Dejemos
que Jesús nos lleve con El a la montaña alta, a los momentos de intimidad, al
silencio y a la escucha, a la oración, El se nos revelará en lo hondo del corazón
Santiago 3,1-10; Sal 11; Marcos 9,2-13
‘Ven conmigo que quiero contarte algo’,
y el amigo nos sacó de aquella conversación en la que estábamos, o de aquel
grupo de amigos con los que estábamos pasando el rato, y nos llevó en un aparte
porque quería contarnos algo. Nos sentimos sorprendidos y halagados
seguramente; no lo esperábamos y además estaba mostrando una confianza grande
al contarme aquello tan especial. Buena consideración debía de tener de
nosotros cuando así mostraba algo que no contaba a los demás.
¿Sería algo
así cómo se sentirían aquellos tres discípulos cuando Jesús los llama y se los
lleva con él para subir a aquella montaña alta? Ya sabían que a Jesús le
gustaba retirarse a lugares apartados para orar; lo verían así en oración hasta
noches enteras en distintos momentos, pero habitualmente se retiraba solo.
Ahora hay que subir a aquella montaña alta en medio de las llanuras y valles de
Galilea y Jesús se lleva consigo a Pedro, Santiago y Juan. Después sabremos que
en algún otro momento los escoge en particular a ellos también para momentos
especiales.
No esperaban
lo que allí en lo alto iba a suceder. Estando Jesús en oración y seguramente
ellos medio adormilados por algún sitio, cansados quizás de la subida a la
montaña, Jesús se transforma. Unos resplandores lo envuelven y sus vestiduras
se llenan de un brillo especial. Y Jesús no está solo, pues junto a El estarán
Moisés y Elías. Despabilándose ante tanto resplandor los tres discípulos están
más que asombrados. Pedro se atreve a hablar porque no quiere que aquello se
acabe. Se sienten en la gloria del cielo. ‘¡Qué bien se está aquí!’ y
como nos narrará otro de los evangelistas ya está pensando en levantar unas
chozas para que permanezcan y aquello no se acabe.,
Pero una nube
los envuelve y una voz venida del cielo suena como un trueno sobre ellos. ‘Este
es mi Hijo amado, escuchadlo’. No soportan tanta emoción y les aturde la revelación
que del cielo está viniendo y caen de bruces asustados. Jesús les saca de su
aturdimiento y como en un despertar después de tanta emoción, allí está solo
Jesús con ellos, que les recomienda mientras bajaban que aquello no lo contaran
a nadie hasta después de que resucitara de entre los muertos. No terminan de
entender, muchas preguntas siguen estando dentro de ellos. Aunque en los
anuncios de la pasión les había hablado siempre de resurrección aun no terminan
de entender.
Jesús quiere
tener a sus discípulos cerca de sí. Se los llevó con ellos, nos dice en otra
ocasión, igual que cuando eligió a los doce era para que estuvieran con El.
Jesús nos quiere tener junto a sí. Solo estando con Jesús, solo sintiéndonos
muy cerca de El es cómo comenzaremos a conocerlo de verdad. Es ahí en esa
cercanía y en esa intimidad donde Jesús se nos da a conocer allá en lo más
profundo de nuestro corazón. Como el amigo que nos lleva en un aparte porque
quiere revelarnos unos secretos. Tenemos que dejar que Jesús nos tenga junto a
sí, nos lleve con El.
Algunas veces
parece que se nos complica eso de la fe y lo de ser cristiano. Son tantas las
influencias que recibimos de todas partes que un poco parece que ese piso de la
fe se nos tambalea debajo de nuestros pies. Hay pasos que nos cuesta dar, cosas
que nos cuesta aceptar, valores que nos cuesta vivir, porque aparecen nuestros
miedos, porque nos llenamos de dudas, porque las exigencias del camino de Jesús
algunas veces nos parecen difíciles.
Parece que nos sentimos solos, parece que no llegamos a vivir esa presencia de Dios en nuestra vida, parece que los caminos se nos hacen demasiado pendientes y nos entran los cansancios. Quizá hay algo que no tenemos muy en cuenta, no le damos tanta importancia y lo abandonamos. Jesús quiere que estemos con El y a nosotros nos cuesta estar con Jesús, porque preferimos otras carreras u otros caminos.
Y detenernos, hacer silencio dentro de nosotros, abrir bien los oídos
del alma, entrar en esa sintonía de Dios para escucharle, para sentirle, para
vivirle, es algo que nos cuesta y tantas veces lo dejamos para otro momento, o
lo queremos hacer a la carrera. Veamos el tiempo que le damos a nuestra oración,
veamos si creamos ese silencio interior para sentir a Dios en nuestra vida; en
medio de los ruidos no lo podemos escuchar.
Dejemos que
Jesús nos lleve con El, a la montaña alta, a los momentos de intimidad, al
silencio y a la escucha, a la oración. Aunque los ojos se nos cierren por el
sueño intentemos mantener esa sintonía de Dios abierta. Y Jesús se nos revela,
Jesús se nos da a conocer, Jesús nos hará vivir su presencia dentro de
nosotros. Y bajaremos de la montaña también transfigurados, transformados, con
nuevos bríos e impulsos, con nuevas ganas de seguir con toda intensidad el
camino de Jesús.