Demos señales de que viene el Señor nuestro único Salvador y la alegría de nuestra vida
Is. 35, 1-6.10; Sal. 145; Sant. 5, 7-10; Mt. 11, 2-11
¿Quiénes son los que más se alegran al recibir una
buena noticia? Pues aquellos para quienes esa buena noticia significa un
anuncio de algo bueno para sus vidas; el preso que está en la cárcel y al que
se le anuncia la libertad se alegrará mucho más que el que está libre y quizá
esa noticia ni le signifique nada para su vida; el enfermo que siente que tiene
una enfermedad irremediable pero lo anuncian que se puede curar, que pronto va
a recobrar la salud en esa esperanza de una pronta salud se llenará su corazón
de alegría; el pobre al que se le anuncia que se le acaban todos sus males y la
escasez de medios para su vida se llenará de honda alegría con esa noticia.
Hablamos nosotros desde nuestra fe en Jesús de
Evangelio, de Buena Noticia, pero, ¿viviremos en una alegría así? ¡Qué triste
sería que tanto hablar de Evangelio, pero ya no sea Buena Noticia para nosotros
que nos llene de alegría! Y esa da muchas veces la impresión viendo nuestra
vida, viendo la vida de la mayoría de los cristianos que decimos que tenemos fe
en Jesús pero en quienes no brilla precisamente esa alegría de la fe. Tendría
que hacernos pensar.
‘Juan estaba en la
cárcel’, nos dice
el evangelista, y le llegan noticias de Jesús, de las obras que hacía. El había
anunciado su venida - era la voz que
clamaba en el desierto para preparar los caminos del Señor - y había
querido preparar un pueblo bien dispuesto
para el Señor, lleno como estaba del Espíritu divino que lo hacía profeta y más que profeta, como nos dirá
hoy Jesús de él. Pero quizá había insistido en algunas cosas desde su espíritu
del Antiguo Testamento y ahora lo que escuchaba de Jesús podría quizá parecerle
un tanto extraño. Envía a sus discípulos a preguntarle a Jesús. ‘¿Eres tú el que ha de venir o hemos de
esperar a otro?’
¿Cuál es la respuesta de Jesús? ¿Qué es lo que Jesús
hace? Dar cumplimiento a lo que habían anunciado los profetas y que tenía que
ser motivo de una alegría grande. ‘A los
pobres se les anuncia una Buena Noticia’. A aquellos, como decía el
profeta, de manos débiles y de rodillas vacilantes, a aquellos que se sienten
acobardados por tantos problemas como tienen en la vida y que parece que andan
como ciegos sin saber qué hacer o hacia donde dirigirse, a aquellos que andan
desorientados porque quizá no pueden escuchar una palabra que les oriente o que
les levante el ánimo, se les anuncia una salvación, verán la gloria del Señor,
viene para ellos el Señor con su salvación.
El profeta había anunciado: ‘Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes,
decir a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis, mirad a vuestro Dios
que viene en persona, resarcirá y os salvará; por eso se despegarán los ojos
del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la
lengua del mudo cantará… alegría perpetua, gozo y alegría… pena y aflicción se
alejarán’.
Se está realizando en Jesús. El lo había anunciado
recordando al profeta Isaías en la Sinagoga de Nazaret, que a los pobres se les
anunciaría una Buena Noticia. Pero también había dicho en el monte de las
bienaventuranzas que serian felices los pobres, los que sufrían y lloraban, los
que tenían una inquietud en su corazón de bien y de justicia que era como
hambre y sed profunda, los que iban a padecer por su nombre… porque todo iba a
cambiar, porque llegaba el Reino de Dios y El sería el único Señor de nuestra
vida.
Por eso ahora ante la pregunta que le hacía Juan a
través de sus enviados les había respondido: Decid a Juan que sí, que en mi se
está cumpliendo lo que anunciaron los profetas, que vengo a traer una Buena
Noticia de alegría para todos, ‘id a
anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos
andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y
a los pobres se les anuncia el Evangelio’; decidle a Juan que todos se
llenan de alegría como si surgiera una nueva primavera, porque ‘el
desierto y el yermo se regocijarán’ como si se llenaran de flores para
hacer un hermoso jardín; ‘se alegrarán el
páramo y la estepa, florecerán como olorosa flor de narciso, se alegrará con
gozo y alegría; tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarión’.
Es la Buena Noticia, el Evangelio de Jesús. Es la Buena
Noticia, el Evangelio que es Jesús. No son cosas que se hacen sino que es Jesús
que viene y El es esa Buena Noticia para nosotros porque con El presente en nuestra
vida todo se tiene que transformar. Nos sentimos con Jesús divinizados, nuestra
vida es distinta ya para siempre; con Jesús recuperamos nuestra dignidad y
nuestra grandeza; con la presencia de Jesús sentimos que nos levantamos para
caminar con una nueva dignidad; con Jesús a nuestro lado hay una nueva
esperanza en nuestra vida y comienza a rebrotar una alegría nueva en nuestro
corazón.
Viene el Señor, viene en persona con su salvación para
arrancarnos de nuestras tristezas y cobardías y llenarnos de una nueva
alegría, para caldear nuestro corazón
con un nuevo estilo de amor donde todos comenzaremos a amarnos de verdad; viene
el Señor con su salvación y, sí, comenzamos a amarnos más y a sentirnos más
solidarios los unos con los otros; viene el Señor y aprenderemos a acercarnos
de una manera nueva a los que sufren a nuestro lado tendiendo con amor nuestra
mano o poniendo nuestro hombro para que sirva de apoyo a los que se sienten
débiles; viene el Señor con su salvación y sabremos trasmitir paz y fortaleza a
los corazones desgarrados y que se sienten acobardados quizá por tantos
sufrimientos; viene el Señor con su salvación y en verdad tenemos que comenzar
a hacer un mundo nuevo.
Y es que la pregunta que le vinieron a hacer a Jesús de
parte de Juan, puede transformarse en pregunta que el mundo nos pueda estar
haciendo a nosotros los cristianos. ¿En
verdad creéis que Jesús es la verdadera luz y salvación para nuestro mundo?
¿Tenemos los cristianos algo que decir a nuestro mundo en el nombre de Jesús?
Nuestra respuesta no puede ser de otra manera que de la forma que la dio Jesús.
Mirad, ved, comunicad lo que estáis viendo en la vida de los cristianos. ¿Se
verán esas señales en nosotros de que en verdad creemos en Jesús como nuestro
Salvador?
En la medida en que vayamos haciendo esas obras de
Jesús estaremos dando verdadera respuesta. Son las obras de nuestro amor, de
nuestra solidaridad, de nuestra cercanía al que sufre, de nuestra verdadera
comunión con todos las que tienen que hablar por nosotros. Es esa sonrisa e
ilusión que vayamos sembrando en tantos corazones desgarrados, es esa paz que
tratamos de trasmitir con nuestra propia paz y que queremos construir frente a
un mundo de violencia la que tiene que hablar.
Son las señales que en tantas cosas cada uno de
nosotros tiene que dar. Son las señales que está dando la Iglesia en tantas
obras que realiza, en tanta solidaridad que despierta, en tanta paz que quiere
ir construyendo en nuestro mundo. Tenemos que reconocer la obra de la Iglesia
en tantas obras de misericordia que a través de tantos atendiendo a los pobres,
a los enfermos, a los ancianos, a los que están más abandonados y marginados de
nuestro mundo que se siguen realizando.
¿Quiénes son los que se quedan hasta el final tras
esas grandes catástrofes que se suceden
a lo largo y ancho de nuestro mundo? Allí veremos a los misioneros, a los
religiosos y religiosas, a los voluntarios cristianos comprometidos que se
quedan cuando ya nadie se acuerda de aquellas calamidades. Tenemos que
reconocerlo; tenemos que hacer que se sepa para que se vean los signos de Jesús
que se siguen realizando en nuestro mundo, y el mundo pueda creer.
Es la Buena
Noticia del Evangelio que tenemos que anunciar, que nos llena de alegría y que
quiere llenar de alegría nueva y de esperanza a nuestro mundo. Viene el Señor,
que es nuestro Salvador, el verdadero Salvador de nuestra vida y de nuestro
mundo.