Siempre
hay una luz que nos invita a la lucha, al esfuerzo, a la superación, a buscar
la transformación de ese mundo de oscuridad en un mundo de luz y de vida
Daniel 12, 1-3; Sal. 15; Hebreos 10, 11-14.
18; Marcos 13, 24-32
Hay ocasiones
en la vida que parece que el mundo se nos cae encima, son momentos difíciles
por los que pasamos en que todo se nos vuelve negro y oscuro, los problemas se
nos acumulan, la soledad del alma nos duele por dentro porque en momentos así
nos parece que nadie nos quiere ni nadie se preocupa de nosotros, se crean
abismos en el espíritu que nos llevan a encerrarnos en un cuarto oscuro, que es
encerrarnos en nosotros mismos o no querer contar con nadie y dejar que nadie
esté a nuestro lado. Momentos bastante difíciles y amargos para quien los pasa.
La
descripción que nos hace Jesús de los últimos tiempos con resonancias muy
claras de las profecías apocalípticas del profeta Daniel, algunas veces nos
parece verlas reflejadas en lo que nos sucede. No queremos hacer lecturas catastrofistas,
porque además todo esto encierra una palabra de esperanza y de vida.
En nuestras
islas en este momento y en una isla en concreto que está sufriendo todas las
calamidades del volcán nos pudiera parecer ver un cumplimiento de esas palabras
proféticas y apocalípticas; tendríamos que saber hacer una buena lectura de
esos acontecimientos, pero que no son solo estas catástrofes naturales que se
repiten tantas veces en la historia desde esos accidentes de la naturaleza,
como también de situaciones que provocamos los hombres, cuántos tiempos doscurie guerras, de hambre y de
miseria ha atravesado la humanidad a lo largo de la historia; pero es que
además tendríamos que ir más allá de todo eso para verlo, como comenzábamos hoy
nuestra reflexión, en nuestra vida misma con sus problemas y con sus agobios,
con esos momentos oscuros y con esas angustias que tantas veces padecemos en la
vida. Esos túneles oscuros de la vida.
La liturgia
siempre nos ofrece semejantes textos de la Palabra de Dios en los últimos
domingos del año litúrgico, pero siempre la Palabra que escuchamos no es para
llenarnos de angustias sino de esperanzas. Es una tentación fácil y muchos se aprovechan
de estas situaciones difíciles para la humanidad o para el hombre desde lo más
interior de si mismo, para sembrar desesperanzas y agobios y ofrecernos caminos
falsos de salvación. Pero es este sentido de esperanza con el que tenemos que
ver todo esto en lo que venimos reflexionando, en esos diversos acontecimientos
de la vida misma o en lo que llevamos muchas veces en el interior del corazón.
Pero la
respuesta a esas inquietudes, angustias o preguntas que surgen en nuestro
interior ante lo que es la vida misma nunca puede ir por caminos de destrucción
y muerte sino por caminos de vida y de esperanza. Algunas veces nos parece
desear una intervención milagrosa de Dios que de forma espectacular acabe con
ese mundo de angustia y de dolor. Que caigan rayos del cielo que destruya ese mundo que nos parece
injusto, deseamos y quizá algunas veces interpretamos como castigos de Dios lo
que por naturaleza nos sucede. Pero los caminos de Dios son otros, y los
caminos de Dios donde buscan y realizan la verdadera transformación es en el
corazón del hombre.
Es la luz que
siempre hemos de saber encontrar. Es la luz que nos abre caminos de algo nuevo
y esperanzador. Es la luz que nos hace descubrir el sentido de las cosas y de
la vida misma. Es la luz que nos invita a la lucha, al esfuerzo, a la superación,
a buscar la transformación de ese mundo de oscuridad en un mundo de luz y de
vida. Cuando en un camino oscuro por alguna parte se abre una rendija que deja
entrar un rayo de luz, por tenue que sea, siempre surge la alegría en nuestro
corazón, porque aquel rayo de luz nos está diciendo lo que hay más allá, la salvación
que nos espera y nos hace luchar con mayores ansias por superar esas
oscuridades que aun queden en el camino porque sabemos la vida que nos espera
al final.
Nos vale esto
para el día a día de nuestra vida tan envuelto tantas veces en problemas que
nos llenan de angustia, pero esto nos vale para darle una trascendencia final a
lo que hacemos y a lo que vivimos porque como creyentes en Jesús sabemos que
nos espera una vida eterna de dicha y de felicidad, como El tantas veces nos
prometió en el evangelio.
El verdadero
creyente en Jesús es siempre un hombre de esperanza. Así tenemos que
manifestarnos en el camino duro de la vida. Sabemos bien de quien nos fiamos y
la palabra de Jesús siempre se cumplirá.
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