La responsabilidad de la vida muy presente allá en lo más hondo de nuestra conciencia como ser humano y ante quien nos ha dado la vida y es la razón de ser de nuestra existencia
1Tesalonicenses 4, 9-11; Sal 97; Mateo
25, 14-30
Es cierto que no todos los trabajos son iguales pero creo que en todos
hemos de saber descubrir su dignidad, porque lo que es más hermoso del trabajo
es la persona que lo realiza y que en él se realiza. Cada uno realizará su
trabajo según sus posibilidades, sus capacidades y también, por qué no tenerlo
en cuenta, según el ritmo de nuestra propia sociedad que creará unos u otros
trabajos en mayor o en menos intensidad y que hará que quizá no todos puedan
desarrollar todas sus posibilidades y habilidades.
Ya hemos venido reflexionando de alguna manera sobre esto en momentos
pasados para saber descubrir su grandeza y la grandeza del ser humano que lo
realiza. Hemos de saber encontrar esa satisfacción personal en lo que
realizamos sintiendo el gozo también de su productividad que no es solo
material. No hemos ni de temer ni de minusvalorar aquellos trabajos que nos
parezcan más pequeños o más humildes, porque cada uno contribuirá desde ese
lugar al camino de la sociedad y al desarrollo de todos sus componentes.
La misma intensidad de amor y de esfuerzo en realizarlo con la mayor perfección
ha de poner en su trabajo el que quizá solo tiene el encargo de mantener la
limpieza del lugar, como el científico que trabaja en el laboratorio o entre la
más alta tecnología, o el investigador que pueda realizar los más profundos
descubrimientos del ser humano.
Es la responsabilidad de la vida muy presente allá en lo más hondo de
nuestra conciencia como ser humano; es la responsabilidad que sentimos ante
quien nos ha dado la vida, somos creyentes y pensamos en el Creador que nos dio
el ser, y al que un día rendiremos cuentas de lo que hemos hecho de nuestra
vida.
Como creyentes no hemos de perder de vista la trascendencia de nuestra
vida que va más allá de lo que ahora en este mundo podamos vivir y la responsabilidad
que tenemos ante los demás seres humanos con quien convivimos y compartimos la
vida de este mundo; hay una trascendencia espiritual que nos lleva hasta Dios,
a quien como creyentes que somos consideramos como el verdadero centro y
sentido de nuestra vida.
De esto nos habla Jesús hoy. Nos propone la parábola de los talentos,
que tantas veces habremos reflexionado. Nos habla de esa responsabilidad que
ante la vida tenemos en aquellos valores de los que hemos sido dotados, en esa función
que en la vida desempeñamos ya sea en el ámbito familiar, en el mundo del
trabajo, en la vida social, en la colaboración y crecimiento de nuestra
comunidad. No nos podemos cruzar de brazos, no podemos arrojar la toalla por
las dificultades que encontremos, no podemos enterrar nuestros talentos por muy
insignificantes que nos parezcan, no nos podemos considerar unos seres pasivo
de nuestra sociedad por lo poco que nos consideremos que valemos. Todos tenemos
nuestra función, nuestro lugar, nuestro granito de arena que aportar.
Una parábola para leerla y rumiarla muchas veces mirándonos y examinándonos
con atención, en lo que hacemos y lo que podríamos hacer, en los valores que
tenemos y todo el desarrollo que tendríamos que darle a nuestra vida para hacer
que nuestro mundo sea mejor; de nuestro pequeño grano de arena puede depender
que se logren cosas hermosas para nuestro mundo.