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domingo, 14 de noviembre de 2021

Siempre hay una luz que nos invita a la lucha, al esfuerzo, a la superación, a buscar la transformación de ese mundo de oscuridad en un mundo de luz y de vida

 


Siempre hay una luz que nos invita a la lucha, al esfuerzo, a la superación, a buscar la transformación de ese mundo de oscuridad en un mundo de luz y de vida

Daniel 12, 1-3; Sal. 15; Hebreos 10, 11-14. 18; Marcos 13, 24-32

Hay ocasiones en la vida que parece que el mundo se nos cae encima, son momentos difíciles por los que pasamos en que todo se nos vuelve negro y oscuro, los problemas se nos acumulan, la soledad del alma nos duele por dentro porque en momentos así nos parece que nadie nos quiere ni nadie se preocupa de nosotros, se crean abismos en el espíritu que nos llevan a encerrarnos en un cuarto oscuro, que es encerrarnos en nosotros mismos o no querer contar con nadie y dejar que nadie esté a nuestro lado. Momentos bastante difíciles y amargos para quien los pasa.

La descripción que nos hace Jesús de los últimos tiempos con resonancias muy claras de las profecías apocalípticas del profeta Daniel, algunas veces nos parece verlas reflejadas en lo que nos sucede. No queremos hacer lecturas catastrofistas, porque además todo esto encierra una palabra de esperanza y de vida.

En nuestras islas en este momento y en una isla en concreto que está sufriendo todas las calamidades del volcán nos pudiera parecer ver un cumplimiento de esas palabras proféticas y apocalípticas; tendríamos que saber hacer una buena lectura de esos acontecimientos, pero que no son solo estas catástrofes naturales que se repiten tantas veces en la historia desde esos accidentes de la naturaleza, como también de situaciones que provocamos los hombres,  cuántos tiempos doscurie guerras, de hambre y de miseria ha atravesado la humanidad a lo largo de la historia; pero es que además tendríamos que ir más allá de todo eso para verlo, como comenzábamos hoy nuestra reflexión, en nuestra vida misma con sus problemas y con sus agobios, con esos momentos oscuros y con esas angustias que tantas veces padecemos en la vida. Esos túneles oscuros de la vida.

La liturgia siempre nos ofrece semejantes textos de la Palabra de Dios en los últimos domingos del año litúrgico, pero siempre la Palabra que escuchamos no es para llenarnos de angustias sino de esperanzas. Es una tentación fácil y muchos se aprovechan de estas situaciones difíciles para la humanidad o para el hombre desde lo más interior de si mismo, para sembrar desesperanzas y agobios y ofrecernos caminos falsos de salvación. Pero es este sentido de esperanza con el que tenemos que ver todo esto en lo que venimos reflexionando, en esos diversos acontecimientos de la vida misma o en lo que llevamos muchas veces en el interior del corazón.

Pero la respuesta a esas inquietudes, angustias o preguntas que surgen en nuestro interior ante lo que es la vida misma nunca puede ir por caminos de destrucción y muerte sino por caminos de vida y de esperanza. Algunas veces nos parece desear una intervención milagrosa de Dios que de forma espectacular acabe con ese mundo de angustia y de dolor. Que caigan rayos del cielo  que destruya ese mundo que nos parece injusto, deseamos y quizá algunas veces interpretamos como castigos de Dios lo que por naturaleza nos sucede. Pero los caminos de Dios son otros, y los caminos de Dios donde buscan y realizan la verdadera transformación es en el corazón del hombre.

Es la luz que siempre hemos de saber encontrar. Es la luz que nos abre caminos de algo nuevo y esperanzador. Es la luz que nos hace descubrir el sentido de las cosas y de la vida misma. Es la luz que nos invita a la lucha, al esfuerzo, a la superación, a buscar la transformación de ese mundo de oscuridad en un mundo de luz y de vida. Cuando en un camino oscuro por alguna parte se abre una rendija que deja entrar un rayo de luz, por tenue que sea, siempre surge la alegría en nuestro corazón, porque aquel rayo de luz nos está diciendo lo que hay más allá, la salvación que nos espera y nos hace luchar con mayores ansias por superar esas oscuridades que aun queden en el camino porque sabemos la vida que nos espera al final.

Nos vale esto para el día a día de nuestra vida tan envuelto tantas veces en problemas que nos llenan de angustia, pero esto nos vale para darle una trascendencia final a lo que hacemos y a lo que vivimos porque como creyentes en Jesús sabemos que nos espera una vida eterna de dicha y de felicidad, como El tantas veces nos prometió en el evangelio.

El verdadero creyente en Jesús es siempre un hombre de esperanza. Así tenemos que manifestarnos en el camino duro de la vida. Sabemos bien de quien nos fiamos y la palabra de Jesús siempre se cumplirá.

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