Lev. 25, 1.8-17
Sal. 66
Mt. 14, 1-12
Sal. 66
Mt. 14, 1-12
Desde hace unas semanas hemos venido escuchando la lectura de los diversos libros del Pentateuco: el Génesis en primer lugar, hasta ahora hemos venido escuchando relatos del Éxodo con la salida de Egipto, el paso del mar Rojo, la Alianza del Sinaí, y en los dos últimos días hechos escuchado el Levítico.
En la lectura del Levítico se nos describen las fiestas que han de celebrar los Israelitas, la Pascua, la de las ofrendas a los cincuenta días que es Pentecostés, la de las Tiendas, la de la Expiación… En el texto que se nos presenta hoy se nos habla del jubileo. ‘Haz el cómputo de siete semanas de años… cuarenta y nueve años… a toque de trompeta por todo el país… santificaréis el año cincuenta y promulgaréis manumisión en el país para todos sus moradores…’ Es el año del perdón y de la amnistía. ‘Porque es jubileo: lo consideraréis sagrado…’
Este jubileo lo veían los profetas en un sentido mesiánico. Por manifestarlo sólo con un texto, recordemos el texto de Isaías que Jesús proclamó en la Sinagoga de Nazaret a la hora de su presentación pública. Además de que llegaba el momento en que el evangelio sería anunciado a los pobres y los ciegos recobrarían la vista, los oprimidos serían la libertad y se proclamaría el año de gracia del Señor. En el tiempo del Mesías vendría el jubileo total porque llegaría la amnistía y el perdón para todos, llegaba el año de gracia del Señor.
Pero veamos brevemente las connotaciones que este jubileo tiene en nuestra práctica cristiana. Todos sabemos y recordamos cómo la Iglesia proclama en momentos determinados para toda la Iglesia o para unas determinadas Iglesias locales un Año Santo, un Año jubilar lleno de gracia del Señor para todos. El Papa con su autoridad los convoca y concede unas gracias especiales, que lo que pretenden es que los pecadores nos convirtamos a Cristo. Año santo lleno de gracia que es una invitación a la conversión para seguir más fielmente el camino de Jesús, arrancándonos de nuestra vida de pecadores.
Conocemos los Años Santos que cada veinticinco años se proclaman para la Iglesia universal teniendo como centro y como eje Roma, la Sede de Pedro. Reciente tenemos el jubileo del año 2000, año santo especial en el dos mil aniversario del nacimiento de Cristo.
Pero de la misma manera sabemos cómo en determinadas Iglesia o lugares también hay una sucesión de años santos a través del tiempo por diversas circunstancias y conmemoraciones. Así el año Jacobeo que todos conocemos, cuando el veinticinco de julio, día del apóstol Santiago coincide con domingo como sucederá el próximo año. Todos acuden para entrar por la puerta santa, la puerta del perdón como un signo de ese abrazo de amor, de acogida de Dios Padre cuando volvemos a El convertidos de corazón. Así también en otros muchos lugares. En nuestra propia tierra tinerfeña estamos celebrando un año jubilar en la Iglesia de san Vicente mártir, que el Papa ha concedido por todo este año con motivo de un cuarto centenario de la liberación de una epidemia por la intercesión de este glorioso mártir que allí se venera.
¿Quién es el que nos da esa amnistía y ese perdón? Cristo Jesús con su muerte en la cruz y su resurrección que nos ha redimido. En Cristo tenemos ese año, ese día de gracia de Dios que nos da su perdón y que nos da su gracia para sigamos por caminos de fidelidad.