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martes, 8 de febrero de 2022

La inmovilidad nos puede llevar a quedarnos anquilosados en la vida perdiendo vitalidad y sentido profundo lo que hacemos

 


La inmovilidad nos puede llevar a quedarnos anquilosados en la vida perdiendo vitalidad y sentido profundo lo que hacemos

1Reyes 8, 22-23. 27-30; Sal 83; Marcos 7, 1-13

Es frase muy socorrida, que habremos escuchado muchas veces y que se nos presenta como argumento de inmovilidad y en cierto modo de conservadurismo es aquello de que ‘esto siempre se ha hecho así’. Entra en el ámbito de las costumbres de los pueblos y en el mantenimiento de tradiciones como en muchos aspectos de la vida social, en nuestras fiestas, en lo que hacemos cada año sin variar ni un ápice, y no digamos nada en cuanto toca el tema de la religión. ‘Esto se ha hecho siempre así’ y no hay más vueltas que dar.

Cuando llega alguien convencido de que la vida es renovación y si no hay renovación nos quedamos anquilosados y las cosas van perdiendo la vitalidad y por eso intenta mejorar cosas, revisar lo que se está haciendo, o plantearnos nuevas cosas que se podrían hacer, nos encontramos con el muro infranqueable de los que nos dicen ‘esto se ha hecho siempre así’.

¿Alguien se pregunta por qué se comenzaron a hacer esas cosas que ahora nos parecen inamovibles? Eso resulta incómodo; no queremos reconocer que hay cosas que nos pueden valer para un tiempo determinado, pero que esas cosas con el paso de los años hay que renovarlas para que adquieran pleno sentido y significado. Quizá fue el fruto de quien en aquel momento tuvo una buena visión para iniciar algo que en aquel momento podía ser muy dinamizador para la comunidad. Pero fácilmente las cosas caen en la rutina y en el sinsentido porque ahora serán otras cosas a las que tendríamos que dar más importancia. Es una tentación en la que todos podemos caer porque fácilmente huimos de exigencias nuevas que nos lleguen a lo hondo de lo que hacemos.

Hablamos en general de muchos aspectos de la vida social donde las posturas inamovibles no siempre son fructuosas; hay que tener visión de la realidad del momento y de lo que nos puede valer también para el futuro; no todo es desechable de lo pasado, pero lo pasado también hay que renovarlo. Decimos en todos los aspectos de la vida social y también en los planteamientos de las prácticas religiosas que realizamos.

A muchos les ha costado el aceptar la renovación del concilio Vaticano II en muchos aspectos de la vida de la Iglesia y sobre todo de su liturgia; añoranzas de pasado, muchas veces añoranzas de oropeles, vistosidades que hoy no tienen sentido, y compromiso con la vida de aquello que celebramos, son cosas que para muchos pueden ser un choque. Lo vemos en la vida de cada día, lo vemos en muchas de las actividades de nuestras parroquias, lo vemos en planteamientos anquilosados, donde parece que el número y la apariencia son lo fundamental, lo vemos en muchas vanidades que se pretenden mantener.

De esto nos está hablando el evangelio que hoy se nos propone. A los judíos, sobre todo aquellos grupos que querían mantener una cierto lugar privilegiado de poder y de influencia en la sociedad les choca los nuevos planteamientos que Jesús hace del Reino de Dios. Quieren mantenerse en sus tradiciones sin querer dar un sentido vivo a aquellos actos religiosos que realizan; parece que lo importante es cumplir, aparentar una religiosidad que en el fondo se manifiesta vacía, y vienen los choques con los planteamientos de renovación que hace Jesús.

El evangelio de hoy nos habla del problema de las purificaciones, en cierto modo ritualistas y legales, que tienen que realizar porque en todo podían ver contaminación e impureza. Les extraña que los discípulos de Jesús comen sin lavarse bien las manos antes, como realizan concienzudamente los fariseos y sus discípulos. Es lo que le vienen a reclamar a Jesús. Pero Jesús habla de otra pureza interior, de una autenticidad de vida, de una sinceridad del corazón que ellos no quieren entender.

¿No será eso lo que también nos está pidiendo Jesús hoy? ¿Por qué nos queremos quedar en tradiciones inamovibles o en boatos externos mientras quizás nuestro corazón está vacío y frío? ¿Cuál es la autenticidad que nos está pidiendo Jesús en este momento concreto que vivimos? ¿Qué levadura nos estará faltando cuando no somos capaces de dinamizar nuestro mundo con los valores del evangelio?

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