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sábado, 20 de noviembre de 2021

Déjate encontrar por Jesús y te verás en verdad transformado y renacerá en ti la esperanza sintiendo que se eleva tu espíritu con ansias de resurrección y de vida sin fin

 


Déjate encontrar por Jesús y te verás en verdad transformado y renacerá en ti la esperanza  sintiendo que se eleva tu espíritu con ansias de resurrección y de vida sin fin

1Macabeos 6,1-13; Sal 9;  Lucas 20,27-40

Me encontré una sencilla y hermosa oración - no sé realmente de donde procede -  que no me resisto a transcribir en el comienzo de esta reflexión, aunque bien podría ser la oración con la que la concluyéramos. Dice así: ‘Señor, dame la humildad de corazón para no perderme en razonamientos inútiles que me apartan de Ti, enfrían mi alma y me alejan del servicio a los hermanos. Que la esperanza en tu Resurrección avive en mí el deseo de encontrarme contigo para siempre’.

Algunas veces nos hacemos reflexiones y reflexiones en torno a la Palabra de Dios que cada día se nos propone y no sé si siempre todas esas reflexiones que nos hacemos nos llevan a un verdadero encuentro con el Señor. Podríamos estar quedándonos en elucubraciones y explicaciones muy eruditas, pero no estamos llegando al meollo de la vida desde la que tenemos que encontrarnos con el Señor. Tratamos de explicarnos los misterios de Dios y buscamos razonamientos quizás muy humanos que nos lo razonen todo.

Pero quizá tendríamos que preguntarnos si Jesús estuviera ahora en medio de nosotros y tratara de anunciarnos el evangelio en este mundo en el que nos encontramos, en estas situaciones que vivimos y tratara de decirnos ese mismo mensaje del evangelio qué palabras emplearía, cómo nos diría las cosas, cómo se presentaría delante de nosotros.

Es importante que cuando nos ponemos ante el Señor, dispuestos a escuchar su Palabra, una Palabra que nos llene de verdad de vida y de esperanza nos situemos desde nuestra pobreza, con nuestros problemas cotidianos, con las dudas incluso que llevamos dentro de nosotros y que incluso algunas veces tratamos de disimular o poner a un lado, con nuestras angustias y nuestras desesperanzas, con los interrogantes que tenemos en nuestro interior y dejemos que Jesús se ponga ahí en medio de nosotros y de todo eso que llevamos dentro y haciendo silencio de nuestros propios razonamientos dejemos que El vaya como tocando nuestro corazón, tocando cada una de esas cosas que nos preocupan y comencemos a mirarlos con sus ojos.

La gente cuando se acercaba a Jesús, según vemos en el evangelio iba con la realidad de su vida, con lo que eran sus preocupaciones, sus necesidades o sus interrogantes. ¿Qué significa que iban con sus enfermos y los ponían a los pies de Jesús? ¿Qué representa que, por ejemplo, aquella mujer pecadora se atreviera a ponerse a los pies de Jesús con sus lágrimas y con sus perfumes? Allí estaban con su vida, con su realidad, con sus negruras y de la presencia de Jesús salían transformados.

¿No fue eso lo que hizo Zaqueo cuando se sintió gozoso de poder recibir a Jesús en su casa y ofrecerle una comida, sino ponerse con lo que era su vida, aquellas riquezas mal ganadas, aquella fama que tenía en medio de la gente que lo rechazaba, pero también aquellas inquietudes que había en su corazón con deseos de conocerle? Y en la presencia de Jesús se sintió transformado y a partir de aquel momento nació un hombre nuevo en él.

Nicodemo que iba con buena voluntad e incluso reconociendo que en Jesús algo de Dios se estaba manifestando, sin embargo estaba allí el que en cierto modo era maestro en Israel con sus dudas y con sus ignorancias y se dejó conducir por Jesús y su Palabra y descubrió lo que en verdad significaba el aceptar el Reino de Dios el hacerse un hombre nuevo desde ese Reino de Dios.

Hoy escuchamos en el evangelio que van con problemas de cierto legalismo en la interpretación de lo que decía el levítico, pero en el fondo les faltaba visión de trascendencia, visión de lo que en verdad era la vida del mundo futuro que Jesús anunciaba; allí estaban con sus reticencias, con sus preguntas retorcidas, pero allí se encontraron con una palabra de vida, con un sentido de esa vida nueva que Jesús nos ofrece, con verdadero sentido de eternidad.

Aquí entonces nos ponemos nosotros delante del Señor en cierto modo también retorcidos porque queremos llenarnos de mil razonamientos para creer, pero que lo que necesitamos es en verdad dejarnos encontrar por Jesús; sí, dejarnos encontrar, porque es Jesús el que nos busca y algunas veces nosotros nos escondemos detrás de muchas cosas que son secundarias.

Deja que Jesús llegue a tu vida, deja a Jesús que se meta en tu corazón y caldee de verdad tu espíritu tan lleno de tibiezas y frialdades; déjate encontrar por Jesús y te veras en verdad transformado y renacerá la esperanza en tu corazón, y te sentirás con una nueva fuerza para ir llevando al mundo ese evangelio que lo puede transformar, y sentirás que se eleva tu espíritu también con ansias de resurrección y de vida sin fin porque al estar con Jesús no querrás nunca separarte de El.

viernes, 19 de noviembre de 2021

Tendremos que quitar de nosotros esos obstáculos tan arraigados no solo en nuestros oídos sino en nuestro corazón que no nos dejan escuchar la novedad del Evangelio

 


Tendremos que quitar de nosotros esos obstáculos tan arraigados no solo en nuestros oídos sino en nuestro corazón que no nos dejan escuchar la novedad del Evangelio

1Macabeos 4,36-37,52-59; Sal.: 1Cro 29; Lucas 19,45-48

Los contrastes de luz pudieran hacernos conocer mejor la belleza de un cuadro, porque nos haría fijarnos en todos sus matices, pero también nos sucede que si pasamos de un lugar luminoso a un lugar oscuro el contraste producido de alguna manera nos puede dificultar la visión del interior de aquel lugar oscuro, como también de lo contrario si pasamos de un lugar oscuro a un sitio muy luminoso en principio nos cegaríamos con ese contraste de luz en un primer instante sin dejarnos percibir la riqueza de la luminosidad.

La vida también está llena de contrastes que algunas veces no sabemos percibir o también nos cegamos en ocasiones y no somos capaces de ver toda la realidad de la vida; quienes viven en la abundancia no son capaces de percibir las sombras de la pobreza que quizá están muy cercanas; o las opiniones contrastadas de maneras de pensar o de ideologías nos pueden encerrar en alguno de sus aspectos, pero nos ciegan para ver las cosas buenas que también pudieran haber en el otro lado del pensamiento o del actuar de las personas.

Creo que nos hace falta una luminosidad interior para ver crudamente la realidad, pero también para percibir toda la belleza que tiene la vida incluso con esos contrastes y diferencias de matices. Vamos muchas veces demasiado cegados con nuestros pareceres, nuestras opiniones, nuestras particulares visiones que pudieran ser nacidas de algunas circunstancias concretas y no terminar de ver la riqueza que tiene la vida en esa variedad de colores y de luces.

Es difícil muchas veces salirnos de nuestra manera de pensar para apreciar lo bueno que también hay en el pensamiento del otro, y es por eso por lo que tantas veces vamos enfrentados por la vida y no llegamos a aquello de que la unión hace la fuerza, porque cada uno estamos tirando para nuestro lado. Estos pensamientos que estoy ofreciendo quizá necesitaríamos rumiarlos un poquito más en nuestro corazón para abrir más la mente.

En el evangelio y en la vida de Jesús nos aparecen también esos como claroscuros que nos pueden parecer contrastes que nos pueda costar interpretar. Esta página que hoy se nos ofrece está llena de contrastes. Primero la actitud valiente y profética de Jesús que quiere que el templo sea en verdad una casa de oración y no que parezca como un mercado. Pero a partir de este hecho de Jesús aparecen dos luminosidades distintas. Por una parte la reacción de los sacerdotes templo, pero también de aquellos que se consideraban principales en la escala social, fariseos, levitas, maestros de la ley que no entienden la acción de Jesús y quieren quitarlo de en medio, pero al mismo tiempo la gente sencilla – aquellos para los que se revela de manera especial el Reino de Dios como en otras partes aparece – escuchan con paz y esperanza las palabras de Jesús.

Había unas costumbres, unas rutinas en el funcionamiento del templo; por aquello de los sacrificios de animales y ofrendas que allí habían de ofrecerse como culto a Dios, aparecen pronto los comerciantes alrededor del templo de manera que se habían incluso adueñado de los atrios del templo; aquellos lugares propicios para la oración y la escucha de la palabra pronto se hicieron inservibles para la función que habían de desempeñar. Pero era algo establecido – algo que siempre se ha hecho así, como tantas veces decimos para muchas costumbres y rutinas que se nos meten también en nuestra iglesia – y así surge la reacción contra Jesús.

Pero había quien deseaba en verdad el encuentro con el Señor, escuchar con paz y tranquilidad la Palabra, la lectura de la ley y los profetas, incluso a los maestros de la ley que allí las enseñaran, por eso ahora escuchan con gusto a Jesús; lo escuchan llenos de esperanza porque en los gestos de Jesús como en sus palabras algo nuevo se les enseñaba, era la Buena Nueva, la Buena Noticia, el Evangelio que llegaba a aquellos corazones.

Y nosotros ¿qué?, tenemos que preguntarnos. ¿En verdad queremos quitar de nosotros esos obstáculos que no solo en nuestros oídos, sino en nuestro corazón tenemos tan arraigados que no nos dejan escuchar la novedad del Evangelio? ¿Nos cegaremos acaso con los contrastes o tendremos luminosidad suficiente en un corazón limpio como para poder saborear toda la riqueza de la Palabra de Dios que se nos proclama? Mucho más, como decíamos antes, tenemos que rumiar este mensaje de luz y salvación que se nos ofrece.

jueves, 18 de noviembre de 2021

Las lágrimas de Jesús ante la ciudad santa, prueba y manifestación de su amor, nos abren a la esperanza de una renovación de la vida que se verá transformada por la gracia

 


Las lágrimas de Jesús ante la ciudad santa, prueba y manifestación de su amor, nos abren a la esperanza de una renovación de la vida que se verá transformada por la gracia

1Macabeos 2, 15-29; Sal 49; Lucas 19, 41-44

No pretendo hacer comparaciones ni paralelismos para sacar conclusiones en el mismo sentido porque realmente tenemos tendencias a los catastrofismos y podemos tener el peligro de ver en los aconteceres de la naturaleza unos castigos de Dios que no tendríamos que ver desde ese sentido.

Estos días hemos contemplado, sobre todo en nuestras islas, aunque el acontecimiento las ha sobrepasado, los efectos del volcán de la Cumbre Vieja en la cercana isla de La Palma. Para mi personalmente me ha sido doloroso contemplar en el vuelo de los drones que nos están trayendo puntual información la destrucción de aquellas poblaciones y de aquellos lugares; trataba de descubrir lugares, conocidos aunque han pasado ya más de cincuenta años, porque aquellos lugares fueron donde estrené mi sacerdocio; muchos recuerdos lejanos en el tiempo pero que ahora se reviven han aflorado dentro de mi por ser ese lugar tan ligado a mi en mis primeros años como sacerdote. Dolor siento en mi corazón al ver todo destruido, lugares donde habité y que recorrí mil veces ejerciendo mi recién estrenado ministerio.

No he podido menos que evocarlo al escuchar lo que nos dice hoy el evangelio. Aunque la visión en cierto modo es distinta – mi visión es recordando el pasado viendo la situación actual - y no podemos sacar las mismas conclusiones es en cierto modo el dolor de Jesús al contemplar la ciudad santa de Jerusalén desde la altura del monte de Los Olivos; quienes en alguna ocasión hemos bajado también por ese monte enfrente de la ciudad de Jerusalén reconocemos la belleza de lo que desde allí se ve hoy, pero de lo que lo contemplarían los ojos de Jesús igual que sus contemporáneos con el templo de Jerusalén en un primer plano de la ciudad.

La visión de Jesús es de futuro porque El viene a anunciar la destrucción de esa hermosa ciudad; es el dolor como buen judío amante de su ciudad y de su templo que vislumbra el horror y destrucción a que se vería sometida la ciudad donde no quedaría piedra sobre piedra.

Se queja Jesús de Jerusalén a la que tanto amaba pero donde sería rechazado y le conduciría a la muerte. Se quebraría la ciudad bajo la destrucción un día, pero la que ahora se resquebrajaba es la vida. Sería la gran muestra, la última muestra de su amor y de su entrega. Era el camino que había emprendido en su subida a Jerusalén desde la lejana Galilea y para lo que había venido preparando a sus discípulos. Las lágrimas de Jesús contemplando ahora la ciudad santa lamentándose por todo lo que había de sucederle era una muestra que podíamos llamar de su amor pero que era el anuncio, un anuncio más, del sufrimiento de su pasión.

Al pie de aquel monte desde el que ahora contemplara la ciudad se iniciará en Getsemaní, en el Huerto de los Olivos su pasión con el prendimiento. Son los caminos de su subida a Jerusalén donde ya no es solamente la maldad de aquellos que entonces le rechazaron por los que se entrega, sino que se está entregando para derramar su sangre para ser la redención y la salvación de todos los hombres. Las lágrimas de Jesús no se quedan en la ciudad que tiene ante sus ojos sino que serán la entrega de amor que por todos nosotros está haciendo.

Aquella destrucción como aquella muerte forma parte del camino de pascua que para nosotros será salvación. La ruina del hombre por el pecado y la muerte tiene que ser parte del camino de la vida. Es el camino de la Pascua que termina en el triunfo de la vida en la resurrección. Aquella mirada compasiva con una última llamada que está haciendo a su ciudad no está enseñando a nosotros a mirar con ojos nuevos y distintos cuanto nos rodea para que todo sea como un principio de transformación. Una ciudad nueva se levantará sobre la ciudad destruida - la nueva Jerusalén -, como un hombre nuevo ha de surgir por la gracia de ese hombre viejo de pecado que somos nosotros.

Unas lágrimas las de Jesús que nos invitan, sí, al arrepentimiento, pero que nos abren a la esperanza de una nueva vida. Es la fe que tenemos en Jesús que todo lo transforma para hacernos renacer desde las cenizas del pecado y de la muerte a una nueva vida. Pero también tienen que despertar una esperanza en nuestros corazones cuando vemos unas cenizas que todo lo cubren y lo destruyen, pero sabemos que con la fuerza que tenemos en nuestro interior y que nos viene de Dios todo lo podremos rehacer; unas lágrimas que pueden enturbiar nuestros ojos, pero unas lágrimas que tienen que lavarlos y limpiarlos para poder ver con la claridad de la esperanza lo nuevo que podemos hacer resurgir.

miércoles, 17 de noviembre de 2021

Una llamada de atención a nuestra responsabilidad porque la vida exige desarrollo y crecimiento y en el evangelio encontramos los valores que le darán intensidad

 


Una llamada de atención a nuestra responsabilidad porque la vida exige desarrollo y crecimiento y en el evangelio encontramos los valores que le darán intensidad

2Macabeos 7,1.20-31; Sal 16; Lucas 19,11-28

Nos puede suceder en ocasiones en la vida que cuando se avecinan cambios pensamos que no merece la pena esforzarse mucho en lo que estamos haciendo; ya vendrán otros tiempos, quizá pensamos, en que podremos dedicarnos con mayor intensidad y ahora no merece el esfuerzo; y dejamos que las cosas sigan en una rutina, en cierto modo imperativa, sin darnos cuenta de que mientras tengamos en manos una actividad, una responsabilidad no podemos hacer dejación de ello.

Recuerdo un profesor, que en esto fue poco sabio y poco profesor, que nos decía que todo aquello iba a cambiar y entonces de alguna manera nos quitaba los deseos de ponerle empeño a la materia y quizá hubo cosas fundamentales en las que no se profundizó lo suficiente y luego no se tenía base para cimentar lo nuevo que se tendría que edificar, por decirlo de alguna manera.

Lo que tenemos entre manos, lo que es ahora nuestra responsabilidad, aquello que se nos ha confiado no podemos abandonarlo; el terreno de la vida siempre hemos de tenerlo roturado y preparado, aunque ahora nos pueda parecer que no vamos a obtener un fruto inmediato, pero eso que ahora nos puede parecer pequeño y sin importancia pudiera convertirse en una base fundamental para lo que hemos de crear en el futuro.

Es la responsabilidad con hemos de tomarnos la vida, es la seriedad con que hemos de ir haciendo las cosas, que al menos ese esfuerzo nos estará sirviendo también como de entrenamiento para lo que en el futuro tengamos que hacer. Sin perdemos las ganas y el entusiasmo, si bajamos la guardia en la responsabilidad del hoy, en el día de mañana también nos buscaremos alguna disculpa para volver a bajar la guardia o hacer dejación de nuestra responsabilidad.

Hoy Jesús nos ofrece una parábola. Y ya nos dice el evangelista que el motivo era porque con la subida de Jesús a Jerusalén se iba a instaurar ya el Reino y entonces como de alguna manera había entrado como una cierta pasividad en la espera de lo que pensaban que podría suceder. Y Jesús les propone la parábola del que se marchaba de viaje y dejó diversas cantidades de valores a sus empleados. A la vuelta quiso que le rindieran cuentas y mientras unos los habían hecho fructificar, a otro le había entrado la desgana y la irresponsabilidad quizá apoyándose en los temores que tenía porque sabía que su señor era exigente, pero había enterrado el talento y no lo había hecho fructificar. Y ya vemos cómo fue la reacción.

Es una llamada de atención a nuestra responsabilidad. Como decíamos antes de lo que tenemos entre manos no podemos hacer dejación de nuestra responsabilidad. Lo que es nuestra vida nos exige continuamente un desarrollo y un crecimiento. Lo que no crece muere. Igual que las células de nuestro organismo continuamente se van renovando y eso es señal de la vida, y cuando no hay esa renovación, porque las dejamos morir y no hay renovación, entramos en el camino de la enfermedad y en el camino de la muerte.

Pero no olvidemos que la vida no son solo esas células corporales con todas las funciones del cuerpo humano, sino que la vida está en nuestro ser, en lo que somos, en lo que son nuestras vivencias o nuestros sentimientos, en lo que son nuestros deseos y en lo que es nuestro querer, en eso bueno que vamos desarrollando con nuestra existencia y esos valores que vamos cultivando.

Y le hemos de dar intensidad a esa vida; y hemos de desarrollar esas cualidades y esos valores que tenemos, y hemos de superarnos en las limitaciones que encontremos. Es el espíritu fuerte que tengamos en nuestro interior; es la fe que anima nuestra vida y nos llena de esperanza, es el amor con que vamos construyendo cada uno de los pasos de nuestra existencia que también va a tener repercusión en los demás. Es el cultivo de nuestro espíritu elevándonos por encima de todo porque nuestro corazón tiende siempre a Dios. Es el impulso que sentimos en nosotros cuando nos dejamos inundar por el Espíritu y nos lleva a esa entrega y a ese darnos a nosotros mismos. El apoyo lo tenemos siempre en Dios. El evangelio será siempre esa luz para nosotros, para mantenernos en el camino y vivir con toda intensidad.

martes, 16 de noviembre de 2021

De manera admirable la postura de Zaqueo nos desmonta las disculpas y disimulos que nos ponemos cuando Jesús nos dice que quiere hospedarse en nuestra casa

 


De manera admirable la postura de Zaqueo nos desmonta las disculpas y disimulos que nos ponemos cuando Jesús nos dice que quiere hospedarse en nuestra casa

2Macabeos 6,18-31; Sal 3; Lucas 19, 1-10

Hoy me llegó un mensaje que en principio me pareció un tanto extraño. Me decían así textualmente: ‘Por favor, señor, ¿no podemos quedarnos en su país?’ Realmente en principio no entendí qué querían decirme y les preguntaba a dónde es que querían ir. Pero la pregunta me quedó dándome vueltas por dentro.

Cuando he escuchado el evangelio que hoy se nos propone, me volvió a rondar esa pregunta por mi cabeza. Ya conocemos el hecho, Jesús que atraviesa Jericó, la gente que se agolpa por todos lados para ver al Maestro de Galilea, pero alguien que tiene especial interés o curiosidad por conocer a Jesús. No puede o no se atreve a entremezclarse con la gente, por una parte porque siendo de baja estatura siempre quedaría envuelto por los de mayor estatura y no podría ver nada, pero además, despreciado como era por las gentes por ser recaudador de impuestos, nadie le cedería el paso y temía verse despreciado. Por eso opta por irse más adelante y ver el paso de Jesús desde lo alto de una higuera medio envuelto y oculto entre sus ramajes.

Pero es el momento en que sucede lo que no estaba previsto. Jesús se detiene junto a la higuera, precisamente donde se había ocultado el recaudador de impuestos. Quizás hubiera pasado desapercibido para la mayoría de la gente, que no se imaginarían que allí se ocultaba alguien. Pero Jesús se dirige a él y le dice: ‘Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa’.

Si la reacción del sorprendido Zaqueo fue la de bajar corriendo para abrir las puertas de su casa a tal huésped, pronto correrían las voces y enjuiciamientos de quienes no ven con buenos ojos que Jesús haya ido a hospedarse a la casa de un publicano, a la casa de un pecador. Así se lo harán saber los escribas y fariseos a los discípulos. ‘Ha entrado a hospedarse en la casa de un pecador’. Siempre con nuestras discriminaciones; sí, y digo nuestras discriminaciones, porque comentarios semejantes seguramente habremos hecho más de una vez. Por aquello de ‘dime con quien andas y te diré quien eres’. Ya Jesús tendrá una respuesta para esas murmuraciones que también tendríamos que escuchar nosotros.

Pero entre tanto en aquella casa y en aquel hombre que recibe a Jesús y lo sienta a su mesa han sucedido muchas cosas. La palabra de Jesús que se ha dirigido a Zaqueo auto invitándose a su casa ha calado hondo en el alma de aquel hombre. La mirada de Jesús dirigiéndose directamente a él cuando está subido a la higuera, y quizás, - ¿por qué no pensarlo? – la mano tendida de Jesús para ayudarle a bajar han hecho mella en su corazón. De ahí su determinación de devolver cuanto ha robado hasta cuatro veces más, y su resolución de compartirlo todo con los pobres. Por eso dirá Jesús que la salvación ha llegado a aquella casa y que El ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.

‘Date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa’. Le dice Jesús a Zaqueo, ¿no nos lo estará diciendo también a cada uno de nosotros? Jesús quiere entrar en casa de Zaqueo, Jesús quiere entrar en tu casa. ¿Querremos nosotros que Jesús venga a nuestra casa, se hospede en nuestra casa? Jesús sí quiere venir a tu casa, pero tenemos que bajar de nuestra higuera donde nos hemos situado para abrir la puerta. Porque quizá muchas veces nos quedamos enfrascados en nuestra higuera viendo el paso de largo de tantos en el camino de la vida y no nos damos cuenta que quizá se han detenido junto a nosotros con una mirada que implora algo y no somos capaces de darnos cuenta.

Cuántas dificultades ponemos para abrir la puerta, cuantos disimulos o cuantas disculpas. No tenemos tiempo, no podemos entretenernos ahora en esas cosas con todo lo que tengo que hacer, no voy a abrir la puerta a quienes no conozco porque no se sabe, no tenemos la casa presentable queremos disculparnos, cómo voy yo ahora a perder tiempo para sentarme junto al que llega, no nos atrevemos a mirar de frente a los ojos… y Jesús sigue diciéndonos que quiere venir a hospedarse a nuestra casa.

Cuánto nos está enseñando Zaqueo, aquel a quien llamaban el publicano y el pecador. No tardó tiempo en bajarse de la higuera y abrir sus puertas, no se lo pensó dos veces en si convenía o no recibirle en su casa a pesar de la marea de rumores que se iban a despertar, no importaba que la casa estuviera desarreglada porque precisamente Jesús iba a venir para arreglarnos la casa y ponernos las cosas en orden, no tuvo reparo en admitir a todos aquellos que acompañaban a Jesús a su mesa que para todos quedó servida… de qué manera más admirable nos está desmontando nuestras disculpas y nuestros disimulos.

Jesús nos está diciendo, sí, ‘hoy quiero hospedarme en tu casa’. ¿Llegará hoy la salvación a nuestra casa, a nuestra vida? Aquella pregunta que hoy me hacían también tiene un sentido.

lunes, 15 de noviembre de 2021

Ojalá lo tuviéramos tan claro como el ciego del camino de Jericó cuando Jesús nos está planteando también a nosotros ¿qué quieres que haga por ti?

 


Ojalá lo tuviéramos tan claro como el ciego del camino de Jericó cuando Jesús nos está planteando también a nosotros ¿qué quieres que haga por ti?

1Macabeos 1,10-15.41-43.54-57.62-64; Sal 118; Lucas 18,35-43

Supongamos que ahora mismo se presenta alguien a la puerta de tu casa y te dice que le pidas lo que tú quieras que te lo dará. La sorpresa nos embotará o nos hará reaccionar, miraremos quizá con detalle a esa persona que llega delante de nosotros y trataremos de analizar la veracidad de sus palabras; ¿qué es lo que vemos en esa persona que nos la haga creíble en sus palabras? ¿Podrá en verdad hacer lo que dice y nos concederá así gratuitamente lo que le pidamos, sea lo que sea? ¿Le volveremos la espalda porque no nos queremos dejar engañar o probaremos a ver si es cierto, porque total de perdidos al río? ¿Creeremos o no creeremos?

Cuidado, que algo así nos puede pasar. Hemos hecho un supuesto, pero si miramos con atención la vida y cuanto nos rodea muchas veces andaremos en ese mar de dudas, de si creer o no creer, sin saber si encontramos verdaderos fundamentos. Así podemos andar en nuestros caminos de fe. ¿No decimos un poco filosóficamente en alguna cosa habrá que creer? ¿Y si de verdad hay algo más allá, por qué no probamos? Porque también decimos aquello de que nadie ha venido a decirnos cómo es ese más allá, aunque tendríamos que pensarnos esta aseveración. Pero parece que nuestras certezas y seguridades hacen agua.

Hoy el evangelio nos presenta un cuadro bien hermoso. Las afueras de Jericó con los caminos que bajan del valle del Jordán y los que suben a Jerusalén. Es un lugar de paso bastante importante, porque muchos son los peregrinos que suben a Jerusalén y muchas pueden ser también las caravanas de mercancías que desde el valle del Jordán o desde la más lejana Galilea por allí pasan con sus suministros para llegar a la ciudad santa. Un lugar propicio para situarse un pobre mendicante o un ciego para ver si alcanza alguna limosna.

Y allí estaba aquel ciego que oye tumulto de gente y que cuando logra adivinar quienes son esos peregrinos se pone a gritar ‘¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!’ Lo quieren hacer callar porque sus gritos molestan o molesta quizás la manifiesta necesidad de aquel hombre por el que sentirán compasión y pena, pero que se quite de en medio porque ellos van haciendo su camino. Pero quien va en medio de aquel grupo es Jesús y sus discípulos y de aquellos que quieren escuchar sus palabras. Será entonces Jesús el que lo manda llamar.

Y es aquí cuando surge la pregunta de Jesús cuando ya lo tiene cerca. ‘¿Qué quieres que haga por ti?’ La respuesta del ciego no se hace esperar. ‘Señor, que recobre la vista’. ¿Qué otra cosa iba a pedir? Si allí estaba al borde del camino pidiendo limosna era a causa de su ceguera. Ante él estaba quien podía dárselo todo y no se iba a quedar en pedir migajas. Pedir ahora una limosna y seguir con su ceguera era pan para hoy y hambre para mañana. ‘Señor, que recobre la vista’, fue su petición. Si antes había gritado con tal entusiasmo llamando a Jesús hijo de David para que tuviera compasión de su miseria, la fe que le había hecho reconocer a Jesús se mantenía firme y allí estaba su petición. Mejor, allí estaba su curación. ‘Recobra la vista, tu te ha salvado’. No solo llegaba a él la recuperación de la vista sino que llegaba la salvación.

Pero no nos quedemos ahí. Pongámonos en aquel camino, pongámonos en su lugar. Y es Jesús el que ahora se está dirigiendo a ti, a mí, a nosotros y también nos está planteando la misma pregunta. ‘¿Qué quieres que haga por ti?’  Sí, es una pregunta que nos interpela profundamente. Quizás no nos la esperamos. Quizás a nosotros también nos sorprende. ¿Qué responderíamos? ¿Cuál sería nuestra petición? Quizás como en una ráfaga interminable puedan pasar muchas cosas por nuestra cabeza.

Pensamos en nuestras necesidades y carencias quienes estamos siempre quejándonos; pensamos en nuestros dolores, en nuestras enfermedades, en esos sufrimientos por los problemas que nos agobian; pensamos quizás en el mundo que nos rodea y los problemas que ahora afectan a nuestra sociedad; pensamos y pensamos en tantas cosas que van desfilando por nuestra mente que ahora no sabemos en qué nos vamos a quedar. Si son tantas las cosas que yo le he pedido al Señor a lo largo de mi vida, podemos pensar. O puede surgir entonces la duda en nuestro interior, ¿será verdad que nos va a dar lo que le vamos a pedir? Ya sabemos cómo tantas veces incluso cuando vamos con nuestras listas de peticiones al Señor vamos con la duda metida por dentro que no nos hace tenerlas todas con nosotros y nos faltan seguridades y confianzas.

En esta reflexión ante este evangelio lo voy a dejar aquí, porque la respuesta tenemos que darla cada uno personalmente. No olvidemos que el Señor nos está diciendo ‘¿Qué quieres que haga por ti?’ ¿Tendremos la fe de aquel ciego del camino de Jericó?

domingo, 14 de noviembre de 2021

Siempre hay una luz que nos invita a la lucha, al esfuerzo, a la superación, a buscar la transformación de ese mundo de oscuridad en un mundo de luz y de vida

 


Siempre hay una luz que nos invita a la lucha, al esfuerzo, a la superación, a buscar la transformación de ese mundo de oscuridad en un mundo de luz y de vida

Daniel 12, 1-3; Sal. 15; Hebreos 10, 11-14. 18; Marcos 13, 24-32

Hay ocasiones en la vida que parece que el mundo se nos cae encima, son momentos difíciles por los que pasamos en que todo se nos vuelve negro y oscuro, los problemas se nos acumulan, la soledad del alma nos duele por dentro porque en momentos así nos parece que nadie nos quiere ni nadie se preocupa de nosotros, se crean abismos en el espíritu que nos llevan a encerrarnos en un cuarto oscuro, que es encerrarnos en nosotros mismos o no querer contar con nadie y dejar que nadie esté a nuestro lado. Momentos bastante difíciles y amargos para quien los pasa.

La descripción que nos hace Jesús de los últimos tiempos con resonancias muy claras de las profecías apocalípticas del profeta Daniel, algunas veces nos parece verlas reflejadas en lo que nos sucede. No queremos hacer lecturas catastrofistas, porque además todo esto encierra una palabra de esperanza y de vida.

En nuestras islas en este momento y en una isla en concreto que está sufriendo todas las calamidades del volcán nos pudiera parecer ver un cumplimiento de esas palabras proféticas y apocalípticas; tendríamos que saber hacer una buena lectura de esos acontecimientos, pero que no son solo estas catástrofes naturales que se repiten tantas veces en la historia desde esos accidentes de la naturaleza, como también de situaciones que provocamos los hombres,  cuántos tiempos doscurie guerras, de hambre y de miseria ha atravesado la humanidad a lo largo de la historia; pero es que además tendríamos que ir más allá de todo eso para verlo, como comenzábamos hoy nuestra reflexión, en nuestra vida misma con sus problemas y con sus agobios, con esos momentos oscuros y con esas angustias que tantas veces padecemos en la vida. Esos túneles oscuros de la vida.

La liturgia siempre nos ofrece semejantes textos de la Palabra de Dios en los últimos domingos del año litúrgico, pero siempre la Palabra que escuchamos no es para llenarnos de angustias sino de esperanzas. Es una tentación fácil y muchos se aprovechan de estas situaciones difíciles para la humanidad o para el hombre desde lo más interior de si mismo, para sembrar desesperanzas y agobios y ofrecernos caminos falsos de salvación. Pero es este sentido de esperanza con el que tenemos que ver todo esto en lo que venimos reflexionando, en esos diversos acontecimientos de la vida misma o en lo que llevamos muchas veces en el interior del corazón.

Pero la respuesta a esas inquietudes, angustias o preguntas que surgen en nuestro interior ante lo que es la vida misma nunca puede ir por caminos de destrucción y muerte sino por caminos de vida y de esperanza. Algunas veces nos parece desear una intervención milagrosa de Dios que de forma espectacular acabe con ese mundo de angustia y de dolor. Que caigan rayos del cielo  que destruya ese mundo que nos parece injusto, deseamos y quizá algunas veces interpretamos como castigos de Dios lo que por naturaleza nos sucede. Pero los caminos de Dios son otros, y los caminos de Dios donde buscan y realizan la verdadera transformación es en el corazón del hombre.

Es la luz que siempre hemos de saber encontrar. Es la luz que nos abre caminos de algo nuevo y esperanzador. Es la luz que nos hace descubrir el sentido de las cosas y de la vida misma. Es la luz que nos invita a la lucha, al esfuerzo, a la superación, a buscar la transformación de ese mundo de oscuridad en un mundo de luz y de vida. Cuando en un camino oscuro por alguna parte se abre una rendija que deja entrar un rayo de luz, por tenue que sea, siempre surge la alegría en nuestro corazón, porque aquel rayo de luz nos está diciendo lo que hay más allá, la salvación que nos espera y nos hace luchar con mayores ansias por superar esas oscuridades que aun queden en el camino porque sabemos la vida que nos espera al final.

Nos vale esto para el día a día de nuestra vida tan envuelto tantas veces en problemas que nos llenan de angustia, pero esto nos vale para darle una trascendencia final a lo que hacemos y a lo que vivimos porque como creyentes en Jesús sabemos que nos espera una vida eterna de dicha y de felicidad, como El tantas veces nos prometió en el evangelio.

El verdadero creyente en Jesús es siempre un hombre de esperanza. Así tenemos que manifestarnos en el camino duro de la vida. Sabemos bien de quien nos fiamos y la palabra de Jesús siempre se cumplirá.