El becerro de oro, tentación de idolatría e infidelidad
Ex. 32, 15-24.30-34
Sal.105
Mt. 13, 31-35
Duro y difícil se les hacía a los israelitas el camino de la tierra prometida, porque duro y difícil es el camino del desierto; atravesar tierras inhóspitas sin agua ni suministros, en medio de calor del desierto, aunque fueran con la esperanza de la tierra prometida, podía resultar en momentos desalentador.
Pero la dificultad muchas veces podía surgir desde su mismo interior, de las tentaciones que podían sufrir que les hacía mirar atrás, a la tierra que habían dejado, aunque fuera de esclavitud; tentaciones de soledad al sentirse como abandonados en medio de aquella inmensidad.
Habían hecho ya la Alianza con el Señor, prometiendo que El sería su Dios y ellos serían su pueblo. Moisés había vuelto a la montaña donde recibiría la ley del Señor y el tiempo se prolongaba. Ahora cuando Moisés baja del Sinaí con las tablas de la ley se encuentra con un pueblo que ha vuelto a la idolatría.
‘Sabes que este pueblo es un pueblo perverso, le dice Aarón a Moisés ante su ira. Me dijeron: haznos un dios que vaya delante de nosotros , pues a ese Moisés que nos sacó de Egipto no sabemos lo que le ha pasado…’ Fundieron todos sus objetos de oro y se hicieron un becerro de oro al que adorar.
No nos extrañe esta tentación a la idolatría. Los israelitas eran un pueblo que creía en un único Dios en medio de otros pueblos que tenían numerosos dioses además con representaciones en figuras humanas o de animales, como era el mismo pueblo de Egipto de donde habían salido. Es la tentación de la idolatría y de la infidelidad en la que han caído.
‘En Horeb se hicieron un becerro… se olvidaron de Dios, su Salvador, que había hecho prodigios en Egipto, maravillas en el país de Cam, portentos en el mar Rojo’. Pronto olvidaron todas las maravillas que había obrado el Dios de sus padres para sacarlos de Egipto, hacerlos atravesar a pie enjuto el mar Rojo y ahora les conduciría por el desierto a la tierra de promisión. Olvidaron a Dios y olvidaron su Alianza, cayendo en la infidelidad.
Es tentación que nosotros sufrimos también. Cuántas veces hemos sustituido al único Dios que nos salva por esos ídolos de las cosas materiales a las que apegamos nuestro corazón. Cuántas veces después de haber prometido fidelidad al Señor una y otra vez protestando por nuestro amor, caemos en la infidelidad de olvidarnos de Dios, vivir como si Dios no existiera, dejándonos arrastrar por el pecado.
‘Habéis cometido un pecado gravísimo haciéndoos dioses de oro’, les echa en cara Moisés. Pero Moisés es aquel a quien Dios ha confiado la misión de llevar ese pueblo a la tierra prometida. Siente como algo suyo todo lo que le puede pasar a su pueblo. Es el mediador que se va a acercar a Dios para pedir perdón por su pueblo. ‘Ahora subiré al Señor a expiar vuestro pecado’. Y le vemos porfiando con Dios para que perdone el pecado de su pueblo y si no que se olvide de él para conducirlo por el desierto.
Esa imagen intercesora de Moisés es un anticipo del que va a ser nuestro Único Mediador, Cristo Jesús, que intercede por nosotros, que se ofrece por nosotros, que derrama su sangre para obtenernos el perdón de Dios. ‘Este el cáliz de mi sangre, sangre de la Alianza nueva y eterna, derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados’. Y nos trae Jesús de nuevo al camino de la fe, al camino de la Alianza, al camino de la misericordia de Dios. Sentimos sobre nosotros la suave brisa reconfortadota de la misericordia de Dios siempre dispuesto a perdonarnos.
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