de saber contar con los brazos de los demás, pero sobre todo hemos de saber poner nuestra confianza en el Señor.

Algunas veces en nuestro agobio terminamos por preocuparnos de aquellas cosas que no son esenciales, pero esto tenemos que saber buscar lo que es más importante, hacernos una verdadera escala de valores para saber descubrir dónde está lo principal. Así no andaremos con agobios en la vida, así no perderemos el norte, así aunque tengamos que luchar no nos faltará la paz en el corazón.

En el pequeño párrafo que nos ofrece hoy el evangelio hasta en cinco ocasiones se nos habla del agobio del que tenemos que liberarnos. ‘No andéis agobiados… no estéis agobiados…’ nos repite Jesús. Nos previene Jesús del agobio por la vida misma, del agobio por el alimento o por el vestido, nos habla finalmente del agobio del mañana.

‘¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido?’ y nos habla de los pajarillos del cielo o de las flores del campo. ‘¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?’ ¿En manos de quién está nuestra vida y lo que nosotros somos? ‘No andéis agobiados, pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso’.

Por eso nos dejará como una sentencia muy importante en lo que ha de ser la planificación de nuestra vida. ‘Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura’. Vivamos el día de hoy, vivamos nuestro propio presente. Y que en verdad Dios sea el centro de nuestra vida. Es la confianza absoluta que tenemos en Dios porque es nuestro Padre y nos ama. Entonces en cada momento, en aquello que es nuestra tarea de cada día sintamos esa presencia de Dios, sintamos y vivamos esa gloria de Dios que en todo lo que hacemos siempre hemos de buscar.

Todo siempre para la mayor gloria de Dios. Lo que nos hará vivir con mayor seriedad y responsabilidad nuestra vida. No podemos perder el tiempo, que es una grave responsabilidad que tenemos en nuestras manos, pero eso no significa que hayamos de vivir con agobio. Que no nos falte la paz: quien tiene a Dios consigo siempre estará lleno de su paz.

 

viernes, 18 de junio de 2021

Cuántas oscuridades llegamos a disipar para que haya verdadera luz en mi vida si no atesoramos tesoros que llenarían de oscuridad el corazón

 


Cuántas oscuridades llegamos a disipar para que haya verdadera luz en mi vida si no atesoramos tesoros que llenarían de oscuridad el corazón

2Corintios 11,18.21b-30; Sal 33;  Mateo 6,19-23

‘Si, pues, la luz que hay en ti está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!’ Una sentencia de Jesús de gran sabiduría con la que termina el pasaje del evangelio de hoy. Puede parecer algo contradictorio, ¿cómo puede la luz estar oscura? Si se entenebrece nuestra mirada que tendría que ser luz, si se entenebrece nuestro corazón, ¡cuánta será la oscuridad!

‘Lámpara del cuerpo es el ojo’, nos ha dicho antes Jesús pero nuestros ojos se pueden enturbiar según lo que llevemos dentro de nosotros. Son las cegueras del alma, las cegueras del espíritu. Nuestros ojos físicos pueden estar sanos o puede que hayan aparecido las limitaciones que nos pueden provocar cegueras, y aunque es importante que nuestros ojos tengan luz, que podamos ver claramente con nuestros ojos, hay otra visión que nace del interior de nosotros que se puede perturbar, que se puede oscurecer.

Son muchos los filtros oscuros que ponemos en nuestro corazón.  Cómo nos cegamos cuando el orgullo se mete dentro de nosotros porque hemos recibido un mal gesto de los demás y cómo ya no veremos a esa persona de la misma manera; cómo nos dejamos influir por un comentario malicioso que nos hayan hecho de alguien y ya le tendremos inquina a esa persona de la que yo no pensamos bien y a la que ya no podremos tragar. La lista de situaciones en ese sentido en que nos llenamos de oscuridad sería grande.

Pero en el texto del evangelio de hoy Jesús nos ha estado hablado de los tesoros que metemos en el corazón, o a los que apegamos el corazón y que también llenarían de oscuridad nuestra vida. Es la codicia de las riquezas, de los afanes de grandezas y de poder, es la avaricia de querer acumular por acumular, son tantos apegos a lo material, a lo económico, a la riqueza, es la vanidad y los deseos de ostentación que aparecen tantas veces en nuestro corazón. Son esas oscuridades de las que nos quiere hoy hablar Jesús, esos tesoros a los que se nos apega el corazón.

Somos conscientes de cómo por ese afán de poseer, esa avaricia o esa codicia del dinero o de la posesión de riquezas nos puede llevar a obcecarnos tanto que ya no nos importe la vida de nadie. Y no es solo el ladrón que puntualmente llega y nos arrebata una posesión nuestra, sino que sabemos cuantas operaciones, cuantas planificaciones se realizan para justificar en unas ganancias lo que es arrebatarle a los demás aquello a lo que tienen derecho. Oscuridades de la vida, oscuridades del alma que nos ciegan.

Jesús claramente nos lo dice. ‘No atesoréis para vosotros tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban. Atesorad tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los roen, ni ladrones que abran boquetes y roban. Porque donde está tu tesoro allí estará tu corazón’.

Es otro el desprendimiento con que hemos de vivir en la vida; es otra la generosidad que tiene que haber en nuestro corazón; es un sentido nuevo que he de darle a la posesión de esos bienes materiales que honradamente con mi trabajo me he ganado para mi sustento y el de los míos, para lograr vivir con mayor dignidad lejos de la penuria de la pobreza y de la miseria; pero es también la responsabilidad con que he desarrollar mis talentos (y aquí entrarían también esos bienes materiales que poseemos) que son también una riqueza para la vida de los demás.

Lo que Dios ha puesto en tus manos cuando te ha dotado de unos valores no es solo para ti mismo, sino también está en función del desarrollo de nuestro mundo. Ni me encierro en mí mismo ni me encierro en la posesión de mis cosas, sino que he de tener una apertura nueva en mi corazón para beneficiar también a cuantos me rodean. Entonces habrás disipado muchas oscuridades para que haya verdadera luz en tu vida.

jueves, 17 de junio de 2021

En nuestra oración comencemos por disfrutar de la presencia y del amor del Padre y surgirán los más hermosos efluvios de amor de nuestro corazón

 


En nuestra oración comencemos por disfrutar de la presencia y del amor del Padre y surgirán los más hermosos efluvios de amor de nuestro corazón

2Corintios 11,1-11; Sal 110; Mateo 6,7-15

¿Necesitan muchas palabras los padres y los hijos para comunicarse? Ya tenemos la experiencia de que cuando le íbamos a contar a nuestra madre o a nuestro padre algo que nos había sucedido o algo que nos preocupara nos vimos sorprendidos con su comentario, ‘yo ya lo sabía’. Nuestra presencia lo indica todo, nuestra presencia manifestará el respeto y el amor que por ellos sentimos. Por eso disfrutamos los hijos cuando estamos con los padres, aunque la conversación no tenga muchas palabras, pero el estar nos llena el corazón de amor como les está manifestando también nuestro amor.

No es que no sean necesarias las palabras, que también tenemos que hablar, que contar, que expresar con palabras lo que sentimos como también lo que disfrutamos con ellos, o nuestra confianza para contar nuestras cuitas, nuestras historias, nuestras preocupaciones. Ya sabemos cómo muchas veces se quejan los padres de que los hijos no los visitan, porque lo que necesitan esa presencia del hijo, como el hijo necesita de la presencia del padre, ha de saber disfrutar de la presencia del padre.

Así, nuestra oración. Ya hoy Jesús cuando nos va a hablar de cómo tiene que ser nuestra oración comenzará diciéndonos que no son necesarias muchas palabras, porque ya nuestro Padre Dios sabe lo que llevamos en el corazón. Pero sin embargo Jesús nos enseñará cómo tenemos que hablarle. Pero partiendo de ese disfrute del amor del Padre que nos quiere. Es como tenemos que empezar saboreando y disfrutando de esa primera palabra que vamos a pronuncia. ‘Abba’, padre, como el niño que balbucea esa palabra aunque no sepa hablar ni decirla claramente pero que se siente seguro en los brazos de su padre y es solo eso lo que le dice. Todo arranca de ahí.

Y todo lo demás que decimos no es sino una expresión del amor que nosotros tenemos, de la confianza que sentimos en nuestro corazón cuando así nos sentimos amados. Es irle diciendo con distintas expresiones que nosotros le amamos y porque le amamos nos sentimos a gusto, disfrutamos de su presencia y disfrutamos haciendo lo que es su voluntad. Porque le amamos y nos sentimos a gusto en su presencia todo lo ponemos en sus manos para reconocer al mismo tiempo cuanto de El recibimos. Nos sentimos con el gozo de la confianza de saber que es un Padre bueno que no nos abandona y así ese amor se convierte en nuestra fuerza para hacer su voluntad, para vivir en ese mismo amor con los demás, para alejar de nuestra vida todo mal.

Creo que todo esto que estamos considerando, rumiando en su presencia tiene que motivarnos más y más para que disfrutemos de esa presencia de Dios en nuestra oración. Si así lo hacemos seguro que saldremos transformados, fortalecidos, llenos de un amor y de una esperanza nuevas. Es importante la predisposición que tengamos cuando vayamos a la oración. No es decir ahora toca rezar y así ya sin más comenzamos a recitar nuestras oraciones. Podremos estar recitando la misma oración que Jesús nos enseñó y nuestro corazón pueda estar lejos de Dios.

Tenemos que cambiar nuestro estilo, nuestra manera de hacer nuestra oración donde pareciera que no pensamos en lo que estamos haciendo. Comencemos siempre apreciando y sintiendo la presencia del Señor, hacemos acto de conciencia de sentirnos en la presencia de Dios. Solemos decir un acto de fe en su presencia y en su amor. Hemos de cuidar siempre nuestro comienzo de la oración para que no se convierta en una rutina, para que en verdad disfrutemos de ese amor de Dios que transforma nuestro corazón.

Ojalá lleguemos de verdad a aprender a hacerlo y lo pongamos por obra. Luego irá surgiendo todo ese efluvio de amor desde nuestro corazón y nos gozaremos en el Señor.

miércoles, 16 de junio de 2021

Cada uno dé como le dicte su corazón: no a disgusto ni a la fuerza, poniendo todo nuestro corazón, pues Dios ama “al que da con alegría”

 


Cada uno dé como le dicte su corazón: no a disgusto ni a la fuerza, poniendo todo nuestro corazón, pues Dios ama “al que da con alegría”

2Corintios 9,6-11; Sal 111; Mateo 6,1-6.16-18

Fácilmente cuando vamos haciendo turismo, por decirlo de una manera fácil, nos encontraremos en ciertos lugares, en monumentos, o en obras de cierta relevancia que a su pie ha quedado constancia para la historia en unas placas colocadas con cierto interés, de quién es el personaje que contemplamos, o quién promovió determinadas obras que pudieran ser un beneficio para la comunidad. Hay placas que nos valen para la historia y para el recuerdo, pero reconocemos que también las hay para la vanidad y para la vanagloria.

¿Por qué hacemos lo que hacemos? aquí es donde tendríamos que ponernos a pensar si aquello que hacemos lo hacemos con corazón, con alegría en el corazón por la satisfacción del deber cumplido, por el gozo y la alegría con que nos damos por los demás, por esa generosidad que nos llevaría incluso a olvidarnos de nosotros mismos por el bien que hacemos y que beneficia a los demás. Si lo hacemos así, lejos de nosotros estará esa vanidad y esa vanagloria y estaremos dando muestras de la riqueza de nuestro amor y de nuestra generosidad.

Pero todos podemos tener la tentación de buscar ese regustín en lo que hacemos y de intentar subir algún peldaño en ese pedestal de reconocimientos. ¿Qué nos sucede por dentro cuando vemos que aquello en lo que nosotros nos entregamos con tanto ahínco, ahora vemos que se atribuye a otros y parece que la gloria se la llevan ellos? A punto estamos de dar el grito, de pedir el reconocimiento. Es de justicia, nos atrevemos a pensar en que se nos reconozca aquello que hicimos.

¿Qué nos dice hoy Jesús en el evangelio? ‘Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial…’ Y nos hablará de tres cosas muy concretas como son la limosna, la oración y el ayuno. Eran como tres prácticas en el orden religioso, como siguen siéndolo hoy, pero de las que hacen gala con mucho empeño los fariseos y los principales grupos religiosos en Israel. Ni tocar campanillas delante de nosotros por donde hemos de pasar dando limosna para ayudar a los demás, ni la vanidad de ponernos en lugares destacados en pie delante de todos para hacer ostentación de nuestra oración, ni caras de plañideras ni de luto por el hecho de que nos sacrifiquemos haciendo un ayuno que habría de tener un sentido purificatorio. Otro tiene que ser el estilo y la manera de hacer que le dé autenticidad a cuanto hagamos.

Claro que aquí podemos englobar muchas cosas, muchos aspectos de nuestra vida de cada día, de esa generosidad de nuestro corazón para compartir o para hacer por los demás; que también podemos tener la tentación de llenar nuestros estantes y vitrinas con placas de reconocimientos dejando traslucir esa vanidad con la que podemos llenar nuestra vida; recuerdos, nos decimos para auto justificarnos; pero la huella que nosotros hemos de dejar en ese campo en el que estamos trabajando es todo ese surco que hemos abierto con nuestro trabajo para dejar sembrada una buena semilla.

Lo importante no es quién haya hecho el surco, sino la planta nueva que brotará de ese semilla que hemos sembrado que hará que todos nos amemos un poquito más, que hayamos logrado una mejor armonía entre todos y un mundo más lleno de paz. De nada nos vale que dejemos una placa para la historia si realmente no han mejorado las relaciones, por ejemplo, entre unos y otros.

Esa es la gloria que hemos de buscar que es la gloria del Señor, no nuestras glorias o nuestras recompensas terrenas que al final se nos quedarán en algo vacío y sin sentido. Muchas actitudes y muchas maneras de hacer las cosas tendríamos que revisar.

 

martes, 15 de junio de 2021

Seamos capaces de entrar en la órbita del amor que incluye también a los enemigos y rezar por los que hacen el mal, aunque no nos entienda el mundo que nos rodea

 


Seamos capaces de entrar en la órbita del amor que incluye también a los enemigos y rezar por los que hacen el mal, aunque no nos entienda el mundo que nos rodea

2Corintios 8,1-9; Sal 145; Mateo 5,43-48

‘Hacer lo políticamente correcto’, es una expresión que oímos con frecuencia hoy y que se convierte en algo así como norma de comportamiento para tenernos contentos a todos. Los políticos han de hacer lo que se considera políticamente correcto para no salirse del grupo dominante dentro de su formación y aunque quizá en conciencia se considere que las cosas se deben hacer de otra manera, hay que contentar al que está en el poder porque si no hago lo políticamente correcto según consideren esos dirigentes me puede ir mal en mi carrera política. Pero eso tiene sus influencias en los comportamientos en la vida social y por ese sentido hacemos lo que la mayoría quiere aunque consideremos que las cosas son de otra manera o hay que actuar de otra forma.

Y esto es algo que se va contagiando en nuestra sociedad y en nuestro mundo y pudiera llegar a afectar a nuestra forma de vivir nuestra fe y nuestro sentido cristiano de la vida. Quizás muchas veces no damos la cara desde los principios y los valores del evangelio, porque en el ambiente que vivimos en nuestro entorno son otras las formas de entender las cosas. Y claro la moralidad de unos actos no se marca por unos votos porque la mayoría piense que hay que hacer lo contrario.

Tenemos unos valores, tenemos unos principios que nos ha dejado el evangelio y que quienes creemos en Jesús hemos de tomar como norma, estilo y sentido de nuestro actuar y muchas veces vamos a chocar con lo que se piensa alrededor, con la manera de actuar de la mayoría de los que están a nuestro lado. Y ¿qué hacemos? ¿Lo que políticamente es correcto porque lo que pretendemos es contentar o agradar a la mayoría?

Las palabras que escuchamos hoy en el evangelio son de esas cosas que nos dice Jesús que chocan frontalmente con lo que se vive en torno nuestro. Hoy Jesús nos pide no solo perdonar a los enemigos sino además rezar por ellos, rezar por los que hacen el mal o por los que nos hayan dañado. ¿En qué cabeza cabe esto?, pensarán algunos. ¿Cómo voy a rezar incluso por el que es mi enemigo, o por el que ha cometido tan tremendo crimen, o por quien me haya podido hacer mal? Y nos ensañamos en la condena, y no veas todas las cosas que somos capaces de decir y hasta lo que estaríamos dispuestos a hacer.

Por eso, recordar estas cosas que nos enseña Jesús en el evangelio entraría dentro de lo que políticamente no es correcto; y quizás no tenemos la valentía de decirlo, de predicarlo, porque claro el ambiente que vivimos algunas veces está tan enrarecido que eso va a provocar la ira de tantos en contra nuestra. Un poco de todo eso está pasando en estos momentos, y cuando alguien levanta la voz para proclamar claramente el evangelio es rechazado y hasta condenado. No se entienden estas palabras del evangelio, no se entiende lo de la misericordia y el perdón, y todos tenemos la tendencia a dejarnos resbalar por esa pendiente de la condena, de la revancha, de la venganza. Y en esa tentación podemos caer los cristianos.

No olvidemos que los cristianos tenemos que remar en la vida muchas veces a contracorriente. No es fácil. No es fácil que nos entiendan y nos pueden hacer la vida imposible. Pero ya Jesús nos previno y nos prometió la fuerza de su Espíritu para poder vivir el evangelio y para proclamarlo delante del mundo.

Es un mandamiento radical el que Jesús nos deja cuando nos manda amar y amar también a nuestros enemigos. Está en juego lo que significa el seguimiento de Jesús. Está en juego lo que significa la construcción del Reino de Dios. ‘Amor al prójimo que incluye al que te fastidia, al que te odia o te amenaza. Un amor valiente, que reclama y lucha por la justicia como esqueleto de convivencia y relación. Pero un amor que supera esa normativa para promover la misericordia y la compasión. Orar por vuestros enemigos, devolved bien por mal, amad, reconoced al otro como hijo de Dios, sed compasivos con el que te perjudica, perdonad hasta setenta veces siete’.

¿Seremos capaces de entrar de verdad en esa órbita del amor aunque tengamos que ponernos enfrente del mundo que nos rodea que no llega a entenderlo?

lunes, 14 de junio de 2021

Transformemos la espiral de la violencia en una espiral de amor y de perdón y lograremos un mundo de armonía y de paz donde todos nos sentiremos más felices

 


Transformemos la espiral de la violencia en una espiral de amor y de perdón y lograremos un mundo de armonía y de paz donde todos nos sentiremos más felices

2Corintios 6, 1-10; Sal 97; Mateo 5, 38-42

Transformemos la espiral de la violencia en una espiral de amor y de perdón. No es fácil, pero no es imposible. Desterremos el orgullo y el amor propio. Que malos consejeros son, cómo nos incitan a una respuesta cada vez más fuerte. No nos queremos quedar por vencidos cuando entramos en la espiral de la violencia; seamos capaces de quedarnos vencidos por la espiral del amor.

Es algo que tenemos que transformar en la vida. Aunque vayamos a contracorriente; porque quizás no van entender nuestras actitudes y posturas pacíficas que algunos pueden considerar hasta de cobardes. Pero cobarde soy cuando no soy capaz de levantarme para cambiar el chip, para cambiar el ritmo. La valentía no está en la venganza, eso sería dejarme arrastrar para entrar en la misma espiral de violencia. La valentía no está en la fuerza con la que respondamos, la valentía está en la humildad del perdón y en la grandeza que manifestaré cuando haga cambiar la dirección.

Es lo que Jesús nos quiere enseñar en el sermón del monte que venimos escuchando y lo que de una forma muy concreta nos señala hoy. Nos está anunciando el Reino de Dios y cuando reconocemos que Dios es el único Señor de nuestra vida las cosas tienen que cambiar. Nos pide un estilo nuevo de vivir, porque tenemos algo que nos dará sentido profundo a nuestra vida, el amor.

Ya nos señalará Jesús en otro momento a que seamos compasivos y misericordiosos como compasivo y misericordioso es el Señor. Quienes le seguimos tenemos que romper moldes porque entramos en la órbita del amor, entramos en una nueva dimisión en la que vamos a sentirnos hermanos de todos. Pero eso es algo más que una palabra, significaran unas actitudes nuevas en nuestro corazón, una nueva manera de actuar en nuestra vida. La venganza no será ya nunca la respuesta que demos a la violencia que podamos encontrar en los demás.

Y esto ha de manifestarse en los pequeños gestos de la vida cotidiana, lo que es la relación de unos y otros en el devenir de cada día. Son esos momentos de los pequeños roces que nos hacen chirriar en nuestra vida. La máquina para que no haya un roce que chirríe necesita de un engrasado especial. Es lo que necesitamos nosotros, empaparnos del sentido del amor. Y entonces estaremos siempre dispuestos a vencer cualquier gesto o actitud de mal o de violencia que recibamos pero con el engranaje del amor.

‘No hagáis frente al que os agravia’, nos dice. Si a aquel que nos ha agraviado respondemos nosotros en el mismo sentido pero con más fuerza porque no nos queremos quedar a menos, iremos provocando esa espiral de violencia que cada vez va a más; son tantas discordias que vemos en la vida y en las que nos vemos envueltos tantas veces; pequeños roces entre familiares o vecinos que por no haber sabido poner por medio a tiempo la palabra y el gesto del perdón, vemos sin embargo que se crecen y hasta se transmiten de generación en generación.

Pero si ha ese agravio respondemos con una actitud distinta, no haciéndole frente sino con la mano tendida del perdón, la otra persona se va a ver descolocada porque no puede seguir en la locura de su violencia y de su orgullo, y es la mejor victoria que podemos obtener rompiendo esa espiral en la que nos veríamos envueltos.

Escuchemos con atención esos pequeños detalles que Jesús nos ofrece y lograremos un mundo de amor y de paz, que tanto necesitamos.

domingo, 13 de junio de 2021

No nos cansemos de sembrar y cada momento sea una señal del Reino de Dios que lo estamos plasmando en nuestra vida y reflejando en lo que hacemos por un mundo mejor

 


No nos cansemos de sembrar y cada momento sea una señal del Reino de Dios que lo estamos plasmando en nuestra vida y reflejando en lo que hacemos por un mundo mejor

Ezequiel 17, 22-24; Sal 91; 2Corintios 5, 6-10; Marcos 4, 26-34

Suelo saludar cada día a mis amigos de las redes sociales tratando de trasmitir optimismo y esperanza para el día que vivimos, pues pienso que es algo que necesitamos mucho frente a la tendencia de verlo todo oscuro, de tener una mirada pesimista, de sentirnos derrotados cada día antes incluso de comenzar la lucha. En el mensaje que trasmitía ayer un poco decía que sepamos encontrar aquello que ponga más luz en la vida en un mundo que se nos enturbia con las sombras. Una persona me comentaba, sin embargo, ‘cada día noto ese mundo más oscuro, pero seguiremos adelante con fe y esperanza’. Aunque sus palabras en principio resuman pesimismo, no deja de intentar al mismo tiempo la esperanza.

Yo a esa persona le respondería que a pesar de esas oscuridades de la maldad que observamos en tantos, tratemos de hacer luz para ver también las buenas semillas que se plantan y germinan y podríamos contemplar así muchas ráfagas de luz, muchas estrellas brillantes, muchas personas buenas en las que brillan los buenos gestos y las buenas actitudes. Creo que es lo que hoy nos quiere enseñar el evangelio y toda la Palabra de Dios que escuchamos en este domingo.

Nos habla de que ‘el Reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra’. Y aquí tendríamos que observar a ese agricultor o a ese sembrador que sabe tener la paciencia para dar tiempo a que esa semilla germine y brote en un nuevo tallo, en una nueva planta que a su tiempo dará su fruto. Creo que tenemos que saber tener esa paciencia y porque durante un tiempo veamos que parece que no brota nada en aquella tierra donde sembramos buena simiente, allá debajo de la tierra se está produciendo algo tan maravilloso como es la germinación; a su tiempo un día brotará la nueva planta.

Calladamente y en silencio quizá en muchos corazones se está produciendo esa transformación. Sabemos que no todos responderán, o que cada uno responderá a su tiempo, pero sepamos observar esos pequeños brotes de cosas buenas que van surgiendo en nuestro mundo, no nos confundamos, no esperamos que sea nuestra planta y a nuestra manera, tratemos de no arrasar antes de tiempo porque nos parezca que lo que está brotando no es exactamente lo que nosotros esperábamos y cómo nosotros lo esperábamos; sepamos valorar esos pequeños brotes porque de ellos podrán surgir muchas cosas hermosas. No son nuestras prisas ni nuestros orgullos los que harán surgir los mejores frutos.

El profeta nos hablaba de una pequeña y tierna ramita tomada del añoso cedro y que plantada allá en lo alto hará que brote una nueva y fuerte planta que también crecerá y se hará frondosa como para acoger a todas las aves del cielo o para permitirnos a nosotros acogernos a su sombra. Es lo pequeño lo que hará brotar a lo grande. Y así también tendríamos que saber ir por la vida, sembrando pequeñas semillas aunque nos parezcan insignificantes, algún día brotarán y podremos obtener fruto. Por eso Jesús en el evangelio nos habla también de la pequeñísima semilla de la mostaza, que nos puede parecer insignificante, pero que de ella brotará una hermosa planta.

Misteriosamente el Reino de Dios está presente en nuestro mundo; son muchas las semillas del reino que podríamos observar quizás hasta donde menos lo esperábamos; son muchas las buenas señales que se van dando en nuestro entorno en tantas corazones generosos y entregados, en tantas personas comprometidas con lo bueno y con la búsqueda de la justicia, en tantos esfuerzos por lograr un mundo en el que reino de la paz, y así en tantas cosas. Muchas veces nos sentimos confusos porque esas señales no aparecen donde nosotros habíamos pensado que se podrían dar, o en personas que nos pudieran parecer muy distantes de nuestra manera de pensar y de actuar. Son buenas semillas, dejémoslas fructificar.

¿Por qué vamos a arrasar esas buenas semillas porque no hayamos sido nosotros los que las hemos sembrado? Tenemos la tentación de que aquello bueno que puedan promover personas que no están en nuestro grupo o en nuestro entorno, ya no sirve, ya tenemos que quitarlo de en medio. Son demasiados los estilos que contemplamos en muchos dirigentes de nuestra sociedad y que nos contagian a nosotros también. Respetemos y valoremos lo bueno que hacen los demás y nunca destruyamos ni arrasemos la hermosa planta que pudiera surgir en cualquier lugar.

Y nosotros no nos cansemos de sembrar; en cada rincón del camino hemos de dejar una hermosa huella de nuestro paso porque vamos exhalando el perfume de nuestro amor y nuestras buenas obras; que a cada paso que demos, en cada encuentro que tengamos con los demás vayamos plantando una buena semilla porque tenemos la esperanza que un día ha de germinar y llegar a dar fruto, con cada palabra que pronunciemos vayamos despertando esperanza con la ilusión de un mundo nuevo, cada momento de nuestra vida sea una señal de que el Reino de Dios ha llegado y lo estamos plasmando en nuestra vida y reflejando en lo que hacemos para tener un mundo mejor.