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miércoles, 11 de diciembre de 2013

El Señor Dios da fuerza al cansado, acrecienta el vigor del inválido… y nos llenará de paz

Is. 40, 25-31; Sal. 102; Mt. 11, 28-30
La vida está muchas veces llenas de agobios, por los problemas que la misma vida nos da; el trabajo y las responsabilidades de cada día nos hacen mantenernos en ocasiones tensos, porque queremos realizar muchas cosas, o desempeñar nuestras responsabilidades y no logramos abarcarlo todo; en otras ocasiones nos cuesta la relación con los demás que no siempre es fácil y pueden surgir malos entendimientos entre unos y otros que nos pueden llevar a enfrentamientos, a reacciones violentas o nos pueden crear algún tipo de discordia.
Están también los problemas derivados de nuestras propias limitaciones, las enfermedades que nos aparecen, un accidente que nos surge y nos puede crear alguna inutilidad o incapacidad, o son los sufrimientos que van surgiendo en nuestra debilidad o por los achaques propios de los años; también la situación social en la que vivimos nos crea tensiones e incertidumbres sobre todo cuando vemos a tanta gente que lo pasa mal en sus necesidades básicas que no son resueltas para poder tener una vida digna. Muchas más cosas podríamos pensar que nos causan agobios en la vida.
No es que queramos hacer un cuadro con tintes negros, porque al lado de todo eso también hay momentos de luz, momentos en que nos sentimos dichosos o hay personas que saben vivir o sufrir todas cosas sin perder la paz interior ni la sonrisa de los labios. Pero es ahí en esas situaciones o viviendo en medio de la gente que se ve envuelta en esos problemas o sufrimientos donde hemos de vivir nuestro ser creyentes y cristianos; será  ahí donde tendríamos que dar el testimonio de nuestra fe, pero que algunas veces parece que a nosotros también se nos puede apagar; es ahí donde hemos de saber encontrar desde la fe esa luz del Señor que dé sentido y nos ilumine.
Es ahí, mirando la realidad de nuestra vida, cuando escuchamos que Jesús nos dice, como se nos ha proclamado hoy en el Evangelio: ‘Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados…’ Sí, a todos los que vivimos esos agobios y preocupaciones que parecen hacernos perder la paz, nos está diciendo Jesús: ‘Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré; cargad con mi yugo y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso’.
‘Yo os aliviaré… encontraréis vuestro descanso…’ nos dice Jesús. Nos agradan y llenan de paz estas palabras del Señor. Nosotros, que cuando estamos envueltos en nuestros agobios lo vemos todo negro y hasta nos parece que Dios se ha olvidado de nosotros. Hoy nos ha dicho con el profeta: ‘¿Por qué andas hablando, Jacob, y diciendo, Israel: mi suerte está oculta al Señor, mi Dios ignora mi causa?’ No podemos desconfiar del Señor. ‘El Señor es un Dios eterno y creó los confines del orbe. No se cansa, no se fatiga,  es insondable su inteligencia: El da fuerza al cansado, acrecienta el vigor del inválido…’
Ya escucharemos en otro momento y tendremos oportunidad de reflexionar más hondamente, como los ciegos van a recobrar la vista, los inválidos van a poder caminar, los leprosos serán curados y los muertos resucitarán, como señales del Reino de Dios que llega con la salvación de Jesús.
Hoy nos invita a ir hasta El porque es nuestro alivio, nuestra fuerza, nuestro descanso; porque en Jesús vamos a encontrar nuestra paz, El que es manso y humilde de corazón. Y es que cuando estamos con Jesús nos sentimos renovados y salvados; con Jesús vamos a encontrar la fortaleza para todos esos momentos y vamos a encontrar el sentido y valor de cuanto hacemos y vivimos; con el amor de Jesús vamos a sentir siempre paz en nuestro corazón y nada nos va a hacer perder ese sosiego de nuestra alma. Sabemos que Jesús está a nuestro lado y El es nuestra vida y nuestra fortaleza, nunca nos va a faltar su gracia.
Escuchemos hondamente en nosotros esta palabra, esta invitación de Jesús. Los problemas no nos van a faltar, los sufrimientos seguirán apareciendo en nuestra vida con nuestras debilidades y enfermedades, nos seguirá costando quizá la relación y la convivencia con los demás, o las carencias siguen estando ahí presentes, pero habrá una nueva paz en nuestro espíritu, un nuevo sentido para todo eso que vivimos, un nuevo amor que nos hará saltar y destruir barreras para vivir siempre en armonía con los demás y que provocará un mundo de solidaridad que a todos nos hará mejores.

En el Señor nos sentiremos siempre renovados y fortalecidos desde lo más hondo de nuestra vida.

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