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sábado, 12 de febrero de 2022

No seamos derrotistas diciendo que poco o nada tenemos sino esos pobres siete panes de tu vida compártelos con los demás y el mundo brillará con un nuevo color

 


No seamos derrotistas diciendo que poco o nada tenemos sino esos pobres siete panes de tu vida compártelos con los demás y el mundo brillará con un nuevo color

1Reyes 12, 26-32; 13, 33-34; Sal 105; Marcos 8, 1-10

Los discípulos se sintieron quizás sorprendidos por las manifestaciones que estaba haciendo Jesús. Estaba descorriendo el velo de su corazón para que todos le conocieran, para que conocieran sus sentimientos, para darles a entender también el sentido nuevo del Reino de Dios que les estaba enseñando.

Siento compasión de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer, y, si los despido a sus casas en ayunas, van a desfallecer por el camino. Además, algunos han venido desde lejos’.

Comienzan entonces a preocuparse los discípulos. Si es que allí tampoco ellos pueden hacer nada. ‘¿Dónde comprar panes para que coman todos estos?’, se preguntan. Están en lugares despoblados, la situación les parece difícil de resolver. Pero es cuando surge la pregunta de Jesús. ‘¿Cuántos panes tenéis?’ ¿Con cuántos panes se puede contar? Pero solo tienen siete panes. Con eso parece que es imposible.

Derrotistas de la misma manera nos presentamos nosotros tantas veces. No hay nada que hacer, nos decimos y repetimos, son tantos los problemas que parece que vienen en avalancha; quizás podemos sentir algún tipo de preocupación pero no hacemos sino darle vueltas al asunto sin disponernos a comenzar a hacer algo. ¿No habría que preguntarse también por cuántos panes tenemos? ¿Qué es lo positivo por pequeño que sea que yo pueda aportar? ¿Qué es lo que sé hacer y donde yo puedo echar una mano con eso que yo tengo, con eso que yo soy?

Algunas veces cuando hablamos de ese mundo nuevo que tenemos que hacer, de esa ilusión que tenemos que poner en la vida por hacer que las cosas se mejores, de esos granitos de sal que tendríamos que añadir a la vida para que la vida tenga otro sabor, de esas hogazas o de esas migajas de amor y de buenos sentimientos que tenemos que ir poniendo en el mundo para que sea mejor, enseguida pensamos en qué podemos hacer nosotros frente a esa avalancha de egoísmo, de insolidaridad, de maldad que podamos ver en el mundo y nos parece que son tantos y que nosotros somos tan poquitos que no podríamos conseguir nada por hacer que todo mejore. Y nos quedamos con los brazos cruzados. Es lo peor que podemos hacer.

Pon tu granito de arena, pon tu migaja de amor, pon tu ilusión y tu esperanza, comienza a ver las cosas con otros ojos llenos de posibilidades, siempre tu buena semilla aunque te parezca tan pequeña… todo eso un día florecerá; claro que si dejas la semilla guardada sin echarla a la tierra nunca podrá germinar para hacer surgir una nueva planta que llegue a dar fruto. Y es lo que muchas veces hacemos, nos quedamos en lamentaciones, nos quedamos en que nada o poco tenemos y de qué va a servir y la multitud seguirá teniendo hambre porque nadie ha comenzado a compartir. Comienza y seguro que tu obra buena va a fructificar y va a ser estímulo para que otros también siembren su pequeña semilla, compartan su pequeño pedazo de pan.

Es lo que nos está enseñando este milagro de la multiplicación de los panes que hoy contemplamos en el evangelio. ‘¿Cuántos panes tenéis?’ ¿Serás capaz de compartir la pobreza de esos siete panes que tú tienes?  Siente la compasión de Jesús y ponte por obra y comienza a compartir tus panes. Tu sonrisa, tu ilusión, tu esperanza, tu optimismo, tus buenos deseos, tus pequeñas cosas buenas que hagas cada día, tu acercamiento a los demás, tu visita al enfermo de al lado de tu casa, tu interés por los problemas que puedan tener los demás para ayudarle… cuántas cosas.

viernes, 11 de febrero de 2022

Que se nos abran los oídos para escuchar la Palabra de Dios pero también para ir al encuentro con los demás y no hablemos distintos idiomas entre nosotros

 


Que se nos abran los oídos para escuchar la Palabra de Dios pero también para ir al encuentro con los demás y no hablemos distintos idiomas entre nosotros

1Reyes 11,29-32; 12,19; Sal 80; Marcos 7,31-37

No hay peor sordo que el que no quiere oír, dice el refrán castellano, pero en torno a lo de oír o no oír, escuchar o no escuchar son muchas las cosas que se reflejan en los dichos populares… para lo que hay que oír, dicen algunos, mejor nos quedáramos sordos. Pero por encima de esas consideraciones comenzaremos diciendo que es triste el que no puede oír. Que ante él se esté realizando una conversación y no pueda participar porque no puede escuchar lo que los otros dicen, es algo duro y triste. Con los avances de la técnica y de la ciencia son problemas que se van solventando dando alegría a muchos corazones cuando pueden percibir, por ejemplo, la voz de las personas amadas.

Queremos oír, es cierto; queremos escuchar, que no es solo saber de los demás sino que es en cierto modo un integrarse en la vida y en la comunión con los otros. Comunicarse es un paso importante en el camino de la comunión. Y la comunicación además tiene que ser mutua. Expresamos nuestros pensamientos con palabras y queremos percibirlas porque así estamos recibiendo de los demás, como nosotros también aportamos enriqueciendo la vida de los que están a nuestro lado con esa riqueza de pensamiento que sale no solo de la mente sino desde lo más hondo del corazón.

Aquí sí tendríamos que decir que hay muchas clases de sorderas, porque ya no es solo el sonido que entra por nuestros oídos transmitiéndonos a través de las palabras unos pensamientos, sino que significa o tiene significar la comunión que yo quiero tener con los demás. Y nos damos cuenta que en la vida nos ponemos barreras cuando con actitud egoísta y prepotente vamos por la vida queriendo imponer solo nuestras ideas.

Quien quiere imponerse no escucha, le molesta lo que los otros puedan expresar, se resiste al pensamiento distinto que puede ser enriquecedor. Cuántas veces en nuestras conversaciones no entramos en esa fluidez del diálogo porque en lugar de escuchar solamente estoy pensando en lo que yo le voy a decir al otro, con lo que yo quiero oponerme al otro. Triste conversación que no lleva a un verdadero diálogo que significaría un enriquecimiento mutuo.

Jesús, que como dice la Escritura Santo, pasó por el mundo haciendo el bien, hoy le contemplamos en el evangelio curando a un sordomudo. ‘Le presentaron un sordo que además apenas podía hablar’, comenta con cierto detalle el evangelista. Y es bien significativo ese detalle. Sabemos que hay mudos que lo son porque nunca escucharon sonidos en sus oídos y no pudieron aprender como articular sus propios sonidos para expresarse. Problemas físicos y de limitaciones sensoriales, es cierto, pero que nos están denotando todo ese problema de comunicación de lo que no veníamos refiriendo. ‘Todo lo ha hecho bien, hace oír a los sordos y hablar a los mudos’, termina reconociendo la gente.


¿Será acaso lo que nosotros necesitamos? Muchas veces apenas sabemos hablar pero quizá el gran problema es que no sabemos o no queremos escuchar. ‘Effetá’ nos viene a decir Jesús para abrir nuestros oídos y pero para abrir también rectamente nuestros labios. Una referencia primera a la escucha de la Palabra de Dios, es cierto. Por eso queremos dejarnos inundar por el Espíritu de Jesús para que podamos escuchar, para que podamos entender, para que podamos llegar a plantar en nuestro corazón esa Palabra de Dios que se nos dice, que se nos proclama. Bien lo necesitamos.

Pero ¿no tendríamos que pedirle también que nos abra los oídos para ir al encuentro con los demás? Es un aspecto muy importante. Cuánto necesitamos escucharnos, comunicarnos, entendernos. Qué distintos son los idiomas que hablamos en algunas ocasiones en nuestra relación con los demás.

jueves, 10 de febrero de 2022

El amor de una madre es tan poderoso que hasta mueve el corazón de Dios y es signo y señal de que se rompen todas las barreras y todos puedan sentir el amor de Dios

 


El amor de una madre es tan poderoso que hasta mueve el corazón de Dios y es signo y señal de que se rompen todas las barreras y todos puedan sentir el amor de Dios

Reyes 11, 4-13; Sal 105; Marcos 7, 24-30

El amor de una madre es tan poderoso que hasta mueve el corazón de Dios. Quienes son madres lo experimentan en su vida, nada las puede detener. Harán lo imposible por conseguir lo que desean para sus hijos. Todos lo hemos palpado a nuestro alrededor o en experiencias también de nuestra misma vida. Moverán lo que sea necesario, acudirán a donde tengan que acudir sin miedos ni complejos, siempre sus hijos estarán por encima de todo. ¿Cómo pueden permitir el sufrimiento de un hijo? Capaces son de ponerse en su lugar. El amor la ciega y serán como una fiera salvaje para conseguir lo que sea para su hijo.

Lo contemplamos en diversas páginas del evangelio. ¿Qué es si no lo que hacía la madre de los Zebedeos cuando se acercó con sus peticiones para sus hijos a Jesús? El amor llenó de ambición su corazón haciendo incluso oídos sordos a lo que Jesús antes les había enseñado.

¿Qué es lo que le vemos hacer a esta mujer cananea que corre por las calles tras Jesús, que es capaz de soportar todas las humillaciones posibles, que se siente ninguneada por ser mujer y por ser gentil, pero que insiste e insiste con mil argumentos que se los inspirarán su amor para conseguir lo que está pidiendo? El amor de madre la hizo grande para mover el corazón de Dios.

Y es que el amor de una madre es humilde, no le importa hacerse o sentirse pequeña, pobre y necesitada; el amor de una madre es generoso porque no pide para ella; el amor de una madre la hace desgastarse sin importarle hacerse la última con tal de conseguir lo mejor para sus hijos; el amor de una madre la hace ser muchas veces invisible, pero será el corazón que siempre está atento y vigilante porque no se puede dormir.

Son los pobres y los humildes, los sencillos y los pequeños los que se ganan el corazón de Dios; ya Jesús nos dice – y da gracias al Padre por ello – que Dios solo se revela a los que son pequeños, sencillos, humildes, generosos de corazón. El que se hace pequeño de verdad no dejará meterse nunca la malicia en su corazón y serán los limpios de corazón los que verán a Dios; el humilde y el sencillo entenderá mejor que nadie los secretos del misterio de Dios; los pobres que saben vivir desprendidos de todo serán capaces de tener un corazón grande para que lo ocupe totalmente Dios.

Lo vemos hoy reflejado en esta página del evangelio. Una mujer que ni siquiera era judía que se ganó el corazón de Cristo para terminar reconociendo la grandeza de su fe. Y aquel día saltaron las barreras, porque le mujer finalmente comenzó a ser escuchada; saltaron las barreras porque se nos dio a conocer que el amor de Dios no era sólo para los que se consideraban hijos de siempre; saltaron las barreras porque la buena nueva del evangelio comenzaba a anunciarse más allá de las fronteras de Israel.

Era el principio de lo que sería luego el gran mandato de Jesús de ir por todo el mundo para anunciar el evangelio y a todo aquel que creyese se le derramaba la gracia de Dios también sobre sus vidas. Era un preanuncio de aquel mantel que un día vería Pedro bajar del cielo con toda clase de animales y de comidas de las que él también habría de comer; nada ni nadie se consideraba ya indigno de alcanzar la gracia del Señor lo transformaba todo.

¿Seguiremos nosotros aun poniendo barreras? Con nuestras actitudes y posturas ¿seremos acaso alguna vez nosotros barreras que quieran impedir el avance de lo que es la gracia de Dios?

miércoles, 9 de febrero de 2022

Cuídate, nos decimos, pero no olvidemos esos verdaderos valores que tienen que germinar dentro de nosotros para arrancar la maldad de dentro del corazón

 


Cuídate, nos decimos, pero no olvidemos esos verdaderos valores que tienen que germinar dentro de nosotros para arrancar la maldad de dentro del corazón

1Reyes 10, 1-10; Sal 36; Marcos 7, 14-23

Nos cuidamos. Todos andamos en lo mismo. Cuídate, le decimos al amigo cuando lo saludamos o cuando despedimos la conversación. Es algo que se ha metido como costumbre y todos queremos tener esos buenos deseos para los demás. Pero ¿qué es lo que tenemos que cuidar?

Quizás nos referimos a la salud; y ahora en estos tiempos de pandemia estamos deseando a todos que nadie se contagie, y que seamos prevenidos, que tomemos precauciones. Pero aunque no fueran tiempos de pandemia todos queremos cuidar nuestra salud, nuestro bienestar, decimos. Porque no queremos que pasen los años y dejen secuelas o huellas en nuestra vida, en nuestro cuerpo, y que tengamos las más mínimas limitaciones. Quizás estamos mandando al gimnasio a alguien para quitar los kilos de más, los ‘michelines’ que le quiten belleza a su figura. Queremos tener buena imagen. Y la gente se cuida, y busca todos los afeites del mundo para disimular ojeras o arrugas, o patas de gallo o canas, y acuden a la cirugía plástica para corregir defectos de imagen y no sé cuantas cosas más.

Nos cuidamos y le decimos a la gente que se cuide y podíamos pensar en muchas más en el sentido físico, en el cuerpo, pero ¿es solo lo que tenemos que cuidar? Creo que es la gran pregunta que tenemos que hacernos. ¿Dónde está la verdadera belleza de la persona? ¿Cuál es la mejor imagen que tenemos que presentar de nosotros mismos?

Aquí es donde tenemos que ponernos a pensar. ¿En qué gastos mis esfuerzos? ¿En qué realmente pongo mi empeño? ¿Nos quedaremos en bellezas externas? ¿En imágenes agradables y atrayentes? ¿Qué es lo que realmente tiene que ser atractivo en una persona? Reconozcamos que hacemos mucho esfuerzo por lo externo, por lo que a la larga es fugaz, efímero, y un día se va a difuminar como humo.

Hoy Jesús frente a unos conceptos de pureza que se habían creado los judíos donde incluso no podían tomar algunos alimentos porque eso los hacia impuros, nos habla de lo que sale del corazón. Porque lo impuro, nos viene a decir, no nos entra por la boca; la maldad la llevamos dentro del corazón.

Muchas veces las cosas que habían nacido con razones higiénicas, por llamarlas de alguna manera, pronto se habían convertido en ley para ellos y de lo que se quería evitar que pudiera dañar la salud humana, se había pasado a darle un tinte religioso y moralizante para convertir esos alimentos no solo en su aspecto dañino, dada la salubridad o no que podría tenerse en quienes vivían una vida trashumante, sino que se les consideraba alimentos impuros que ni siquiera podrían tocar. Ya el evangelista hace un comentario diciéndonos que Jesús estaba declarando a todos los alimentos puros.

Por eso cuando hemos venido hablando de qué es lo que tenemos que en verdad cuidar de nuestra vida, no nos podemos quedar en esos cuidados externos o corporales, aunque también tengamos que hacerlos. Es el cuidado de la vida, es el cuidado de la persona, es el cuidado de esos valores que nos dignifican, es el cuidado de aquello que nos hace verdaderamente grandes.

Y para ello lo que en verdad tenemos que purificar es el corazón. Porque de lo que tengamos en el corazón hablarán nuestros labios, o se manifestará en nuestras posturas o en las actitudes que tengamos en nuestras relaciones con los demás. Eso es lo que verdaderamente tenemos que cuidar.

¿Con que nos hacemos daño y hacemos daño también a los que están a nuestro lado? Porque también nos estamos haciendo daño a nosotros mismos cuando no curamos las heridas que tengamos en el corazón y dejamos que se enconen en orgullos y rivalidades, en violencias o en actitudes negativas hacia los demás; y salen las envidias, y salen las malquerencias, y sale el desprecio, y salen las criticas destructivas, y salen tantos venenos con los que queremos dañar a los demás, pero que realmente nos están envenenando a nosotros mismos.

Muchas veces se nos dice que tenemos que curar las heridas que hay dentro de nosotros. Para ello sé capaz de perdonar, sé capaz de ser comprensivo, sé capaz de mirarte con sinceridad a ti mismo, sé capaz de tratar al otro como quisieras que te trataran a ti. Son las actitudes nuevas que Jesús nos va enseñando en el evangelio. Son los pasos que tenemos que estar dispuestos a dar en ese camino de verdadera transformación de nuestra vida.

¿Cuál es la belleza que tenemos que manifestar? ¿Cuáles son las cosas en las que en verdad tenemos que cuidarnos?

martes, 8 de febrero de 2022

La inmovilidad nos puede llevar a quedarnos anquilosados en la vida perdiendo vitalidad y sentido profundo lo que hacemos

 


La inmovilidad nos puede llevar a quedarnos anquilosados en la vida perdiendo vitalidad y sentido profundo lo que hacemos

1Reyes 8, 22-23. 27-30; Sal 83; Marcos 7, 1-13

Es frase muy socorrida, que habremos escuchado muchas veces y que se nos presenta como argumento de inmovilidad y en cierto modo de conservadurismo es aquello de que ‘esto siempre se ha hecho así’. Entra en el ámbito de las costumbres de los pueblos y en el mantenimiento de tradiciones como en muchos aspectos de la vida social, en nuestras fiestas, en lo que hacemos cada año sin variar ni un ápice, y no digamos nada en cuanto toca el tema de la religión. ‘Esto se ha hecho siempre así’ y no hay más vueltas que dar.

Cuando llega alguien convencido de que la vida es renovación y si no hay renovación nos quedamos anquilosados y las cosas van perdiendo la vitalidad y por eso intenta mejorar cosas, revisar lo que se está haciendo, o plantearnos nuevas cosas que se podrían hacer, nos encontramos con el muro infranqueable de los que nos dicen ‘esto se ha hecho siempre así’.

¿Alguien se pregunta por qué se comenzaron a hacer esas cosas que ahora nos parecen inamovibles? Eso resulta incómodo; no queremos reconocer que hay cosas que nos pueden valer para un tiempo determinado, pero que esas cosas con el paso de los años hay que renovarlas para que adquieran pleno sentido y significado. Quizá fue el fruto de quien en aquel momento tuvo una buena visión para iniciar algo que en aquel momento podía ser muy dinamizador para la comunidad. Pero fácilmente las cosas caen en la rutina y en el sinsentido porque ahora serán otras cosas a las que tendríamos que dar más importancia. Es una tentación en la que todos podemos caer porque fácilmente huimos de exigencias nuevas que nos lleguen a lo hondo de lo que hacemos.

Hablamos en general de muchos aspectos de la vida social donde las posturas inamovibles no siempre son fructuosas; hay que tener visión de la realidad del momento y de lo que nos puede valer también para el futuro; no todo es desechable de lo pasado, pero lo pasado también hay que renovarlo. Decimos en todos los aspectos de la vida social y también en los planteamientos de las prácticas religiosas que realizamos.

A muchos les ha costado el aceptar la renovación del concilio Vaticano II en muchos aspectos de la vida de la Iglesia y sobre todo de su liturgia; añoranzas de pasado, muchas veces añoranzas de oropeles, vistosidades que hoy no tienen sentido, y compromiso con la vida de aquello que celebramos, son cosas que para muchos pueden ser un choque. Lo vemos en la vida de cada día, lo vemos en muchas de las actividades de nuestras parroquias, lo vemos en planteamientos anquilosados, donde parece que el número y la apariencia son lo fundamental, lo vemos en muchas vanidades que se pretenden mantener.

De esto nos está hablando el evangelio que hoy se nos propone. A los judíos, sobre todo aquellos grupos que querían mantener una cierto lugar privilegiado de poder y de influencia en la sociedad les choca los nuevos planteamientos que Jesús hace del Reino de Dios. Quieren mantenerse en sus tradiciones sin querer dar un sentido vivo a aquellos actos religiosos que realizan; parece que lo importante es cumplir, aparentar una religiosidad que en el fondo se manifiesta vacía, y vienen los choques con los planteamientos de renovación que hace Jesús.

El evangelio de hoy nos habla del problema de las purificaciones, en cierto modo ritualistas y legales, que tienen que realizar porque en todo podían ver contaminación e impureza. Les extraña que los discípulos de Jesús comen sin lavarse bien las manos antes, como realizan concienzudamente los fariseos y sus discípulos. Es lo que le vienen a reclamar a Jesús. Pero Jesús habla de otra pureza interior, de una autenticidad de vida, de una sinceridad del corazón que ellos no quieren entender.

¿No será eso lo que también nos está pidiendo Jesús hoy? ¿Por qué nos queremos quedar en tradiciones inamovibles o en boatos externos mientras quizás nuestro corazón está vacío y frío? ¿Cuál es la autenticidad que nos está pidiendo Jesús en este momento concreto que vivimos? ¿Qué levadura nos estará faltando cuando no somos capaces de dinamizar nuestro mundo con los valores del evangelio?

lunes, 7 de febrero de 2022

Necesitamos un mundo de humanidad, hecho de gestos sencillos, de cosas insignificantes pero que nos hacen valorar la dignidad de las personas

 


Necesitamos un mundo de humanidad, hecho de gestos sencillos, de cosas insignificantes pero que nos hacen valorar la dignidad de las personas

1Reyes 8, 1-7. 9-13; Sal 131; Marcos 6, 53-56

Muchas veces la cuestión no es solo que me hagan las cosas o me resuelvan los problemas, sino la forma en que me lo hacen. Tenemos que reconocer que muchas veces nos encontramos personas que lo que podríamos llamar técnicamente son buenos profesionales, saben lo que tienen entre manos, pero sin embargo son personas inaccesibles; personas que te miran a la distancia – como se suele decir algunas veces, por encima de las gafas -, no entran en ningún gesto de humanidad con los que están tratando y parece que todo fuera una máquina  que mecánicamente hace su trabajo, pero que por no tener no tienen ni siquiera una sonrisa con quien están hablando. Algunas veces nos deshumanizamos.

Todo lo contrario de lo que hoy vemos en el evangelio con Jesús. El sí será accesible a las personas que le rodeaban, porque El se acercaba a la gente, estaba donde la gente estaba, escuchaba, se dejaba incluso tocar la orla de su manto, si ese era el deseo de los que se acercaban a El.

Hoy hemos escuchado cómo cuando llegan después de su travesía, al desembarcar la gente acude corriendo en torno a El; pero recorres caminos, pueblos, aldeas, enseñando, curando; se detiene junto al ciego que pide limosna al borde del camino, o acude allá donde está aquel solitario que nadie atiende y nadie le presta ayuda, como un día veremos en el paralítico de la piscina; no teme tomar con su mano al leproso o meter sus dedos en los oídos del sordomudo y tocar su lengua, poner barro echo con su propia saliva en los ojos del ciego, o dejarse tocar la orla de su manto por cualquiera que anónimamente quisiera acercarse a El; acude a la casa de Jairo para tomar la niña de la mano y levantarla, como un día había tendido la mano a la suegra de Simón que estaba en cama con fiebre, igual que está dispuesto a ir también a la casa del centurión romano.

Es bueno detenerse con detalle en estos gestos de Jesús. El evangelio que hoy se nos propone hace como un breve resumen de sus andanzas y de las curaciones que va haciendo. Pero, como decíamos, es bueno detenerse en los detalles porque así podemos admirar más la humanidad de Jesús, su cercanía, su dejarse encontrar. Y es que en el mundo en el que vivimos necesitamos mucho de esto.

Habremos avanzado mucho en técnicas y ciencias, pero tenemos el peligro de convertirnos en máquinas; podemos hacer maravillas con los avances de las ciencias, pero el enfermo necesita que el médico se siente con él en su cama y converse de muchas cosas porque su enfermedad no son solo sus dolores; necesitamos esos encuentros personales, ese mirarnos a los ojos, ese estar con oído atento para escuchar no dando por sabidas las cosas antes de que nos las digan, saber dejar que el anciano quizá nos cuente una y otra vez sus batallitas de la historia de su vida aunque nos las sepamos de memoria.

La gente necesita ser escuchada, las personas necesitan que se detengan a su lado, no les importa las preguntas que les podamos hacer, porque ellos están deseando encontrar alguien con quien hablar. Vamos más atentos a nuestras redes sociales para hablar con quien está al otro lado del mundo, pero no nos detenemos a hablar con el abuelo, con el vecino, con el muchacho que está allá aburrido al lado de la calle.

El mensaje que hoy Jesús quiere trasmitirnos es ese mundo de humanidad que tenemos que construir día a día y que está hecho de gestos sencillos, de cosas que nos pueden parecer insignificantes pero que nos hacen valorar la dignidad de la persona. ¿Aprenderemos un día a detenernos un poco más con ese con quien nos entramos por la calle y aunque no lo conozcamos dedicarle una sonrisa?

domingo, 6 de febrero de 2022

Hay momentos en que Dios nos sorprende y comenzamos a ver las cosas de manera distinta, en el nombre de Jesús seamos capaces de echar las redes

 


Hay momentos en que Dios nos sorprende y comenzamos a ver las cosas de manera distinta, en el nombre de Jesús seamos capaces de echar las redes

Isaías 6, 1-2a. 3-8; Sal 137; 1Corintios 15, 1-11; Lucas 5, 1-11

Tenemos nuestros proyectos en la vida, creemos tener unas habilidades o una preparación, una experiencia de la vida y conforme a eso vamos actuando, vamos desarrollando nuestra vida, nos trazamos nuestro futuro; muchas veces vivimos absorbidos por esa forma de vivir, por esos planteamientos que nos hemos hecho y que creemos que no nos va tan mal, que no pensamos en la posibilidad de un cambio, de que pudieran haber otros planes, otros planteamientos que nos hicieran cambiar. No es tanto que nuestra vida se convierta en una rutina, pero seguimos metidos en lo mismo, porque además creemos que ese es nuestro camino.

¿Cambiar? ¿Hacer las cosas de otra manera? ¿Emprender algo nuevo que nos pudiera resultar desconocido? No todos están dispuestos, aunque sabemos que hay valientes en la vida que están dispuestos a arriesgar. Pero nos lo tenemos que pensar.

Aquella mañana en la orilla del lago había ido transcurriendo con la normalidad de todos los días. Es cierto que habían regresado las barcas sin pesca, pero eso es algo a lo que en cierto modo están acostumbrados los pescadores. Pero las tareas que había que hacer con las barcas y las redes seguían su curso. Pero algo va a cambiar todo esto.

Aparece el nuevo profeta de Nazaret o de Galilea por la orilla del lago y pronto las gentes que estaban en sus tareas normales, o que habían venido a buscar pescado a las barcas se arremolinan en torno a Jesús. Ya lo iban conociendo, le habían escuchado en otras ocasiones, en la sinagoga o allí donde tenían la oportunidad de hablar con El o de escucharle; la noticia de sus signos milagrosos había corrido de boca en boca y ya la gente le traía a sus enfermos para que los curase. Hoy quieren escucharle, El quiere hablarles.

Una de las barcas – la de Pedro – sirve de tarima improvisada para ponerse en un lugar en cierto modo más alto para que todos le puedan ver y le puedan escuchar. Y allí Jesús estuvo enseñándoles mucho tiempo. Una Palabra de vida, una Palabra de esperanza, una Palabra que enardecía sus corazones, una Palabra que les hacia soñar en algo nuevo, un Reino nuevo de Dios que Jesús les estaba anunciando.

Los pescadores también se habían puesto al lado de Jesús para escucharle, y justo por eso Pedro estaba allí en su barca al lado de Jesús. Y cuando terminó Jesús de hablar le pidió que remara de nuevo mar adentro, que se adentrara de nuevo en el lago y que echarla red para pescar.

¿Qué les está pidiendo Jesús? Todos sabían que se habían pasado la noche bregando y no habían cogido nada. Pedro lo sabía, él era un pescador avezado y cuando no hay pesca, no hay nada que hacer. Pero la Palabra que habían escuchado a Jesús les había hecho cambiar algo por dentro. Se habían suscitado nuevas esperanzas para sus vidas, y ¿por qué no creerle ahora que les pide algo que parece inusitado? Seguramente muchas dudas pasarían por el corazón de Pedro antes de responder o de hacer lo que Jesús le está pidiendo.

‘Nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada’, fueron sus primeras palabras; ‘pero, porque tú lo dices, en tu nombre echaré la red’. Aquello parecía fuera de toda lógica. Pedro era el que sabían bien cómo estaba el lago, Pedro era el conocedor de las artes de pesca, sin embargo cuando todo parece imposible, Pedro cambia su postura, y se va lago adentro para echar las redes como le está pidiendo Jesús. Era un riesgo, pero vamos a confiar.

Ya hemos escuchado el resto del episodio, las redes que parecen reventar, que los que están en la barca no son suficientes y llaman a los de las otras barcas, por allá andan también Santiago y Juan, los Zebedeos, echando una mano para recoger aquella redada de peces tan grande, todos están que no salen de su asombro. Pedro es el más sorprendido y se siente pequeño, se siente pecador porque allí está viendo la obra de Dios, se siente el último y es lo que le pide a Jesús. ‘Apártate de mí, que soy un hombre pecador’. Pero allí está la respuesta y la invitación de Jesús. ‘Desde ahora serás pescador de hombres’. Las cosas comienzan a cambiar en la vida.

Hoy momentos en que Dios nos sorprende. Hay momentos en que comenzamos a ver las cosas de manera distinta. Hay momentos en que nos salimos de nosotros mismos para descubrir que hay algo nuevo, que algo nuevo se puede emprender, que hay una nueva tarea delante y en la que tenemos que comprometernos. Hay momentos de luz donde vemos ese actuar de Dios, esa llamada de Dios, porque las cosas se nos cambian, porque nos sentimos transformados por su Palabra, porque nos toca el corazón.

Podemos descubrir otros planteamientos y otros caminos. Pero tenemos que saber dejarnos sorprender y humildes también dejarnos guiar aunque lo que se nos ofrezca nos parezca totalmente distinto. Aquella palabra que hablaba de pescador de hombres tenía que ser en cierto modo enigmática para aquellos pescadores acostumbrados a tener en sus manos unas redes para coger peces. Pero ahora se fiaron del todo y se fueron con Jesús.

Este evangelio nos puede estar pidiendo y planteando muchas cosas. Porque no solo nos quedamos en reflexionar lo que pasó aquella mañana en el lago de Tiberíades, sino que en el lago o mar de nuestra vida pueden estar ahora sucediendo muchas cosas si somos capaces de poner el corazón en sintonía. En este mar de la vida que vivimos quizás estamos necesitando otras visiones, otros planteamientos, otros valores para poder hacer la buena pesca que necesitamos hacer para que se haga mejor nuestro mundo. Una tarea quizás está queriendo poner el Señor en nuestras manos, pero tenemos que, como decíamos, dejarnos sorprender, escuchar esa Palabra que nos transforma y que nos da vida, esa palabra que nos está llamando a emprender caminos nuevos y tareas nuevas.

Metámonos en esa barca con Jesús y dejemos que El nos conduzca. Son muchas las cosas que podemos hacer ‘en el nombre de Jesús’.