Que las trompetas anuncien la salvación ¡Cristo ha resucitado!
Marcos. 16, 1-7
‘Exulten por fin los
coros de los ángeles… que las trompetas anuncien la salvación… goce toda la
tierra inundada de tanta claridad… alégrese toda la iglesia revestida de luz
tan brillante por la victoria de rey tan poderoso…’
Así hemos comenzado hoy nuestra liturgia en esta
vigilia gloriosa de la resurrección del Señor proclamando el pregón de Pascua.
Un pregón que tiene que resonar muy fuerte para que llegue a todos los rincones
porque todos han de conocer que Cristo ha resucitado y El es nuestra luz y
nuestra vida, en El hemos encontrado nuestra salvación y nuestra gloria.
Llenos de alegría, inundados de luz cantamos a Cristo
resucitado. Hemos ido escuchando la Palabra de Dios que nos trasmitía la
historia de la salvación preparándonos para este momento. La luz de Cristo
resucitado brilla con todo resplandor iluminando no sólo este templo, sino
inundando de luz y de alegría nuestros corazones que queremos contagiar a
todos. Por eso hemos comenzado con ese rito del fuego nuevo y de la luz, porque
es la luz nueva de Cristo resucitado la que ilumina nuestra vida.
Es el anuncio gozoso que resuena en esta noche en toda
la Iglesia. ¡Cristo ha resucitado! ¡resucitó el Señor! Es nuestro grito y
nuestro canto. Es la alegría más honda que queremos trasmitir a toda la tierra.
Como nos contaba el evangelio las piadosas mujeres iban
al sepulcro pensando en embalsar el cuerpo muerto de Jesús y preocupadas por
quién les ayudaría a correr la piedra grande que cerraba la entrada del
sepulcro. Pero la piedra estaba corrida y eso que era muy grande, como comenta
el evangelista. Pero el sepulcro estaba vacío.
Allí no estaba el cuerpo de Jesús. ‘Vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco y se
asustaron’. No era para menos. Buscaban el cuerpo muerto de Jesús y lo que
se encuentran es aquel joven. ‘No os
asustéis. ¿Buscáis a Jesús, el Nazareno, el crucificado No está aquí. ha
resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron’.
Ha resucitado, Es el anuncio que disipa todos sus
temores. Las palabras que había anunciado Jesús tenían su pleno cumplimiento.
Habia anunciado que iba a ser entregado y que moriría en la cruz, pero que al
tercer día resucitaría. ‘El Hijo del
Hombre tiene que ser entregado en manos de los pecadores, ser crucificado y al
tercer día resucitar’, había dicho. Ahí está el cumplimiento ¡Ha
resucitado! Ya no podemos buscar entre los muertos al que vive. No nos quedamos
en la muerte sino que queremos llegar a la vida. Por eso es Pascua, porque es
paso de la muerte a la vida, porque es el paso de Dios por nosotros en Cristo
Jesús que ha muerto pero que Dios ha resucitado constituyéndolo Señor y Mesías.
Es nuestra alegría. La alegría que esta noche cantamos
a todo pulmón. Es el gozo y la alegría que queremos trasmitir. En la tarde del
viernes levantábamos los ojos a lo alto y aprendíamos la gran lección del amor
que daba sentido y valor a todo sufrimiento y dolor. El amor nunca será
vencido. El amor será el triunfador final. Aunque podría haber parecido una
derrota el contemplarlo muerto colgado del madero, es la gran victoria del amor
que ahora tiene su realización plena. No buscamos sólo al crucificado sino al
Señor que vive y vive para siempre; buscamos al Señor que vive y que nos ha
llenado de vida; buscamos al Señor que nos amó hasta el extremo y nos está
enseñando lo que es la victoria del amor.
Este acontemiento que estamos celebrando es algo que
nos está transformando totalmente nuestra vida. Desde ahora todo tiene que ser
distinto. Primero ha llegado la redención y la salvación a nuestra alma con la
muerte y resurrección de Jesus que ha borrado toda muerte y todo pecado.
Nuestra vida tiene que ser distinta porque el pecado y el mal han sido vencidos,
la muerte ha sido derrotada por el amor. Nuestra vida tiene que ser distinta
porque ahora sí comprendemos bien todo el sentido y el valor del amor. Nuestra
vida tiene que ser distinta porque de ahora en adelante va a estar siempre
envuelta por el amor.
Desde Cristo resucitado ya no podemos vivir sino para
amar; desterrados lejos de nosotros tienen que estar todos nuestros orgullos y
nuestros egoismos, todo ese mal que tantas veces ha anidado en nuestro corazón;
nuestro vivir ha de ser para amar, para compartir, para lavar los pies, para
ser para siempre solidarios con los demás, para ayudar a alejar del corazón de
los hombres cualquier sombra de sufrimiento, para vivir en una nueva comunión
con los hermanos, para hacer en verdad un mundo nuevo lleno de paz y de
justicia.
Nuestra alegría no solo tiene que manifestarse con
nuestros cantos sino con las obras de nuestro amor. Tenemos que contagiar a los
que nos rodean de la alegría de Cristo resucitado, y contagiar de esa alegría
es contagiar de amor; es decir que es posible vivir amándonos, y perdonándonos,
y haciéndonos el bien los unos a los otros.
No podemos permitir que las sombras de la muerte sigan
inundando nuestro mundo. Las fuerzas del mal siguen con su batalla y son una
tentación fuerte y constante para nuestra vida. Pero por muy fuertes que sean
las fuerzas del mal no nos desalentamos en nuestra lucha por hacer un mundo
mejor porque creemos en el que venció la muerte, el mal, el pecado con su amor
cuando dio su vida por nosotros en la cruz; porque creemos en Cristo resucitado
y en El tenemos nuestra fuerza y nuestra luz.
Es Cristo resucitado, al que esta noche estamos
cantando con tanta alegría, quien nos pone en camino y ese camino en búsqueda
del amor, en búsqueda de hacer un mundo mejor ya no se puede detener. Tenemos
la fuerza de Cristo resucitado con nosotros que para eso nos da su Espíritu. Será
el regalo de pascua que hará a sus discípulos en el Cenáculo para el perdón de
los pecados.
El mundo tiene que llenarse de luz. Y nosotros que
hemos encendido esta noche nuestra luz en la luz de Cristo resucitado, en la
luz del Cirio Pascual estamos obligados a llevarla a los demás, a llevarla a
nuestro mundo para disipar toda tiniebla. Esa luz que no podemos esconder
debajo del celemín sino que tenemos que ponerla muy alto para que ilumine a
todos.
Tenemos que trasmitir esa luz. Tenemos que trasmitir
esa alegría. Tenemos que comunicar al mundo que Cristo ha resucitado. Que ese
sea nuestro saludo, nuestro anuncio, nuestro deseo, nuestra verdadera
felicitación que vayamos trasmitiendo a los demás.
¡Cristo ha resucitado! Verdaderamente ha resucitado.
Resucitemos con El. Hagamos resucitar a nuestro mundo con el amor.