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sábado, 3 de marzo de 2018

Siempre está el Padre esperándonos en cuyo corazón de amor caben los hijos por muchas que sean las negruras que lleven en sus vidas


Siempre está el Padre esperándonos en cuyo corazón de amor caben los hijos por muchas que sean las negruras que lleven en sus vidas

Miqueas 7,14-15.18-20; Sal 102; Lucas 15,1-3.11-32

Dar marcha atrás reconociendo los errores algunas veces el orgullo nos lo impide. Tenemos la tentación de creernos los mejores, los que siempre sabemos hacer bien las cosas y nos es más fácil culpabilizar de nuestras actitudes y posturas a los demás, a lo que hacen los demás que quizá, decimos, nos hacen reaccionar así. Queremos hacer la vida a nuestra manera y no aceptamos un consejo; cuando se nos mete entre ceja y ceja el que queremos hacer una cosa porque nos sentimos libres y queremos demostrarlo aunque eso pueda herir a los demás, no hay quien nos arranque de ese empeño.
Y es difícil que luego recapacitemos, el orgullo no nos deja; nos parece que reconocer un error de nuestra vida nos rebaja y nos humilla y no queremos sentirnos humillados ante nadie. Nos creemos con derechos y nos es fácil echarlo en cara a los demás y no nos permiten hacer lo que nosotros queramos o no nos consienten en nuestros caprichos.
Tendríamos que abrir nuestro corazón al amor y darnos cuenta de quien nos sigue amando a pesar de nuestros fallos o errores, para que quizá comencemos un poquito a repensar las cosas y querer cambiar. Nos es necesaria una buena dosis de humildad para reconocer ese amor que siempre permanece y que nos aceptará a pesar de lo que nosotros hayamos podido haber sido en la vida.
Me hago estas primeras consideraciones poniéndome ante el cuadro que se nos presenta en la parábola que se nos ofrece en esta mañana en la liturgia. Siempre decimos la parábola del hijo pródigo recalcando casi exclusivamente en la actitud y postura del hijo menor, quizás olvidando o dándole menor importancia a las posturas o actitudes orgullosas del hijo mayor. Es cierto que últimamente llamamos más la parábola del padre misericordioso que es el mensaje central que realmente se nos quiere ofrecer. No lo olvidamos, pero sí quiero que nos detengamos un poco en las posturas de ambos hijos que reflejan mucho nuestras posibles posturas y comportamientos.
El hijo mejor, es cierto, que se marchó de casa, queriendo alejarse del amor de su padre, y como dice la parábola derrocho toda su fortuna viviendo perdidamente. Pero cuando se vio hundido en la miseria que no era solo no tener nada que comer y andar entre los cerdos sino más bien toda la miseria y oscuridad en la que se había visto envuelto su corazón, fue capaz de recapacitar, pensar que podía haber tenido una vida mejor y añorar la casa del padre aunque no se consideraba digno de poder regresar. ‘Trátame como a uno de tus jornaleros’, pensaba decirle a su padre.
Ya conocemos la reacción del padre, que es el meollo de la parábola. Es el amor y la misericordia de Dios que siempre nos acoge. Por eso, como antes decía, tenemos que abrir nuestro corazón al amor y entender entonces que podemos ser acogidos a pesar de nuestras oscuridades y miserias. Fue el abrazo, y el vestido nuevo, y la fiesta con la que el padre celebró el regreso de su hijo perdido.
Pero podríamos decir que es más dura la actitud y postura del hijo mayor. Su corazón tampoco entiende del amor y todo en él son resentimientos y orgullos. No quiere dar su brazo a torcer, no quiere acoger a su hermano a quien ni siquiera quiere reconocer, afloran todos los resentimientos que había en su corazón que hacían que ya hace tiempo estaba muy lejos del padre, aunque no se hubiera marchado de la casa.  ¿No habrá muchas veces mucho de todo eso también en nuestro corazón? Qué heridos nos sentimos cuando pensamos que no se reconocen nuestros derechos o  no nos atienden como nosotros quisiéramos; que insolidarios nos volvemos ante los que puedan pasar a nuestro lado heridos y rotos por muchas cosas, pero que nuestro orgullo nos impide ver; cuantos resentimientos seguimos guardando en nuestro corazón.
Allí está el padre que también ama a este hijo que tiene el corazón tan roto, aunque no se lo crea. Allí se hace presente también el amor porque en el corazón de aquel padre caben los dos hijos, como tendrían que caber en nuestro corazón todos nuestros hermanos los hombres aunque podamos verlos llenos de negruras en su vida. No dejemos que nuestro corazón se llene también de la negrura del orgullo y de la insolidaridad.
Aprendamos de lo que es el amor que Dios nos tiene y seamos capaces de volvernos con humildad hasta El porque siempre vamos a encontrar su abrazo de amor. El Señor siempre es compasivo y misericordioso.



viernes, 2 de marzo de 2018

Esa viña de nuestra vida que Dios tanto ha cuidado tiene que comenzar a dar frutos, los frutos de nuestra conversión, siempre los frutos del amor



Esa viña de nuestra vida que Dios tanto ha cuidado tiene que comenzar a dar frutos, los frutos de nuestra conversión,  siempre los frutos del amor

Génesis 37,3-4.12-13a.17b-28; Sal 104; Mateo 21,33-43

Asumir la propia historia algunas veces nos puede resultar difícil o doloroso según desde la perspectiva que la miremos. Toda vida tiene sus luces y sus sombras, sus aciertos y sus errores; quizá con el paso del tiempo y mirándola desde el ahora no hubiéramos querido que fuera así, pero cuando fuimos viviendo cada uno de sus momentos había sus circunstancias, teníamos nuestras luces o nuestras confusiones, habían cosas que nos impulsaban a hacer algo que luego nos dimos cuenta que fueron un error, o también conscientemente hicimos lo que hicimos por los motivos que entonces tuviéramos.
Podemos sentirnos apesadumbrados y quizás arrepentidos cuando nos damos cuenta del mal que hicimos o los errores que cometimos y nos pueda entrar una cierta tristeza o amargura por no haber sabido hacerlo mejor; pero  hay otra perspectiva desde la que tendríamos que mirarla, sobre todo si  nos sentimos creyentes y somos capaces de aceptar que Dios va interviniendo y haciéndose presente en nuestra vida aunque algunas veces tengamos tan cerrados los ojos del alma que no lo percibimos.
Tras la historia de toda vida yo creo que hay una historia de amor, la historia del amor que Dios siempre nos ha tenido y que mantenido en nosotros a pesar de nuestros errores y hasta de nuestras pecados e infidelidades. Eso nos tiene que hacer sentir de alguna manera la paz en el alma y llenarnos de esperanza, porque si ahora sabemos descubrir esa acción amorosa de Dios en nosotros sabemos que podemos cambiar, que podemos en verdad mejorar nuestra vida. Es la fe que tenemos que poner para llenarnos del amor de Dios y tratar de responder nosotros con amor.
Ahí está esa continua llamada de amor de Dios, aunque no siempre sabemos reaccionar. De muchas maneras llega esa voz de Dios a nosotros. Ojos atentos y oídos abiertos hemos de tener para ver y escuchar las señales que Dios va poniendo a nuestro paso en el camino de la vida.
La parábola que hoy escuchamos en el evangelio fue esa llamada de atención que Jesús hacia a los judíos de su tiempo recordándoles su historia, pero queriendo hacerles comprender que siempre había estado presente esa solicitud de Dios por su pueblo al que enviaba continuamente profetas que les llamaban a convertir su corazón a Dios. Ahora los judíos, los sumos sacerdotes y los principales del pueblo que le están escuchando una vez más se hacen los oídos sordos para no escuchar, para no comprender aunque sabían bien que Jesús hablaba por ellos.
Cuando nosotros hoy en este camino de cuaresma, que es un camino continuo de llamamiento a la conversión de nuestro corazón hemos de saber estar atentos a esa llamada del Señor. No nos podemos hacer odios sordos. Descubramos las señales que Dios pone a nuestro lado. Cada uno tiene que abrir los ojos y estar bien atento. Porque las señales que Dios nos pone están muy personalizadas para nuestra vida concreta. Es nuestra historia, que como decíamos nos cuesta asumir, pero miremos con la perspectiva del amor de Dios y descubramos su amor, su llamada, su presencia. Esa viña de nuestra vida que Dios tanto ha cuidado tiene que comenzar a dar frutos, primero que nada los frutos de nuestra conversión, y siempre los frutos del amor.



jueves, 1 de marzo de 2018

Levantemos nuestro corazón a lo alto, busquemos de verdad una trascendencia para nuestra vida y escuchemos en nuestro interior la voz de Dios


Levantemos nuestro corazón a lo alto, busquemos de verdad una trascendencia para nuestra vida y escuchemos en nuestro interior la voz de Dios

Jeremías 17,5-10; Sal 1; Lucas 16,19-31

Con qué frecuencia nos sucede que nos damos cuenta de las cosas tarde. Vivimos afanados en nuestras cosas, en nuestras preocupaciones y no estamos atentos muchas veces a lo que pasa a nuestro alrededor. Casi no nos damos cuenta de los problemas que tienen los demás y reaccionamos tarde.
Vivimos tan en el presente de nuestros intereses que no le damos un futuro trascendente a lo que hacemos. Se nos pasa la vida enfrascados en las cosas materiales y lo espiritual lo vamos dejando a un lado restándole importancia y cuando vamos a reaccionar ya quizá pueda ser tarde. Lo material, los placeres momentáneos, las vanidades de la vida – y aquí cabrían muchas cosas que muchas veces nos esclavizan - nos envuelven y al final terminamos sin darle la profundidad a la vida que se merece, vivimos en demasiada superficialidad.
Creo que en todo esto nos quiere hacer pensar Jesús con la parábola que hoy se nos propone en el evangelio. Aquel hombre rico vivía tan enfrascado en sus riquezas, en su ostentación, en sus deseos de placer y de pasarlo bien que no era capaz de quien estaba tirado a la puerta viviendo en la más absoluta miseria. Muchas veces quizá lo sentía con un estorbo – porque quizá podría alterarle en su conciencia – cuando tenía que pasar por él y volvería su mirada hacia otro lado para no enterarse, como tantas veces nos pasa quizá a nosotros en la vida.
La parábola con la riqueza imaginativa de las imágenes nos habla del después, del después de la muerte y de la situación en que ambos luego se encontraban. Ahora se lamentaba aquel pobre hombre, porque al rico es al que tendríamos que llamarle así un pobre hombre, desde el abismo en que se encontraba de lo que no había hecho en su vida. Quería consuelo y no podía encontrarlo, quería alivio para su tormento pero para él no había alivio. Era el abismo de la muerte y del quedarse en la nada.
Ahora pensaba lo que podía haber sido su vida si antes lo hubiera hecho de otra manera, como nos pasa a nosotros tantas veces después de nuestros errores. Recuerda a los suyos y no quiere que a los suyos les pase igual. Quiere que Lázaro vaya a recordarles como deben comportarse. Como cuando tantas veces queremos apariciones sobrenaturales que nos digan lo que tenemos que hacer.
Y olvidamos que con nosotros tenemos siempre a nuestra mano la Palabra de Dios, y que el Espíritu del Señor va guiando nuestra vida e inspirándonos allá en nuestro corazón lo que tenemos que hacer. Pero hemos de saber estar atentos a esas mociones del Espíritu, levantar nuestro corazón a lo alto, buscar de verdad una trascendencia para nuestra vida, escuchar en nuestro interior la voz de Dios.
Cuidado, no nos hagamos sordos. Aprendamos a darle verdadero valor a lo que hacemos. Démosle trascendencia a nuestra vida, elevemos nuestro espíritu mirando a lo alto para sentir la inspiración del Espíritu, busquemos el alimento de la Palabra de Dios cada día, y de los sacramentos que nos llenan de la gracia del Señor.



miércoles, 28 de febrero de 2018

Necesitamos vaciar nuestra mente de nuestras ideas y de nuestros intereses, abrir de verdad nuestro corazón al Señor para dejarnos transformar por El


Necesitamos vaciar nuestra mente de nuestras ideas y de nuestros intereses, abrir de verdad nuestro corazón al Señor para dejarnos transformar por El

Jeremías 18,18-20; Sal 30; Mateo 20,17-28

Cuántas veces tenemos una idea metida en la cabeza que por mucho que nos digan lo contrario no llegamos a entender. Nos encerramos con nuestras ideas y pensamientos, con nuestra particular manera de ver las cosas que por muy claras que nos las pongan no lo acabamos de ver.
Es lo que les estaba pasando a los discípulos de Jesús, incluso a aquellos que le eran más cercanos y mejor tendrían que comprenderle porque con El habían estado desde el principio. Pero precisamente por el amor tan grande que le tenían no les podía pasar por la cabeza que se cumpliera todo aquello que les estaba anunciando Jesús. Les habla de que están subiendo a Jerusalén y aquella subida tenia un significado especial; les anuncia que va a ser entregado en manos de los gentiles que se burlarán de él, lo azotarán y habrá de morir. Pero ellos son incapaces de entender. Aunque les habla de vida y de resurrección esas palabras parece que no caben en sus cabezas.
La prueba está en lo que sucede a continuación. Dos de sus discípulos, y de los más cercanos e íntimos de Jesús valiéndose de su madre vienen a pedirle primeros puestos y de honor en su nuevo Reino. ‘Entonces se le acercó la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: ¿Qué deseas? Ella contestó: Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda’.
Podríamos decir que son los sueños y las ambiciones llenas de amor de una madre; pero si ellos hubiesen estado bien convencidos de las palabras de Jesús no hubieran dejado que la madre hiciera esta petición. Además ellos luego van a responder inocentemente a las preguntas y requerimientos de Jesús. Claro que no saben lo que piden y además en su entusiasmo casi no saben lo que responden a las preguntas de Jesús. ‘¿Podeis beber el cáliz que yo he de beber?’ Y allá responden con todo entusiasmo ‘podemos’. Era lo que tenían metido en la cabeza como todos los judíos que en eso basaban su esperanza de lo que significaba la venida del Mesías.
Pero el Hijo del Hombre tiene que padecer. Y el que quiere seguirle y ser importante en su reino no ha de buscar puestos para mandar sino lugares para el servicio siendo capaces de hacerse los últimos y los servidores de todos. Es lo que les aclara Jesús, porque ya los otros discípulos también andan revolviéndose por la petición de los Zebedeos; temían que pudieran adelantárseles y todos andaban buscando primeros puestos.
¿Llegaremos a entender nosotros de verdad el mensaje de Jesús? porque también andamos con nuestros ideas y aunque bien sabemos todo eso que nos dice Jesús de amar y de ser servidores de los demás, andamos siempre con nuestras rebajas, con nuestras limitaciones, con aquello de que bueno lo intentamos pero todo no se puede hacer con radicalidad y cosas por el estilo porque seguimos pensando más en nosotros mismos y en nuestros intereses que en el bien de los demás.
Bien nos viene que en este camino hacia la Pascua que estamos haciendo una y otra vez nos lo planteemos, nos revisemos nos actitudes y nuestras posturas y en verdad queramos hacer nuestra la pascua de Jesús viviéndola con la misma entrega y con el mismo amor. Necesitamos vaciar nuestra mente de nuestras ideas y de nuestros intereses, abrir de verdad nuestro corazón al Señor para dejarnos transformar por El; si haremos verdaderamente pascua porque sentiremos ese paso salvador de Dios por nuestras vidas.

martes, 27 de febrero de 2018

Caminamos caminos de amor y de humildad porque la sencillez con que nos manifestamos realmente abre las puertas del corazón de los demás

Caminamos caminos de amor y de humildad porque la sencillez con que nos manifestamos realmente abre las puertas del corazón de los demás

Isaías 1,10.16-20; Sal 49; Mateo 23,1-12

Cómo nos gusta estar apareciendo siempre como maestros. Alguno me dirá que eso no es cierto así; vale, de acuerdo, pero entendamos lo que quiero decir. Siempre tenemos una palabra que decir, una opinión que dar, querer estar diciendo como se hacen las cosas porque nosotros tenemos la razón o el secreto para hacerlas siempre bien, ya sea en aspectos que afectan a la vida de la sociedad, ya sea en cuestiones personales de los demás en donde queremos exponer lo que nos parece que deben hacer; y corregimos, y llamamos la atención, y decimos a la gente lo que tiene que hacer y nos estamos poniendo siempre por encima. ¿No es en cierto modo estar queriendo convertirnos en maestros de todo el mundo? Es una tentación fácil en la que podemos caer. Hay gente que parece que en eso son especialistas.
Es cierto que nos tenemos que sentir responsables de la marcha de nuestra sociedad y queremos siempre lo mejor en beneficio de todos;  no podemos rehuir esa responsabilidad social que todos tenemos; pero es ahí donde debería entrar un diálogo social con serenidad para exponer nuestros puntos de vista y llegar a una confluencia para hacer lo mejor aceptando que los demás pueden tener mejores razones que nosotros.
Es cierto también que mutuamente tenemos que ayudarnos en el camino de la vida y hay algo que se llama la corrección fraterna; pero será algo que tenemos que hacer con toda delicadeza y respeto hacia la persona, hacia toda persona, pero que nada nos da derecho a que impongamos nuestros puntos de vista. La corrección fraterna exige un trato delicado y exquisito para no violentar, para no herir, para no producir más daño que el mal que vemos que quizá haya que corregir. Nos cuesta hacerlo bien, no siempre sabemos hacerlo, porque pueden aparecer nuestros propios orgullos y vanidades con lo que lo echaríamos todo a perder.
Son aspectos humanos en nuestras relaciones con los demás y en las responsabilidades sociales que tenemos que son muy importantes. De una forma o de otra pueden ir apareciendo en nuestro trato y convivencia con los demás momentos en que pueden producirse roces, malos entendidos, tensiones entre unos y otros que tenemos que cuidar para no perder esa buena armonía que tendría que haber entre unos y otros.
Jesús nos previene, para que no dejemos meter falsos orgullos y vanidades en nuestra vida que tanto daño nos hacen a nosotros mismos como también a nuestra relación con aquellos con los que convivimos. No tienen que aparecer esas vanidades en nuestra vida, nadie tiene que subirse en un pedestal para tratar de estar por encima del otro, somos unos hermanos que caminamos juntos y que somos capaces de darnos la mano, como también aceptar la mano que se nos ofrece, para ayudarnos mutuamente en nuestro camino. Por eso lejos de nosotros lo que nos pueda distanciarnos, hacernos o sentirnos extraños los unos a los otros, o romper la armonía de nuestra convivencia.
A Jesús le vemos hoy previniendo a sus discípulos de aquellos falsos doctores que podían surgir en medio de la comunidad, partiendo de la situación creada por los doctores de la ley y los fariseos en su entorno. Cuando hacemos el bien, cuando ayudamos a alguien, no lo hacemos buscando reconocimientos y reverencias, como sucedía frecuentemente con los fariseos, buscadores de primeros puestos, de asientos de honor o de reverencias de la gente.
Nuestro estilo, el estilo de los que seguimos a Jesús tiene que ser otro. Caminamos caminos de amor y de humildad; la sencillez con que nos manifestamos realmente abre las puertas del corazón de los demás. Es el camino que recorrió Jesús y es el camino que nosotros hemos de recorrer.

lunes, 26 de febrero de 2018

Cuántas cosas buenas recibimos de los otros casi sin darnos cuenta, vayamos de forma positiva por la vida con nuestro agradecimiento y nuestra ternura

Cuántas cosas buenas recibimos de los otros casi sin darnos cuenta, vayamos de forma positiva por la vida con nuestro agradecimiento y nuestra ternura

Daniel 9,4b-10; Sal 78; Lucas 6,36-38

Quienes hayan experimentado el amor en sus vidas, porque se hayan sentido amados incluso sin merecerlo, no pueden hacer otra cosa que amar de la misma manera. Yendo directa y brevemente sin mas preámbulos al mensaje que nos trata de trasmitir hoy el evangelio esa es la enseñanza de Jesús y la razón de su mandamiento del amor.
Como nos decía el profeta Daniel a nosotros nos abruma hoy la vergüenza… porque hemos pecado contra ti… aunque nosotros nos hemos rebelado, el Señor, nuestro Dios, es compasivo y perdona…’ ¿Cuál es la respuesta que nosotros tendríamos que dar?
Muchas veces en la vida nos endurecemos por dentro; juzgamos y condenamos, estamos al acecho de lo que los otros puedan hacer mal o en lo que nos puedan ofender, vamos con mala cara por la vida como si fuéramos furiosos con todo el mundo, nuestras reacciones se llenan de violencia, las palabras que salen de nuestra boca son siempre negativas con nuestros desprecios y discriminaciones, andamos siempre quejándonos de todo porque todo  nos parece mal. No podemos ir así de negativos por la vida; esa visión de amargura con la que caminamos parece que quiere contagiar de amargura y violencia a los demás; tenemos que romper ese círculo para comenzar a ver la vida con una mayor positividad.
Sepamos ser agradecidos. Siempre hay una flor que nos pueda alegrar el camino; podemos descubrir una sonrisa, tenemos que aprender a distinguir ese gesto de humildad y de generosidad que alguien puede tener con los demás, saber apreciar lo que los otros están compartiendo con nosotros que parece que no nos damos cuenta porque en la vida no vamos ni de solitarios ni de autosuficientes.
¿Cuántas personas han colaborado con su trabajo y su buen hacer para que tú puedas comerte ese trozo de pan? Y así podíamos pensar en mil cosas más. Es cierto que todo ese trabajo ha sido debidamente retribuido que se expresaré en un coste para tu poder tener ese pan, pero  no pensemos en lo económico simplemente, sino en cuanto cada persona va dejando de si para hacer eso de lo que tu ahora te estas beneficiando. ¿No tendríamos que aprender a apreciarlo? De la misma manera que tu estás poniendo tu granito de arena con tu quehacer en lo que beneficia a los demás.
Otras tienen que ser las actitudes y posturas con que hemos de andar por la vida. Sepamos descubrir las señales del amor. Y hoy Jesús nos pide que manifestemos nosotros esas señales de amor con nuestra compasión, con nuestra misericordia, con la ternura que tratemos a los demás. Y nos recuerda Jesús, como Dios que es compasivo y misericordioso. Comenzábamos recordando lo que nos decía el profeta Daniel, reconociendo nuestro pecado y nuestra indignidad sintiendo vergüenza por lo que hemos hecho, pero al mismo tiempo recordando el amor generoso de Dios.
Es lo que nos enseña y nos pide Jesús. Y esa compasión y misericordia, esa ternura con que hemos de ir por la vida se manifiesta en nuestros juicios que nunca pueden ser condenas, en nuestro perdón generoso como generoso es el amor de Dios. Como  nos dice Jesús ‘dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros’.
ro es que tenemos que reconocer que es la medida que ya Dios ha usado con nosotros con toda la generosidad y ternura de su amor. Sintámonos de verdad amados y comenzaremos a amar nosotros también.

domingo, 25 de febrero de 2018

La experiencia del Tabor, la vivencia de la Pascua será nuestra fuerza y nuestra esperanza, por eso continuamos haciendo el camino de subida de Cuaresma para llegar a la Pascua

La experiencia del Tabor, la vivencia de la Pascua será nuestra fuerza y nuestra esperanza, por eso continuamos haciendo el camino de subida de Cuaresma para llegar a la Pascua

Gén. 22, 1-2. 9-13. 15-18; Sal 115; Rom. 8, 31b-34; Marcos 9, 2-10

Ya lo hemos comentado en otro momento. El apartarnos, irnos a un lugar solitario, meternos en la soledad del desierto, o subir a lo alto de una montaña con el esfuerzo que representa pero con la soledad y el silencio que en la altura nos encontramos son experiencias que pueden convertirse en enriquecedoras si en positivo sabemos encontrarle el sentido a ese silencio y soledad, a ese recogimiento que significa apartarnos, o a ese esfuerzo extraordinario que tengamos que hacer. A la fuerza no nos pueden imponer soledades ni silencios, pero si llegamos a saborear su sentido, como hemos dicho en otra ocasión, puede ser motivo de grandes descubrimientos.
Si en el pasado primer domingo de Cuaresma contemplábamos a Jesús llevado por el Espíritu al desierto, hoy vemos que es Jesús el que escogiendo a sus tres discípulos predilectos sube a lo alto de la montaña para en el silencio y en la soledad ponerse a orar. Es el propio camino de Jesús que ha iniciado su camino de subida a Jerusalén, pero que ahora quiere ayudar a sus discípulos a que hagan ese camino con El dándole pruebas y motivaciones para que comprendan cuanto ha de suceder en esa subida. Es también por lo que la liturgia de la Iglesia nos lo propone en este camino también de ascensión que nosotros hacemos hasta la Pascua de Jesús que tendrá que ser también nuestra Pascua.
En lo alto de la montaña van a suceder grandes y extraordinarias cosas. Jesús se transfigura en su oración en la presencia de los discípulos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo’. Aunque se habían adormilado los discípulos en la oración – como tantas veces nos sucede- ante lo que sucede se despiertan y ahora están anonadados porque además aparecen Moisés y Elías junto a Jesús. Moisés y Elías venían a representar todo lo que significaba el Antiguo Testamento, la Ley y los Profetas.
No creían lo que veían sus ojos y será Pedro el que, como siempre, se adelante a hablar ofreciéndose para hacer tres tiendas para quedarse extasiados en aquella gloria del Señor que se les está manifestando. Pero no todo acaba ahí porque una nube les envuelve – bien significado en el Antiguo Testamento como la gloria y la presencia del Señor – pero será una voz desde el cielo la que van a escuchar señalando a Jesús Éste es mi Hijo amado; escuchadlo’.
Se les había revelado la gloria del Señor. No terminan de comprender porque luego verán a Jesús solo que les dice que de eso no hablen con nadie hasta que haya resucitado de entre los muertos. Discutirán entre ellos mientras bajan del monte que significado tendrían aquellas palabras de Jesús.
Tendrían que haberlo comprendido porque ya Jesús les había anunciado que subían a Jerusalén donde sería entregado en manos de los gentiles y habría de morir, pero al tercer día resucitaría. Remolones se habían sentido ante esos anuncios de Jesús que incluso Pedro querrá quitarle esa idea de la cabeza de Jesús. Ahora tendrían que entenderlo pero sus mentes seguirán cerradas. Será después de la resurrección cuando todas estas palabras y todos estos hechos van a cobrar todo su sentido de manera que ya desde entonces reconocerán en verdad que Jesús es el Señor.
Habrían de subir también con Jesús a Jerusalén para la Pascua y de alguna manera ellos también tendrían que vivirla porque serían días duros para ellos. Pero el paso del Señor iba a ser en verdad efectivo sobre sus vidas cuando llegaran a contemplarle resucitado, a pesar de las dudas y de los miedos que atenazaban su alma en medio de todo cuanto sucedía. Esta subida al Tabor tendría que ser signo para ellos para comenzar a vislumbrar y comprender todo el misterio de Cristo. Así aprenderían ellos a encontrar el verdadero sentido de la Pascua.
Subieron los discípulos con Jesús al Tabor mientras también hacían su ascensión hasta Jerusalén para la Pascua. Es el camino que nosotros también vamos haciendo cada día de nuestra vida, pero que intensificamos en la cuaresma cada año para llegar a vivir mejor la plenitud de la Pascua. Nos invita Jesús también a esa subida al monte, al silencio y a la soledad, a la oración para encontrarnos con El y a escucharle como nos dice la voz del Padre. No tengamos miedo a la subida, no rehuyamos ese silencio y esa cierta soledad porque ya sabemos que en medio de los ruidos del mundo nos va a ser más difícil escuchar la voz de Dios. Hay muchas cosas que nos aturden y hasta llegan a insensibilizarnos para las cosas más hermosas. Les perdemos el sabor y al no pregustarlas ya no las deseamos sino quizá preferimos nuestros ruidos o tantos otros sustitutivos que nos buscamos en la vida.
Dejémonos sorprender por el Señor y nos manifestará el resplandor de su gloria. No tengamos prisas cuando vamos al encuentro con el Señor sino sepamos subir lentamente pero sin pausa para gustar de las mieles de la gloria del Señor. Tengamos paciencia en nuestro esfuerzo para poder llegar a tener esa hermosa experiencia de Dios.
Pero  no olvidemos que esa experiencia es para ponernos en camino. No podemos hacer tres tiendas para quedarnos allí para siempre. Habrá que bajar de nuevo de la montaña del Tabor porque el camino tenemos que seguir haciéndolo para que se realice totalmente la Pascua en nosotros. Tenemos que bajar a la llanura y al encuentro con los hombres nuestros hermanos que siguen en sus luchas y en sus ambiciones, en sus deseos de cosas buenas y también con las confusiones que pueden aparecer todos los días.
Ahora, después de esta experiencia, nosotros tenemos una esperanza cierta y así sentimos la fuerza del Espíritu de Señor que nos sigue impulsando y fortaleciendo. Tenemos que seguir con nuestra tarea, con nuestro anuncio de la Buena Nueva de Reino, con nuestro compromiso de construirlo día a día. La experiencia del Tabor, la vivencia de la Pascua será nuestra fuerza y nuestra esperanza. Continuemos haciendo ese camino de subida de la Cuaresma con todo lo que significa.