Si sentimos que Dios es nuestro Señor, ¿qué nos va a faltar?
2Cron. 24, 17-25; Sal. 88; Mt. 6, 24-34
Quiere el Señor que vivamos en una profunda paz y
libertad interior sin que tengamos dependencias en la vida que nos aten y que
nos hagan perder ese equilibrio interior de nuestra vida. Ya ha venido
hablándonos que arranquemos de nosotros esos apegos que nos impiden caminar
libres hacia el Reino de Dios y que no vivamos en agobios ni tensiones que nos
hagan perder el rumbo de nuestra vida. Por eso ya ayer le escuchábamos decir
que no acumuláramos tesoros ‘donde la
polilla y la carcoma los roen o los ladrones los pueden robar’. Hoy
directamente nos viene a decir que no vivamos esclavos del dinero o las
riquezas.
¿De dónde puede arrancar esa paz y esa libertad interior?
Desde el momento en que nos sentimos amados de Dios y en El ponemos toda
nuestra confianza porque es nuestro Padre, un Padre seguro en el que podemos
confiar y del que nos podemos fiar. Como comentábamos en estos días pasado ‘hemos recibido un espíritu de hijos
adoptivos que nos hace gritar ¡Abba! ¡Padre!’. Así podíamos orar con la
confianza de los hijos sabiendo que El siempre nos escucha, sin necesidad de
mucha palabrería, porque El conoce bien nuestra necesidad y los deseos de
nuestro corazón.
Hoy de forma concreta nos dice que no andemos agobiados
ni por la comida ni por el vestido, porque si El alimenta a los pájaros del
cielo y viste a las flores de belleza y de hermosura, cuánto no hará con
nosotros que somos sus hijos. ‘Los paganos son los que se afanan por esas
cosas’, nos dice, los que no tienen fe en Dios, han perdido todo sentido
espiritual y de trascendencia y los que viven encerrados en las cosas
materiales y caducas. Entre nosotros si en verdad hemos puesto nuestra fe en El
no tendrían que suceder esas cosas.
Pero esto que nos está diciendo Jesús, de la confianza
que hemos de poner siempre en la providencia de Dios, lo podemos aplicar a
muchos aspectos de nuestra vida. Ahí podemos pensar en nuestras debilidades y
carencias que nos pueden aparecer en la vida, por el paso de los años, por las
enfermedades que van apareciendo en nuestro cuerpo humano y limitado y así en
tantos y tantos problemas a los que tenemos que enfrentarnos en el día a día de
nuestra vida.
Es cierto que lo pasamos mal, porque a nadie le gusta
verse lleno de limitaciones y debilidades y porque el dolor y el sufrimiento a
causa de la enfermedad nos producen graves trastornos en nuestra vida. Pero ¿nuestra vida no iría más allá de esos
sufrimientos y limitaciones y no será algo mucho más profundo que lo que
podamos sentir en nuestro cuerpo? Jesús también ante la inminencia de la pasión
sufrió tristeza y angustia como lo vemos en Getsemaní y, aunque clamaba al
Padre pidiendo que pasase de él aquel cáliz del dolor y sufrimiento, sin
embargo sabía ponerse por encima de todo eso en las manos del Padre, de quien
se fiaba y en quien se confiaba, aunque densos fueran los nubarrones de dolor
que lo envolvían.
La paz no faltó en corazón de Cristo porque El se sabía
en las manos del Padre y aun en la soledad de la cruz sentía el amor del Padre
que le protegía. Quiere el Señor que a nosotros no nos falte la paz ni en los
momentos más duros y tengamos esa libertad de espíritu como se manifestaba
también en Jesús para saber hacer libremente una ofrenda de su vida, de su
dolor y sufrimiento, de su pasión en las manos del Padre.
Es lo que tenemos que aprender a hacer. Dios nos ama y
nunca nos abandona y hasta en los momentos más oscuros siempre estará la luz de
su amor sobre nosotros. Necesitamos tener esa lámpara de la fe y la esperanza
en nuestras manos y haberla sabido llenar del aceite del amor de Dios desde
nuestra unión con El en la oración, para que nunca se nos apague esa luz de la
fe que ilumina nuestra vida.
Como nos decía Jesús, los paganos son los que se
agobian, a los que han perdido la fe y el sentido de trascendencia de su vida
se le cierran los caminos de la esperanza, los que viven sin un sentido
espiritual su vida sino solo desde lo material y lo terreno todo se le puede
volver oscuro y tenebroso cuando faltan esos apoyos materiales. Nosotros
tenemos una fe, hemos puesto nuestra confianza en un Dios que es un Padre que
nos ama, ¿por qué hemos de temer? ¿por qué nos va a faltar la esperanza? ¿por
qué vamos a vivir agobiados sin encontrarlo un sentido a lo que nos pasa?
Como termina diciéndonos Jesús: ‘Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia: lo demás se os
dará por añadidura’. Si sentimos que Dios es nuestro Señor, ¿qué nos va a
faltar?