En
nuestra oración comencemos por disfrutar de la presencia y del amor del Padre y
surgirán los más hermosos efluvios de amor de nuestro corazón
2Corintios 11,1-11; Sal 110; Mateo 6,7-15
¿Necesitan muchas palabras los padres y
los hijos para comunicarse? Ya tenemos la experiencia de que cuando le íbamos a
contar a nuestra madre o a nuestro padre algo que nos había sucedido o algo que
nos preocupara nos vimos sorprendidos con su comentario, ‘yo ya lo sabía’.
Nuestra presencia lo indica todo, nuestra presencia manifestará el respeto y el
amor que por ellos sentimos. Por eso disfrutamos los hijos cuando estamos con
los padres, aunque la conversación no tenga muchas palabras, pero el estar nos
llena el corazón de amor como les está manifestando también nuestro amor.
No es que no sean necesarias las
palabras, que también tenemos que hablar, que contar, que expresar con palabras
lo que sentimos como también lo que disfrutamos con ellos, o nuestra confianza
para contar nuestras cuitas, nuestras historias, nuestras preocupaciones. Ya
sabemos cómo muchas veces se quejan los padres de que los hijos no los visitan,
porque lo que necesitan esa presencia del hijo, como el hijo necesita de la
presencia del padre, ha de saber disfrutar de la presencia del padre.
Así, nuestra oración. Ya hoy Jesús
cuando nos va a hablar de cómo tiene que ser nuestra oración comenzará diciéndonos
que no son necesarias muchas palabras, porque ya nuestro Padre Dios sabe lo que
llevamos en el corazón. Pero sin embargo Jesús nos enseñará cómo tenemos que
hablarle. Pero partiendo de ese disfrute del amor del Padre que nos quiere. Es
como tenemos que empezar saboreando y disfrutando de esa primera palabra que
vamos a pronuncia. ‘Abba’, padre, como el niño que balbucea esa palabra
aunque no sepa hablar ni decirla claramente pero que se siente seguro en los
brazos de su padre y es solo eso lo que le dice. Todo arranca de ahí.
Y todo lo demás que decimos no es sino
una expresión del amor que nosotros tenemos, de la confianza que sentimos en
nuestro corazón cuando así nos sentimos amados. Es irle diciendo con distintas
expresiones que nosotros le amamos y porque le amamos nos sentimos a gusto,
disfrutamos de su presencia y disfrutamos haciendo lo que es su voluntad.
Porque le amamos y nos sentimos a gusto en su presencia todo lo ponemos en sus
manos para reconocer al mismo tiempo cuanto de El recibimos. Nos sentimos con
el gozo de la confianza de saber que es un Padre bueno que no nos abandona y así
ese amor se convierte en nuestra fuerza para hacer su voluntad, para vivir en
ese mismo amor con los demás, para alejar de nuestra vida todo mal.
Creo que todo esto que estamos
considerando, rumiando en su presencia tiene que motivarnos más y más para que
disfrutemos de esa presencia de Dios en nuestra oración. Si así lo hacemos
seguro que saldremos transformados, fortalecidos, llenos de un amor y de una
esperanza nuevas. Es importante la predisposición que tengamos cuando vayamos a
la oración. No es decir ahora toca rezar y así ya sin más comenzamos a recitar
nuestras oraciones. Podremos estar recitando la misma oración que Jesús nos
enseñó y nuestro corazón pueda estar lejos de Dios.
Tenemos que cambiar nuestro estilo,
nuestra manera de hacer nuestra oración donde pareciera que no pensamos en lo
que estamos haciendo. Comencemos siempre apreciando y sintiendo la presencia
del Señor, hacemos acto de conciencia de sentirnos en la presencia de Dios. Solemos
decir un acto de fe en su presencia y en su amor. Hemos de cuidar siempre
nuestro comienzo de la oración para que no se convierta en una rutina, para que
en verdad disfrutemos de ese amor de Dios que transforma nuestro corazón.
Ojalá lleguemos de verdad a aprender a
hacerlo y lo pongamos por obra. Luego irá surgiendo todo ese efluvio de amor
desde nuestro corazón y nos gozaremos en el Señor.
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