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sábado, 29 de abril de 2017

En la travesía de la vida, no siempre fácil, hemos de saber escuchar la voz que nos dice ‘soy yo, no temáis’, pero ser también esa voz para los que caminan a nuestro lado


En la travesía de la vida, no siempre fácil, hemos de saber escuchar la voz que nos dice ‘soy yo, no temáis’, pero ser también esa voz para los que caminan a nuestro lado

Hechos, 6, 1-7; Sal. 32; Jn. 6, 16-21
‘Soy yo, no temáis’, les dice Jesús a los asustadizos discípulos que van remando contra el viento en la noche del mar de Galilea. ‘Soy yo’, le oiremos repetir a Jesús en diversas ocasiones, sobre todo en este tiempo de pascua. ‘Soy yo’, quizás necesitemos nosotros escuchar en lo hondo el corazón sintiendo la voz de Jesús y su presencia que nos llene de paz.
La escena que nos narra hoy el evangelio fue tras la multiplicación de los panes y los peces allá en el descampado. Jesús se había retirado a solas al monte cuando comprendió que querían hacerlo rey y a los discípulos mas cercanos los embarco hacia el otro lado del lago. La travesía no era fácil, porque ‘soplaba un viento fuerte y el lago se iba encrespando’ nos dice el evangelista. Se acerca Jesús como menos ellos se lo esperan, porque viene caminando sobre el lago, y no lo reconocen porque creen ver un fantasma. Será la voz de Jesús la que les llene de paz.
Travesías difíciles hacemos muchas veces en la vida y parece que nos sentimos solos. Nadie nos escucha, todo parece estar en contra, las soledades nos atenazan el alma, como si Dios se hubiera olvidado de nosotros. El esta ahí, sin embargo, y no lo reconocemos; se nos manifiesta pero no en lo que nosotros esperábamos ni como nosotros hubiéramos querido; en la misma travesía que hacemos, en ese mar de la vida que se nos vuelve tenebroso, en esos problemas que se nos presentan y no nos dejan avanzar, ahí esta también en el Señor, por encima de todo eso, a través de esas mismas cosas que paciera que son un velo que se nos interpone. ‘Soy yo, no temáis’, nos dice.
Cuantos en la vida también van pasando por esas noches de densos nubarrones; desorientados, sin metas en la vida, sintiéndose inútiles quizás por no saber que hacer o que camino tomar, atormentados por dudas o por malos recuerdos o experiencias desagradables, desconfiados de todo o de todos… también sienten la soledad, alguien que llegue a su lado y les tienda una mano, una sonrisa que ilumine de nuevo sus vidas y una palabra alentadora que les hace salir de sus tinieblas.
De una cosa podemos estar seguros los creyentes, y es que el Señor no abandona a ninguno de sus hijos. Pero el Señor quiere contar con nosotros, contigo y conmigo para hacerse presente en tantas soledades, para ser esa voz que les diga, ‘yo soy, no temáis, yo estoy aquí, a tu lado…’ tenemos que ser esa voz de Dios, ese presencia de Dios con nuestra presencia, con nuestra palabra, con nuestra mano tendida, con nuestra mirada.
Cuantos quizás no llegan a sentir esa presencia del Señor porque nosotros no hemos sido esa presencia. Que responsabilidad la nuestra. Creo que hoy el Señor nos lo esta pidiendo, ser esa buena noticia para los demás. Ser buena noticia con nuestra presencia llena de amor, de cercanía, que despierta confianza, que abra los ojos de los demás a la fe, al encuentro con el Señor.
En el Señor nos pone en la travesía de la vida que no siempre es fácil, pero para que nosotros sintamos su voz y su presencia, pero también para que nosotros seamos su voz y su presencia para los demás, y todos podamos encontrar siempre la luz.

viernes, 28 de abril de 2017

En la vida hemos de ir como Jesús partiendo el pan y repartiéndolo entre los demás, es la señal de los cristianos

En la vida hemos de ir como Jesús partiendo el pan y repartiéndolo entre los demás, es la señal de los cristianos

Hechos de los apóstoles 5, 34-42; Sal 26; Juan 6, 1-15
‘Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados…’ Un gesto de Jesús que se convierte en todo un signo. Un gesto que le vemos hoy en este relato de la multiplicación de los panes y los peces, pero será el gesto de la ultima cena que se convierte en Eucaristía, y el gesto con que lo reconocerán los discípulos después de la resurrección. ¿No será el gesto con el que nosotros también tendríamos que ser reconocidos?
Los evangelistas nos presentan varias veces este episodio de la multiplicación de los panes en el descampado para dar de comer a la multitud hambrienta. Nos dice el evangelista hoy que Jesús sintió lastima de toda aquella gente que se había congregado en su entorno, llevaban varios días con El y ahora estaban en descampado lejos de donde poder encontrar alimento. Había curado sus enfermos, les había alimentado con su Palabra, pero allí seguía aquella multitud hambrienta.
Hay un detalle en este episodio y es como Jesús quiere implicar a sus discípulos más cercanos. ‘¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?’ los discípulos de Jesús no pueden cruzarse de brazos; si Jesús sintió lastima de aquella gente, los discípulos no pueden quedarse insensibles. Hay que poner manos a la obra. Por allá encuentran quien esta dispuesto a compartir. Hay un muchacho con cinco panes y dos peces. ‘¿Qué es esto para tantos?’ es la pregunta que nos hacemos, ¿Qué puedo hacer yo que soy tan poquita cosa? Pero lo pequeño vale, el pequeño grano de arena hace el montón. Si cada uno ponemos eso pequeño que tenemos o que somos, entre todos seremos muchos, haremos muchas cosas.
Hoy me encontré una imagen muy bonita en la que se veía a un niño dando de comer a un perro callejero. Le preguntaron que hacia y dijo que le daba de comer a aquel perro que se estaba muriendo de hambre; la persona mayor le razonaba que había muchos perros así callejeros y con hambre y que con darle de comer a uno no solucionaba nada, pero el niño respondía, al menos este perro no se muere de hambre. Puede ser insignificante lo que hacemos y no va a solucionar todos los problemas, pero al menos un problema más encontrara solución.
Y Jesús realizo el signo. La multitud hambrienta comió. Y el gesto quedara como un signo que nos marque. Será el signo de la Eucaristía. Será el signo de nuestro compartir. Será el signo que va a mostrar nuestra solidaridad y nuestro compromiso. Ha de ser el signo que tenemos que seguir realizando.
Por eso quienes participamos del signo de la Eucaristía tenemos que comprometernos siempre en el signo del amor. La Eucaristía nunca nos puede encerrar, sino que siempre se nos invita a salir, a ir al encuentro con los demás; hemos de llevar el anuncio con nuestras palabras, pero sobre todo con el signo de nuestra vida, con el signo de nuestro amor. Pequeños detalles, pequeños gestos, cosas pequeñas que nos pueden parecer insignificantes, pero son los gestos del amor que realizan maravillas, son los gestos del amor con los que estamos haciendo un mundo mejor, son los gestos y los signos por los que estamos haciendo presente a Dios en nuestro mundo.
Es el gesto del compartir con que nos distinguirán a nosotros por nuestra fe. Es el compromiso que ha de vivir cada cristiano desde su amor.

jueves, 27 de abril de 2017

Vivir en la fe en Jesús para vivir envueltos en el amor de Dios y en la vida de Dios para siempre

Vivir en la fe en Jesús para vivir envueltos en el amor de Dios y en la vida de Dios para siempre

Hechos de los apóstoles 5,27-33; Sal 33; Juan 3, 31-36
‘El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida…’ le decía Jesús a Nicodemo, como nos relata hoy el evangelio.
En el ritual del bautismo la primera pregunta que hace el sacerdote al neófito es ‘¿Qué pides a la Iglesia de Dios?’ y la respuesta es ‘la fe’.  Y a continuación se vuelve a preguntar ‘¿Qué te da la fe?’, a lo que se responde: ‘la vida eterna’.
Es bueno que recordemos estas cosas que quizás cuando participamos en la celebración de un bautismo nos puedan pasar desapercibidas, por ser en los momentos iniciales y aun no nos hayamos metido de lleno en la celebración. Pero son cosas importantes que hemos de tener en cuenta en nuestra vida. Es el sentido de nuestra vida. La fe no es un adorno que nos pongamos o nos quitemos según nos parezca o nos convenga.
La fe es el alma de nuestra vida, lo que nos da sentido a lo que hacemos y a lo que vivimos. Y vivimos con fe y vivimos con esperanza; esperamos la vida eterna, pero esperar la vida eterna no es solo pensar en un mas allá después de nuestra muerte corporal – que también lo es – sino es esa participación de la vida de Dios que ahora vivimos.
Vivir en la fe es sentir que vivimos en la presencia de Dios, o lo que es lo mismo sentir que vivimos envueltos en el amor de Dios. El Dios en quien creemos es un Dios Amor, que nos ama mas allá de nuestros merecimientos, porque su amor siempre es fiel; somos sus criaturas – hemos sido creados por El, de El recibimos la vida – pero aun mas El quiere hacernos sus hijos; por eso nos hace participes de su vida, una vida sin fin, una vida eterna, como es eternidad la vida de Dios.
Y cuando vivimos envueltos en esa vida de Dios, en ese amor de Dios, nuestras obras, nuestra manera de vivir lo ha de reflejar. ¿Cómo podemos decir que vivimos envueltos en su amor y nosotros no amar de la misma manera? ¿Cómo decir que vivimos en el amor de Dios y nosotros mantener el odio en nuestro corazón, cerrarnos en el egoísmo y en la insolidaridad, enturbiar nuestra vida con la mentira, la vanidad, el orgullo, malear nuestra vida con la injusticia?
Creemos en Jesús y nos llenamos de vida. Creemos en Jesús y necesariamente hemos de vivir en el amor. Creemos en Jesús y comenzamos a sentirnos de manera distinta en nuestra relación con los demás, porque ya comenzamos a mirarlos como hermanos, y cuando somos hermanos nos queremos, nos hacemos el bien, buscamos lo bueno, colaboramos juntos en hacernos mutuamente felices en la vida. Creer en Jesús nunca nos aísla de los demás; creer en Jesús siempre nos llevara a un encuentro lleno de vida con los demás. Creer en Jesús nos llenara de vida eterna.

miércoles, 26 de abril de 2017

No olvidemos que tenemos que iluminar con la misma luz de Cristo y con su sabor al mundo que tanto necesita de su luz y de la sabiduría del Evangelio

No olvidemos que tenemos que iluminar con la misma luz de Cristo y con su sabor al mundo que tanto necesita de su luz y de la sabiduría del Evangelio

1Corintios 2, 1-10; Sal 118; Mateo 5, 13-16
‘Vosotros sois la sal de la tierra… vosotros sois la luz del mundo…’ nos dice Jesús hoy en el evangelio. Ser sal, ser luz. Escuchamos hoy esta palabra de Jesús en la fiesta de un gran santo español, san Isidoro de Sevilla. Resplandeció en su santidad y en su sabiduría en la sede de Sevilla en su tiempo y fue luz en medio de toda España en unos momentos oscuros y duros de la historia.
Su testimonio nos anima, su santidad nos hace imitarle, su sabiduría nos impulsa a que busquemos esa verdadera sabiduría que el Espíritu del Señor infunde en nuestro corazón para que también, quizás desde nuestra pequeñez y nuestra humildad, podamos poner ese nuevo sabor que nuestro mundo necesita y que nosotros sabemos que encontramos en la cruz de Jesús y en su resurrección.
El mundo necesita de esa luz y de ese nuevo sabor que en el evangelio podemos encontrar. Vivimos en un mundo cambiante y en un mundo que muchas veces nos puede llenar de confusión. Son tantas las ideas, las maneras de pensar, las formas de entender las cosas, los caminos que se nos ofrecen de todos lados porque en el fondo todos queremos un mundo mejor. Pero muchas veces nos podemos sentir confusos. Hay muchas cosas que nos encontramos que chocan con nuestros valores y nuestros principios nacidos del evangelio. Y parece en ocasiones que nos sentimos inseguros, dudamos y vacilamos si estamos en el camino cierto porque se nos dan tantos razonamientos que no sabemos a que atenernos.
Muchas veces los cristianos no nos hemos formado debidamente sino simplemente nos hemos ido dejando llevar porque nos parecía que todos pensábamos igual, que todas las cosas han sido siempre así pero no nos preocupamos de ahondar debidamente en nuestra fe, en el conocimiento del evangelio, en aquello que la Iglesia, sabia maestra en el Espíritu, nos ha ido enseñando.
Cuando nos planteaban quizás que teníamos que asistir a reuniones y encuentros nos decíamos que nada nuevo nos iban a enseñar y nos preocupamos de ese crecimiento necesario en nuestra fe, en nuestra autentica formación cristiana, en el crecimiento de una verdadera espiritualidad. Cuantas veces hemos escuchado o acaso nosotros decir también, ‘a mi que me van a enseñar si yo soy cristiano de siempre’. Y claro cuando surge la confrontación con otras ideas, con otros valores, con otras formas de concebir la vida que en la sociedad se nos va ofreciendo, no sabemos como reaccionar, como responder.
Y nos vamos tras otras espiritualidades orientales porque están de moda y se nos presentan como panaceas de una verdadera sabiduría de la vida; y nos dejamos influir por lo que todo el mundo piensa porque pensamos que si todos piensan así, eso será la verdad, y otras cosas por el estilo que nos desorientan, que nos llenan de confusión.
¿Seremos quizás la sal que se vuelve sosa? ¿Seremos la luz que se tamiza con otros filtros y colores, que nos impiden ver el brillo de la verdadera luz? Jesús nos advierte hoy, que si la sal se vuelve sosa, no valdrá sino para que la tiren y la pise la gente. No perdamos el sabor de la sabiduría de Jesús. Empapémonos de evangelio para que podamos brillar con la verdadera luz y podamos iluminar a los demás, podamos trasmitir con valentía y lealtad los valores del evangelio que darán verdadero sabor a nuestro mundo.

martes, 25 de abril de 2017

La Buena Noticia es Jesús, el Mesías y Salvador, el Hijo de Dios, rostro compasivo y misericordioso de Dios

La Buena Noticia es Jesús, el Mesías y Salvador, el Hijo de Dios, rostro compasivo y misericordioso de Dios

1Pedro 5,5b-14; Sal 88; Marcos 16,15-20
‘ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación… Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban’. Es el mandato de Jesús que nos recoge Marcos al final de su evangelio. ¿Cuál es ese evangelio que han de anunciar, que hemos de anunciar a toda la creación? Al principio de su relato había comenzado escribiendo Marcos: ‘Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios’.
La Buena Noticia es Jesús; la Buena Noticia es que Jesús es el Ungido de Dios, el Mesías; la Buena Noticia es que Jesús es el Hijo de Dios. La Buena Noticia no son ni parábolas ni milagros, hechos asombrosos o extraordinarios o que las gentes siguieran a Jesús, lo buscaran o quisieran escucharle. Se nos narran todas esas cosas para anunciarnos a Jesús, para anunciarnos que Jesús es el Hijo de Dios; no es decirnos que sea un hombre extraordinario o que las gentes estuvieran asombradas con El. A quien tenemos que anunciar es a Jesús.
Creo que este podría ser el primer mensaje que nos ha de llegar en esta fiesta de san Marcos evangelista que hoy celebramos. Ya el apelativo que le damos a san Marcos nos lo esta diciendo, evangelista, el que anuncia el evangelio, el que nos ha trasmitido el segundo evangelio. Este fue su deseo cuando nos lo relata, cuando nos lo presenta como ya hemos expresado.
Es el mensaje que recibimos y el mensaje que hemos de trasmitir. Con claridad y contundencia. Aunque no nos lo quieran oír. Tenemos que saber presentarlo. Ya sabemos de cuantas maneras la gente ve a Jesús o quiere verlo. Para muchos se queda en un personaje maravillo como hay quien lo ve como un revolucionario; un personaje de la historia pero que lo ven como algo del pasado, de otro tiempo; como también muchas veces quizás nosotros los cristianos lo hemos presentado, olvidándonos de lo esencial. Y no podemos andar con confusiones. Igual que entonces algunos se habían hecho una imagen muy particular de lo que había de ser el Mesías, nos puede seguir sucediendo ahora. Vayamos a lo que es el centro y el meollo del evangelio.
Claro que ese anuncio de nuestra fe lo hemos de hacer con las actitudes nuevas de nuestra vida que muestren ese reconocimiento de que Jesús es el Hijo de Dios. Y es que desde esa fe nuestra vida tiene que ser distinta, nuestro reconocimiento lo hemos de hacer por las obras, por el amor, por esa nueva forma de vivir que hemos de tener quienes sentimos esa salvación en nuestra vida. Las obras de la oscuridad y de las tinieblas no tienen que aparecer ya de ninguna manera en nosotros. Jesús nos ha liberado de nuestros pecados y ahora con una nueva vida resplandeciente de santidad tenemos que presentarnos ante nuestro mundo. Todo lo que sea pecado, y pecado es todo lo que nos aleja de Dios, tenemos que alejarlo de nosotros, de nuestra vida.
Se confirmaba con señales la Buena Noticia que anunciaban, nos dice hoy Marcos. Con señales de compromiso por el bien, de lucha por la justicia, de búsqueda de la verdad, de vivir en el amor tenemos que manifestarnos ante el mundo para confirmar ese anuncio que estamos haciendo. Envueltos en la misericordia divina que nos ha salvado con su amor vamos nosotros también llevando misericordia al mundo que nos rodea.
Cuanto falta hace que envolvamos de misericordia nuestro mundo. Esa misericordia que manifestamos con los pecadores, esa misericordia con que nos acercamos a los que sufren, esa misericordia que nos hace compasivos con los que yerran en la vida, esa misericordia que nos hace acoger a todos en lo mas profundo del corazón, esa misericordia que siempre se hace perdón para los que hacen el mal o los que nos han ofendido, esa misericordia que llena de ternura nuestra vida y vamos a sanar a los que sufren las amarguras del dolor.
Proclamemos de verdad que creemos en Jesús, el Mesías y Salvador, el Hijo de Dios, que nos manifiesta en todo momento el rostro compasivo y misericordioso de Dios.

lunes, 24 de abril de 2017

Los que acabamos de celebrar la Pascua y renovar nuestro bautismo hemos de mostrarnos en verdad hombres nuevos renacidos con nuevas actitudes y comportamientos

Los que acabamos de celebrar la Pascua y renovar nuestro bautismo hemos de mostrarnos en verdad hombres nuevos renacidos con nuevas actitudes y comportamientos

Hechos de los apóstoles 4, 23-31; Sal 2; Juan 3,1-8
Algunas veces no sabemos cuando es el momento mas oportuno; deseamos aquel encuentro pero no sabemos como abordarlo; quizás hay miedos en nuestro interior, o desconfianza, no sabemos cuales son las palabras mas oportunas que emplear; que le voy a decir, pensamos, aunque tenemos tantas cosas en la cabeza, tantas preguntas que hacer; nos condicionan circunstancias de nuestra vida, nuestra posición social, lo que la gente pueda pensar si se enteran de mi decisión; no queremos hacerlo a escondidas, pero tampoco queremos que nadie se entere; hay dudas en nuestro interior pero deseamos en el fondo ese encuentro, queremos buscarlo pero no nos atrevemos. Cosas así nos pasan mas de una vez,  y pasamos es cierto un mal rato antes de tomar la decisión.
¿Le pasaría algo así a Nicodemo? Era alguien importante, era un magistrado judío, miembro del Sanedrín, pertenecía al grupo de los fariseos; y aunque tenia sus principios y posicionamientos en muchas cosas en el orden religioso y social como perteneciente a aquel grupo social, sin embargo había inquietudes en su corazón; se preguntaba muchas cosas por dentro sobre todo después que había oído hablar de Jesús y ver las cosas que hacia. ¿Cómo abordar a Jesús? ¿Cómo acercarse a El sin que esto produjera un cierto revuelo entre sus compañeros? Decide al fin ir de noche a ver a Jesús. Allí en la placidez de la noche se podían hablar muchas cosas, se podían discutir muchas dudas, podía escucharle con calma sin sentirse presionado por nadie.
‘Rabí, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro; porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él’, fueron sus palabras de saludo y a modo de presentación de la inquietud que llevaba dentro. Lo reconoce como Rabí, como Maestro, pero como alguien venido de Dios. Nadie puede hacer lo que hace Jesús si Dios no esta con El.
Jesús conoce aquel corazón, y sabe que necesita algo nuevo, algo en lo que se sienta renovado totalmente por dentro. Y Jesús no le habla de remiendos, de arreglitos de algunas cosas; no es eso lo que Jesús nos presentara a todos porque ya nos dirá que a vino nuevo son necesarios odres nuevos; por eso se necesita ser un hombre nuevo, renovado de tal manera que sea como que haya nacido de nuevo. Y a todos nos costara comprender esas palabras de Jesús porque siempre andamos con remiendos, arreglitos por aquí o por allá, pero nos cuesta reconocer que hay que recomenzar de nuevo, como quien parte de cero. Por eso Jesús dirá que hay que nacer de nuevo.
‘Te lo aseguro, el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios’. Y Nicodemo no comprende y hace preguntas. ‘¿Cómo puede nacer un hombre, siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer?’ Se toma las palabras con excesiva literalidad. No puede entender. Como también nosotros podemos convertir la respuesta de Jesús en un puro ritualismo. Nos habla Jesús del agua y del Espíritu, e interpretamos que nos habla del bautismo, e interpretamos bien.
Pero no nos quedemos en el bautismo ritual, sino en todo lo que significa el bautismo. Porque ese sumergirnos en el agua no es simplemente un baño que podamos hacer a nuestro cuerpo; nos quedaríamos en cosas externas; es  algo mas, porque ese sumergirse en el agua es sumergirse en la muerte de Jesús, es un morir en nosotros para renacer, si, por la fuerza del Espíritu con una vida nueva. Es el renacer del que nos habla Jesús. Es el nacer con una vida nueva, es el ser un hombre nuevo y distinto.
Cuanto tendríamos que hacernos reflexionar todo esto. Como tendríamos que preguntarnos si nosotros bautizados y que acabamos de vivir y celebrar la Pascua y de hacer la renovación de nuestras promesas bautismales somos en verdad ese hombre nuevo. ¿Se notara en nuestra vida que hemos vivido la Pascua, que somos ese hombre nuevo del que nos habla Jesús? Vayamos al encuentro con Jesús sin prejuicios, sin respuestas previamente aprendidas de memoria, vayamos hasta Jesús con el corazón abierto y sin ningún temor ni predisposición para acoger y aceptar cuanto nos diga Jesús. Mucho tendremos que reflexionar sobre todo esto.

domingo, 23 de abril de 2017

Que nuestros miedos y cobardías no nos hagan cerrar puertas y poner barreras que impidan encontrarnos con Jesús allí donde El quiera manifestársenos

Que nuestros miedos y cobardías no nos hagan cerrar puertas y poner barreras que impidan encontrarnos con Jesús allí donde El quiera manifestársenos

Hechos de los apóstoles 2,42-47; Sal 117; 1Pedro 1,3-9; Juan 20,19-31
Una reacción que nos puede surgir ante el miedo es encerrarnos. Con las puertas cerradas el miedo esta fuera, no nos puede afectar, pero eso puede significar aislarnos, creer que por nosotros mismos podemos vencerlo y no seremos capaces de pedir ayuda ni de aceptar lo que los demás nos puedan decir o nos puedan ofrecer. Ese miedo quizás a arriesgarnos nos impedirá alcanzar metas que por otra parte habríamos conseguido, a tener nuevas experiencias que nos podrían enriquecer y que de verdad por una parte nos harían descubrir nuestro verdadero valor, pero también lo importante que con los otros podríamos conseguir.
Miedo a lo que nos podría sobrevenir, miedo a lo que nos parece desconocido, miedo a salir de nuestras rutinas o nuestras costumbres de siempre, miedo a lo que nos pueda pasar en semejanza a otras situaciones que hemos pasado o que vemos que les suceden a los demás, miedo a lo que pueda significar innovar porque eso puede significar riesgo, miedo a lo que nos podría pasar y para lo que pensamos que no estamos preparados, miedo a lo que pueda comprometernos lo nuevo que descubramos, un nuevo camino que quizás tengamos que emprender; preferimos quizás ir a nuestro aire, por libre, sin que los demás nos importunen en esas malas situaciones. Muchas cosas en un sentido o en otro que nos pueden suceder en la vida.
Los discípulos estaban con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Encerrados estaban esperando lo que podría suceder, no se terminaban de creer algunas noticias que iban llegando, la experiencia pasada en los días anteriores temiendo que a ellos les pudiera suceder lo mismo los había encerrado como en una fortaleza defensiva en el cenáculo, aunque uno se había atrevido a echarse a la calle por su cuenta y sin contar con nadie.
Y así cerradas puertas y ventanas con esos miedos que tenían estaban los discípulos cuando se presento Jesús en medio de ellos sin que las puertas se abrieran, pero sin quitárseles aun a ellos el miedo; aun pensaban que podía ser un fantasma, como dice otro de los evangelistas.
Ahora la alegría era grande. Era verdad. Jesús había resucitado. Lo que las mujeres en la mañana habían contado era cierto, no eran visiones. Lo que los que se habían marchado a Emaús y habían regresado se estaba ahora confirmando. Allí estaba Jesús en medio de ellos, mostrándoles las manos y el costado. Los miedos y las dudas se disipaban. La paz llegaba con Jesús a sus corazones. Ese era su saludo. ‘Paz a vosotros’, que repite Jesús por dos veces. Algo nuevo se estaba produciendo también en sus corazones porque ya se sentían llenos del Espíritu de Jesús. Comprendían que un mundo nuevo de amor y de perdón necesariamente tenía que comenzar. La alegría que Vivian tenían que trasmitírsela a los demás haciendo que a todos llegara esa paz al corazón y llegara el perdón. Era la misión que Jesús les confiaba.
Pronto tendrán oportunidad a la vuelta de Tomas. Había querido hacer su camino a su manera, vencer sus miedos a su aire, no estaba con las puertas cerradas, pero había preferido caminar solo y no encontró a Jesús. Es importante saber estar con los demás, aprender a caminar juntos. Creemos que a nuestro aire o a nuestros ritmos vamos a conseguir mejores resultados, pero al final solos y sin encontrar lo que buscamos.
En Tomas seguían sus dudas, su búsqueda de pruebas. Los demás discípulos le habían dicho ‘hemos visto al Señor’, pero el quería meter sus dedos en los agujeros de las manos, su mano en la herida de la lanza en el costado. Si no lo veo, no lo creo, como decimos tantas veces, y queremos tocar, palpar, comprobar por nosotros mismos. En tantas cosas, de tantas maneras, en el camino de la fe, en el camino de la vida.
A los ocho días estaba Tomas con ellos y se manifestó de nuevo Jesús. ‘trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano, metela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente’. Ya no hacían falta las pruebas. ‘¡Señor mío y Dios mío!’ fue la exclamación y la aclamación de Tomas. ‘¡Dichosos los que crean sin haber visto!’, le dice Jesús.
Que itinerario mas hermoso para nuestra vida, para nuestros miedos, para nuestras dudas. Dejemos entrar a Jesús. No cerremos puertas. Muchas son las puertas que vamos cerrando en la vida, si, por nuestros miedos o por nuestros complejos, y no terminamos de encontrar a Jesús.
Barreras que ponemos cuando queremos que Dios se nos manifieste pero tal como nosotros imaginamos o cuando a nosotros nos convenga; barreras que ponemos cuando cerramos tantas veces el evangelio porque queremos pensar a nuestro aire, ir por nuestro lado, o no queremos escuchar la voz de la Iglesia; barreras que ponemos cuando nos aislamos en nuestros problemas y no sabemos abrirnos a quien nos pueda ayudar; barreras que ponemos en nuestra relación con los demás y no es necesario poner muchos ejemplos para caer en la cuenta de tantas discriminaciones, de tantas veces que decimos que cada uno se ponga en su sitio, de cuando no queremos que nadie se meta en nuestra vida y nos perturbe… y así podríamos pensar en muchas cosas.
Dejemos que Cristo resucitado llegue a nuestra vida y nos traiga su paz; con Cristo resucitado con nosotros vayamos también a nuestro mundo siendo signos de reconciliación y de misericordia; que la alegría de Cristo resucitado con quien nos encontramos en la fe se contagie a los demás, transforme de verdad nuestro mundo.
Creemos, si, que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, para que creyendo tengamos vida en su nombre.