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jueves, 5 de abril de 2012


Hacemos Eucaristía y comenzamos a lavarnos los pies los unos a los otros

Éxodo, 12, 1-8.11-14;
 Sal. 115;
 1Cor. 11, 23-26;
 Jn. 13, 1-15
Todo estaba debidamente preparado. Los discípulos siguiendo las instrucciones de Jesús habían ido a la ciudad y le habían trasmitido el encargo. Allí estaba la sala alta de la casa arreglada con divanes y ahora con todo lo necesario para celebrar la Pascua, el cordero, los panes ácimos, las lechugas amargas, el vino, el agua para las purificaciones, todo tal como prescribía la ley de Moisés.
Pero en el ambiente había algo distinto, una especial solemnidad. ‘Se acerca el momento’, había dicho Jesús y el evangelista ya nos dirá que ‘había llegado la hora’.  Aquella pascua iba a ser distinta porque además Jesús comienza haciendo algo inesperado. Normal era ofrecer agua para lavarse, pero era inusual que el que presidiera la mesa se fajara una toalla para ponerse a lavar los pies de los comensales. Ese oficio le correspondía a otros. Bueno, hasta entonces.
Los apóstoles asombrados no saben qué hacer y Pedro – siempre el impulsivo Pedro el primero en hablar – se resiste. ‘No me lavarás los pies jamás’. Pero si no le lavaba los pies no tendría parte con El, y el amor pudo más: el amor de quien se había puesto a los pies de los discípulos y el amor del discípulo que impulsivo y todo como era sin embargo amaba mucho a Jesús y quería hasta dar su vida por El, aunque ya sabemos.
Había llegado la hora y Dios había de ser glorificado. Había llegado la hora e iba a comenzar a manifestarse todo lo que era su entrega de amor sin límites. Comienzan los signos y las lecciones que se prolongarán en la entrega más absoluta de quien es capaz de dar su vida por aquellos a los que ama. Y así hacía Jesús. Así era su amor. ‘Habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo’, nos dirá el evangelista como cronista y testigo de ese amor. El que siendo Dios se había hecho hombre para ser como nosotros, toma además la condición de esclavo, la condición del servidor para lavar los pies, porque quería además lavar el corazón y transformar la vida.
Es el momento de lavar los pies; el primer signo que tiene que indicar una predisposición especial. El que es capaz de los pequeños detalles será capaz de llegar a las cosas grandes. Como Pedro algunas veces nos resistimos a esos pequeños detalles; quizá estaríamos dispuestos a grandes cosas, pero los caminos de Jesús son distintos y hemos de aprender a entenderlos y seguirlos. Sólo se puede lavar los pies al hermano desde el amor y la humildad; no caben en los discípulos de Jesús las actitudes de la prepotencia y el orgullo; sólo amando, que es acercarnos al otro para estar a su altura, para saber estar a su lado es cómo podemos llegar a lavar los pies al hermano.
Tenemos que aprender la lección, comprender bien lo que ha hecho y sigue haciendo Jesús. ‘¿Comprendéis bien lo que he hecho con vosotros? Me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies los unos a los otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis’. Es el mandamiento del amor. Es el distintivo de quien sigue a Jesús que no ha de hacer otra cosa que lo que hace Jesús.
¿Qué ha hecho el Señor con nosotros? ¿Sólo lavarnos los pies? Eso ha sido solo el pórtico de esta noche y de esta cena. Eso, podríamos decir, es el primer minuto de esa hora que ha llegado. Es el pequeño detalle presagio de cosas mayores y más trascendentales. Seguirá dándonos señales de su entrega. Partirá el pan, bendecirá la copa, nos los repartirá. ‘Tomad, comed… Tomad, bebed… es mi Cuerpo entregado por vosotros… es mi Sangre derramada por vosotros, la de la nueva y eterna alianza, por el perdón de los pecados’.  Nos lo ha recordado Pablo tal como ya lo vivían las primeras comunidades cristianas.
Se nos está dando Jesús para que le comamos, para que nos unamos a El, para que vivamos su misma vida, para que tengamos vida para siempre. Lo había anunciado en Cafarnaún y entonces no habían entendido. Nos pregunta ahora ‘¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?’ ¿Comprenderemos de verdad todo lo que está sucediendo? Es una hora muy solemne. Es mucho lo que está haciendo. Lo de lavar los pies es un signo que nosotros, es cierto, tenemos que repetir porque hemos de tener sus mismas actitudes, repetir sus mismos actos, vivir su mismo amor, entregarnos con su misma entrega. Es pasar por el camino de la humildad y de la sencillez que nos lleva al verdadero amor.
Estamos todavía en los signos que nos abren a cosas mayores. Porque comerle a El significará unirnos a El en la unión más íntima y más profunda; comerle a El es ser capaz de hacer como El, vivir una entrega como la suya. Y es que cada vez que comemos de su cuerpo y bebemos de su cáliz estamos anunciando su muerte hasta que vuelva. La cena de la pascua no se queda en hacer la comida del Cordero Pascual. Sigue siendo un pórtico que nos lleva a más. Es su Cuerpo entregado y su Sangre derramada. Y esa entrega se realizó subiendo al madero de la Cruz; y esa sangre se derramó en lo alto del Calvario. Ese Cuerpo entregado y esa Sangre derramada son el signo del amor que es capaz de llegar hasta el extremo. Esa es la hora de la gloria, de la glorificación de Dios.
Es algo grande y maravilloso lo que hoy sucede. Es un misterio de amor lo que estamos contemplando y celebrando. Es el misterio del amor de Dios que se derrama sobre nosotros como el más hermoso perfume y a todos nos envuelve. Nos sentimos envueltos por el amor de Dios y nos sentimos impulsados a amar con un amor semejante.  Nos lo dejó como señal. Quedó para nosotros como un mandamiento imborrable. Es el gran signo permanente de su presencia y de su amor para siempre. Es el Sacramento que adoramos y que nos alimenta, que nos da fuerzas y nos sirve de viático en nuestro caminar. Es la Eucaristía. Es el amor.
‘Haced esto en conmemoración mía’, nos dice. Ya nos había dicho antes ‘haced vosotros lo mismo’. Tenemos que repetirlo. Tenemos que vivirlo continuamente. Y celebramos la Eucaristía y estamos haciendo presente su sacrificio redentor. Y nos alimentamos de la Eucaristía y aprendemos lo que es el amor verdadero. Y nos reunimos en Eucaristía y sentimos para siempre su presencia que nos hace entrar en comunión y querernos como hermanos. Y vivimos la Eucaristía y comenzamos a lavarnos los pies los unos a los otros en el servicio y en la fraternidad evangélica. Es el compromiso de la Eucaristía que celebramos.
Es el Sacrificio y la entrega de Cristo en la cruz. Es el amor de Dios por nosotros y será para siempre el amor de hermanos que nos vamos a tener. Es el Sacramento que hoy Cristo en una locura de amor ha instituido para hacerse comida y alimento de nuestra vida y de nuestro amor, y para ser viático, acompañante, de nuestro camino. Qué maravilla lo que hoy celebramos.
‘Haced esto en conmemoración mía’, les dice a los apóstoles reunidos en torno a El e instituye el Sacerdocio del Nuevo Testamento que nos hace partícipes de su mismo Sacerdocio. Hoy día de la Eucaristía y del amor fraterno es también día del Sacerdocio. Para que podamos tener Eucaristía nos ha dejado a los sacerdotes que participando del sacramento de Cristo nos hacen posible la Eucaristía y presidirán en el amor y en el nombre de Cristo a la comunidad para ofrecernos el alimento de su gracia divina a través de su ministerio sacerdotal.
Algo distinta fue aquella cena pascual. Algo especial estaba allí sucediendo. Algo grandioso estamos nosotros hoy celebrando. Es la cena del Señor. Aquí está el verdadero Cordero Pascual inmolado por nosotros. Ya no es aquella cena en que comían el cordero pascual como recuerdo de una pascua. Ahora para nosotros es pascua porque es el paso del Señor hoy y aquí para nosotros, para nuestra vida, para nuestro mundo.
Es Cristo mismo, verdadero Cordero de Dios, que está en medio nuestro, que quiere llegar a nuestro corazón porque también nosotros tenemos una misión en medio de nuestro mundo. Tenemos que ir a llevar su amor, tenemos que ir a lavar los pies en tantos hermanos que sufren y a los que tenemos que llevar la luz de Jesús. No olvidemos que celebrar la Eucaristía nos compromete a llevar ese amor de Jesús al mundo que nos rodea y tan falto de él está.
El signo que va a realizar el sacerdote repitiendo el gesto de Jesús tiene que reflejar lo que la comunidad, la Iglesia quiere hacer en medio de nuestro mundo. Es el día del amor. Impregnemos nuestro mundo de ese amor. Tenemos tantos motivos para creer en El.

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