Es necesario que nos dejemos interpelar por Jesús para nos definamos ante El para ser verdadera levadura de nuestro mundo por nuestra fe y nuestro amor
Isaías 22, 19-23; Sal 137; Romanos 11,
33-36; Mateo 16, 13-20
Alguna vez nos ha sucedido que charlando con un amigo, al que quizá
apreciamos mucho y con el que tenemos gran confianza, de repente nos sorprende
con una pregunta que parece que se sale de lo normal o es de cosas que ya damos
por supuestas, pero que en la seriedad y sorpresa de la pregunta nos deja
descolocados y en principio no sabemos ni cómo responder.
Y tú, ¿qué piensas de mi? ¿Cómo me ves? No es una pregunta retórica,
se convierte en algo serio y de importancia porque nuestro amigo está esperando
lo que le vamos a decir, qué es lo que le vamos a responder. En nuestra amistad
y en nuestra confianza nos conocemos pero en un momento así no encontramos
palabras para responder. Probablemente
comencemos con generalidades, pero la mirada sostenida de nuestro amigo nos
quiere hacer decir más cosas, algo que salga de lo más profundo de nosotros, el
concepto o la idea que nosotros tenemos de él.
No cuesta en ocasiones definirnos, o más bien, tratar de definir al
otro, al amigo. Será el momento de expresar nuestro aprecio más profundo, de
sacar esa verdad del otro que llevamos dentro de nosotros y que muchas veces no
queremos definir. Seguro que después de esos momentos de sinceridad crecerá más
nuestra amistad, el aprecio que sentimos por ese amigo y habrá unos lazos
nuevos que nos unan en nuestra amistad.
Algo así les sucedió a los discípulos cuando Jesús los interpela con
la pregunta ‘y vosotros ¿qué pensáis de mi?’ Jesús había estado de
alguna manera buscando aquel momento, se los había llevado lejos muy al norte
de Galilea, estaban ya casi rondando los territorios de Fenicia – por allí había
estado en el episodio de la mujer cananea que contemplamos la semana pasada –
ahora estaban en las cercanías de aquellas ciudades nuevas que Herodes o los
gobernadores romanos habían hecho construir en honor del César, estaban por
Cesarea de Filipo.
Ya hemos escuchado primero las divagaciones de las repuestas queriendo
expresar lo que la gente pensaba de Jesús, que si era un profeta, que si era
como Elías o alguno de los antiguos grandes profetas, que si era Juan Bautista
que había vuelto a la vida, pero no llegaban al punto que Jesús quería
preguntarles. Se sentían interpelados por Jesús y no sabían cómo responder.
Estaban como descolocados. Por eso Jesús insiste, ‘vosotros, ¿qué pensáis de
mi?’. Ya escuchamos a Pedro que será ahora el que primero salte y que hará
una hermosa confesión de fe en Jesús. ‘Tú eres el Cristo, el Mesías, el Hijo
de Dios vivo’. Y ya sabemos todo lo que Jesús fue diciéndoles luego.
Pero somos nosotros los que hoy nos sentimos interpelados. Es a
nosotros a quien Jesús hace la pregunta. Somos los que tenemos que responder,
pero no con palabras aprendidas de memoria que pueden sonar a divagaciones. Jesús
busca la sinceridad de nuestra vida en nuestra respuesta. Lo que nosotros
sentimos, lo que de verdad conocemos de Jesús, lo que significa realmente en
nuestra vida. No puede ser que andemos de aquí para allá, como andaban aquellos
discípulos tras de Jesús por los caminos de Galilea y de toda Palestina y
realmente no supieran dar una respuesta a Jesús.
Hoy tenemos que sentirnos de verdad interpelados por Jesús; nos
interpela en nuestra fe y en como la manifestamos. No podemos quedarnos en el
recuerdo de un personaje histórico, por muy importante que haya sido; no nos
podemos quedar en la exterior y comenzar a hablar de él, de sus milagros o de
las cosas que hacia como si fueran anécdotas que recordamos y contamos; a estas
alturas no nos podemos quedar en decir que es un misterio que no entendemos y
no seamos capaces de dar más razón de lo que creemos, de lo que es nuestra fe.
Es importante la respuesta que nos demos porque eso marcará nuestro
actuar y nuestra vida; no nos podemos quedar en aquello que muchos jóvenes
dicen, es que es un amigo y lo es todo, porque seguro que Jesús quiere ser
mucho más que todo eso, aunque él en el evangelio nos diga que nos llama
amigos, porque no nos quiere siervos.
Muchas veces quizás nos preguntamos que es lo que pasa en nuestro
mundo o en nuestra iglesia, porque a pesar de que seamos tantos los que decimos
que creemos en Jesús no se termina de ver que seamos esa semilla, esa levadura
que transforme nuestro mundo, esa sal que le de un saber nuevo a nuestra
sociedad, siendo tantos los cristianos. Parecemos muchas veces cristianos sin
sabor, sal o levadura que ha perdido su virtualidad que ya no produce los
efectos que tendría que producir en la masa de nuestro mundo. Y es que quizás
no nos hemos definido de verdad ante Jesús; no es solo que definamos a Jesús
manifestando cual es su verdad, sino que nosotros nos definamos ante Jesús
tomando autentica postura ante Él.
Es importante que nos sintamos interpelados, que sea de verdad una cuestión
que incluso nos llegue a quitar el sueño, que sintamos que Jesús nos está
haciendo esa pregunta para que nos definamos ante El. Y entonces con nuestra
vida reflejemos de verdad lo que es nuestra fe, lo que significa Jesús en
nuestra vida, lo que esa Buena Noticia del Reino que Jesús nos anuncia está en
verdad produciendo en nosotros. Así somos cristianos tan fríos, tan poco
comprometidos que no transformamos nuestro mundo como verdadera levadura en la
masa.
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