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sábado, 21 de junio de 2014

Si sentimos que Dios es nuestro Señor, ¿qué nos va a faltar?



Si sentimos que Dios es nuestro Señor, ¿qué nos va a faltar?

2Cron. 24, 17-25; Sal. 88; Mt. 6, 24-34
Quiere el Señor que vivamos en una profunda paz y libertad interior sin que tengamos dependencias en la vida que nos aten y que nos hagan perder ese equilibrio interior de nuestra vida. Ya ha venido hablándonos que arranquemos de nosotros esos apegos que nos impiden caminar libres hacia el Reino de Dios y que no vivamos en agobios ni tensiones que nos hagan perder el rumbo de nuestra vida. Por eso ya ayer le escuchábamos decir que no acumuláramos tesoros ‘donde la polilla y la carcoma los roen o los ladrones los pueden robar’. Hoy directamente nos viene a decir que no vivamos esclavos del dinero o las riquezas.
¿De dónde puede arrancar esa paz y esa libertad interior? Desde el momento en que nos sentimos amados de Dios y en El ponemos toda nuestra confianza porque es nuestro Padre, un Padre seguro en el que podemos confiar y del que nos podemos fiar. Como comentábamos en estos días pasado ‘hemos recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace gritar ¡Abba! ¡Padre!’. Así podíamos orar con la confianza de los hijos sabiendo que El siempre nos escucha, sin necesidad de mucha palabrería, porque El conoce bien nuestra necesidad y los deseos de nuestro corazón.
Hoy de forma concreta nos dice que no andemos agobiados ni por la comida ni por el vestido, porque si El alimenta a los pájaros del cielo y viste a las flores de belleza y de hermosura, cuánto no hará con nosotros que somos sus hijos.  ‘Los paganos son los que se afanan por esas cosas’, nos dice, los que no tienen fe en Dios, han perdido todo sentido espiritual y de trascendencia y los que viven encerrados en las cosas materiales y caducas. Entre nosotros si en verdad hemos puesto nuestra fe en El no tendrían que suceder esas cosas.
Pero esto que nos está diciendo Jesús, de la confianza que hemos de poner siempre en la providencia de Dios, lo podemos aplicar a muchos aspectos de nuestra vida. Ahí podemos pensar en nuestras debilidades y carencias que nos pueden aparecer en la vida, por el paso de los años, por las enfermedades que van apareciendo en nuestro cuerpo humano y limitado y así en tantos y tantos problemas a los que tenemos que enfrentarnos en el día a día de nuestra vida.
Es cierto que lo pasamos mal, porque a nadie le gusta verse lleno de limitaciones y debilidades y porque el dolor y el sufrimiento a causa de la enfermedad nos producen graves trastornos en nuestra vida.  Pero ¿nuestra vida no iría más allá de esos sufrimientos y limitaciones y no será algo mucho más profundo que lo que podamos sentir en nuestro cuerpo? Jesús también ante la inminencia de la pasión sufrió tristeza y angustia como lo vemos en Getsemaní y, aunque clamaba al Padre pidiendo que pasase de él aquel cáliz del dolor y sufrimiento, sin embargo sabía ponerse por encima de todo eso en las manos del Padre, de quien se fiaba y en quien se confiaba, aunque densos fueran los nubarrones de dolor que lo envolvían.
La paz no faltó en corazón de Cristo porque El se sabía en las manos del Padre y aun en la soledad de la cruz sentía el amor del Padre que le protegía. Quiere el Señor que a nosotros no nos falte la paz ni en los momentos más duros y tengamos esa libertad de espíritu como se manifestaba también en Jesús para saber hacer libremente una ofrenda de su vida, de su dolor y sufrimiento, de su pasión en las manos del Padre.
Es lo que tenemos que aprender a hacer. Dios nos ama y nunca nos abandona y hasta en los momentos más oscuros siempre estará la luz de su amor sobre nosotros. Necesitamos tener esa lámpara de la fe y la esperanza en nuestras manos y haberla sabido llenar del aceite del amor de Dios desde nuestra unión con El en la oración, para que nunca se nos apague esa luz de la fe que ilumina nuestra vida.
Como nos decía Jesús, los paganos son los que se agobian, a los que han perdido la fe y el sentido de trascendencia de su vida se le cierran los caminos de la esperanza, los que viven sin un sentido espiritual su vida sino solo desde lo material y lo terreno todo se le puede volver oscuro y tenebroso cuando faltan esos apoyos materiales. Nosotros tenemos una fe, hemos puesto nuestra confianza en un Dios que es un Padre que nos ama, ¿por qué hemos de temer? ¿por qué nos va a faltar la esperanza? ¿por qué vamos a vivir agobiados sin encontrarlo un sentido a lo que nos pasa?
Como termina diciéndonos Jesús: ‘Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia: lo demás se os dará por añadidura’. Si sentimos que Dios es nuestro Señor, ¿qué nos va a faltar?

viernes, 20 de junio de 2014

La búsqueda de los tesoros que den trascendencia a nuestra vida y nos hagan entrar en caminos de plenitud



La búsqueda de los tesoros que den trascendencia a nuestra vida y nos hagan entrar en caminos de plenitud

2Reyes, 11, 1-4.9-18.20; Sal. 131; Mt. 6, 19-23
¿Dónde tenemos nuestro tesoro? Sería la pregunta que nos hiciéramos al escuchar este evangelio. Una pregunta interesante, ¿cuáles son nuestros tesoros? ¿cuáles son las preocupaciones fundamentales que tenemos en la vida? ¿esas preocupaciones que tenemos significará que esos son nuestros tesoros, aquello que nosotros valoramos más?
Leyendo atentamente el evangelio y fijándonos bien en el mensaje de Jesús quizá tendríamos que afirmar que no hay nada de lo que se nos diga que está aislado del resto del evangelio o del resto del mensaje de Jesús. En fin de cuentas uno es el mensaje de salvación que nos ofrece Jesús y lo que nos va enseñando en el evangelio que nos ayudará a vivir ese mensaje salvador siempre ha de estar profundamente relacionado.
En mi reflexión me gusta detenerme muchas veces cuando estoy rumiando algún pasaje del evangelio en tratar de ver qué otros pasajes son paralelos o nos están ofreciendo un mensaje semejante o complementario, porque eso me ayuda a profundizar en el tema, fijarme en matices que se complementan unos con otros y todo el mensaje en su conjunto nos ofrece una unidad completándose plenamente así lo que Jesús quiere enseñarnos en el evangelio.
Comenzábamos nuestra reflexión preguntándonos por nuestros tesoros, a raíz de lo que nos decía Jesús en referencia a la posesión de riquezas o de bienes materiales. ‘Allí donde está tu tesoro está tu corazón’, nos decía Jesús, pero antes nos había dicho que amontonáramos tesoros, no donde la polilla se los carcome o los ladrones pueden robarlos porque abren boquetes donde sea para conseguirlos, sino que los amontonáramos en el cielo.
El afán de las cosas materiales, de la posesión de las cosas y de las riquezas que tanto nos tienta. Nos parece que sin ello no podríamos ser felices; y no es la posesión de unos bienes que nos hagan tener lo necesario para conseguir una vida digna, sino que se convierte fácilmente en la posesión avariciosa de bienes y de cosas que nos hace encerrarnos en nosotros mismos o tener tanto afán en su posesión que se vuelven dioses de nuestra vida.
Cuántas cosas podríamos recordar de otros lugares del evangelio. Y pensamos en el joven rico a quien un día Jesús a vender lo que tenía para darlo a los pobres para seguir luego el camino del reino de Dios, pero no fue capaz porque tenía muchas riquezas. O podemos pensar en la codicia de aquel propietario que consiguió grandes cosechas y porque sus lagares y sus bodegas estaban llenas a rebosar ya se sentía feliz y no tenía que hacer nada más, pero aquella noche murió y de nada le sirvieron todas sus riquezas. Pensemos tambien la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro.


Ya nos dirá Jesús lo difícil que les será a los ricos entrar en el reino de los cielos, de manera que más fácil le es entrar a un camello por el ojo de una aguja. Será una insistencia de Jesús de que hemos de desprendernos de apegos en el corazón que nos puedan impedir caminar el camino del Reino de Dios. Seguir a Jesús con radicalidad nos exigirá dejar a un lado todo lo que pudiera convertirse en un impedimento para nosotros, ya sean padres o familia, ya sea casa o posesiones.
Y momento sublime de su mensaje es cuando nos propone las bienaventuranzas. ‘Dichosos los pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos’. Pero no nos ha de extrañar este mensaje de Jesús que no son solo sus enseñanzas sino que fue su vida, la vida de quien nació pobre en Belén sin tener una cuna donde ser recostado, o lo que dirá de sí mismo que, mientras los animales silvestres tienen sus guaridas o los pájaros sus nidos, el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza. Desnudo le veremos desprendido de todo, hasta de su túnica, en la cruz en la entrega suprema que hace de su vida.
Mientras nosotros los que seguimos a Jesús, que nos llamamos sus discípulos, seguimos con nuestros afanes y apegos. Por eso el mensaje que hoy nos da de que nuestros tesoros tengan en verdad trascendencia eterna, porque será lo que de verdad va a llenar nuestro corazón de plenitud. ¿Dónde están, pues, nuestros tesoros? ¿Buscamos lo que de plenitud a nuestro corazón? ¿Tenemos en verdad ansias de vida eterna?

jueves, 19 de junio de 2014

¡Abba, Padre! una palabra de fe y una palabra de amor para comenzar a orar en el estilo de Jesús



¡Abba, Padre! una palabra de fe y una palabra de amor para comenzar a orar en el estilo de Jesús

Ecles. 48, 1-15; Sal. 96; Mt. 6, 7-15
 ‘Habéis recibido el espíritu de hijos que nos hace gritar ¡Abba!, Padre’. Ahí tenemos todo el sentido de nuestra oración. Decimos ¡Abba! ¡Padre! y está condensado todo lo que tenemos que decirle a Dios.
Nos había hablado Jesús de un estilo nuevo de oración, donde habíamos de saber entrar en nuestro tabernáculo interior para orar desde lo profundo a Dios. Allí en el silencio de nuestro corazón nos sentiremos que estamos llenos de Dios, y surgirá nuestro amor, surgirá nuestra oración de la forma más hermosa, como los hijos saben hablar con su padre.
Hoy continúa enseñándonos Jesús como ha de ser nuestra oración. Nos dice que no son necesarias muchas palabras. Como ya hemos venido diciendo la palabra importante es ¡Abba, Padre!, que lo encierra todo. Por eso nos dice: ‘Cuando recéis no uséis muchas palabras como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que se lo pidáis’. Y nos propone el modelo de oración.
Un modelo de oración que no solo hemos de saber de memoria sino interiorizarlo debidamente, para impregnarnos bien del sentido de la oración de Jesús. Pudiera sucedernos que lo repetimos una y otra vez y estemos cayendo en lo que nos denuncia Jesús, porque se nos quede en decir palabras y palabras que es lo que no quiere Jesús que hagamos.
Tendríamos que fijarnos bien en el sentido de la oración desde su comienzo. Es ese grito que sale desde el corazón, ¡Abba, Padre! con el que ya estamos queriendo no solo decir sino sentir muchas cosas. Es una palabra de amor y es una palabra de fe; es una palabra de reconocimiento de Dios y de su presencia amorosa y es la palabra de la confianza  de quien se pone en las manos del Padre. Estamos queriendo expresar cuánta es nuestra fe y cuan grande quiere ser nuestro amor cuando nos sentimos hijos amados y con toda esa confianza y amor nos podemos atreve a decir a Dios Padre.
Fijémonos que la mayor parte de esa oración no es pedir cosas, sino expresar nuestra fe y nuestro amor. Estamos queriendo expresar la gloria que le queremos dar al Señor y la alabanza; estamos queriendo manifestar cómo queremos vivir en Dios, viviendo su reino, pero empapándonos en todo de su voluntad; estamos queriendo indicar cuál es nuestro compromiso porque queremos alejarnos del mal, porque queremos hacer su voluntad, porque queremos sentir su gracia salvadora sobre nosotros que nos fortalece contra la tentación y el maligno. Entre todo eso solo hay una petición en la que pedimos el pan de cada día, pero que además lo hacemos no como queriendo acaparar para nosotros y llenarnos de bienes materiales, sino simplemente que cada día tengamos nuestro pan.
Y otra cosa muy concreta que pedimos en la oración que nos enseñó el Señor es a pedir perdón, como el compromiso y la fuerza de dar también nuestro perdón. Como peticiones en sí solo tenemos el pan de cada día en una petición, y el perdón de  nuestros pecados que va acompañado de ese compromiso de saber ofrecer también nuestro perdón generoso a los demás. ‘Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros…’
Es muy importante este apéndice que Jesús añade a la oración que nos enseña. Va en la línea de lo que ya antes nos había enseñado del amor a los enemigos, por los que también tendríamos que orar. Y recordamos lo que decíamos de cuánta paz podemos sentir en nuestro corazón cuando comenzamos a orar por aquellos que nos hayan ofendido. Lo mismo podemos seguir diciendo ahora; le estamos pidiendo a Dios la paz para nuestros corazones pidiendo que nos dé su perdón por nuestras culpas, cuánta paz podemos sentir en nuestro corazón cuando de verdad perdonamos a los demás. Es la paz más hermosa de la que Dios quiere llenar nuestro corazón.
Qué hermoso el sentido de la oración de Jesús. Ojalá siempre la saboreemos porque gustemos allá en lo más hondo del alma esa palabra con que la comenzamos, Padre.

miércoles, 18 de junio de 2014

Tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará…



Tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará…

2Reyes, 2, 1.6-14; Sal. 30; Mt. 6, 1-6.16-18
‘Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará… tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará…’ repite Jesús en el evangelio. Pero antes nos previene: ‘Cuidad de no practicar vuestra justicia - vuestras buenas obras - delante de los hombres  para ser vistos por ellos…’ Y nos habla de hipocresía y de farsantes.
Hipócrita es que el que tiene doble cara; la palabra proviene de la escena del teatro, en la que aquel que representaba un papel se ponía una careta, llamada precisamente hipócrita, delante de su cara para aparecer en el personaje que representaba. La palabra farsante tiene un significado idéntico, el que al representar una farsa está haciendo un papel que él realmente no es, pero que tiene que aparentar.
Y Jesús nos dice que eso estará bien para el teatro, pero para la vida no nos vale, porque lo que es necesario es la autenticidad de la persona, que se refleje realmente lo que se es, que no aparentemos lo que no somos. Nos puede parecer que esos son casos extremos, pero seamos sinceros y reconozcamos que muchas veces tenemos la tentación de guardar las apariencias. Pero lo que vale es lo que realmente llevamos dentro.
No suceda como con aquella persona que compró una pieza de metal precioso; al menos como tal se la vendieron pagando quizá una buena suma de dinero por ella; pero pronto se dio cuenta que no es oro todo lo que brilla, que pronto perdió el brillo externo que tenía aquel objeto y se dio cuenta de que estaba hecho de vil metal barato; grande fue su enfado porque se sintió engañado porque quien se lo vendió y él en si mismo por el brillo de la apariencia. Son cosas que nos suceden en la vida. Pero nos pueden servir bien de lección.
Hoy Jesús en el evangelio nos previene frente a ese engaño que nos podemos hacer a nosotros mismos y con lo que queremos quizá deslumbrar a los demás. Nos habla Jesús de tres prácticas fundamentales en la religión judía: la limosna, la oración y el ayuno. Y nos habla Jesús claramente para que no vayamos haciendo como los hipócritas y los farsantes.
Nos es necesaria esa interiorización en nuestra vida y esa autenticidad en lo que hacemos. Por eso nos habla Jesús de lo secreto, como El dice, o de entrar en la habitación interior cuando vamos a hacer nuestra oración. Ahí en ese silencio interior, sin buscar apariencias, es como podemos encontrarnos de verdad con el Señor.
No nos está diciendo Jesús que siempre tengamos que orar a solas y que tenemos que rehuir la oración hecha con los demás. De ninguna manera, porque es de suma importancia la oración comunitaria como pueblo peregrino, como comunidad orante, como Iglesia que se siente congregada para la alabanza del Señor. Pero no nos quedaremos en esos cánticos externos, por así decirlo, sino que lo que cantamos con nuestra voz, tenemos que hacerlo vivo desde lo más profundo de nosotros mismos, desde nuestro interior. Cuantas veces tenemos el peligro de que con nuestros labios estemos diciendo hermosas oraciones  o entonando hermosos cánticos de alabanza, pero nuestro corazón esté muy lejos de aquello que estamos haciendo. Es algo que tenemos que cuidar mucho.
Y esto que estamos comentando de la oración, lo podemos reflexionar de igual manera en nuestro compartir con los demás, llamémoslo limosna o como queramos llamarlo, o nuestras prácticas penitenciales, ya sea el ayuno o cualquier otro sacrificio con sentido penitencial que queramos hacer. Como nos dice Jesús ‘que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha’. Nuestro compartir no puede ser para la ostentación, para que vean lo generosos que nosotros somos o buscando la alabanza o gratitud de las gentes. Es otro el espíritu humilde que tiene que guiar nuestra manera de actuar. No buscamos la alabanza de los hombres, sino la gloria del Señor y el Señor no se dejará ganar en generosidad. Su gracia no nos faltará.

martes, 17 de junio de 2014

Un ideal de amor que no apto para mediocres amando incluso a nuestros enemigos y rezando por ellos

Un ideal de amor que no apto para mediocres amando incluso a nuestros enemigos y rezando por ellos

1Reyes, 21, 17-29; Sal. 50; Mt. 5, 43-48
El ideal o meta que nos va proponiendo Jesús en el evangelio va siendo cada vez más alto y es que tenemos que reconocer que el ideal que nos propone el evangelio no es para los mediocres ni para los que se van contentando con lo que buenamente salga o podamos hacer. Nunca nos pedirá el Señor nada que sea tan superior que no lo podamos alcanzar, porque además siempre podemos contar la fuerza de su gracia, la fuerza del Espíritu divino que nos ilumina y acompaña. Es el camino que nos propone hoy Jesús en el Evangelio.
Como se suele decir, cada vez se nos pone el listón más alto. Como los deportistas, verdaderos atletas que siempre quieren llegar más alto o más allá, lo que les exige un esfuerzo de superoración y un camino de entrenamiento para poder alcanzar sus metas; lo vemos en cualquiera de los deportes, pero clara tenemos la imagen delante de nuestros ojos del saltador de altura, al que se le va subiendo poco a poco la barra sobre la que tiene que saltar superándose cada vez más. Así, podemos decir, en nuestra vida cristiana.
Nos viene hablando Jesús del amor que hemos de tener a los demás en esa aceptación y respeto mutuo que todos nos debemos de tener; pero poco a poco nos va diciendo Jesús cuales son las cosas que tenemos que superar y el estilo del amor del que hemos de impregnar nuestra vida. Ya escuchábamos ayer que no podemos responder a la violencia o las ofensas que nos hagan con la misma medida, sino que tenemos que responder con un amor generoso. Hay nos pide algo más,  que es el amor a los enemigos o a los que nos hayan vituperado u ofendido.
No solo tenemos que amar al amigo o al que nos haga bien. Eso, nos dice Jesús, lo hace cualquiera, lo hacen también los paganos. En el que quiere vivir el Reino de Dios, quiere llamarse seguidor de Jesús,  el amor nos pide más. ‘Habéis oído que se os dijo: amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo; pues yo os digo: amad a vuestros enemigos y haced el bien a quienes os odian y rezad por los que os persiguen y calumnian’. 
La meta nos la pone Jesús bien alta. Hacer el bien al que te haya hecho mal, amar al que se considera tu enemigo o al que tú tienes la tentación de verlo así por el daño que te haya podido hacer. No es fácil, tenemos que reconocer. Pero en algo tenemos que diferenciarnos los que hemos optado por el camino del Reino de Dios que es un camino de amor y de paz.
¿Quieres sentir paz en tu corazón cuando te han ofendido, te han tratado mal, te han hecho daño? Reza por esas personas.  ‘Rezad por los que os persiguen y calumnian’, nos dice Jesús. Si eres capaz de rezar por esas personas, vas a sentir paz en tu corazón. Haz la prueba, aunque te cueste, y verás como el Señor te bendice con su paz. Intenta rezar por ellos y comenzarás a ver las cosas de otra manera, comenzarás a ver a esas personas de otra manera, porque estarás comenzando a amarlas.
Ya sé que eso no es fácil, pero es la meta que Jesús propone a los valientes de corazón. Pero escuchemos lo que nos dice Jesús. ‘Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos’. ¿Vamos nosotros a enmendarle la plana a Dios? ‘Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿no hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos?’
Y es que, como decíamos antes, el listón nos lo ha puesto bien alto. ‘Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto’. Nos habla de perfección. Por eso decíamos antes que esto no es para los mediocres. Nos habla de imitar a Dios, porque es con un amor como el de Dios con el que nosotros tenemos que amar.  Cuando meditábamos en el misterio de la Trinidad de Dios hablábamos de esa comunión de amor que hay entre las tres divinas personas, pero decíamos que nuestra fe en la Trinidad nos hacía entrar a nosotros en esa orbita del amor y de la comunión a imagen de la Santísima Trinidad. Es el amor que tiene que haber en nuestro corazón. Un amor que es posible porque Dios ha querido venir a habitar en nuestro corazón, y llenos de Dios estamos llenos de su amor. Esa es nuestra meta.

lunes, 16 de junio de 2014

Una buena noticia que siempre nos sorprende y pide actitudes nuevas



Una buena noticia que siempre nos sorprende y pide actitudes nuevas

1Reyes, 21, 1-16; Sal. 5; Mt. 5, 38-42
Cuando escucho y medito el evangelio me gusta situarme en el momento en que Jesús pronunció las palabras que le escuchamos para tratar de descubrir la novedad y sorpresa que significaban en su momento para quienes entonces le escuchaban. 
Pensemos además que lo llamamos ‘evangelio’, que quiere decir ‘buena noticia’, ‘buena nueva’, lo que implica esa novedad que significaban las palabras de Jesús para sus oyentes. Claro que tendríamos que pensar también en cómo han de ser para nosotros hoy esa ‘buena nueva-evangelio’ con la novedad que para nosotros también ha de tener. Lo malo es acostumbrarnos y ya no asombrarnos ante las palabras de Jesús, porque es el peligro de caer en una rutina.
Para los que estaban allá en el monte - que luego llamaremos de las bienaventuranzas - tenían que ser de gran impacto las palabras que hoy le escuchamos a Jesús. Vienen a trastocar unos esquemas mentales, una manera de concebir la relación y el trato con los demás. Para ellos resultaría lo más normal del mundo que si alguien te tratara mal o se portara mal contigo tú lo trataras de la misma manera. Era lo que habían constituido como la ley del talión que de alguna manera reglamentaba hasta donde podía llegar la venganza, para no pasarse, pero que se veía como algo normal.
Pero Jesús viene a decirles que en el Reino que El está anunciando no es así como se han de comportar, porque a la violencia no podemos responder con violencia; todo lo contrario, a la violencia que podamos recibir de los demás siempre hemos de responder con el bien. Más tarde, incluso, nos hablará del perdón generoso que hemos de tener para quienes nos ofenden.
‘Se os dijo: ojo por ojo y diente por diente, pero yo os digo que no hagáis frente al que os agravia’ sino que más bien hemos de responder con el bien, con amor, con el perdón. Y no es el responder con la misma medida, sino que la medida de nuestra buena respuesta ha de ser siempre más generosa. Es lo que nos viene a explicar con su forma muy peculiar de expresarse Jesús: ‘Al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa, y a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos’.
Claro que todo esto no lo podemos mirar solo como unos consejos o unas enseñanzas que Jesús propuso para las gentes de su tiempo a quienes podría resultarle novedosas, sino que esto tenemos que mirarlo en nuestra propia vida y en nuestro propio tiempo. Este estilo de obrar que nos propone Jesús también resulta paradójico en nuestro tiempo, porque precisamente las relaciones entre unos y otros no son muy distintas de lo que antes comentábamos que era en los tiempos de Jesús.
La ley del talión o una manera semejante de actuar sigue siendo también el estilo de nuestro tiempo; cuantos resentimientos y cuantas revanchas tenemos en nuestras mutuas relaciones; cuántas cosas seguimos guardando en nuestro interior porque no me ayudaste, porque tú me hiciste, porque un día me gritaste o me trataste mal, porque tú no eres bueno conmigo y entonces cómo voy yo a ser bueno contigo.
Tenemos que escuchar con mucha atención las palabras de Jesús hoy en el evangelio y que sean en verdad ‘evangelio’, ‘buena nueva’ para nuestra vida para que en verdad actuemos según el espíritu de Jesús si es que nos llamamos cristianos. Porque el nombre lo llevaremos pero por las actitudes y por los actos que tenemos los unos con los otros estamos muchas veces muy distintas del espíritu del evangelio.
Abramos nuestro corazón a la Palabra de Jesús. Dejemos que su Espíritu nos ilumine y seamos capaces de sentir la sorpresa ante lo que Jesús nos va diciendo y nos va pidiendo. Con la gracia del Señor intentemos de verdad de impregnarnos del espíritu del evangelio. Dejémonos sorprender por la Buena Nueva de Jesús y respondamos con actitudes nuevas en la vida.

domingo, 15 de junio de 2014

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo invocamos el misterio de amor de Dios para nosotros



En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo invocamos el misterio de amor de Dios para nosotros

Ex. 34, 4-6.8-9; Sal.: Dn. 3, 52-56; 2Cor. 13, 11-13; Jn. 3, 16-18
‘Dios, Padre todopoderoso, que has enviado al mundo la Palabra de la verdad y el Espíritu de santificación para revelar a los hombres tu admirable misterio…’ Así comenzaba la oración litúrgica de la celebración de este domingo. Y pedíamos la gracia ‘de confesar la fe verdadera’.
Es lo que en verdad queremos hacer. Ante el misterio de Dios, la ofrenda de nuestra fe; misterio admirable que, aunque revelado por la fuerza del Espíritu de Jesús y una y otra vez lo confesamos, no dejamos de sorprendernos en su inmensidad y en su grandeza, que al mismo tiempo nos revela y nos manifiesta el misterio de amor de Dios.
Nos quedamos sin palabras y porque nos sentimos inundados por tal misterio de amor no sabemos decir sino ‘sí’, yo creo, yo me confío, yo me pongo en tus manos, yo me dejo conducir por tu Espíritu. Y al final terminaremos dando gracias por tal admirable misterio de amor cuando Dios así ha querido revelársenos. No nos cabe en la cabeza tanto misterio de amor si El no se nos hubiera revelado, dado a conocer. Es un misterio de luz que nos deslumbra, pero no nos ciega; es un misterio de amor que nos desborda pero no nos anula; es un misterio de vida que nos engrandece porque nos lleva a una vida en plenitud.
Y es que en Dios vivimos, nos movemos y existimos. Nada somos sin Dios que nos ha creado y nos ha dado vida, pero solo desde su revelación de amor llegamos a descubrir la grandeza a la que nos llama y a la que nos eleva cuando ha querido hacernos sus hijos. Es en el amor de Dios Padre que nos ha creado donde comenzamos caminos que nos llevan a la plenitud que en el Hijo que nos ha enviado como prueba y manifestación de su amor podemos alcanzar con la entrega de su vida y con la donación de su Espíritu.
Todo ya en nuestra vida está empapado e inundado de su amor de manera que ya no otra cosa puede ser nuestra respuesta ni nuestra vida sino vivir en Dios que es vivir en comunión de amor como lo es Dios mismo. Es el amor de un Dios que es Padre que nos ha creado, nos bendice y nos regala, que nos perdona y nos proteja y siempre está esperando nuestra respuesta de amor. Un Dios que es amor y no puede ser lejano, ni indiferente al sentir del hombre, ni justiciero ni vengativo, porque en El están siempre primero la benevolencia y el perdón, porque ‘es el Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad’.
Es el Dios amor que nos ama con un amor tan especial que nos envía y nos entrega a su Hijo, para que sea revelación de Dios, porque ‘nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar’; nos ama y nos entrega a su Hijo porque así podremos conocer mejor el corazón de Dios, porque quien ve al Hijo ve al Padre, y para que así podamos alcanzar vida eterna que no es otra cosa que vivir en la plenitud del amor y de la comunión que se vive en Dios.
Es el Dios del amor que nos envía su Espíritu para que podamos conocer en total plenitud la verdad de Dios, y llenos de su Espíritu que es como el abrazo de amor y de comunión de Dios en su Trinidad Santísima podamos nosotros entrar en esa misma comunión de vida en Dios que quiere habitar en nosotros, como nos dice Jesús, ‘vendremos y pondremos nuestra morada en él’.
‘Tanto amó Dios al mundo…’ decía el evangelio de san Juan. Amor de Dios que se nos revela pero para que nosotros entremos también en esa órbita de amor que hay en Dios, que es Dios mismo. ‘Tanto amó Dios al mundo…’ y no cabe en nosotros el temor ni el sentirnos lejanos porque quien se siente amado se siente en comunión con quien le ama; nos sentimos amados de Dios y entramos ya para siempre en una nueva comunión de amor con Dios; ya para siempre Dios será Padre, como nos lo enseñó a llamar Jesús; ya para siempre Dios será presencia de amor en nuestra vida y por la presencia de su Espíritu nos sentiremos inundados de misericordia y de clemencia para aprender a vivir nosotros esa misma misericordia y clemencia con los demás.
‘Tanto amó Dios al mundo…’ y así se nos reveló en Jesús que ya nuestra vida, porque así nos sentimos amados de Dios, tiene un nuevo sentido y razón de ser, ya comenzaremos a ver con una mirada distinta ese mundo en el que habitamos y al que tenemos que amar y cuidar porque nos damos cuenta que es un regalo de amor que Dios nos ha hecho; ya comenzaremos a ver también con una nueva mirada, que no puede ser sino a la manera de la mirada de Dios, a los hombres y mujeres que están a nuestro lado a quienes comenzaremos a amarlos con un amor de hermanos, como un amor que refleja el amor que Dios nos tiene.
Y es que cuando confesamos nuestra fe en Dios, en el misterio de la Trinidad de Dios, que es un misterio de amor y de comunión entre las tres divinas personas, ya nosotros tenemos que entrar en esa misma dinámica de amor y de comunión.
Creo que tendríamos que ser más conscientes de esa invocación a la Trinidad de Dios y de esa confesión de fe en la Trinidad de Dios que tantas veces vamos repitiendo cada día de nuestra vida. ‘En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo’ queremos iniciar nuestro día desde el amanecer y toda obra buena cuando hacemos la señal de la cruz para confesar esa fe en la presencia de Dios con nosotros. ¿Habremos pensado bien cuántas veces al día hacemos la señal de la cruz y estamos invocando la presencia de la Trinidad de Dios en nuestra vida y en lo que hacemos?
‘En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo’ recibimos la bendición de Dios que es gracia y es presencia de Dios en nosotros y recibimos también su perdón; ‘En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo’ celebramos cada uno de los sacramentos que es hacernos presente la gracia divina en nosotros y también para la salvación de nuestro mundo; ‘En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo’ fuimos ungidos y consagrados en nuestro bautismo para ser ya para siempre para Dios, porque ya para siempre seríamos sus hijos llenos e inundados de su vida;  ‘En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo’ hacemos nuestra oración y podemos sentir a Dios allá en lo más intimo de nuestro corazón, o nos hace sentirnos comunidad orante cuando hacemos nuestra oración en comunión con los hermanos que están a nuestro lado; ‘En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo’ abrimos nuestro corazón a la Palabra de Dios que por la fuerza del Espíritu divino podemos llegar al conocimiento pleno y a plantarla en nuestro corazón.
¿Qué podemos hacer ante tanto misterio de amor que se nos revela? Es la confesión humilde de nuestra fe, pero tiene que ser también la acción de gracias perenne de nuestro amor. Será el vivir ya para siempre conscientes de ese misterio de Dios que habita en nosotros y será la santidad de una vida que para siempre es templo de Dios y morada del Espíritu. Ya para siempre nuestra vida, lo que hacemos y lo que vivimos, ha de expresar con hondo sentido lo que proclamamos en la doxología final de la plegaria Eucarística, todo siempre para la gloria de Dios, porque ‘por Cristo, con Cristo y en Cristo, a ti Dios, Padre Omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos’.
¿Será así de verdad y de una forma consciente cada día de nuestra vida el vivir el misterio de la Trinidad de Dios en nosotros?