La visita de María a su prima Isabel
en las montañas de Judá nos señala el camino de la visita de Dios a los hombres
y cómo hoy Dios cuenta con nosotros
Miqueas 5, 2-5ª; Sal 79; Hebreos 10, 5-10; Lucas 1, 39-45
La visita de María a su prima Isabel en las montañas de
Judá nos señala el camino de la visita de Dios a los hombres. Así me atrevo a
afirmar cuando en este cuarto domingo de Adviento, en las vísperas casi de la
celebración de la Navidad, el evangelio nos presenta este sencillo a la vez que
profundo relato de la visita de María a su prima Isabel. Fue el ángel de la
anunciación el que dio la buena noticia a María de que su prima a pesar de su
vejez esperaba un hijo. Y el evangelio inmediatamente nos dice ‘María se puso en camino y fue aprisa a la
montaña a un pueblo de Judá’, donde vivían Zacarías e Isabel.
María, la que estaba llena de Dios, ‘la llena de gracia’ como la llama el
ángel, se pone en camino para ir a visitar a su prima que esperaba un hijo en
su vejez. Nos dirá luego el evangelista que María se quedó con Isabel unos tres
meses; con toda probabilidad hasta el nacimiento de Juan, pues serían momentos
donde especialmente va a prestar sus servicios. El camino de María es el camino
del servicio, es el camino del amor. ¿Cómo no iba a ser camino de amor si
llevaba a Dios en sus entrañas? El hijo que de ella iba a nacer, como le había
dicho el ángel, era el hijo del Altísimo ‘se
llamará el Hijo de Dios’.
Llevaba María a Dios en ella, porque era la que había
encontrado gracia ante Dios y era la llena de Dios, pero porque ya en su seno
llevaba al Hijo de Dios que sería Emmanuel, que sería Dios con nosotros. Por
eso podemos decir, sí, que la visita de María era la visita de Dios, era la
señal de cómo Dios venía a estar con nosotros, era el Emmanuel que se paseaba
entre nosotros. Por eso, podemos decir, sí, que la visita de María a Isabel se
convierte en signo, en signo viviente, en signo vivo de la visita de Dios.
‘¿De donde a mi que
venga a visitarme la madre de mi Señor?’ exclamará Isabel
con la llegada de María. Y es que la presencia de María llenaba de Dios
cuanto tocara, podríamos decir, allí donde estuviera se hacía presente de Dios.
‘Isabel se llenó del Espíritu Santo’ y ahora todo son bendiciones y alabanzas.
La presencia de María llenó de una manera especial de Dios aquel hogar de la
montaña. Si ya aquellos ancianos eran temerosos de Dios que vivían queriendo
siempre cumplir el mandamiento del Señor ahora llenos del Espíritu divino se
hacen profetas para descubrir los misterios de Dios y para alabar y para
bendecir, como lo hará más tarde también Zacarías después del nacimiento de
Juan.
Era la visita del amor de Dios que se estaba
manifestando y haciéndose carne en María la que despertaría de forma profunda
la fe de aquellos ancianos para saber discernir los misterios de Dios que ante
ellos se estaban realizando. De ahí ese reconocimiento, sin que ningún humano
lo haya manifestado, que allí está la madre del Señor, porque quien lleva en
sus entrañas María es el Hijo de Dios. De ahí esa alabanza a la fe de María -
nadie le había revelado el diálogo entre el Ángel y María allá en Nazaret - y
por eso, porque estaba llena ya del Espíritu Santo también, podría proclamar ‘¡bendita entre todas las mujeres y bendito
el fruto de tu vientre!’ alabando también la fe de María, ‘dichosa tú que has creído, porque lo que te
ha dicho el Señor se cumplirá’.
Aquel camino de María y aquella visita a su prima allá
en la montaña había sido el camino del amor, el amor que nacía de la fe, el
amor que se desbordaba en su corazón con la presencia de Dios en ella, y era la
visita de Dios para aquel hogar de la montaña, signo de la visita del Emmanuel,
del Dios con nosotros para siempre, que nos traería la salvación. En María
estaba llegando Dios a los pobres y los que tenían necesidad - eran unos
ancianos y cuántas no serían sus carencias y necesidad de ayuda en aquellas
circunstancias - como un signo de esa visita de Dios, de esa presencia
salvadora de Dios para toda la humanidad y de todos los tiempos. María fue el
signo y la mediación.
Nos acercamos a la Navidad; estamos iniciando ya la
última semana del Adviento que desembocará en la fiesta de la Natividad del
Señor. Para nosotros no es solo un recuerdo, sino que para nosotros es
sacramento porque es vivir en el signo de la celebración esa venida de Dios a
nosotros hoy. Recogiendo esta imagen con la que venimos reflexionando celebrar
la navidad hoy es celebrar esa visita, esa venida de Dios hoy a nosotros y a
nuestro mundo.
¿Cómo se hace presente hoy Dios en medio de nosotros?
¿Cómo podemos reconocer esa presencia de Dios? ¿Cómo puede reconocerlo nuestro
mundo? ¿Cómo hacer que no se quede todo en una alegría ocasional y que se pueda
quedar también en lo superficial? Tendríamos que decir que no habría autentica
Navidad si no vemos y sentimos esa presencia de Dios. Y hemos de reconocer
tristemente que muchos celebran navidad sin Dios, que nosotros podemos celebrar
navidad sin Dios, que entonces no sería auténtica navidad.
Esa es la tarea de los verdaderos creyentes que queremos
celebrar una auténtica navidad. Es tarea y es compromiso. Como quiso contar
entonces con María, como estamos viendo hoy en el evangelio, quiere Dios contar
con nosotros. Sí, tenemos que ser sacramento de Dios para nuestro mundo, signos
verdaderos que hagan presente a Dios en medio de los hombres del mundo de hoy.
Esto es serio. Decíamos antes que muchos celebran navidad sin Dios y acaso
tendremos que preguntarnos si no será culpa de nosotros los creyentes que no
damos verdadera señales a nuestro mundo de esa visita de Dios. Y cuando falta
esto caemos en superficialidades y en alegrías ocasionales que se quedan en la
fiesta de unos días que pronto pasan.
Decíamos antes que el camino de María fue un camino de
amor porque iba llena de Dios. Pensemos que por ahí tiene que ir nuestro
camino, por ahí tiene que ir nuestro compromiso por el signo de un verdadero
amor, de una auténtica solidaridad con los hombres y mujeres que a nuestro lado
sufren en sus carencias y necesidades.
Pensemos en que en la medida en que crezcamos en
nuestra capacidad de amar, de acoger al que está a nuestro lado sea quien sea,
en el deseo y compromiso de hacer cada día más felices a los demás, en nuestro
trabajo comprometido por hacer un mundo mejor y más humano, en luchar
auténticamente por la paz empezando por los que están cercanos a nosotros en
nuestras propias familias o en los círculos en los que nos movemos
habitualmente, estaremos dando señales de que Dios nos visita, de que Dios está
con nosotros, de que es verdaderamente el Emmanuel.
La visita de María a su prima Isabel nos está
enseñando hoy a hacer presente la visita
de Dios a este mundo que sufre en nuestro entorno. De nosotros depende, porque
Dios quiere contar con nosotros.