Acudamos con fe a Jesús que queremos tocarle la orla de su manto o El nos tienda su mano para levantarnos llenos de vida y de paz
Hebreos
12, 1 – 4; Sal
21; San
Marcos 5, 21 – 43
‘No temas, basta que
tengas fe’, le dice
Jesús a Jairo, cuando le entran dudas si ya merecerá la pena que Jesús llegue a
su casa, porque le anuncian que la niña ya se ha muerto. ‘Basta que tengas fe’. Nos sucede muchas veces.
Todo el episodio que hoy nos narra el evangelista es
una invitación a poner toda nuestra fe en Jesús. Con fe aquel jefe de la
sinagoga, que conocemos por el nombre de Jairo por el relato paralelo de otro
evangelista, ha llegado hasta Jesús pidiéndole: ‘Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que
cure y viva’.
Mientras van de camino otra mujer se acerca con fe a
Jesús ‘pensando que con solo tocarle el
vestido curaría’. Lleva muchos años con hemorragias que no se curan, se ha
gastado toda su fortuna acudiendo a los médicos que le den remedios para
curarse; ahora ha oído hablar de Jesús y con fe se acerca hasta Jesús para
tocarle la orla de su manto. Y se curó. ‘Hija,
tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud’.
Finalmente las palabras de Jesús a Jairo cuando le
entran las dudas. ‘Basta que tengas fe’,
y llegan a la casa y toma a la niña de la mano y la levanta llena de vida.
Con fe acudimos a Jesús nosotros también. Aunque a
veces nos entra la tentación de la duda, quisiéramos tener la fe de aquella
mujer para llegar hasta Jesús y al menos tocarle la orla de su manto. Quisiéramos
que Jesús llegara hasta nosotros y también nos tendiera su mano, nos cogiera de
la mano como a la niña de Jairo para levantarnos llenos de su vida, de su paz,
de su salvación. Nos puede parecer en alguna ocasión hasta imposible lo que le
pidamos a Jesús en nuestras dudas e inseguridades, pero con el Señor hemos de
sentirnos seguros, porque nos sentimos amados.
Nos puede suceder como en este episodio que los que
están en nuestro entorno nos hacen dudar. A la mujer casi le era imposible
llegar hasta Jesús por la gente que se arremolinaba al lado de Jesús. Pero
queremos llegar hasta El, que nada ni nadie nos lo impida. Queremos tocar la
orla de su manto, queremos agarrarnos fuerte a Jesús para que nada nos separe
de El. Que nada nos perturbe ni nos quite la paz. Aquella mujer porque mantuvo
firme su fe en Jesús y se atrevió incluso a tocarle el manto, marchó curada y
llena de paz. Es lo que queremos pedirle al Señor.
Por allá llegaron algunos a decirle a Jairo que ya no
merecía la pena que Jesús llegara a su casa porque no había nada que hacer.
¿Quién tiene la última palabra? ¿Nosotros con nuestros razonamientos algunas
veces mezquinos o Jesús? Fiémonos de Jesús. Dejemos que Jesús llegue a nuestra
vida, con su Palabra, con su mano tendida, con su amor y su paz y podremos
comenzar a vivir una vida nueva y en paz. Que nos tienda su mano y nos levante.
Que crezca así nuestra fe. Que nos llenemos de su nueva vida.
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