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sábado, 14 de diciembre de 2013

Demos señales de que viene el Señor nuestro único Salvador y la alegría de nuestra vida

Is. 35, 1-6.10; Sal. 145; Sant. 5, 7-10; Mt. 11, 2-11
¿Quiénes son los que más se alegran al recibir una buena noticia? Pues aquellos para quienes esa buena noticia significa un anuncio de algo bueno para sus vidas; el preso que está en la cárcel y al que se le anuncia la libertad se alegrará mucho más que el que está libre y quizá esa noticia ni le signifique nada para su vida; el enfermo que siente que tiene una enfermedad irremediable pero lo anuncian que se puede curar, que pronto va a recobrar la salud en esa esperanza de una pronta salud se llenará su corazón de alegría; el pobre al que se le anuncia que se le acaban todos sus males y la escasez de medios para su vida se llenará de honda alegría con esa noticia.
Hablamos nosotros desde nuestra fe en Jesús de Evangelio, de Buena Noticia, pero, ¿viviremos en una alegría así? ¡Qué triste sería que tanto hablar de Evangelio, pero ya no sea Buena Noticia para nosotros que nos llene de alegría! Y esa da muchas veces la impresión viendo nuestra vida, viendo la vida de la mayoría de los cristianos que decimos que tenemos fe en Jesús pero en quienes no brilla precisamente esa alegría de la fe. Tendría que hacernos pensar.
‘Juan estaba en la cárcel’, nos dice el evangelista, y le llegan noticias de Jesús, de las obras que hacía. El había anunciado su venida - era la voz que clamaba en el desierto para preparar los caminos del Señor - y había querido preparar un pueblo bien dispuesto para el Señor, lleno como estaba del Espíritu divino que lo hacía profeta y más que profeta, como nos dirá hoy Jesús de él. Pero quizá había insistido en algunas cosas desde su espíritu del Antiguo Testamento y ahora lo que escuchaba de Jesús podría quizá parecerle un tanto extraño. Envía a sus discípulos a preguntarle a Jesús. ‘¿Eres tú el que ha de venir o hemos de esperar a otro?’
¿Cuál es la respuesta de Jesús? ¿Qué es lo que Jesús hace? Dar cumplimiento a lo que habían anunciado los profetas y que tenía que ser motivo de una alegría grande. ‘A los pobres se les anuncia una Buena Noticia’. A aquellos, como decía el profeta, de manos débiles y de rodillas vacilantes, a aquellos que se sienten acobardados por tantos problemas como tienen en la vida y que parece que andan como ciegos sin saber qué hacer o hacia donde dirigirse, a aquellos que andan desorientados porque quizá no pueden escuchar una palabra que les oriente o que les levante el ánimo, se les anuncia una salvación, verán la gloria del Señor, viene para ellos el Señor con su salvación.
El profeta había anunciado: ‘Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, decir a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis, mirad a vuestro Dios que viene en persona, resarcirá y os salvará; por eso se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará… alegría perpetua, gozo y alegría… pena y aflicción se alejarán’.
Se está realizando en Jesús. El lo había anunciado recordando al profeta Isaías en la Sinagoga de Nazaret, que a los pobres se les anunciaría una Buena Noticia. Pero también había dicho en el monte de las bienaventuranzas que serian felices los pobres, los que sufrían y lloraban, los que tenían una inquietud en su corazón de bien y de justicia que era como hambre y sed profunda, los que iban a padecer por su nombre… porque todo iba a cambiar, porque llegaba el Reino de Dios y El sería el único Señor de nuestra vida.
Por eso ahora ante la pregunta que le hacía Juan a través de sus enviados les había respondido: Decid a Juan que sí, que en mi se está cumpliendo lo que anunciaron los profetas, que vengo a traer una Buena Noticia de alegría para todos, ‘id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio’; decidle a Juan que todos se llenan de alegría como si surgiera una nueva primavera,  porque ‘el desierto y el yermo se regocijarán’ como si se llenaran de flores para hacer un hermoso jardín; ‘se alegrarán el páramo y la estepa, florecerán como olorosa flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría; tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarión’.
Es la Buena Noticia, el Evangelio de Jesús. Es la Buena Noticia, el Evangelio que es Jesús. No son cosas que se hacen sino que es Jesús que viene y El es esa Buena Noticia para nosotros porque con El presente en nuestra vida todo se tiene que transformar. Nos sentimos con Jesús divinizados, nuestra vida es distinta ya para siempre; con Jesús recuperamos nuestra dignidad y nuestra grandeza; con la presencia de Jesús sentimos que nos levantamos para caminar con una nueva dignidad; con Jesús a nuestro lado hay una nueva esperanza en nuestra vida y comienza a rebrotar una alegría nueva en nuestro corazón.
Viene el Señor, viene en persona con su salvación para arrancarnos de nuestras tristezas y cobardías y llenarnos de una nueva alegría,  para caldear nuestro corazón con un nuevo estilo de amor donde todos comenzaremos a amarnos de verdad; viene el Señor con su salvación y, sí, comenzamos a amarnos más y a sentirnos más solidarios los unos con los otros; viene el Señor y aprenderemos a acercarnos de una manera nueva a los que sufren a nuestro lado tendiendo con amor nuestra mano o poniendo nuestro hombro para que sirva de apoyo a los que se sienten débiles; viene el Señor con su salvación y sabremos trasmitir paz y fortaleza a los corazones desgarrados y que se sienten acobardados quizá por tantos sufrimientos; viene el Señor con su salvación y en verdad tenemos que comenzar a hacer un mundo nuevo.
Y es que la pregunta que le vinieron a hacer a Jesús de parte de Juan, puede transformarse en pregunta que el mundo nos pueda estar haciendo a nosotros  los cristianos. ¿En verdad creéis que Jesús es la verdadera luz y salvación para nuestro mundo? ¿Tenemos los cristianos algo que decir a nuestro mundo en el nombre de Jesús? Nuestra respuesta no puede ser de otra manera que de la forma que la dio Jesús. Mirad, ved, comunicad lo que estáis viendo en la vida de los cristianos. ¿Se verán esas señales en nosotros de que en verdad creemos en Jesús como nuestro Salvador?
En la medida en que vayamos haciendo esas obras de Jesús estaremos dando verdadera respuesta. Son las obras de nuestro amor, de nuestra solidaridad, de nuestra cercanía al que sufre, de nuestra verdadera comunión con todos las que tienen que hablar por nosotros. Es esa sonrisa e ilusión que vayamos sembrando en tantos corazones desgarrados, es esa paz que tratamos de trasmitir con nuestra propia paz y que queremos construir frente a un mundo de violencia la que tiene que hablar.
Son las señales que en tantas cosas cada uno de nosotros tiene que dar. Son las señales que está dando la Iglesia en tantas obras que realiza, en tanta solidaridad que despierta, en tanta paz que quiere ir construyendo en nuestro mundo. Tenemos que reconocer la obra de la Iglesia en tantas obras de misericordia que a través de tantos atendiendo a los pobres, a los enfermos, a los ancianos, a los que están más abandonados y marginados de nuestro mundo que se siguen realizando.
¿Quiénes son los que se quedan hasta el final tras esas  grandes catástrofes que se suceden a lo largo y ancho de nuestro mundo? Allí veremos a los misioneros, a los religiosos y religiosas, a los voluntarios cristianos comprometidos que se quedan cuando ya nadie se acuerda de aquellas calamidades. Tenemos que reconocerlo; tenemos que hacer que se sepa para que se vean los signos de Jesús que se siguen realizando en nuestro mundo, y el mundo pueda creer.

Es  la Buena Noticia del Evangelio que tenemos que anunciar, que nos llena de alegría y que quiere llenar de alegría nueva y de esperanza a nuestro mundo. Viene el Señor, que es nuestro Salvador, el verdadero Salvador de nuestra vida y de nuestro mundo.

Preparemos en nuestro corazón una cuna de amor para el nacimiento de Jesús

Eclesiástico, 48, 1-4.9-11; Sal. 79; Mt. 17, 10-13
En los asuntos que atañen a nuestra fe ni podemos dejarnos llevar por nuestras imaginaciones, ni simplemente por nuestros deseos de cómo queremos que sean las cosas. Tenemos que dejarnos sorprender por Dios. Sus caminos no son nuestros caminos, sino que más bien nosotros tenemos que hacer que nuestros caminos sigan los suyos, sigan sus huellas.
Los escribas y maestros de la ley en tiempos de Jesús tenían un pensamiento muy especial del profeta Elías y de su segunda venida. Había sido un gran profeta, defensor  del verdadero culto a Yahvé, el único Dios y Señor de Israel. Ya hemos tenido oportunidad en la lectura del Antiguo Testamento de escuchar su profecía.
Era para los judíos el paradigma de todos los profetas, de manera que su fe se fundamentaba en la ley y los profetas, teniendo como imagen de ello a Moisés y a Elías. Recordamos que en el Tabor, cuando la transfiguración de Jesús, aparecen Moisés y Elías hablando con Jesús que era como una imagen del tiempo del Antiguo Testamento que concluía para abrirse paso el Nuevo Testamento, la nueva Alianza en la Sangre  de Jesús.
‘Un profeta como un fuego, cuyas palabras eran horno encendido’, escuchamos al sabio del Antiguo Testamento en el libro del Eclesiástico de la primera lectura de hoy. Unido a los vaticinios del profeta Malaquías para los tiempos inmediatos a la llegada del Mesías, hoy se nos habla de cómo estaba ‘reservado para el momento de aplacar la ira antes de que estalle, para reconciliar a padres con hijos, para restablecer las tribus de Israel’. Palabras que nos recuerdan lo que el ángel le anunció a Zacarías en el templo cuando le hablaba del nacimiento de Juan. ‘Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos, para inculcar la sabiduría de los justos, y para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto’.
Ahora la preguntan a Jesús ‘¿por qué dicen los letrados que primero tiene que venir Elías?’ Entendemos ahora la pregunta. Una pregunta surgida de sus interpretaciones de los profetas por cuanto también el libro del Antiguo Testamento hablaba de un final misterioso a la vida de Elías que había sido arrebatado al cielo en un carro de fuego.
La respuesta de Jesús hace una relación también entre la figura de Elías y la figura de Juan el Bautista. ‘Os digo que Elías vendrá y lo renovará todo. Elías ya ha venido, les dice, y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo’. El evangelista nos dirá que ‘los discípulos entendieron que Jesús se estaba refiriendo a Juan el Bautista’. Pero Jesús hace otra referencia, en este caso a sí mismo, a lo que le ha de suceder a El; es como un anuncio de su pasión. ‘Así también el Hijo del Hombre va a padecer  en manos de ellos’.
Son los caminos del Señor los que hemos de buscar; hemos de saber escuchar la Palabra del Señor en lo más hondo de nosotros mismos no como aquello que a nosotros nos guste, sino en aquello que el Señor quiera señalarnos, iluminar los caminos de nuestra vida. Es la apertura generosa de nuestro corazón a Dios; es la disponibilidad que hemos de poner en nuestra vida para sembrar esa Palabra de Dios en nuestro corazón como en tierra buena para que dé fruto.
Misión de Juan, el que venia con el espíritu y poder de Elías, el que venía a preparar los caminos del Señor es ayudarnos a nuestra reconciliación y nuestro mutuo encuentro. Creo que podríamos tomarlo como mensaje que recibamos en este día de la Palabra del Señor. Pongamos de nuestra parte todo lo posible y necesario para que en verdad vayámonos encontrando más y más los unos con los otros; que nunca de nuestra parte pongamos trabas al entendimiento y a la armonía con los demás para que vayamos creando ese mundo de paz y de comunión entre nosotros.

Viene el Señor y que nos encuentre en verdadera comunión entre nosotros porque es el mejor trono que podamos preparar en nuestro corazón para buscar siempre su gloria, la mejor cuna de amor que pueda encontrar en la noche de su nacimiento en Belén.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Rectitud, sinceridad y apertura del corazón ante el Señor que viene con su salvación

Is. 48, 17-19; Sal. 1; Mt. 11, 16-19
La palabra de Dios que cada día vamos escuchando, si lo hacemos con verdadera sinceridad y apertura del corazón, no solo nos va ayudando a nuestro crecimiento y maduración en la fe sino que además nos ayudará a madurar humanamente como personas.
No la podemos escuchar solamente como algo meramente ritual que dentro de un rito se nos proclama, sino como lo es en verdad  como Palabra que el Señor nos dirige para alimentar nuestra vida en todos los aspectos y sentidos de nuestra existencia. Por eso hablamos también de esa maduración humana como personas, porque nos hace reflexionar, nos hace repasar nuestra vida, mirarla con unos nuevos ojos, nos hace revisar actitudes, posturas, acciones que vamos realizando.
Es una tentación fácil que podemos tener el simplemente estar y sabemos que ahora toca hacer unas lecturas, y allí está el lector proclamándolas, mientras nosotros en nuestra mente andamos por otros caminos u otros pensamientos, con otras preocupaciones o anhelos quizá deseando que pase el tiempo para que todo esto termine de una vez. Esto es algo que tenemos que cuidar mucho, porque además nos estaría indicando una debilidad grande de nuestra fe. De ahí entonces no solo la atención sino la actitud profunda de fe que hemos de tener ante la Palabra del Señor, que es, como decimos, Palabra que el Señor nos dirige en el aquí y ahora de nuestra vida.
Ahora mientras vamos haciendo este camino de adviento, como preparación para la celebración del nacimiento de Jesús, que es preparación de nuestro corazón para ese encuentro del Señor que viene a nosotros con su salvación, los textos que se nos van proclamando cada día nos dan ocasión de muchas reflexiones y revisiones de nuestra vida.
Con lo que hoy nos dice Jesús en el Evangelio - y está comentando la actitud que tienen  muchos ante su presencia, su actuar y su predicación - nos ayuda a analizar la rectitud, por ejemplo, con que nosotros vamos actuando en nuestra vida. Bien sabemos cómo hay personas que siempre andan en la desconfianza y en el recelo; desconfían de todo y de todos; siempre están viendo en los demás dobles intenciones o intereses escondidos; parece como si fueran siempre a la contra con los demás, si uno dice negro ellos dirán blanco y así en muchas actitudes y posturas.
Qué malo es andar en la vida con esas desconfianzas, porque además personas así terminarán porque tampoco merezcan nuestra confianza, porque siempre las estamos viendo con recelos y la convivencia y armonía se hará difícil. Jesús les dice hoy en el evangelio que son como niños por su inmadurez. Que si unos dicen ahora toca jugar y divertirnos, ellos estarán buscando ruido, como solemos decir, para amargar la vida de los demás; así podríamos traducir lo que Jesús dice: ‘Hemos cantado la flauta y no habéis bailado, hemos cantado lamentaciones y no habéis llorado’. Siempre a la contra.
Y eso lo aplica Jesús a la reacción de la gente de su tiempo tanto en relación con Juan el Bautista, como con el  mismo Hijo del Hombre. Les costaba aceptar la austeridad de Juan y allá andaban también con sus desconfianzas. Ya conocemos por otros lugares del evangelio como le enviaban embajadas desde Jerusalén preguntándole el por qué bautizaba si no era ni el Mesías ni un profeta. Y de Jesús también tienen la misma desconfianza, porque come con publicanos y pecadores lo llaman poco menos que comilón y borracho, amigo publicanos y pecadores.
Nos ayuda pensar en la rectitud de corazón, en la sinceridad con que tenemos que acercarnos a El y prepararnos de verdad para su venida, y como no tenemos que tener esas reticencias que algunas veces nos aparecen ahí en el corazón hacia la Palabra del Señor o hacia la predicación de la Iglesia. Cuantas interpretaciones nos hacemos a nuestra manera del mensaje de Jesús y de la enseñanza de la Iglesia. Pero nos enseña Jesús como también tenemos que actuar con esa rectitud y sinceridad en el trato que tenemos con los demás. En fin de cuentas tenemos que mirarnos unos a otros como unos hermanos que tendríamos que amarnos sinceramente. Que estas cosas calen en nuestro corazón y nos ayuden a madurar por dentro de verdad, como decíamos al principio.


jueves, 12 de diciembre de 2013

El más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que Juan Bautista

 Is. 41, 13-20; Sal. 144; Mt. 11, 11-15
Hermosa tarjeta de presentación que nos hace Jesús de Juan el Bautista. ‘Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista’. Su misión era grande, ser el precursor del Mesías, el que venía a preparar los caminos del Señor. ‘Profeta y más que profeta’, como diría Jesús de él en otra ocasión, el último de los profetas del Antiguo Testamento y que venía a ser como el enlace entre el Antiguo y el Nuevo Testamento; imagen de Elías que había de venir para preparar para el Señor un pueblo bien dispuesto - ‘él es Elías que había de venir, con tal que queráis admitirlo’ -; hombre y profeta de una fidelidad total para llegar hasta el martirio.
La liturgia del Adviento nos va introduciendo poco a poco la figura de Juan para que también nosotros preparemos los caminos del Señor, escuchando su voz - era la voz que grita en el desierto para preparar el camino del Señor - y contemplando su austeridad y penitencia que nos ayude a nosotros en ese purificar nuestro corazón para el encuentro vivo con el Señor que viene a nosotros con su salvación. Ya lo iremos contemplando y escuchando en diversos momentos.
Pero hay algo más en las palabras de Jesús en esta presentación que hace del Bautista que nos pudiera desconcertar. Nos dice que no ha nacido de mujer uno más grande que él, pero a continuación añade que ‘el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él’. Y es que Jesús no deja continuamente de presentarnos lo que son los parámetros del Reino de los cielos; a continuación incluso nos dirá algo más.
¿Quién es el más grande en el Reino de los cielos? Bien sabemos lo que nos enseñará Jesús y que nos viene bien recordar ahora cuando queremos prepararnos para su venida. El más grande es el que se hace más pequeño, el que se hace el último y el servidor de todos. Recordemos como lo explicaba una y otra vez a los discípulos cuando estaban luchando por grandezas y primeros puestos. No niega Jesús que Juan Bautista sea grande, porque ya nos dice que es grande, pero nos está señalando cuáles son las grandezas que nosotros hemos de buscar; la grandeza de la humildad, de la pequeñez y la del servicio, la grandeza del amor.
Esto nos puede servir bien de pauta para lo que hemos de preparar de verdad para la navidad que se acerca. No busquemos esplendores ni oropeles; no busquemos luces que brillen externamente, sino busquemos el verdadero y auténtico resplandor que hemos de poner en el corazón desde nuestra sencillez, desde nuestra humildad, desde nuestra austeridad, desde la solidaridad con que vivamos nuestra relación con los demás.
No estamos en momentos para despilfarros, pero es que nunca el cristiano seguidor de Jesús ha de caminar por caminos que busquen esos brillos y oropeles externos. Nuestra luz, la luz con que nosotros hemos de brillar siempre, es la luz del servicio y del amor. Si no somos capaces de poner esas actitudes en lo profundo de nuestro corazón podremos hacer muchas cosas en la navidad, pero ¿estaremos celebrando la verdadera navidad de quien nació pobre en un establo y a quienes primero se manifestó fue a unos humildes y pobres pastores que estaban cuidando sus rebaños en los alrededores de Belén?
A continuación nos dice algo más en referencia al Reino de los cielos al que queremos pertenecer. Padece violencia y solo los esforzados podrán alcanzarlo. No se nos da el Reino de los cielos así por las buenas de cualquier manera. Querer vivir el Reino de Dios supone que por nuestra parte queremos dejarnos transformar por el Señor y serán muchas las cosas que en nuestra vida habrá que cambiar y renovar.
Muchas veces nos hacemos unas ideas de las cosas en nuestra cabeza pero luego la Palabra del Señor nos ilumina y nos ayuda a descubrir que hay que darle otra profundidad a lo que hacemos y a lo que vivimos. Y eso nos exigirá deseos de cambio en nuestro corazón, muchas cosas quizá que tenemos que cambiar en nuestra mente y en nuestra vida, muchas cosas de las que tenemos que arrancarnos. Y eso nos costará, nos dolerá en el alma.

Es necesario algo más que un buen deseo, porque es poner de nuestra parte esa apertura de nuestro corazón, pero también ese esfuerzo que hemos de realizar para cambiar y mejorar muchas cosas de nuestra vida. Los esforzados, como nos dice el Señor, son los que lo alcanzarán. En ese camino de renovación, de cambio, de conversión, de superación que hemos de emprender pensemos que no andamos solos, porque con nosotros estará siempre la gracia del Señor, la fuerza de su Espíritu.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

El Señor Dios da fuerza al cansado, acrecienta el vigor del inválido… y nos llenará de paz

Is. 40, 25-31; Sal. 102; Mt. 11, 28-30
La vida está muchas veces llenas de agobios, por los problemas que la misma vida nos da; el trabajo y las responsabilidades de cada día nos hacen mantenernos en ocasiones tensos, porque queremos realizar muchas cosas, o desempeñar nuestras responsabilidades y no logramos abarcarlo todo; en otras ocasiones nos cuesta la relación con los demás que no siempre es fácil y pueden surgir malos entendimientos entre unos y otros que nos pueden llevar a enfrentamientos, a reacciones violentas o nos pueden crear algún tipo de discordia.
Están también los problemas derivados de nuestras propias limitaciones, las enfermedades que nos aparecen, un accidente que nos surge y nos puede crear alguna inutilidad o incapacidad, o son los sufrimientos que van surgiendo en nuestra debilidad o por los achaques propios de los años; también la situación social en la que vivimos nos crea tensiones e incertidumbres sobre todo cuando vemos a tanta gente que lo pasa mal en sus necesidades básicas que no son resueltas para poder tener una vida digna. Muchas más cosas podríamos pensar que nos causan agobios en la vida.
No es que queramos hacer un cuadro con tintes negros, porque al lado de todo eso también hay momentos de luz, momentos en que nos sentimos dichosos o hay personas que saben vivir o sufrir todas cosas sin perder la paz interior ni la sonrisa de los labios. Pero es ahí en esas situaciones o viviendo en medio de la gente que se ve envuelta en esos problemas o sufrimientos donde hemos de vivir nuestro ser creyentes y cristianos; será  ahí donde tendríamos que dar el testimonio de nuestra fe, pero que algunas veces parece que a nosotros también se nos puede apagar; es ahí donde hemos de saber encontrar desde la fe esa luz del Señor que dé sentido y nos ilumine.
Es ahí, mirando la realidad de nuestra vida, cuando escuchamos que Jesús nos dice, como se nos ha proclamado hoy en el Evangelio: ‘Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados…’ Sí, a todos los que vivimos esos agobios y preocupaciones que parecen hacernos perder la paz, nos está diciendo Jesús: ‘Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré; cargad con mi yugo y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso’.
‘Yo os aliviaré… encontraréis vuestro descanso…’ nos dice Jesús. Nos agradan y llenan de paz estas palabras del Señor. Nosotros, que cuando estamos envueltos en nuestros agobios lo vemos todo negro y hasta nos parece que Dios se ha olvidado de nosotros. Hoy nos ha dicho con el profeta: ‘¿Por qué andas hablando, Jacob, y diciendo, Israel: mi suerte está oculta al Señor, mi Dios ignora mi causa?’ No podemos desconfiar del Señor. ‘El Señor es un Dios eterno y creó los confines del orbe. No se cansa, no se fatiga,  es insondable su inteligencia: El da fuerza al cansado, acrecienta el vigor del inválido…’
Ya escucharemos en otro momento y tendremos oportunidad de reflexionar más hondamente, como los ciegos van a recobrar la vista, los inválidos van a poder caminar, los leprosos serán curados y los muertos resucitarán, como señales del Reino de Dios que llega con la salvación de Jesús.
Hoy nos invita a ir hasta El porque es nuestro alivio, nuestra fuerza, nuestro descanso; porque en Jesús vamos a encontrar nuestra paz, El que es manso y humilde de corazón. Y es que cuando estamos con Jesús nos sentimos renovados y salvados; con Jesús vamos a encontrar la fortaleza para todos esos momentos y vamos a encontrar el sentido y valor de cuanto hacemos y vivimos; con el amor de Jesús vamos a sentir siempre paz en nuestro corazón y nada nos va a hacer perder ese sosiego de nuestra alma. Sabemos que Jesús está a nuestro lado y El es nuestra vida y nuestra fortaleza, nunca nos va a faltar su gracia.
Escuchemos hondamente en nosotros esta palabra, esta invitación de Jesús. Los problemas no nos van a faltar, los sufrimientos seguirán apareciendo en nuestra vida con nuestras debilidades y enfermedades, nos seguirá costando quizá la relación y la convivencia con los demás, o las carencias siguen estando ahí presentes, pero habrá una nueva paz en nuestro espíritu, un nuevo sentido para todo eso que vivimos, un nuevo amor que nos hará saltar y destruir barreras para vivir siempre en armonía con los demás y que provocará un mundo de solidaridad que a todos nos hará mejores.

En el Señor nos sentiremos siempre renovados y fortalecidos desde lo más hondo de nuestra vida.

martes, 10 de diciembre de 2013

El consuelo y la ternura del amor de Dios que viene con su salvación

Is. 40, 1-11; Sal. 95; Mt. 18, 12-14
Es una palabra de consuelo y de ánimo la que escuchamos hoy en los textos proclamados de la Palabra del Señor. La Palabra de Dios siempre tiene la virtud, el poder y la fuerza, de llegar a nuestro corazón haciéndonos gustar el amor que el Señor nos tiene y siendo luz y alimento para nuestra vida en cualquiera que sea la circunstancia en que nos encontremos. 
Hoy comienza el profeta invitándonos a esa palabra de consolación y de esperanza porque nos anuncia cómo llega el Señor con todo su poder pero derramando sobre nosotros la misericordia y el perdón. ‘Consolad a  mi pueblo… habladle al corazón…’ nos decía el profeta. Es una palabra que nos hace gustar la ternura de Dios que nos dice que ya está cancelada nuestra deuda y nuestra culpa, y es el que amor del Señor es así siempre generoso con nosotros. Pero completando ese anuncio terminará proponiéndonos una imagen llena de ternura y de cariño cuando se compara con el pastor que apacienta su rebaño, lo cuida y lo reúne y finalmente le vemos traer en brazos a los corderos, cuidando al mismo tiempo a las madres.
Es de lo que nos vendrá a hablar Jesús en el Evangelio. Habla del pastor que tiene cien ovejas y se le pierde una, una sola, y guarda a las noventa y nueve en el aprisco para ir a buscar a la oveja que se le había perdido. Y nos habla de la alegría del pastor cuando la encuentra, que lo voceará y comunicará a los amigos porque ‘hay más alegría por esa oveja que se le había perdido y ha encontrado que por las noventa y nueve que no se habían extraviado’. Y termina Jesús hablándonos de nuestro Padre del cielo: ‘no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños’.
Es la imagen que contemplamos continuamente en Jesús a lo largo del Evangelio y, si miramos con ojos de fe nuestra vida, reconoceremos que eso lo hemos experimentado muchas veces en nuestra propia vida. Cómo el Señor nos busca y nos llama, se vale de muchas cosas, de muchas personas quizá, de muchas circunstancias para llamar a nuestro corazón cuando nos encerramos en nuestro pecado y nos alejamos de El. Estamos experimentando continuamente esa ternura y misericordia del Señor.
Claro que cuando sentimos ese amor de Dios en nuestra vida que nos busca y nos perdona, que mantiene continuamente su amor sobre nosotros, nos sentimos obligados a algo. La respuesta nuestra tiene que ser la del amor, corresponder al amor de Dios con nuestro amor, pequeño y humilde, pero amor que queremos poner en todo lo que hacemos y en todo lo que vivimos. Un amor, tras  experimentar ese perdón del Señor, que moverá nuestros corazones a cambiar nuestra vida, nuestras actitudes, nuestros comportamientos.
Es lo que hoy escuchamos también en la Palabra del Señor en este camino de Adviento que estamos recorriendo. El profeta nos está anunciando a aquel que va a venir como Precursor del Mesías a preparar los caminos del Señor. Continuamente nos irá apareciendo la figura del Bautista ahora en este tiempo e iremos escuchando su mensaje. Lo hubiéramos escuchado ya el pasado domingo de no haber celebrado la fiesta de la Inmaculada, pero seguirá haciéndose presente.
Hoy Isaías nos ha recordado lo que luego escucharemos y veremos de forma muy concreta en las palabras y en el actuar de Juan allá en el Jordán. ‘En el desierto preparadle un camino al Señor, allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios…’ Son los caminos de Dios que viene a nuestra vida trayéndonos su salvación. Caminos que hemos de enderezar, valles y colinas que hemos de abajar e igualar, porque llega la gloria del Señor. ‘Llega el Señor con poder’, como hemos repetido también en el salmo, pero ese poder del Señor se nos manifiesta en el amor y en la ternura que contemplábamos en el pastor que lleva en brazos sus corderos como expresaba el profeta, o que va a buscar la oveja perdida como nos dirá Jesús en el evangelio.

Que nuestra vida se sienta movida al amor y a la conversión al Señor desde esa ternura de Dios para con nosotros. Hagamos con sinceridad ese camino de conversión que nos lleve hasta Dios.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Una experiencia nueva de perdón que nos llena de salud y vida

Una experiencia nueva de perdón que nos llena de salud y vida

Is. 35, 1-10; Sal. 84; Lc. 5, 17-26
La liturgia nos va ofreciendo cada día los textos de la Palabra del Señor que más nos ayuden y nos iluminen este camino de preparación para la celebración de la Navidad que es el tiempo del Adviento; por una parte con los profetas, pero también con los diversos textos del Evangelio.
Esperamos la venida del Señor, porque esa ha de ser siempre una actitud de esperanza que hemos de vivir en nuestra vida en la perspectiva, por una parte de su venida al final de los tiempos, pero celebrando, haciendo memorial de su venida en la carne, el nacimiento del Jesús sentimos como el Señor se va haciendo presente en el día a día de nuestra vida con sus luchas y con sus problemas, con sus momentos de dicha como también en los momentos dolorosos que vamos viviendo.
Hoy hemos escuchado en el evangelio que ‘enseñando rodeado de fariseos y maestros de la ley venidos de todas las aldeas de Galilea, Judea y Jerusalén, y el poder del Espíritu le impulsaba a curar’. Es cuando se acercan unos hombres que traen en camilla a un paralítico para que lo cure. Ya hemos escuchado las circunstancias por las que al final terminando bajándolo desde el techo,  donde han abierto un boquete, para hacerlo llegar a los pies de Jesús.
Vienen con un hombre con su problema, su discapacidad, su enfermedad. Lo que quieren es que Jesús lo cure. Vayamos viéndonos nosotros reflejado en este hecho. Venimos a Jesús, con nuestros problemas y nuestras necesidades; serán nuestros dolores y sufrimientos de tipo corporal, serán otros problemas que nos agobian en la vida, como tantos que viven situaciones difíciles y penosas como sucede en nuestro entorno. Nos acercamos a Jesús y ¿qué le pedimos? Lo más natural, que nos ayude en esa situación, en esos problemas, en esas necesidades, en esos sufrimientos.
Cuando llega a los pies de Jesús aquel paralítico ‘viendo la fe que tenían, le dice: hombre, tus pecados están perdonados’. Venían con fe, lo manifiesta el hecho de traerlo, las peripecias y ardides que tuvieron que emplear para hacerlo llegar hasta Jesús, dada la cantidad de gente que se agolpaba. Pero lo que deseaban era la salud para aquel hombre, la recuperación del movimiento de sus miembros. Y Jesús no le cura de esa enfermedad, más bien, lo único que le dice es que sus pecados están perdonados.
Surge la sorpresa y el murmullo. Jesús está haciendo algo distinto a lo que pedían. Pero ¿quién era Jesús para atreverse a decir que sus pecados estaban perdonados? Murmuraban por allí los religiosos de siempre que se las saben todas. Además ¿qué podía afectar eso al problema que para ellos era más real que traía aquel hombre que era su invalidez?
Pero Jesús está señalando que el mal que El quiere curar en el hombre y en el mundo es algo mucho más hondo, y que ese sí que anquilosa nuestra vida, nos inutiliza para una vida digna y para un mundo mejor. Jesús sí puede hacer que las cosas cambien más profundamente y el perdón que El ofrece es precisamente signo de ello.
Quien recibe el perdón, quien se siente perdonado sentirá que su vida es nueva, que tendrá otra forma nueva de actuar y de vivir, que las relaciones entre unos y otros tienen otra perspectiva y otro sentido, que podemos hacer en verdad que el mundo se transforme y sea nuevo haciendo desaparecer muchos sufrimientos. El perdón no es una cosa mágica que hagan sobre nosotros pero si tiene un sentido sobrenatural que va a transformar nuestro corazón y darnos una nueva felicidad.
Quien se siente perdonado tiene un nuevo brillo en sus ojos y la alegría llena su alma de manera que mirará las cosas y las personas de una forma distinta y esa alegría querrá contagiarla a los demás. Creo que tendríamos que reflexionar mucho sobre la hondura de un perdón verdadero para que cuando vayamos al encuentro del Señor que viene a perdonarnos lo vivamos con un nuevo sentido y con menos rutina.
Porque no calamos lo suficiente lo que significa perdonar y ser perdonado es por lo que tantas veces salimos del sacramento del perdón tan fríos como antes y sin sentir que nuestra vida se transforma. Es una experiencia sobrenatural y gloriosa la que tendríamos que vivir cada vez que somos perdonados, como cuando somos valientes y generosos para ofrecer también el perdón a los demás. Dios nos perdona porque sigue creyendo en nosotros y esperando que en verdad lo que le prometemos de una vida nueva y mejor será en verdad una realidad en nuestra vida.
Aquel hombre se levantará de su camilla en la presencia de Jesús porque se sentirá profundamente curado y todos saldrán al final dando gracias y dando gloria a Dios. ¿No tendríamos que salir así dando saltos de alegría de la presencia del Señor cuando nos acercamos a El en el Sacramento de la Penitencia y recibimos su perdón?

domingo, 8 de diciembre de 2013

De la mano de Maria Inmaculada sentiremos que Dios está con nosotros

De mano de María Inmaculada sentiremos que Dios está con nosotros

Gén. 3, 9-15.20; Sal. 97; Rm. 15, 4-9; Lc. 1, 26-38
 En medio de nuestro camino del Adviento nos aparece hoy la figura de María. Volveremos a encontrarnos con ella en el cuarto domingo de Adviento, pero en este segundo domingo al coincidir con la fiesta de la Inmaculada se nos ha permitido centrarnos también en María nuestra  celebración.
María es ese faro de esperanza que nos ilumina y que nos orienta para que vayamos hasta Jesús. Ella es la madre que hizo posible el nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre porque en sus entrañas se encarnó pero es también la madre que nos enseña a creer y a confiar, a poner nuestra esperanza en Dios y a dejar entrar a Dios en nuestra vida, como ella lo hizo, para dejarnos conducir por sus caminos. Como madre de Dios y madre nuestra nos enseña donde está Dios y cómo hemos de abrir nuestro corazón a Dios para que lo llene de su gracia y de su santidad.
‘¿Dónde estás?’ es la llamada Dios al hombre buscándole allá en aquel jardin del paraíso terrenal donde lo había colocado. El hombre se había escondido con temor al ver la desnudez de su vida a causa del pecado. ‘¿Dónde estás?’ es una búsqueda de amor más que un reproche como siempre hace un padre en la búsqueda de su hijo al que siempre amará aunque se haya apartado de él. El hombre no quiso escuchar la voz de Dios sino la voz del tentador que le ofrecía ser como Dios. En el diálogo que sigue aparecerá palpable la insolidaridad que se apodera fácil del corazón del hombre donde, aunque se sienta la culpa, sin embargo siempre se tratará de echar la culpa al otro. Es el mal, el vacío del desamor que se apodera del corazón del hombre y nos conducirá por caminos de mentira y de muerte.
‘¿Dónde estás?’ es la búsqueda continua de Dios a través de toda la historia de la salvación porque es el Señor el que siempre vendrá al encuentro del hombre por eso en este texto del Génesis - que llamamos por eso Protoevangelio - terminaremos escuchando un anuncio de salvación. Dios no abandona a la humanidad  a su suerte; Dios le ofrece salvación y liberación. Porque Dios querrá siempre la vida para el hombre y en su amor nos ofrecerá a su propio Hijo para que derrote ese mal y llene ese vacío del corazón del hombre con un nuevo sentido del amor. En Jesús comenzará una nueva era para la humanidad.
En contraste en el Evangelio la pregunta no es ‘¿dónde estás?’ sino más bien será la afirmación del ángel diciendole a María que en ella está Dios. ‘Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo… has encontrado gracia ante Dios’. María es la mujer que sí supo escuchar la voz de Dios abriendo su corazón al Misterio aunque en principio en su humildad se sintiera sobrecogida por el anuncio del ángel. ‘María se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel’, que dice el evangelista. Aunque era grande lo que se le anunciaba y podría parecer que trastocara todos sus planes humanos allí ella estaba dispuesta a dejarse conducir por Dios, a dejarse hacer por Dios. Sus preguntas son totalmente humanas porque en ellas se trasluce su humildad pero también la búsqueda de la mejor forma de cumplir la voluntad de Dios para su vida.
Y Dios se complace en María, y el Poderoso hará obras grandes en ella, y por María, porque hizo posible la Encarnación de Dios en sus entrañas, llegará para siempre, por todas las generaciones, la misericordia de Dios para con el hombre. ‘Has encontrado gracia ante Dios’, le dice el ángel. ¿Cómo no la vamos a ver toda pura e inmaculada, como hoy la proclamamos  en esta fiesta si así estaba ella llena de Dios, inundada por el Espiritu Santo? ‘El Espiritu Santo vendrá sobre ti y la fueza del Altísimo te cubrirá con su sombra’, le anuncia el ángel del Señor.
Dios le pregunta al hombre ¿dónde estás?, pero al mismo tiempo nos está diciendo dónde y cómo le podemos encontrar a El. Ahí tenemos un camino, hacer como María, la mujer humilde pero con disponibilidad total que abre su corazón a Dios. Porque esa apertura del corazón de María a Dios hará posible un maravilloso misterio de amor de Dios para con nosotros.
En las entrañas de María se encarnará para hacerse hombre, pero es que ya para siempre Dios será el Emmanuel, el Dios con nosotros; ‘concebirás y darás a luz un  hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará el Hijo del Altisimo… por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios’. Y en Jesús, el Hijo de María que es el Hijo de Dios, ya tenemos para siempre la puerta de Dios abierta para nosotros, para encontrarnos con Dios, para ir a Dios, para mejor escuchar a Dios, para llegar a vivir a Dios, porque así Dios querrá habitar en nosotros. ‘Mi Padre y yo vendremos a El y haremos morada en él’, que nos dirá luego Jesús en el evangelio
‘¿Dónde estás?’, era la pregunta de Dios buscando al hombre y ¿dónde estamos? puede ser la pregunta que nos hagamos nosotros. Si por una parte está esa búsqueda de Dios al hombre, tiene que estar también por nuestra parte nuestra apertura ante el misterio de Dios que se nos revela, que se nos manifiesta. 
María nos está enseñando a abrir nuestro corazón a Dios. En su humildad, en su disponibilidad, en la generosidad de la que ella había llenado su corazón nos está enseñando esas actitudes fundamentales que nosotros hemos de tener. ¿Dónde estamos, cuál es el camino que nosotros estamos haciendo para abrirnos al misterio de Dios, para acoger a Dios que viene a nuestra vida? Es lo que tenemos que pensar, es lo que tenemos que humildemente plantearnos.
María al final reconocería que Dios la hizo grande, que Dios realizó en ella cosas grandes, pero siempre se llamó a sí misma la humilde esclava del Señor dispuesta a que ella se cumpliera su Palabra, lo que era su voluntad. La actitud de la soberbia y del orgullo, como la de Adán que quería ser como Dios, es algo que tenemos que hacer desaparecer de nuestro corazón porque siempre hemos de saber reconocer que Dios es nuestro único Señor.
Tenemos que liberarnos de todo aquello que nos impide vivir del todo abiertos a Dios; arrancar apegos que nos hacen tener vacío el corazón y sueños de grandeza que tantas veces nos hacen insolidarios con los demás y llenos de mentira e hipocresía, como se manifestó ya al principio en la misma ruptura entre Adán y Eva que no reconocían su culpa y mutuamente se acusaban.
Ya expresábamos al principio que en este camino de Adviento María es un faro de esperanza que ilumina nuestra vida y nos señala trayectorias que nos lleven a Dios. Contemplar a María Inmaculada en esta fiesta que celebramos en medio del Adviento nos ayuda mucho en ese camino de preparación para la venida y la llegada del Señor a nuestra vida que celebramos en Navidad. María nos está enseñando a estar atentos al misterio de Dios, a su Palabra y a su presencia; con su pureza y su santidad es también un espejo donde mirarnos para aprender a ir reflejando en nosotros todas sus virtudes, toda su santidad,  toda la apertura de su corazón a Dios
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Caminemos de mano de María y también sentiremos que Dios está con nosotros.