Jesús es el que quiere contar también contigo y conmigo, no
importa que seamos pecadores, porque El nos pone en camino de vida nueva y nos
enseña a tener una nueva mirada
Isaías 58, 9-14; Sal 85; Lucas
5, 27-32
Hay momentos en los
que necesitamos tiempo para llegar a comprender y asumir algo que nos sucede o
algo que contemplamos en lo que acontece a los demás. Las prisas y carreras con
que vamos por la vida no nos ayudan a interiorizar, a rumiar los
acontecimientos y es por lo que muchas veces somos superficiales en nuestras
apreciaciones, nos dejamos arrastrar por lo que dice la gente, por una primera
impresión o por los prejuicios que tengamos. Nos sucede mucho más de lo que
somos capaces de reconocer; y no lo reconocemos precisamente por esa superficialidad
con que nos tomamos la vida.
La mayor o menor cercanía
ideológica que tengamos con las personas nos lleva a aceptar o a rechazar sus
planteamientos e incluso su vida; cuando no son de nuestra cuerda y vamos
cargados de prejuicios fácilmente descartamos las ideas que nos presente o su
forma de actuar y terminamos en muchas ocasiones queriendo desprestigiar al que
consideramos un oponente. No somos capaces de ir más allá de una apariencia que
nos pueda presentar o de los prejuicios que nosotros llevamos para descubrir lo
bueno y lo positivo que nos pueda ofrecer. Cuánto vemos de ese tipo en la vida
social, en la lucha política y cuanto desperdiciamos lo bueno que cada uno podría
aportar para entre todos hacer que las cosas funcionen mejor.
Un poco de todo esto
sucedía en aquel momento con lo que estaba sucediendo según nos cuenta el
evangelio. Jesús al pasar por delante del mostrador de los impuestos donde
estaba Leví cumpliendo su función se detuvo para invitar al publicano a
seguirle. Se desató la tormenta. ¿Cómo se le ocurre a éste invitar a un
publicano para formar parte del grupo de sus compañeros, de sus amigos? Se
estaban ya preguntando por allá los fariseos y los escribas. En los criterios
que a ellos les guiaban no cabía en la cabeza de nadie que una persona de tal
calaña pudiera formar parte del grupo de quien se presentaba como profeta en
Israel. ¿O quizá porque había esa visión profética no sería este un signo claro
de un mundo nuevo que Jesús llamaba Reino de Dios?
La mirada de Jesús no
es mezquina como suele ser nuestra mirada. Ni se deja influir por las
apariencias externas ni quiere juzgar el corazón del hombre desde unos
prejuicios constituidos. Es una mirada nueva la de Jesús que nos enseña a
nosotros a mirar también. Es la mirada de quien quiere contar con la persona,
de quien valora cuanto de bueno hay siempre en el corazón del hombre, es la
mirada también de quien tiende la mano sea a quien sea para invitarle a
levantarse, a cambiar, a emprender una nuevo camino o una nueva tarea. ¿Aprenderemos
a tener nosotros una mirada así?
Ya sabemos todo lo que
sigue. Leví se levantó de su garita y se fue con Jesús, es más, hace un
banquete como para celebrar aquel encuentro con Jesús en el que están invitados
también sus amigos de siempre además de Jesús y los discípulos. Ya sabemos las
murmuraciones de lo que se consideraban justos y no les cabía en la cabeza que
su pudiera comer con publicanos y pecadores.
Pero Jesús es el
médico que viene a curarnos y a darnos vida siempre. Jesús es el que viene y
quiere también contigo y conmigo, no importa que seamos pecadores, porque El
nos sana, porque El nos pone en camino de vida nueva, porque El transforma
nuestro corazón al tiempo que nos enseña a tener una nueva mirada.