Tendremos
que quitar de nosotros esos obstáculos tan arraigados no solo en nuestros oídos
sino en nuestro corazón que no nos dejan escuchar la novedad del Evangelio
1Macabeos 4,36-37,52-59; Sal.: 1Cro 29;
Lucas 19,45-48
Los
contrastes de luz pudieran hacernos conocer mejor la belleza de un cuadro,
porque nos haría fijarnos en todos sus matices, pero también nos sucede que si
pasamos de un lugar luminoso a un lugar oscuro el contraste producido de alguna
manera nos puede dificultar la visión del interior de aquel lugar oscuro, como
también de lo contrario si pasamos de un lugar oscuro a un sitio muy luminoso
en principio nos cegaríamos con ese contraste de luz en un primer instante sin
dejarnos percibir la riqueza de la luminosidad.
La vida
también está llena de contrastes que algunas veces no sabemos percibir o
también nos cegamos en ocasiones y no somos capaces de ver toda la realidad de
la vida; quienes viven en la abundancia no son capaces de percibir las sombras
de la pobreza que quizá están muy cercanas; o las opiniones contrastadas de
maneras de pensar o de ideologías nos pueden encerrar en alguno de sus
aspectos, pero nos ciegan para ver las cosas buenas que también pudieran haber
en el otro lado del pensamiento o del actuar de las personas.
Creo que nos
hace falta una luminosidad interior para ver crudamente la realidad, pero
también para percibir toda la belleza que tiene la vida incluso con esos
contrastes y diferencias de matices. Vamos muchas veces demasiado cegados con
nuestros pareceres, nuestras opiniones, nuestras particulares visiones que
pudieran ser nacidas de algunas circunstancias concretas y no terminar de ver
la riqueza que tiene la vida en esa variedad de colores y de luces.
Es difícil
muchas veces salirnos de nuestra manera de pensar para apreciar lo bueno que
también hay en el pensamiento del otro, y es por eso por lo que tantas veces
vamos enfrentados por la vida y no llegamos a aquello de que la unión hace la
fuerza, porque cada uno estamos tirando para nuestro lado. Estos pensamientos
que estoy ofreciendo quizá necesitaríamos rumiarlos un poquito más en nuestro
corazón para abrir más la mente.
En el
evangelio y en la vida de Jesús nos aparecen también esos como claroscuros que
nos pueden parecer contrastes que nos pueda costar interpretar. Esta página que
hoy se nos ofrece está llena de contrastes. Primero la actitud valiente y
profética de Jesús que quiere que el templo sea en verdad una casa de oración y
no que parezca como un mercado. Pero a partir de este hecho de Jesús aparecen dos
luminosidades distintas. Por una parte la reacción de los sacerdotes templo,
pero también de aquellos que se consideraban principales en la escala social,
fariseos, levitas, maestros de la ley que no entienden la acción de Jesús y
quieren quitarlo de en medio, pero al mismo tiempo la gente sencilla – aquellos
para los que se revela de manera especial el Reino de Dios como en otras partes
aparece – escuchan con paz y esperanza las palabras de Jesús.
Había unas
costumbres, unas rutinas en el funcionamiento del templo; por aquello de los
sacrificios de animales y ofrendas que allí habían de ofrecerse como culto a
Dios, aparecen pronto los comerciantes alrededor del templo de manera que se habían
incluso adueñado de los atrios del templo; aquellos lugares propicios para la
oración y la escucha de la palabra pronto se hicieron inservibles para la función
que habían de desempeñar. Pero era algo establecido – algo que siempre se ha
hecho así, como tantas veces decimos para muchas costumbres y rutinas que se
nos meten también en nuestra iglesia – y así surge la reacción contra Jesús.
Pero había
quien deseaba en verdad el encuentro con el Señor, escuchar con paz y
tranquilidad la Palabra, la lectura de la ley y los profetas, incluso a los
maestros de la ley que allí las enseñaran, por eso ahora escuchan con gusto a
Jesús; lo escuchan llenos de esperanza porque en los gestos de Jesús como en
sus palabras algo nuevo se les enseñaba, era la Buena Nueva, la Buena Noticia,
el Evangelio que llegaba a aquellos corazones.
Y nosotros
¿qué?, tenemos que preguntarnos. ¿En verdad queremos quitar de nosotros esos
obstáculos que no solo en nuestros oídos, sino en nuestro corazón tenemos tan
arraigados que no nos dejan escuchar la novedad del Evangelio? ¿Nos cegaremos
acaso con los contrastes o tendremos luminosidad suficiente en un corazón
limpio como para poder saborear toda la riqueza de la Palabra de Dios que se
nos proclama? Mucho más, como decíamos antes, tenemos que rumiar este mensaje
de luz y salvación que se nos ofrece.
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