Un camino y una subida desde Nazaret hasta las montañas hecho por María con las prisas del amor
Cantar
de los Cantares 2,8-14; Salmo 32; Lucas 1,39-45
Las prisas de María son las prisas del amor. Nos decía
el evangelio que ‘María se puso en camino
y fue aprisa a las montañas de Judá a casa de Isabel’. El ángel le había
dado la noticia y María no se había quedado con los brazos cruzados. Había una
alegría que se le había comunicado y quería compartir, pero vislumbraba una
situación en la que ella podía ser útil. Se puso en camino.
¿Hacemos nosotros así? Cuantas veces cuando nos
enteramos de un problema, una situación difícil por la que pueda estar pasando
alguien nos decimos bueno, ¿y qué vamos a hacer, o veré a ver si puedo hacer
algo pero no pongo mucho empeño porque quizá la situación me parezca difícil, o
qué vamos a hacer pues así son las cosas que vienen y no nos queda más remedio
que aguantar, a ver si alguien hace algo, o alguien allí cerca quizá pueda
hacer algo, porque yo estoy tan lejos, tengo mis problemas… Expresiones de la
pasividad con que nos tomamos las cosas y de la carencia de compromiso. No nos
queremos complicar la vida porque ya tenemos con lo nuestro, pensamos.
María no temió complicarse la vida. No podía quedarse
con los brazos cruzados allí donde ella sabía que había una necesidad. Ya la veremos
en otros momentos del evangelio con esas mismas actitudes cuando en las bodas
de Caná no podía quedarse quieta sabiendo que en la fiesta de la boda estaban
pasando por problemas. Ahora se pone en camino porque no pueda mirar para otro
lado o quedarse encerrada en si mismo o en su problemas.
Se puso en camino y con prisas. Eran las prisas del
amor que bullía y rebullía en su interior, que brotaba como a borbotones. Y es
que una persona que había tenido la experiencia de Dios que ella había tenido
no podía cerrar los ojos. Estaba llena de Dios y estaba rebosante de amor. Era
el compromiso que se manifestaba en el amor y en el servicio. Era el compromiso
que nacía de la fe. No era una fe solo de ideas o de bonitas palabras; era una
fe que le llevaba a experimentar la presencia de Dios en su vida. ¡Cómo lo
había disfrutado en Nazaret cuando la anunciación del ángel del Señor! Pero,
¡cómo lo disfrutaba ahora en aquel largo camino hasta la montaña! Cuántos
momentos para rumiar en su interior aquella experiencia de Dios; cuántos
momentos para ir alimentando y haciendo crecer más y más su fe y su amor.
Era una hermosa subida que no solo era el camino físico
o geográfico. Sabemos que de Galilea a Judea era una hermosa subida; Galilea
discurría entre placidos valles y llanuras y la zona de Judea era la zona de
las montañas; por eso cuando hablaban de ir a Jerusalén empleaban la expresión
de subir a Jerusalén. Pero este camino de María hasta las montañas de Judea no
era solo lo geográfico sino lo espiritual, porque era signo de la ascensión
permanente de su vida que le hacía crecer más y más cada día en la presencia de
Dios en su vida.
Contemplando este camino de María tendríamos quizá que
preguntarnos cuál es nuestra subida, cuál es el camino que nosotros también
hemos de emprender. Aprendamos de María, hagamos un camino y una subida como la
de María. Que cada día crezcamos más en Dios y cada día se enardezca más y más
el amor en nuestro corazón. Si lo hacemos así, haremos como María el camino
hacia los demás y lo haremos con las prisas del amor.
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