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sábado, 7 de febrero de 2015

La mirada de Jesús no es una mirada cualquiera; dejémonos mirar y aprendamos a mirar como Jesús

La mirada de Jesús no es una mirada cualquiera; dejémonos mirar y aprendamos a mirar como Jesús

Hebreos 13,15-17.20-21; Sal 22; Marcos 6,30-34
Ver y mirar es mucho más que el hecho físico de tener algo delante de los ojos. Cuando veces nos sucede que tenemos las cosas delante de nosotros y ni las vemos, no les prestamos atención, no las miradas. Es necesario mirar y mirar con atención; si así lo hiciéramos nos daríamos cuenta de algo mas que no se ve solo con los ojos de la cara, por así decirlo.
Me gustaría tener la mirada de Jesús. Hay distintos momentos del evangelio en que se nos resalta la mirada de Jesús. Nos daría para muchas reflexiones. Pero vamos a fijarnos ahora en lo que hemos escuchado hoy en el evangelio.
Los apóstoles, a quienes Jesús había enviado con su misma misión, están de vuelta contándole todo lo sucedido. Jesús quiere llevárselos a un lugar tranquilo y apartado para descansar un poco y que además serán esos momentos de una mayor intimidad entre Jesús y los discípulos que El aprovecha para instruirlos de manera especial. ‘Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco’. Se han ido en barca pero al llegar al sitio escogido se han encontrado que hay una multitud grande de gente que se les han adelantado por tierra de todas las aldeas y lugares.
Aquí tenemos la mirada de Jesús. Para los apóstoles que iban con él era una vez más la gente que se arremolinaba alrededor de Jesús, que le busca porque quieren estar con él, escucharle o llevarle sus enfermos para que se los cure. Pero Jesús los está mirando con el corazón. Están allí es cierto con sus dolores y con sus esperanzas, quizá simplemente con su curiosidad o con deseos de escuchar algo nuevo; pero como dice el evangelista ‘al desembarcar vio una multitud y le dio lastima de ellos porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma’.
Ahí aparece la compasión y la misericordia del corazón de Cristo. Hay una mirada especial, es una mirada de amor; se acercaban a Jesús porque le buscaban, pero ahora es Jesús el que se acerca a ellos con su amor, con su compasión - ‘sintió lástima de ellos, andaban como ovejas sin pastor’ - quiere ser ese pastor que necesitan, quiere responder a sus inquietudes y esperanzas, quiere llegar con la salud y con la salvación, quiere hacer que en verdad sus vidas se sientan renovadas, ‘se puso a enseñarles con calma’.
¿Qué sentirían aquellas gentes? ¿Cómo se sentirían? Pensemos en ellos y pensemos en nosotros. Pensemos en nosotros porque también sintamos esa mirada llena de misericordia sobre nosotros, sobre nuestra vida, sobre nuestros problemas y ansiedades, sobre nuestras enfermedades y sufrimientos de todo tipo. Jesús se acerca a nosotros y con su mirada va penetrando en lo más hondo de nosotros mismos. Pero es una mirada de amor, de compasión; una mirada que nos llena de vida, que nos transforma, que nos hace crecer la fe y la esperanza; una mirada que también nos pone en camino de amor.
Porque con esa mirada de Jesús nos sentimos transformados, pero aprendemos también nosotros a mirar. Que nos contagiemos de su amor, para que con su mismo amor nosotros también vayamos a los demás, seamos capaces de ver el sufrimiento del corazón de los demás, seamos capaces de ver hondamente en sus vidas y compartamos con ellos lo que ellos nos están diciendo, pero compartamos con ellos nuestra fe y nuestro amor.
Aprendamos de la mirada de Jesús.

viernes, 6 de febrero de 2015

Nuestra manera de reaccionar ante las contrariedades un buen medidor de nuestras actitudes y posturas cristianas

Nuestra manera de reaccionar ante las contrariedades un buen medidor de nuestras actitudes y posturas cristianas

Hebreos 13,1-8; Sal 26; Marcos 6,14-29
¿Cómo reaccionamos ante las contrariedades que nos vamos encontrando en la vida ya sea porque las cosas no sucedan a nuestro gusto, o ya sea porque quizá nos hagan reconocer de alguna manera que lo que hacemos no está bien? Puede ser un buen termómetro para medir nuestra propia madurez o para analizar cuales son las actitudes de fondo que hay en nuestra vida; puede ser también un buen medidor de nuestras actitudes y posturas cristianas.
Inicio esta reflexión con estos pensamientos precisamente contemplando la página del evangelio que tenemos hoy ante nosotros en la liturgia, que terminó con el martirio del Bautista. Ahí podemos ver algunas de esas reacciones que pueden surgir en nosotros tantas veces.  Una reacción de revancha, por así decirlo, queriendo eliminar al mensajero que nos hace ver nuestros errores o las cosas que no son buenas en nuestra vida. Ahí está la situación de Herodes que el Bautista denuncia porque le señala como inmoral la vida que está viviendo; ‘Herodías aborrecía a Juan y quería quitarlo de en medio’, comenta el evangelista. A su instigación Herodes ha mandado prender a Juan y meterlo en la cárcel.
Pero está por otro lado la indecisión de Herodes, que apreciaba a Juan, a quien gustaba escuchar, pero no tiene la valentía de enfrentarse a los hechos para actuar justamente; finalmente, por una parte el desenfreno de su vida y por otra parte los miramientos humanos le conducirán como en una espiral al sacrificio de Juan. Ya lo hemos escuchado; la fiesta, el baile de la hija de Herodías, el entusiasmo de Herodes para ofrecer lo que sea con juramento, la petición de la cabeza de Juan a lo que Herodes en su cobardía no se resistirá.
Diversas reacciones, diversas formas de actuar desde nuestros complejos y cobardías o desde nuestros resentimientos, desde nuestros miedos a enfrentarnos con la realidad o desde la falta de serenidad para afrontar las dificultades y no perder la paz, desde una falta de valores y principios o desde nuestra debilidad que quizá nos hace o arrastrarnos o reaccionar con nuestras violencias y revanchas.
Enfrente tenemos la valentía de Juan para proclamar la verdad, para denunciar lo malo, para mantenerse firme en sus principios aunque eso le haga sufrir, como en este caso primero la cárcel y después la muerte. No teme lo que le pueda pasar porque se sabe en las manos de Dios y es fiel a su misión. Era un hombre lleno de Espíritu del Señor y ahí estaba su fortaleza. Es la fortaleza de los mártires como tantas veces celebramos que aun ante la muerte inminente nunca perderán la paz.
Que no nos falte esa paz en el corazón; que sintamos también la luz y la fortaleza del Espíritu en nuestra vida para afrontar las dificultades de la vida. En el Señor siempre nos sentimos seguros. Siempre queremos ponernos en sus manos y que sea su Espíritu el que guíe nuestra vida.

jueves, 5 de febrero de 2015

Tenemos que ser por nuestras obras signos ante el mundo de lo que es el amor y la misericordia de Dios

Tenemos que ser por nuestras obras signos ante el mundo de lo que es el amor y la misericordia de Dios

Hebreos 12,18-19. 21-24; Sal 47; Marcos 6,7-13
‘Y tan terrible era el espectáculo, que Moisés exclamó: Estoy temblando de miedo’. Son las palabras que el autor de la carta a los Hebreos pone en labios de Moisés. Es expresión de lo que vivieron los Israelitas al pie del monte Sinaí. Aunque tenían la experiencia gozosa de la liberación de la esclavitud de Egipto y del paso del mar Rojo que les llevaba rumbo a la tierra prometida de libertad y prosperidad, fruto del amor que Dios le tenía a su pueblo, sin embargo vivían en el temor ante la grandiosidad de las manifestaciones de Dios.
Pero desde Jesús esa ya no puede ser nuestra experiencia. No es en el temor sino en el amor donde se manifiesta Dios. ‘Vosotros os habéis acercado… al Mediador de la nueva Alianza, a Jesús’ nos dice el autor sagrado. Y ¿qué vemos en Jesús? La manifestación de lo que es el amor de Dios.       
Ya lo hemos meditado tantas veces: ‘Tanto amó Dios al mundo, que nos entregó a su Hijo único…’ ¿Qué es lo que hizo Cristo Jesús? ‘Pasó haciendo el bien…’, que nos dice san Pedro. ¿Qué es lo que contemplamos en Jesús? Las obras del amor y la cercanía de Dios, es el Emmanuel, el Dios con nosotros, que por nosotros se entregó.
Como decíamos en el salmo ‘oh Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu templo’. El Señor compasivo y misericordioso se nos manifiesta en Jesús. Ahí contemplamos la cercanía del amor  de la misericordia de Dios cuando le vemos junto a los que sufren, sintiendo lástimas por aquellos que están hambrientos de pan y de Dios, curando a los enfermos, perdonando a los pecadores, llenando de paz los corazones con su presencia y con su vida. Derramaría su sangre para poner en paz todas las cosas, para traernos la reconciliación y la paz.
Fue la obra de Jesús, su actuar y su vida. Así en nuestra fe en El nos llenamos de paz porque sabemos que El está siempre junto a nosotros para sanarnos, para levantarnos, para darnos vida, para llenarnos de paz, para ponernos en el camino del amor.
Tiene que ser nuestra actuar y nuestra manera de vivir también. Hoy le contemplamos en el evangelio enviando a los doce ‘dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos’, nos dice el evangelista. ¿Qué significa eso? Como Jesús han de ir haciendo el bien; como Jesús han de ir curando los corazones enfermos; como Jesús han de llevar la paz allá por donde vayan; como Jesús han de ser signos del amor de Dios para todos.
Al final el evangelista nos dirá: ‘Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a los enfermos y los curaban’. ¿Qué significa eso también para nosotros hoy? Tenemos que ser signos ante el mundo que nos rodea de lo que es el amor y la misericordia de Dios; nuestra vida tiene que estar impregnada del amor y del amor tenemos que ir contagiando a nuestro mundo. ¡Cuánto tenemos que hacer en este sentido! Cuántos dolores que mitigar, cuantos corazones atormentados que tenemos que curar, cuántas señales tenemos que dar de reconciliación y de paz hemos de dar entre tanta división y violencia como destroza a nuestro mundo.
Es la misión que Dios nos confía; es la misión que confía a la Iglesia, signo que ha de ser de la misericordia de Dios para todos.

miércoles, 4 de febrero de 2015

La fe es abrirnos al misterio de Dios que se nos manifiesta y nos trasciende

La fe es abrirnos al misterio de Dios que se nos manifiesta y nos trasciende

Hebreos 12,4-7.11-15; Sal 102; Marcos 6,1-6
Si ayer decíamos que el texto del evangelio era como un canto a la fe, porque todo nos estaba hablando de la fe que teníamos que despertar en nuestro espíritu - ‘basta que tengas fe’, le decía Jesús a Jairo, ‘hija, tu fe te ha curado’ le decía a la hemorroisa -, hoy cuando Jesús va a su pueblo ‘se quejó de la falta de fe’ de sus paisanos.
Muchas veces queremos filtrar todo lo que vemos o lo que nos sucede solamente desde nuestros criterios demasiado racionalistas; la fe es confianza; la fe es fiarnos; la fe es abrirnos al misterio de Dios que se nos manifiesta y nos trasciende; con la fe tenemos que elevar nuestro espíritu y saber descubrir el misterio de Dios que está detrás o dentro de todo.
Cuando Jesús va a la sinagoga de su pueblo la gente se admira de cómo habla y de las cosas que cuentan que ha realizado en otros sitios. ‘La multitud que lo oía se preguntaba asombrada: ¿de dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José, Judas y Simón?... y desconfiaban de El’. Se quedan en aquel niño o aquel joven que han visto crecer entre ellos. Les era difícil, es cierto, quitarse de la cabeza las prevenciones que pudieran tener porque lo habían conocido de siempre. ‘Se extrañó Jesús de su falta de fe’. No habían sabido dar el paso adelante para no quedarse solo en lo que veían sus ojos o los razonamientos que podrían tener en su cabeza y abrirse al misterio de Dios que se les revelaba.
Nos cuesta también en muchas ocasiones dar el paso de la fe, de la confianza, de fiarnos de Dios. Pedimos quizá con fe desde nuestras necesidades o problemas pero no terminamos de creer en la respuesta de Dios a nuestras oraciones. Al tiempo que vamos pidiendo, y decimos que queremos hacerlo con fe, seguimos con nuestras prevenciones y razonamientos y nos falta la confianza, el fiarnos de verdad de Dios. Es necesario aprender a dar ese paso. Es necesario dejarnos conducirnos por Dios, porque será su Espíritu que actúa en nosotros el que nos ayude a darlo y a poner a tope nuestra fe.
Nos pasa en muchas situaciones y en muchos aspectos de la vida. Porque también nos pasa en nuestra relación con los demás. Ponemos por delante nuestros prejuicios ante la actuación de las personas que nos rodean y no siempre actuamos con la debida confianza. Y cuando hay desconfianza no hay apertura al otro, no sabemos caminar juntos, no terminamos de colaborar desinteresadamente con los demás.
Pidámosle al Señor que aprendamos a confiar. Que crezca nuestra fe. Que sepamos dejarnos conducir por el Señor. Será distinta nuestra relación con Dios; será más grande la paz que podamos sentir en nuestro corazón; haremos más fraternal nuestra relación con los demás.

martes, 3 de febrero de 2015

Acudamos con fe a Jesús que queremos tocarle la orla de su manto o El nos tienda su mano para levantarnos llenos de vida y de paz

Acudamos con fe a Jesús que queremos tocarle la orla de su manto o El nos tienda su mano para levantarnos llenos de vida y de paz

Hebreos 12, 1 – 4; Sal 21; San Marcos 5, 21 – 43
‘No temas, basta que tengas fe’, le dice Jesús a Jairo, cuando le entran dudas si ya merecerá la pena que Jesús llegue a su casa, porque le anuncian que la niña ya se ha muerto. ‘Basta que tengas fe’. Nos sucede muchas veces.
Todo el episodio que hoy nos narra el evangelista es una invitación a poner toda nuestra fe en Jesús. Con fe aquel jefe de la sinagoga, que conocemos por el nombre de Jairo por el relato paralelo de otro evangelista, ha llegado hasta Jesús pidiéndole: ‘Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que cure y viva’.
Mientras van de camino otra mujer se acerca con fe a Jesús ‘pensando que con solo tocarle el vestido curaría’. Lleva muchos años con hemorragias que no se curan, se ha gastado toda su fortuna acudiendo a los médicos que le den remedios para curarse; ahora ha oído hablar de Jesús y con fe se acerca hasta Jesús para tocarle la orla de su manto. Y se curó. ‘Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud’.
Finalmente las palabras de Jesús a Jairo cuando le entran las dudas. ‘Basta que tengas fe’, y llegan a la casa y toma a la niña de la mano y la levanta llena de vida.
Con fe acudimos a Jesús nosotros también. Aunque a veces nos entra la tentación de la duda, quisiéramos tener la fe de aquella mujer para llegar hasta Jesús y al menos tocarle la orla de su manto. Quisiéramos que Jesús llegara hasta nosotros y también nos tendiera su mano, nos cogiera de la mano como a la niña de Jairo para levantarnos llenos de su vida, de su paz, de su salvación. Nos puede parecer en alguna ocasión hasta imposible lo que le pidamos a Jesús en nuestras dudas e inseguridades, pero con el Señor hemos de sentirnos seguros, porque nos sentimos amados.
Nos puede suceder como en este episodio que los que están en nuestro entorno nos hacen dudar. A la mujer casi le era imposible llegar hasta Jesús por la gente que se arremolinaba al lado de Jesús. Pero queremos llegar hasta El, que nada ni nadie nos lo impida. Queremos tocar la orla de su manto, queremos agarrarnos fuerte a Jesús para que nada nos separe de El. Que nada nos perturbe ni nos quite la paz. Aquella mujer porque mantuvo firme su fe en Jesús y se atrevió incluso a tocarle el manto, marchó curada y llena de paz. Es lo que queremos pedirle al Señor.
Por allá llegaron algunos a decirle a Jairo que ya no merecía la pena que Jesús llegara a su casa porque no había nada que hacer. ¿Quién tiene la última palabra? ¿Nosotros con nuestros razonamientos algunas veces mezquinos o Jesús? Fiémonos de Jesús. Dejemos que Jesús llegue a nuestra vida, con su Palabra, con su mano tendida, con su amor y su paz y podremos comenzar a vivir una vida nueva y en paz. Que nos tienda su mano y nos levante. Que crezca así nuestra fe. Que nos llenemos de su nueva vida.

lunes, 2 de febrero de 2015

Ofrenda de los pobres y anuncio de salvación que María nos enseña a convertir en ofrenda pascual de amor

Ofrenda de los pobres y anuncio de salvación que María nos enseña a convertir en ofrenda pascual de amor

Malaquías 3,1-4; Sal 23; Hebreos 2,14-18; Lucas 2,22-40
‘Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel…’ Es el cántico del anciano Simeón con corazón y voz de profeta. ‘Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo’. Allí estaba aquel Niño tan esperado y tan deseado. Se cumplían las promesas y todas las esperanzas del pueblo de Dios. Se cumplían las esperanzas y las promesas que Dios había inspirado en el corazón de aquel anciano.
Unos jóvenes padres entre muchos aquella mañana en el templo venían a hacer la ofrenda por el primogénito recién nacido. Pero los ojos proféticos del anciano reconocieron a quien venía como luz para alumbrar a las naciones. Se adelanta el anciano y prorrumpe en el cántico de acción de gracias. Es lo que hoy nosotros estamos celebrando a los cuarenta días de la celebración del nacimiento del Señor. De alguna manera hoy también es Epifanía, porque se está manifestando la gloria del Señor, se está dando a conocer a quien venía como Salvador.
Nos gozamos en esta fiesta y también queremos hacernos ofrenda. Fue la ofrenda de los pobres la que se ofreció aquel día en el templo en la presentación de Jesús. ¿Cómo no iba a ser la ofrenda de los pobres si el Hijo del Hombre no tendría donde reclinar su cabeza? ¿Cómo no iba a ser la ofrenda de los pobres la de quien tan pobre había nacido en Belén que el pesebre de un establo le sirvió como cuna?
Con nuestra pobreza venimos también a presentarnos al Señor pero con el corazón lleno de esperanza. Es la pobreza de lo poco que somos y lo poco que tenemos. Es la pobreza de nuestro corazón pecador que está esperando con ansia la misericordia y el perdón que nos ofrece quien ha venido como nuestro Salvador. Es la pobreza de nuestras debilidades, de nuestros miedos y cobardías, de nuestros complejos, de lo vacías que llevamos nuestras manos cuando tanto egoísmo quizá se nos haya metido en el corazón; es la pobreza de nuestras desconfianzas y de nuestras faltas de fe. Pero aún así venimos al Señor y nos queremos ofrecer con amor, porque sabemos que uniéndonos a la ofrenda suprema de Jesús en la cruz nuestro corazón se puede encender en la llama divina de su amor.
Pero hoy queremos mirar también a María, la madre. A ella también se dirige el anciano Simeón con sus bendiciones. ‘Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo’. Comienzan las bendiciones para María aunque también se le anuncian días de pascua. ‘Y a ti, una espada te traspasará el alma’, le anuncia el anciano. Porque aquel niño iba a ser signo de contradicción porque no todos iban a reconocerlo como Salvador, como lo estaba haciendo ahora el anciano profeta.
María comienza ya a participar también de la ofrenda de su Hijo que tendría su culminación cuando estuviera al pie de la cruz en el momento supremo de la redención, de la ofrenda de la sangre de Jesús, sangre de la Alianza nueva y eterna ofrecida por nosotros para el perdón de los pecados.
Miramos a María y la contemplamos con Jesús en sus brazos para presentarlo al Padre, pero para presentárnoslo a nosotros también. Para nosotros canarios es el día de la Virgen de Candelaria. Ella vino como adelantada en su bendita Imagen para anunciarnos la Luz. Así la contemplamos y celebramos hoy. Que María nos conduzca hasta la Luz; que María nos enseñe a vivir la pascua en nuestra vida. Que María nos ayude a hacer la ofrenda del amor, de nuestra vida, con nuestra pobreza pero también con nuestras esperanzas.

domingo, 1 de febrero de 2015

Jesús llega a nuestra vida con las señales del Reino queriéndonos liberar de todo mal

Jesús llega a nuestra vida con las señales del Reino queriéndonos liberar de todo mal

Deut. 18, 15–20; Sal 94, 1-2. 6-7. 8-9;1Cor. 7, 32-35; Mc. 1, 21-28
Cuando Jesús comenzó su actividad en Galilea, como escuchábamos el pasado domingo, proclamaba la Buena Noticia de que ya se había cumplido el plazo y estaba cerca el Reino de Dios. Para ello era necesario creer y aceptar esa Buena Noticia, ese Evangelio, y darle la vuelta a la vida para comenzar a mirar con la mirada de Dios.
Se ha cumplido el plazo y comienza a hacerse presente el Reino de Dios. Reconocer que Dios es el único Señor de nuestra vida significaba ir desterrando el mal de los corazones y en consecuencia todo lo que hiciera sufrir al hombre. Es lo que escuchamos en el pasaje del evangelio de hoy, continuación exacta de lo que se nos proclamaba el pasado domingo.
El evangelista Marcos, a quien estamos escuchando en este ciclo, nos presenta a Jesús en la Sinagoga de Cafarnaún. Podríamos decir casi que hay un cierto paralelismo con lo que nos dice Lucas del inicio de la predicación de Jesús. Lucas lo sitúa en Nazaret, su pueblo, proclamando también el libro de la Ley y los Profetas. La reacción de la gente en principio es semejante. Marcos nos dice que ‘cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados sino con autoridad’.
Lucas en el episodio mencionado le hace leer un texto Isaías y escuchamos el comentario de Jesús; Marcos, sin embargo, no nos dice qué texto se proclamó ni nos trae las palabras de Jesús. Pero la gente se admiraba de su enseñanza, de su autoridad. ¿Un recuerdo quizá de lo que escuchábamos en el Deuteronomio en que Dios prometía que haría surgir un gran profeta en cuyos labios pondría sus palabras? Allí estaba, decimos nosotros, la Palabra viva de Dios; esa era la autoridad de la enseñanza de Jesús que iba además acompañada por las obras.
El mal había de ser vencido porque el único Señor es Dios a quien en verdad hemos de reconocer y adorar. ‘Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo’, nos dice el evangelista. Es quien reconoce a Jesús ‘¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios’. Pero ya escuchamos, Jesús lo hizo callar y lo expulsó de aquel hombre ‘que lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió’.
Es el signo de la autoridad de Jesús. ‘¿Qué es esto?, se preguntan las gentes, este enseñar con autoridad es nuevo’. Son las señales del Reino de Dios que se van cumpliendo. Por eso Jesús comenzaba su predicación anunciando que se había cumplido el plazo. El Reino de Dios comenzaba a realizarse entre ellos.
Es el anuncio que también hoy nosotros escuchamos. Sigue resonando en nuestros oídos y en nuestros corazones la Buena Noticia de Jesús que nos anuncia el Reino. Tenemos que dejarnos sorprender también nosotros por la Palabra de Jesús. Aunque en el texto de hoy no escuchamos palabras concretas en labios de Jesús en los signos que va realizando tenemos que saber estar atentos para leer el mensaje de Jesús.
Jesús llega a nuestra vida queriéndonos liberar de todo mal; es más, con la llegada de Jesús tenemos la certeza de que El nos está regalando su vida, su salvación. Ahí ante Jesús nos ponemos con el mal que llevamos en el corazón y sí vamos a reconocerle como nuestro Señor y nuestro Salvador. Vamos a intentar no resistirnos a su gracia, sino dejarnos conducir por su Palabra, por la fuerza del Espíritu Santo que nos libera de ataduras y esclavitudes, restaura nuestra vida de todo ese mal que hemos ido dejando meter en nosotros y que nos ha destrozado por dentro, vamos a sentirnos llenos de la nueva vida de su gracia y de su salvación.
Que el Señor nos desate de todas nuestras ataduras, nuestras rutinas, nuestros miedos y desconfianzas; que no nos retorzamos rehuyendo esa salvación que nos ofrece; que tengamos la seguridad de que estando El a nuestro lado nada hemos de temer; que nos gocemos de su presencia y de su gracia. Y que nosotros seamos signos de gracia y de salvación para cuantos están a nuestro lado.