Vistas de página en total

sábado, 22 de febrero de 2014

AFIANZADOS SOBRE LA ROCA DE LA FE APOSTOLICA... CATEDRA DE SAN PEDRO



Afianzados sobre la roca de la fe apostólica mantengamos íntegra la fe para alcanzar la vida eterna

1Ped. 5, 1-4; Sal. 22; Mt. 16, 13-19
‘Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia… te daré las llaves del Reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo’. Así la promete Jesús a Pedro tras la hermosa confesión de fe que había hecho: ‘Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo’. Hemos escuchado este texto en su paralelo de san Marcos hace pocos días. Es la piedra, el fundamento de la Iglesia unido a la roca que es Cristo; es el signo de la comunión y de la unidad de toda la Iglesia. Esa Iglesia depositaria de la gracia del Señor y que como administradora, valga la expresión, nos hace llegar a todos los que creemos en Jesús en la proclamación de la Palabra y la celebración de los sacramentos.
Por eso es que hoy estamos celebrando la Cátedra de san Pedro. Si en el 29  de junio celebramos la fiesta de los Apóstoles san Pedro y san Pablo y entonces también celebrábamos el día del Papa, en esta fecha de hoy la Iglesia quiere fijarse de manera especial en esa potestad y ministerio de magisterio y predicación que Cristo quiso confiarle. Por eso hoy hemos escuchado también este texto de san Mateo donde Jesús le hace la promesa a Pedro de ser la piedra de la Iglesia.
Celebramos hoy la fiesta que llamamos de la Cátedra de san Pedro. La cátedra significa el lugar desde donde se enseña y la potestad de enseñar. Es la misión que Pedro ha recibido de Jesús como pastor en nombre de Cristo - por eso lo  llamamos Vicario de Cristo - de  toda la Iglesia. Como el Obispo tiene su sede, su cátedra, en la Catedral, así el Papa, sucesor de Pedro la tiene sobre toda la Iglesia con esa asistencia especial del Espíritu Santo.
‘Yo he rogado por ti, le dice Jesús a Simón Pedro en la última cena cuando incluso le anuncia las negaciones en las que luego va a caer, para que tu fe no decaiga;  y tú, una vez restablecido, confirma en la fe a los hermanos’. Es la misión que Jesús le confía a Pedro y en él a sus sucesores. Por eso vivimos en comunión con el Papa toda la Iglesia Universal. Como un signo de esa comunión cada cierto tiempo los Obispos, como cabeza de cada una de las Iglesias locales, van a Roma en lo que se llama la visita ad limina - que significa la visita a las tumbas de los apóstoles - para expresar esa comunión con el Papa y con toda la Iglesia universal. Precisamente los obispos españoles, y con ellos nuestro Obispo, van a participar en las próximas semanas en esa visita ad limina,  en esa comunión con el sucesor  de Pedro allí donde tiene su cátedra.
Hoy en la liturgia, sobre todo en las oraciones, hay cosas hermosas para resaltar y expresar lo que tiene que significar esta fiesta de la Cátedra de san Pedro. ‘No permitas que seamos perturbados por ningún peligro, tú que nos has afianzado sobre la roca de la fe apostólica’, pedíamos en la primera de las oraciones. Y en este mismo sentido pediremos luego que guardemos, ‘bajo el pastoreo y la doctrina de Pedro, la integridad de la fe y llegar de este modo a la vida eterna’.
Es una afirmación de nuestra fe apostólica afirmada sobre la roca de Pedro lo que queremos expresar en este día. Y será entonces por un lado un compromiso de nuestra parte  en hacer todo lo posible por mantener íntegra nuestra fe; que nada nos perturbe, que nada nos aparte de la fe de la Iglesia; que nada nos aparte en esa fe de nuestra unión con Cristo; pero es al mismo tiempo esta celebración un signo de esa gracia del Señor que nunca nos faltará. Esa gracia que nos llega por la predicación de Pedro, por el Magisterio del Papa y de la Iglesia.
Que este misterio de redención que celebramos, como expresaremos también en la oración final ‘sea para nosotros  sacramento de unidad y de paz’. El concilio llamó a la Iglesia ‘Sacramento de salvación para todos’; que en verdad eso lo vivamos en la comunión con Pedro, con el Papa y con los pastores que en el nombre del Señor nos conducen hasta Jesús. Pero que nos mantengamos en esa unidad para que seamos ese signo de la salvación de Dios para todos los hombres.

viernes, 21 de febrero de 2014

Seguir a Jesus no es cuestión de un rato ni de un momento de fervor...



Seguir a Jesús no es cuestión de un rato ni de un momento de fervor sino toda una vida para Jesús y su evangelio

Sant. 2, 14-24.26; Sal. 111; Mc. 8, 34-39
El seguimiento de Jesús es algo más que hacer algunas cosas buenas en un momento determinado, fruto quizá de un momento de fervor; seguir a Jesús es mucho más que unos momentos en que nos sentimos entusiasmados y nos disponemos a hacer de forma esporádica algunas cosas buenas.  No es cuestión de un rato en que nos sentimos buenos y ahora le dedicamos un tiempo.
El seguimiento de Jesús implica una radicalidad mucho más grande, porque será algo que abarque toda nuestra vida, en lo que hacemos y hasta en lo que pensamos, en nuestras palabras o en nuestros sentimientos y pensamientos más hondos y secretos, en las actitudes que tengamos hacia los demás o en la manera de entender y vivir la vida en todos sus múltiples aspectos.
Algunas veces podemos pensar, bueno, yo cumplo mis promesas, dedico un ratito cada semana - y que el cura no se alargue porque tengo muchas cosas que hacer - para ir a misa y rezar, a lo más me acuerdo cada día de pedirle a Dios que me ayude o me perdone, y vamos a intentar no hacer daño grave a los demás, pero bueno que la gente sea buena también conmigo. Eso son cosas que están bien, pero seguir a Jesús implica mucho más. No es suficiente, no podemos andar con esas medidas.
Hoy Jesús en el evangelio nos habla de esa radicalidad cuando al hablarnos de seguirle, nos habla de cruz y nos habla de negarnos a nosotros mismos, cuando nos habla de ser capaces de perder la vida porque de nada nos vale ganar el mundo entero si arruinamos la verdadera vida y perdemos la salvación definitiva.
‘El que quiera venirse conmigo, que se niegue a si mismo, que cargue con su cruz y me siga’, nos dice. ¿Qué significa ese negarse a si mismo o ese cargar la cruz? Recordemos que en el primer anuncio que Jesús hacía del Reino de Dios que ya estaba cerca, lo que pedía es que había que convertirse y creer en esa Buena Noticia. Convertirse es cambiar, pero no cambiar como quien pone un remiendo, sino cambiar que es dar la vuelta. Es una nueva visión, una nueva manera de ver las cosas. Ya no las podemos ver desde nuestro yo queriendo convertirnos nosotros en el centro de todo; es verlas desde la nueva visión que Jesús nos ofrece, desde los ojos de Jesús. Me niego a mi mismo, a mi visión para solo ver con la visión de Jesús.
No es fácil, porque pesa mucho nuestro yo, del que surgen nuestros egoísmos o nuestros orgullos, nuestro amor propio o el  engreimiento de quererme convertir en dios de mi mismo, pero también en dios de los demás. Por eso nos habla de cruz, que no solo se está refiriendo a los sufrimientos y dolores que en la vida me pueden aparecer desde enfermedades o desde otras limitaciones que surjan en nuestro cuerpo, sino desde ese otro dolor,  podríamos decir, que significa arrancarme de mi mismo, mis caprichos, de mis visiones, de mi manera de entender las cosas. Bajarme de ese pedestal donde me gusta estar subido cuesta, es doloroso. Es la conversión que Jesús pedía desde el principio para aceptar la Buena Nueva del Reino de Dios que nos anunciaba.
Entendemos entonces todo lo demás que nos dice Jesús hoy. No queremos ganar el mundo entero, sino buscar la vida que nos lleve a la plenitud. Queremos entonces aprender a vivir por los demás y para los demás,  olvidándonos de nosotros mismos, porque eso es amor verdadero. Dios, Jesús, su Evangelio es el verdadero centro de nuestra vida y por él he de saber dar la cara, manifestar que en verdad Dios es nuestro único Señor.
La fe que vivimos, la fe que es nuestra vida y el sentido de nuestro vivir, la llevamos con gallardía, con valentía dando testimonio allá por donde vamos de esa fe que tenemos. No olvidemos lo que ya nos ha dicho en otro momento que tenemos que ser luz, para que vean nuestra fe y nuestras buenas obras, y todos puedan dar gloria al Padre del cielo.
Seguir a Jesús no es cuestión de un rato ni de un momento de fervor. Es una vida que consagro totalmente a El porque El es mi único Señor y Salvador.

jueves, 20 de febrero de 2014

Tratemos de confessar con hondo sentido nuestra fe en Jesus como el Ungido de Dios y nuestro Salvador



Tratemos de confesar con hondo sentido nuestra fe en Jesús como el Ungido de Dios y nuestro Salvador

Sant. 2, 1-9, Sal. 33; Mc. 8, 27-33
‘¿Quién dice la gente que soy yo?... y vosotros, ¿Quién decís que soy?’ En esta ocasión están casi fuera de las tierras de la Palestina judía; en los alrededores de Cesarea de Filipo, cerca de las fuentes del Jordán.
Es una ocasión propicia ahora que no están tan rodeados de gentes que acuden de todas partes hasta Jesús, para estando a solas con los discípulos mas cercanos entrar en un momento de confidencias, por así decirlo, y de una conversación de mayor intimidad. Y surgen las preguntas sobre lo que la gente piensa de Jesús y los mismos discípulos. Ya hemos ido escuchando a lo largo del evangelio las distintas reacciones de la gente ante la presencia de Jesús y lo que van manifestando.
Lo que ahora responden los discípulos no difiere de lo que ya san marcos nos había contando de los rumores y de la fama de Jesús que le había llegado a Herodes cuando nos narró la muerte del Bautista. Es lo que ahora responden los discípulos. ‘Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas’. Piensan en alguien del pasado, pues Juan Bautista ya ha muerto, Elías había sido arrebatado al cielo aunque ellos esperaban su vuelta, y de los profetas en que pensaban eran los antiguos.
Por eso insiste Jesús en aquellos que están mas cerca de El, qué es lo que piensan. ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’ Y es Pedro el que se adelanta. ‘Tú eres el Mesías’, el Ungido de Dios. Pero ‘El les prohibió terminantemente decírselo a nadie’.
Pedro lo había reconocido. Como se nos relatará en el pasaje paralelo de Mateo, Jesús le dice que ‘eso no se lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino el Padre del Cielo’. Pero las gentes tenían su idea de lo que había de ser el Mesías y ese no era el sentido de Jesús.  La salvación que Jesús nos viene a ofrecer es algo mucho más hondo que la liberación de potencias extranjeras, porque la liberación y la salvación tiene que ser más profunda, más en el interior del corazón del hombre, aunque luego habrá de manifestarse en la forma de vivir.
Y ahora Jesús, en este momento de mayor intimidad con sus discípulos comenzará a explicarles cual es el sentido de su mesianismo y todo lo que le va a suceder. Será el Mesías, porque es el Ungido del Espíritu, como ya manifestara en la sinagoga de Nazaret, pero ha de pasar por la pasión, ha de pasar por la Pascua, como el Cordero que se inmolaba como un signo cada Pascua.
‘Y empezó a instruirlos, nos dice el Evangelista: El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar a los tres días’. Les habla de su pasión, pero ellos no terminarán de entender. ‘Se los explicaba con toda claridad. Y Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo’. Eso no le podía pasar al Maestro; como diría más tarde allí estaba él para defenderlo si hiciera falta y hasta morir por Él,  aunque ya sabemos cuánto le duró la promesa. Ahora Jesús le dirá que lo está tentando, que se aparte de El. ‘¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!’
Y nosotros, ¿cómo pensamos? ¿Cuál es la idea que tenemos en la cabeza o tenemos en el corazón? ¿Cómo miramos a Jesús? Si antes decíamos que la gente de su tiempo pensaba en Jesús como de un personaje del pasado, también en nuestro tiempo, como ha sucedido a lo largo de todos los tiempos, hay diversas maneras de ver a Jesús. Para muchos se queda en eso, en un personaje del pasado, un personaje histórico quizá pero no llegan a descubrir la verdadera trascendencia de Jesús.
Pero no nos quedemos en lo que otros piensan, sino que nosotros tratemos de confesar con hondo sentido nuestra fe en Jesús. Sí, es el Ungido de Dios, porque es el Hijo de Dios y es nuestro Salvador. Es el rostro misericordioso de Dios que en su entrega hasta la muerte nos está manifestando cuánto es el amor que Dios nos tiene y ahí nos está descubriendo un sentido para nuestra vida. Nuestra fe en Jesús no se queda en pensar en alguien del pasado que incluso hiciera cosas grandes por nosotros.
Nuestra fe en Jesús tiene que llegar a descubrirle presente en nuestra vida y cómo nos llena de su gracia para hacernos vivir una vida nueva, la vida de los hijos de Dios. Que crezca más y más nuestra fe en Jesús; que contemplemos su Pascua que es su entrega de amor. Que no temamos seguir su camino, aunque para nosotros haya pascua también muchas veces en nuestra vida, porque tengamos que pasar también por la pasión y la muerte, pero sabemos que para nosotros es la resurrección, es la vida nueva, es la gracia que nos hace hijos de Dios.

miércoles, 19 de febrero de 2014

Dejémonos llevar de la mano de quien nos conduce hasta la luz para llevar también nosotros a otros hasta Jesús



Dejémonos llevar de la mano de quien nos conduce hasta la luz para llevar también nosotros a otros hasta Jesús

Sant. 1. 19-27; Sal. 14; Mc. 8, 22-26
El encontrar la luz de Jesús es un camino que hemos de saber recorrer y en el que el mismo Espíritu de Jesús nos acompaña. Creo que es el mensaje que nos quiere dar la Palabra de Dios que se nos ha proclamado en este evangelio.
‘Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida y le trajeron un ciego pidiéndole que lo tocase’. Sabemos que Betsaida era la patria de Simón y Andrés, por lo que se nos dice en otro lugar del evangelio, aunque ahora estuvieran establecidos en Cafarnaún. Betsaida estaba a cierta distancia de Cafarnaún, y en las cercanías por donde desembocaba en el lago de Tiberíades o Mar de Galilea la parte del río Jordán que provenía de sus nacientes más al norte.
Le traen a Jesús un hombre envuelto en las tinieblas de su ceguera. Vienen con fe en Jesús. ‘Le pedían que lo tocase’ y así quedaría sanado, recobraría la luz de sus ojos. Pero bien sabemos que los milagros que obra Jesús, movido por la fe de quienes se acercan a El y también para mover nuestros corazones a la fe, son signos claros de la salvación más profunda que Jesús quiere ofrecernos. El hacer recobrar la luz para aquellos ojos ciegos es una buena imagen de cómo en Jesús encontramos esa luz que ilumina de verdad nuestra vida, porque son muchas las cosas que nos oscurecen, no los ojos de la cara, sino los ojos del alma.
Va a haber un encuentro y una relación muy personal de Jesús con aquel hombre ciego al que va a hacerle recobrar la vista. ‘Lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano’, nos dice el evangelista con todo detalle. Era un hombre ciego al que había que ayudar a caminar. Hasta Jesús había venido de la mano de aquellos que pedían su curación, como también el mismo lo deseara. Ahora es Jesús el que lo lleva de la mano hasta un lugar apartado fuera de la aldea, fuera en este caso de la vista de los demás, y le unta los ojos, le impone las manos mientras aquel hombre va recobrando poco a poco la vista. Al final aquel hombre estará totalmente curado y verá todo con claridad.
Siempre habrá alguien que nos ha ayudado a lo largo de la vida o ahora ayude a llegar hasta Jesús. Pensemos cuanto hemos recibido de los demás, empezando por nuestros padres  que fueron los primeros que nos educaron en la fe, pero pensando también en tantos que de una forma u otra a lo largo de la vida, y quizá ahora también en esta etapa de la vida que vivimos en estos momentos, han sido y son signo para nosotros que hayan despertado la fe para que deseáramos acercarnos a Jesús, han sido y son Palabra viva de Dios a través de sus vidas y de su testimonio que nos ayudan a conocer y amar  cada día más a Jesús.
Pero el camino no está nunca totalmente hecho, porque siempre nos quedan oscuridades en nuestra vida y siempre seguiremos necesitando quien nos ayude a ese encuentro con la luz de Jesús. Hemos de saber tener un corazón abierto, un corazón sensible para captar esas señales que en fin de cuentas es Dios quien nos va poniendo a nuestro paso en el camino de la vida. Hemos de dejarnos conducir; hemos de saber aceptar esa mano que toma la nuestra y nos ayuda a caminar, porque a la larga es la mano de Dios que nos llama, nos lleva hasta El.
Creo que hemos de saber ser agradecidos a Dios, primero que nada, que ha puesto esas señales en el camino a través de todas esas personas que nos han ayudado y nos ayudan; agradecidos a quienes tienen esa palabra de luz para nosotros para ayudarnos a encontrar esa luz. Y querer hacer con toda fidelidad y con toda constancia ese camino; no podemos echarnos atrás, quedarnos en la cuneta de la vida, porque quizá nos cuesta dar esos pasos y no encontramos tan pronto como desearíamos esa luz. La luz está ahí y un día llegará a iluminar totalmente nuestra vida. Sigamos buscándola, sigamos queriendo encontrarla, sigamos dejándonos guiar, porque llegaremos en verdad hasta Jesús y su salvación.
Y nos queda finalmente una cosa. También nosotros hemos de ser señales luminosas para los que están a nuestro lado y puedan llegar también hasta esa luz de Jesús. También nosotros podemos, es más, tenemos que tomar de la mano a tantos que están envueltos en esas tinieblas muy cerca de nosotros, para llevarlos hasta Jesús.

martes, 18 de febrero de 2014

Busquemos la levadura de Cristo que llene de sentido nuestra vida



Busquemos la levadura de Cristo que llene de sentido nuestra vida

Sant. 1, 12-18; Sal. 93; Mc. 8, 14-21
Tened cuidado con la levadura de los fariseos y la de Herodes’, le dijo Jesús mientras iban en la barca hacia la otra orilla. Pero los discípulos no entendieron lo que Jesús quería decirles. Se habían olvidado de llevar pan y ‘no tenían más que un pan en la barca’ y ya estaban pensando que era a eso lo que Jesús se refería.
‘¿No acabáis de entender? ¿Tan torpes sois?’  Y les recuerda que no tenían pan en el descampado cuando estaba aquella multitud con ellos desde hacía ya días y no hizo falta por El pudo darles milagrosamente de comer a todos a partir de los pocos panes y peces que tenían. Jesús quería decirles algo más. ‘¿Para qué os sirven los ojos si no veis  y los oídos si no oís?’ ¿Qué les quiere decir Jesús?
Ya sabemos para que sirve la levadura; mezclada con la harina hará fermentar la masa para que el pan sea más pan y pueda tener su apropiado sabor. ¿Querrá Jesús ir por ahí con su comentario? ¿Dónde encontramos el verdadero sabor y sentido de nuestra vida? ¿Cuál sería la levadura que en verdad diera saber a nuestra vida y a nuestra existencia?
Todos entendemos muy bien que si nos llamamos cristianos es porque el sentido de nuestra vida lo tenemos en Jesús. Al Evangelio acudimos porque ahí queremos encontrar, ahí encontraremos con toda seguridad esa luz que guíe nuestra vida, que nos da el sentido de nuestra existencia; por eso nos llamamos cristianos.
Jesús estaba anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios y en Jesús es donde encontramos nuestra salvación y nuestra vida. Pero ya vamos viendo en el evangelio que no todos aceptan su mensaje. Por allá andan los fariseos con sus reglamentaciones y con sus puritanismos muy lejanos de la Buena Nueva que Jesús nos anunciaba para salvación de nuestra vida. Y los fariseos tenían su manera muy peculiar de influir en la mentalidad y en el actuar de las gentes, porque además se manifestaban con un cierto poder en medio del pueblo.
Y Jesús lo que quiere es prevenirlos para que no se dejen influir, que sea el Evangelio, la Buena Nueva de Salvación que El estaba anunciando lo que de verdad tenía que dar sentido a sus vidas. Es una nueva levadura, no la levadura vieja y corrompida de los fariseos o la levadura de la maldad de Herodes la que tenía que influir en ellos. ‘Tened cuidado con la levadura de los fariseos y la de Herodes’, les dice.
Pero  nosotros escuchamos el Evangelio hoy y no serán quizá los fariseos los que nos podrían corromper con su vieja levadura, pero sí tenemos que cuidarnos también de que otras levaduras influyan en nuestra vida y nos alejen de los caminos del evangelio. Muchas cosas, muchas maneras de pensar y de actuar, en el estilo del mundo, pueden influir sutilmente en nosotros.
Que no nos corrompa la levadura del relativismo que invade nuestro mundo, donde quiere parecer que todo es igual de bueno y nos puede hacer caer por esa pendiente donde parece que todo está permitido, ese permisivismo moral donde todo se nos quiere presentar como bueno y nos llena de confusión; esa pendiente de falsas religiosidades que a la larga van introduciendo en nuevo paganismo lleno de supersticiones en nuestra sociedad; esa pendiente de la indiferencia, de la tibieza y frialdad que va corroyéndonos por dentro y alejándonos de la verdad de Jesús y de su evangelio.
Nos encontramos por otra parte que se dice que cada uno tiene sus ideas y que todas se han de respetar, pero sin embargo cuando la Iglesia, o cuando nosotros los cristianos queremos presentar nuestro sentido de la vida desde el sentido de Cristo y del Evangelio, ya no nos dejan hablar, ya nos dicen que eso son anacronismos o somos unos anticuados, y quizá nos llenamos de miedo y nos dejamos arrastrar desde nuestra cobardía por esas influencias mundanas.
Así podríamos seguir pensando en esas levaduras - y son muchas las cosas y las ideas que pueden influir en nosotros que en el breve espacio de una homilía no podemos tratar de forma más exhaustiva - de las que nos tenemos que cuidar porque realmente nos van a amargar el pan de nuestra vida y podemos perder el sentido de Jesús y de su evangelio.
¿Qué podemos o tenemos que hacer? Tenemos que crecer cada día más y más en nuestra fe, en el conocimiento de Jesús y de su evangelio, formando debidamente nuestra conciencia. Sería un compromiso muy fundamental, esencial para mantener íntegra nuestra fe. Pero ya sabemos que por medio está esa levadura que nos hace creer que todo ya nos lo sabemos y que no necesitamos que nadie nos enseñe ni nos forme, una mala levadura que se nos puede meter en el alma.
Busquemos de verdad a Jesus que es quien de verdad va a dar sabor y sentido a nuestra vida.

lunes, 17 de febrero de 2014

Siempre hay quien está pidiendo nuevos signos y señales y no sabemos descubrir el amor



Siempre hay quien está pidiendo nuevos signos y señales y no sabemos descubrir el amor

Sant. 1, 1-11; Sal. 118; Mc. 8, 11-13
‘Se presentaron los fariseos… y para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del cielo’. A estas alturas del evangelio vienen pidiendo señales y signos del cielo para creer. Nos puede resultar extraño y asombroso porque muchas eran las señales de su autoridad que Jesús había manifestado, muchos los signos y milagros que había realizado, curando leprosos, haciendo caminar a los paralíticos, limpiando a los leprosos, dando vista a las ciegos, expulsando espíritus inmundos y hasta resucitando muertos, como a la hija de Jairo que no hace mucho hemos contemplado en el evangelio.
Pero siempre hay quien está pidiendo nuevos signos y señales. Ahora en el evangelio hemos escuchado que son los fariseos, pero ¿no nos sucederá en la vida que también nosotros muchas veces estamos queriendo pedir señales asombrosas y maravillosas para querer afirmar nuestra fe tan llena de desconfianza en muchas ocasiones?
Sucede con mucha frecuencia y vemos cómo la gente corre de aquí para allá, de un lado para otro buscando aquel Cristo milagroso, aquella imagen de la Virgen que nos hace milagros, o a tal o cual santo bajo cuya protección nos queremos poner ante esta enfermedad o ante cualquier limitación o tipo de problemas. Apariciones, hechos extraordinarios o asombrosos, personas que se presentan con unos poderes espirituales con capacidad para tener visiones de tu vida o de los muertos, mueven a la gente buscando el milagro o queriendo encontrar en eso toda la respuesta al interrogante de la fe en nuestro interior.
¿Cómo tenemos que buscar a Dios o en qué hemos de fundamentar nuestra fe? Podemos tener el peligro de que, aun con esa aparente utilización de signos religiosos, nos queden ciertos resabios de paganismo en nuestro interior y aún no lleguemos a descubrir de verdad cómo Jesús es nuestro único y auténtico salvador.
Es necesario una apertura grande de nuestro corazón, una apertura a la fe para dejarnos sorprender por la maravilla de Dios que llega a nosotros y hasta lo podemos sentir allá en lo más hondo de nosotros mismos; es necesario y muy importante una gran humildad, porque vamos a buscar a Dios, no vamos a buscarnos a nosotros mismos ni vamos a buscar en Dios respuestas que satisfagan nuestros caprichos; hemos de tener capacidad de maravilla para dejarnos sorprender por Dios y unos oídos del alma bien afinados para saber descubrir y escuchar esa sintonía de Dios.
Las pruebas con las que Dios se nos manifiesta no es simplemente que nos haga milagros para resolvernos cosas que quizá nosotros con nuestro esfuerzo podríamos resolver; esa sintonía de Dios que nosotros hemos de encontrar es queriendo escuchar su Palabra con humildad para escuchar lo que Dios quiere decirnos y no simplemente buscar o pedir aquello que nosotros quisiéramos escuchar. Es con ese espíritu humilde es como tenemos que acercarnos a la Escritura Santa para descubrir a través de toda la historia de la salvación cómo Dios se nos va revelando como un Dios Amor, que nos llena y nos inunda siempre con su amor aunque nosotros no lo merezcamos.
Y en lo que tenemos que dejarnos sorprender y poner luego toda nuestra admiración es por su amor que de tantas formas se nos manifiesta y nos habla a nuestra vida. Su amor nos está hablando continuamente, abramos los oídos del alma que sintonizan el amor de Dios. Son tantas las señales de amor que va poniendo en el camino de nuestra vida, que son los verdaderos milagros que tenemos que descubrir. Señales de su amor que no tenemos necesariamente que buscar en cosas prodigiosas, sino que en esas pequeñas cosas que nos suceden cada día hemos de saber ver cómo Dios se nos manifiesta y nos regala su amor. Como decíamos antes, siempre hay quien está pidiendo nuevos signos y señales y no somos capaces de descubrir el amor que es la más grande señal para nuestra fe.
Dejémonos conducir por su Espíritu. Pidamos el don de la fe. Abramos las puertas de nuestra alma a la gracia del Señor. Le conoceremos y le viviremos.

domingo, 16 de febrero de 2014



La Sabiduría del Evangelio que nos conduce por caminos de plenitud

Eclesiástico,  15, 16-21; Sal.118; 1Cor. 2, 6-10; Mt. 5, 17-37
‘Si quieres, guardarás los mandatos del Señor, porque es prudencia cumplir su voluntad…’ nos comienza diciendo el sabio del Antiguo Testamento. ‘Es inmensa la sabiduría del Señor, es grande su poder y lo ve todo’, sigue diciéndonos.
‘Si quieres…’, nos dice. Y pone delante como dos caminos donde hemos de escoger. ‘Ante ti estás puestos fuego y agua… delante del hombre están muerte y vida’. ¿Qué es lo que escogemos? ¿cuál es o ha sido el camino de nuestra vida?
Quienes hemos descubierto ‘esa sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos de nuestra gloria’, de  la que nos habla el apóstol san Pablo, porque hemos descubierto a Jesucristo, verdadera Sabiduría de Dios, Palabra y Revelación de Dios para nuestra salvación, tendríamos que decir que ya la elección la tenemos hecha, porque al optar por Jesús, como es nuestra fe, hemos optado por el camino de la vida. Por eso nos llamamos cristianos, discípulos de Jesús y en su nombre hemos sido bautizados para comenzar a vivir una vida nueva. Pero, en la realidad de la vida de cada día ¿lo vivimos así?
Reconocemos la debilidad de nuestra elección, la vida tan llena de imperfecciones y de infidelidades y pecados que vivimos, cuando en realidad tendríamos que vivir una vida santa si en verdad nos llamamos seguidores de Jesús y queremos vivir el estilo y el sentido de su evangelio. No estamos totalmente impregnados del espíritu del Evangelio, del espíritu de las bienaventuranzas y caminamos llenos de imperfecciones cuando tendríamos que ser santos y perfectos como nuestro Padre del cielo, tal como nos enseña Jesús. Pero hemos de reconocer que nuestra vida está llena de mediocridades.
Muchas veces habremos oído decir a más de una persona o quizá nosotros mismos lo hayamos pensado o incluso hasta expresado aquello de ‘yo no mato ni robo, yo no tengo pecado’. Yo me pregunto si un cristiano, seguidor de Jesús y de su evangelio puede llegar a decir una cosa así. Quien dice o piensa cosas semejantes, ¿habrá leído o escuchado con verdadera atención el pasaje del Evangelio que hoy se nos ha proclamado?
Yo no mato ni robo y ya pensamos que con eso somos buenos. ‘Si no sois mejores que los escribas y fariseos, nos dice hoy Jesús en el evangelio, no entraréis en el Reino de los cielos’. Y ellos eran ‘buenos’ podríamos decir porque eran muy cumplidores. Pero eso no basta para decir que somos discípulos de Jesús. Pero es que además un cristiano, seguidor de Jesús y que quiere vivir según el espíritu del evangelio no se puede contentar con decir que es bueno porque no hace esas cosas, sino que tiene que ir a más, a darle una profundidad mayor a lo que hace o lo que vive.
Hemos escuchado lo que nos ha dicho hoy Jesús en el evangelio. Matar es mucho más que quitar la vida de una forma violenta, porque hay otras violencias más sutiles con las que podemos mermar la vida o la dignidad de los demás. Es que hemos de evitar todo lo que de una forma u otra pueda dañar a la persona  en su dignidad. Por eso nos dice que ya no es solo el que no digamos mal del otro o insultemos al otro, sino que además nuestro camino es buscar siempre la paz y la reconciliación, el reencuentro, la armonía plena con aquellos con los que convivimos cada día. La reconciliación y el perdón son caminos fundamentales por los que hemos de saber caminar siempre, y bien sabemos cuánto nos cuesta.
Pero más aún, Jesús lo que nos viene a decir es que tenemos que amar para dar siempre vida y defender la vida. Y cuando no sabemos ser solidarios de verdad con el hermano que sufre, sea por lo que sea, y no somos capaces de compartir con él no solo lo que tenemos sino lo que somos no estamos dando vida, sino más bien, estamos mermando su vida. La indiferencia y la pasividad de los que nos creemos buenos es mucho peor en muchas ocasiones que la misma injusticia y crueldad con que puedan actuar los malos. Esa indiferencia y pasividad con que muchas veces nos comportamos es una tremenda incongruencia con la que nos manifestamos muchos que nos creemos buenos y hasta religiosos.
Así nos va desgranando Jesús en el sermón del monte lo que tiene que ser el sentido de vida de los que le seguimos y queremos vivir el Reino de Dios. Quiere Jesús para nosotros una vida en plenitud en todas las facetas de la vida. ‘No ha venido a abolir, sino a dar plenitud’. Es la plenitud del amor matrimonial en el camino de la fidelidad, pero en el camino del respeto a la persona, para no manipularla o utilizarla como si fuera un objeto de deseo y de posesión.
Será la rectitud con que hemos de vivir en todo momento alejando de nosotros todo lo que nos pueda conducir al pecado y a la muerte. Emplea Jesús unos ejemplos que nos suenan fuertes en su literalidad - lo de sacarte un ojo o cortarte una mano que te puede hacer caer o llevar por el camino del mal - pero con los que nos quiere expresar cómo no podemos hacer componendas nunca con el pecado porque nuestra vida ha de ser siempre para Dios, para darle gloria a Dios en todo aquello que hacemos. Entonces todo aquello que nos pueda alejar de ese camino de Dios hemos de arrancarlo de nuestra vida, de nuestra manera de vivir para vivir en esa santidad de vida de un hijo de Dios.
Finalmente nos hablará del respeto al santo nombre de Dios. Santificado sea tu nombre, nos enseñó a proclamar en nuestra oración, porque siempre hemos de saber bendecir y alabar a Dios. Hace una referencia al juramento que nunca puede ser ni en vano ni con mentira o falsedad, pero que nos está enseñando con qué honor y respeto tendríamos que usar el santo nombre de Dios.
El judío no mencionaba el nombre de Dios haciendo unos circunloquios para no nombrarlo aunque se estuviera haciendo referencia a El. Nosotros, en el lenguaje moderno tantas veces irrespetuoso, hemos caído en todo lo contrario porque desgraciadamente la blasfemia y la irreverencia al nombre de Dios y a todo lo sagrado es algo que se ha introducido demasiado en el lenguaje usual de los que nos rodean, algunas veces incluso de forma inconsciente dejándose llevar por el lenguaje de los demás. Creo que un cristiano es algo que tendría que cuidar mucho y manifestar también nuestra repulsa a tanta irreverencia de muchos a nuestro alrededor.
Seguir a Jesús no es dejarnos arrastrar por un camino de mediocridad donde nos contentemos con ser aparentemente buenos porque seamos cumplidores de la letra de la ley del Señor. El camino de Jesús es una camino que nos lleva a la plenitud y que cada día nos hace mirar más alto, porque no se trata solo de realizar algunos actos con los que de alguna forma queramos contentar a Dios, sino que se trata de actitudes profundas de las que hemos de impregnar nuestra vida, desde el sentido del evangelio, de la buena nueva que Jesús nos enseña con las bienaventuranzas en el Sermón del Monte.
La vida del cristiano tiene que ser una vida en continuo crecimiento como tiene que ser toda vida. San Vicente Paul decía que no puedes conformarte con lo que has hecho sino que siempre podemos hacer más. Es el camino que han seguido todos los santos, que nunca se dejaron dominar por la mediocridad. Y cuando más santo, más insatisfecho se siente, porque se dará cuenta de la imperfección con que aún vivimos o realizamos las cosas buenas que hacemos y siempre queremos, ansiamos hacerlas mejor.
Son las exigencias del amor; las exigencias que brotarán casi espontáneas de nuestro corazón cuando nos sentimos amados de Dios y queremos responderle cada día con un amor mayor.