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lunes, 21 de diciembre de 2015

Un camino y una subida desde Nazaret hasta las montañas hecho por María con las prisas del amor

Un camino y una subida desde Nazaret hasta las montañas hecho por María con las prisas del amor

Cantar de los Cantares 2,8-14; Salmo 32; Lucas 1,39-45

Las prisas de María son las prisas del amor. Nos decía el evangelio que ‘María se puso en camino y fue aprisa a las montañas de Judá a casa de Isabel’. El ángel le había dado la noticia y María no se había quedado con los brazos cruzados. Había una alegría que se le había comunicado y quería compartir, pero vislumbraba una situación en la que ella podía ser útil. Se puso en camino.
¿Hacemos nosotros así? Cuantas veces cuando nos enteramos de un problema, una situación difícil por la que pueda estar pasando alguien nos decimos bueno, ¿y qué vamos a hacer, o veré a ver si puedo hacer algo pero no pongo mucho empeño porque quizá la situación me parezca difícil, o qué vamos a hacer pues así son las cosas que vienen y no nos queda más remedio que aguantar, a ver si alguien hace algo, o alguien allí cerca quizá pueda hacer algo, porque yo estoy tan lejos, tengo mis problemas… Expresiones de la pasividad con que nos tomamos las cosas y de la carencia de compromiso. No nos queremos complicar la vida porque ya tenemos con lo nuestro, pensamos.
María no temió complicarse la vida. No podía quedarse con los brazos cruzados allí donde ella sabía que había una necesidad. Ya la veremos en otros momentos del evangelio con esas mismas actitudes cuando en las bodas de Caná no podía quedarse quieta sabiendo que en la fiesta de la boda estaban pasando por problemas. Ahora se pone en camino porque no pueda mirar para otro lado o quedarse encerrada en si mismo o en su problemas.
Se puso en camino y con prisas. Eran las prisas del amor que bullía y rebullía en su interior, que brotaba como a borbotones. Y es que una persona que había tenido la experiencia de Dios que ella había tenido no podía cerrar los ojos. Estaba llena de Dios y estaba rebosante de amor. Era el compromiso que se manifestaba en el amor y en el servicio. Era el compromiso que nacía de la fe. No era una fe solo de ideas o de bonitas palabras; era una fe que le llevaba a experimentar la presencia de Dios en su vida. ¡Cómo lo había disfrutado en Nazaret cuando la anunciación del ángel del Señor! Pero, ¡cómo lo disfrutaba ahora en aquel largo camino hasta la montaña! Cuántos momentos para rumiar en su interior aquella experiencia de Dios; cuántos momentos para ir alimentando y haciendo crecer más y más su fe y su amor.
Era una hermosa subida que no solo era el camino físico o geográfico. Sabemos que de Galilea a Judea era una hermosa subida; Galilea discurría entre placidos valles y llanuras y la zona de Judea era la zona de las montañas; por eso cuando hablaban de ir a Jerusalén empleaban la expresión de subir a Jerusalén. Pero este camino de María hasta las montañas de Judea no era solo lo geográfico sino lo espiritual, porque era signo de la ascensión permanente de su vida que le hacía crecer más y más cada día en la presencia de Dios en su vida.
Contemplando este camino de María tendríamos quizá que preguntarnos cuál es nuestra subida, cuál es el camino que nosotros también hemos de emprender. Aprendamos de María, hagamos un camino y una subida como la de María. Que cada día crezcamos más en Dios y cada día se enardezca más y más el amor en nuestro corazón. Si lo hacemos así, haremos como María el camino hacia los demás y lo haremos con las prisas del amor.

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