Tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará…
2Reyes, 2, 1.6-14; Sal. 30; Mt. 6, 1-6.16-18
‘Tu Padre, que ve en
lo secreto, te recompensará… tu Padre, que ve en lo escondido, te
recompensará…’
repite Jesús en el evangelio. Pero antes nos previene: ‘Cuidad de no practicar vuestra justicia - vuestras buenas obras - delante de los hombres para ser vistos por ellos…’ Y nos habla
de hipocresía y de farsantes.
Hipócrita es que el que tiene doble cara; la palabra
proviene de la escena del teatro, en la que aquel que representaba un papel se
ponía una careta, llamada precisamente hipócrita, delante de su cara para
aparecer en el personaje que representaba. La palabra farsante tiene un
significado idéntico, el que al representar una farsa está haciendo un papel
que él realmente no es, pero que tiene que aparentar.
Y Jesús nos dice que eso estará bien para el teatro,
pero para la vida no nos vale, porque lo que es necesario es la autenticidad de
la persona, que se refleje realmente lo que se es, que no aparentemos lo que no
somos. Nos puede parecer que esos son casos extremos, pero seamos sinceros y
reconozcamos que muchas veces tenemos la tentación de guardar las apariencias.
Pero lo que vale es lo que realmente llevamos dentro.
No suceda como con aquella persona que compró una pieza
de metal precioso; al menos como tal se la vendieron pagando quizá una buena
suma de dinero por ella; pero pronto se dio cuenta que no es oro todo lo que
brilla, que pronto perdió el brillo externo que tenía aquel objeto y se dio cuenta
de que estaba hecho de vil metal barato; grande fue su enfado porque se sintió
engañado porque quien se lo vendió y él en si mismo por el brillo de la
apariencia. Son cosas que nos suceden en la vida. Pero nos pueden servir bien
de lección.
Hoy Jesús en el evangelio nos previene frente a ese
engaño que nos podemos hacer a nosotros mismos y con lo que queremos quizá
deslumbrar a los demás. Nos habla Jesús de tres prácticas fundamentales en la
religión judía: la limosna, la oración y el ayuno. Y nos habla Jesús claramente
para que no vayamos haciendo como los hipócritas y los farsantes.
Nos es necesaria esa interiorización en nuestra vida y
esa autenticidad en lo que hacemos. Por eso nos habla Jesús de lo secreto, como
El dice, o de entrar en la habitación interior cuando vamos a hacer nuestra
oración. Ahí en ese silencio interior, sin buscar apariencias, es como podemos
encontrarnos de verdad con el Señor.
No nos está diciendo Jesús que siempre tengamos que
orar a solas y que tenemos que rehuir la oración hecha con los demás. De
ninguna manera, porque es de suma importancia la oración comunitaria como
pueblo peregrino, como comunidad orante, como Iglesia que se siente congregada
para la alabanza del Señor. Pero no nos quedaremos en esos cánticos externos,
por así decirlo, sino que lo que cantamos con nuestra voz, tenemos que hacerlo
vivo desde lo más profundo de nosotros mismos, desde nuestro interior. Cuantas
veces tenemos el peligro de que con nuestros labios estemos diciendo hermosas
oraciones o entonando hermosos cánticos
de alabanza, pero nuestro corazón esté muy lejos de aquello que estamos
haciendo. Es algo que tenemos que cuidar mucho.
Y esto que estamos comentando de la oración, lo podemos
reflexionar de igual manera en nuestro compartir con los demás, llamémoslo
limosna o como queramos llamarlo, o nuestras prácticas penitenciales, ya sea el
ayuno o cualquier otro sacrificio con sentido penitencial que queramos hacer.
Como nos dice Jesús ‘que no sepa tu mano
izquierda lo que hace tu derecha’. Nuestro compartir no puede ser para la
ostentación, para que vean lo generosos que nosotros somos o buscando la
alabanza o gratitud de las gentes. Es otro el espíritu humilde que tiene que
guiar nuestra manera de actuar. No buscamos la alabanza de los hombres, sino la
gloria del Señor y el Señor no se dejará ganar en generosidad. Su gracia no nos
faltará.
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