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sábado, 21 de noviembre de 2020

María se deja hacer por Dios y el Espíritu santo la envuelve llenándola de Dios y su vida se hace donación total porque su vida es amor


 

María se deja hacer por Dios y el Espíritu santo la envuelve llenándola de Dios y su vida se hace donación total porque su vida es amor

Celebramos hoy una memoria litúrgica de la Virgen que si bien no tiene ninguna sustentación bíblica ha sido una fiesta litúrgica con mucha importancia en la tradición de la Iglesia Oriental y en determinado momento la liturgia romana la acogió también entre sus ritos. Se trata de la Presentación de María en el templo, en claro paralelismo a la presentación de Jesús en el templo que tenía su base en los ritos de la ley de Moisés por la cual todo primogénito varón había de ser consagrado al Señor.

No hay en la ley mosaica ninguna prescripción de este tipo en referencia a las niñas, pero ha sido una tradición que se ha mantenido a través de los siglos queriendo dársele un hermoso significado. Por aquello que la tradición también nos trasmite de que María niña vivió en las cercanías del templo de Jerusalén – tenemos la basílica de santa María la Nueva muy cerca incluso de la piscina probática o de las ovejas por donde eran introducidas en el templo para sus sacrificios y que recuerda el lugar del nacimiento de María -, surge el hecho de que María fue también presentada en el templo donde además recibiría educación y formación.

Estas tradiciones que nos pueden pasar como anécdotas sin embargo pueden tener un buen contenido espiritual. María realmente vivía su vida de fe como una auténtica consagración al Señor, pues su corazón estaba siempre abierto a Dios y a lo que era su voluntad. Los breves retazos que nos recoge el evangelio en sus palabras, en su manera de vivir, en la actitud profunda de su corazón manifiesta una espiritualidad muy profunda, que rumiaba continuamente en su corazón lo que el Señor le manifestaba en la Palabra que escuchaba desde lo más hondo de su corazón y en esa humildad para tratar de descubrir en todo momento lo que era la voluntad de Dios.

Cuando recibe la visita del Ángel en Nazaret María se queda rumiando aquellas palabras del saludo angélico. En su pequeñez y humildad se sentía sobrecogida ante el misterio que se le manifestaba y a lo que ella había de dar respuesta. María se turbó ante las palabras del ángel, nos dice el evangelista, luego ella estaba comprendiendo todo el misterio de Dios que se le revelaba pero que le estaba recordando como era una amada de Dios y Dios llenaba e inundaba su corazón.

Un primer paso de espiritualidad, sentir que uno es amado de Dios, experimentar en sí mismo su pequeñez y su pobreza pero la grandiosidad del Dios que nos visita y llena nuestro corazón. El ángel la había llamado la llena de gracia; el ángel le había dicho que Dios estaba con ella; el ángel le estaba revelando como iba a ser, digámoslo así pero entendámoslo bien, como poseída por Dios porque el Espíritu de Dios iba a envolver su vida.

María en su pequeñez y en su humildad – ella se siente pequeña porque es humilde, pero vemos que es grande porque está llena de Dios y qué mayor grandeza – no termina de entender todo aquello que se le viene encima, todo aquello que el ángel le está anunciando de parte de Dios. Pero María sigue manteniendo su fe y su confianza en el Señor porque en su humildad se dejará hacer por Dios.

¿Quién es ella para replicar a Dios o para oponerse a lo que son los designios del Señor? Su vida se hace donación y donación total porque su vida es amor. Su fe, que la hace sentirse pequeña y humilde como una esclava, se transforma en amor y si es amor se olvidará de sí misma y de sus propios planes para acoger en su vida lo que es la voluntad del Señor. ‘Aquí está la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra’, será la respuesta de María que es la respuesta del amor.

Esta página del evangelio pequeña por la brevedad de sus palabras pero que es grandiosa porque nos está anunciando todo el misterio de la Encarnación de Dios nos está reflejando la profunda espiritualidad de María. Había cultivado su espíritu en las gradas del templo de Jerusalén, podríamos decir haciendo referencia a la memoria litúrgica que estamos celebrando, y allí había aprendido a rumiar el misterio de Dios rumiando aquellos textos sagrados de los profetas y de la ley del Señor. No era una espiritualidad cualquiera la que se reflejaba en María y en ningún mejor sitio podía haberla adquirido sino en ese silencio del templo del Señor para poder escuchar a Dios con toda hondura en su corazón.

Por eso decíamos que esta memoria que hoy celebramos tiene un hondo significado que ilumina los caminos de esa espiritualidad cristiana en la que nosotros hemos de hundir las raíces de nuestra vida. Es una invitación que de alguna manera se nos hace para a ejemplo de María cultivarnos nosotros también espiritualmente porque así rumiemos la Palabra del Señor en nuestro corazón porque así también nos vayamos llenando de Dios.

viernes, 20 de noviembre de 2020

No es una página cualquiera la que nos ofrece hoy el evangelio porque nos llena de esperanzas, pero también porque pone inquietud en el corazón

 


No es una página cualquiera la que nos ofrece hoy el evangelio porque nos llena de esperanzas, pero también porque pone inquietud en el corazón

 Apocalipsis 10, 8-11; Sal 118; Lucas 19, 45-48

Hay páginas de la vida que parece que no tienen luz propia, ningún resplandor especial, nos preguntamos que nos sucedió ese día y decimos nada especial, pero si nos detenemos un poco encontramos detalles, pequeños gestos, decisiones tomadas, palabras y encuentros que nos parecieron fortuitos, pero que sin embargo cada uno de ellos tiene su propio peso, vienen a ser muy significativos o pueden incluso marcar rumbo de futuras actuaciones y hasta ser un punto y aparte en la vida. Cada momento tiene su sustancia, cada gesto tiene su valor, cada palabra encierra una riqueza, cada encuentro puede ser un momento importante para alguien. Seguramente cuando recapitulemos nuestra historia personal nos daremos cuenta de esos momentos que nos parecían insulsos e insignificantes pero que sin embargo tuvieron un gran valor. Es lo que se suele hacer cuando uno se dedica a relatar sus memorias.

Así nos sucede con páginas del evangelio de Jesús, como la que hoy escuchamos. En el relato de san Lucas es muy escueto lo que nos dice, pues san Mateo se extiende mucho más en darnos detalles de lo sucedido en el templo aquella mañana. Según nos cuenta san Lucas hoy parece que lo de la expulsión de los vendedores fue un incidente que no tuvo mayores consecuencias, pero bien significativo es en el anuncio del Reino de Dios que nos viene haciendo Jesús. Luego nos habla de cómo Jesús enseñaba en el templo, la gente venía con gusto a escucharle, aunque por allá atrás andaban los sumos sacerdotes y los principales del pueblo estudiando cómo quitarle de en medio. Parecía que no pasaba nada, pero importantes son las señales, los gestos y los signos que contemplamos en este pasaje.

Es bien significativo lo que ha de representar el Reino de Dios en nosotros el gesto profético de Jesús de expulsar a los vendedores del templo. Es casa de oración y lo habéis convertido en un mercado, les dice Jesús. ¿Con qué imagen queremos presentar el Reino de Dios? ¿Cuál es la imagen de Dios que hemos de tener? ¿Andaremos con Dios como a la compraventa, yo te doy para que tú me des, o nuestra relación con Dios ha de ser de otra manera? Cuántas cosas hemos de purificar, empezando por esa imagen empañada que muchas veces damos de Dios. Tenemos que descubrir ese Dios que Jesús nos revela, abrir en verdad nuestra mente y nuestro corazón para darle cabida a ese Dios de amor en nuestra vida. Qué distinta nuestra relación con Dios, qué distinta la manera de mirar y ver a nuestros hermanos los hombres.

Cuando aceptamos el Reino de Dios estamos aceptando al Dios de amor que es Padre y que se posesiona de nuestro corazón, pero con Dios metido en el centro de nuestra vida nuestra mirada tiene que ser distinta, nuestra comprensión de las cosas, nuestra responsabilidad ante ese mundo que tenemos en nuestras manos, ante esos hermanos nuestros que caminan a nuestro lado y que con nosotros quieren hacer también un camino de amor. Por eso cuando Jesús nos habla de aceptar el Reino de Dios nos habla de conversión, nos habla de que tenemos que darle en verdad la vuelta a la vida, porque será una mirada distinta, porque será un nuevo vivir, en nuestra relación con Dios y en nuestra relación con los demás.

Era en verdad algo nuevo lo que nos presentaba Jesús. Buena Nueva, decimos, no solo son palabras nuevas sino nuevas actitudes y nuevas posturas, nueva visión de Dios y nueva visión de cuánto nos rodea, empezando por los hombres a los que ya veremos para siempre como hermanos. Por eso serán los sencillos los que se gocen en las palabras de Jesús. Allí le contemplamos rodeado de gente en el templo escuchándoles, porque sus corazones se llenaban de alegría y de esperanza, porque en verdad sentían que algo nuevo comenzaba.

¿Abrimos así nuestro corazón a la Palabra del Evangelio? ¿Sentimos en verdad cómo vibra nuestro corazón cuando escuchamos a Jesús porque se renuevan nuestras esperanzas, porque nos sentimos impulsados a realizar ese camino nuevo? Cuidado nos acostumbremos a las palabras de Jesús y terminan por no tener sentido ni significado para nosotros; sucede con demasiada frecuencia, porque manipulamos, porque tergiversamos, porque no queremos que nos inquiete demasiado, porque no nos gusta sentir esa revolcadura interior – permítaseme la palabra - que tiene que producir siempre la palabra de Jesús. No seamos nunca como aquellos que estaban al acecho, sino como los sencillos y humildes que sentían la alegría de las palabras de Jesús. No es una página cualquiera la que estamos escuchando.

jueves, 19 de noviembre de 2020

Lágrimas ante nuestra insensibilidad, nuestras cegueras y la invalidez que nos paraliza tantas veces y nos impide dar una respuesta más comprometida

 


Lágrimas ante nuestra insensibilidad, nuestras cegueras y la invalidez que nos paraliza tantas veces y nos impide dar una respuesta más comprometida

Apocalipsis 5,1-10; Sal 149; Lucas 19,41-44

Qué mal nos sentimos en nuestro interior ante la ingratitud de las personas por las que quizás hemos hecho mucho; interiormente sentimos frustración, parece como si dejáramos de creer en las personas y en su buena voluntad, nos sentimos como impotentes ante posturas y gestos desagradecidos y cómo quisiéramos hacer borrón y cuenta nueva, pero dejar de contar con esas personas que no fueron capaces de reconocer lo que hicimos por ellas. Son nuestras reacciones humanas muchas veces llenas de rabia y de impotencia que quizás hacen aflorar a nuestros ojos unas lágrimas que se convierten en amargura para nosotros aunque quizás desde nuestros respetos humanos nos las tenemos que tragar.

¿Cómo se sentía Jesús ante el rechazo que por parte de algunos recibía? ¿Cuál sería la cruz de amargura que quizá tuviera que llevar cuando quizá veía, sí, personas de buena voluntad que en su sencillez le escuchaban pero que luego unos dirigentes interesados hacían tornar las voluntades de aquellas buenas personas? Llegaba ahora a la ciudad de Jerusalén y aunque sabía que habría un domingo de ramos en que niños y gente sencilla le aclamarían, sabía también que por detrás estaban unos dirigentes que no le aceptaban, que llegarían a manipular aquellos corazones sencillos para volverlos en su contra y en lugar de hosannas más tarde pedirían su muerte.

La presencia de Jesús en la ciudad santa muchas veces se hacía difícil y controvertida. Eran tantos los que estaban al acecho; y no era solo la desconfianza de los que porque vivían en Judea y Jerusalén rechazaban todo lo que pudiera venir de los incultos galileos, sino que era la controversia constante de quienes estaban al acecho del más pequeño movimiento o palabra de Jesús para aparecer en su contra buscando siempre el desprestigio y la destrucción. Conocidas son las diatribas constantes entre Jesús y los dirigentes del pueblo, sacerdotes y ancianos del sanedrín, fariseos o saduceos a los que se unían también los herodianos, los escribas y los maestros de la ley con sus preguntas capciosas, como tantas veces hemos escuchado en la lectura del evangelio.

¿Cuál era la reacción de Jesús? ¿Aparecían también aquellos sentimientos tan humanos a los que antes hacíamos referencia ante las ingratitudes? Dolor había en el corazón de Cristo pero nunca en El podía aparecer la amargura, es cierto. Ese sentimiento de frustración ante lo que parecía inutilidad de todo lo hecho aparecería también en su corazón y grande era el dolor de su espíritu, por aquella negación constante. Son las lágrimas que hoy le vemos derramar cuando contempla la ciudad santa – en espectáculo maravilloso como desde el Monte de los Olivos se vislumbra – desde aquel lugar que para siempre recordaría las lágrimas de Jesús.

Es llanto ante la ingratitud, ante la insensibilidad, ante la cerrazón del corazón que no se abre a la palabra de vida que en Jesús llega a ellos para su salvación. Todo aquel esplendor que desde allí se contempla Jesús proféticamente lo ve arrasado; aquella ciudad y templo una de las maravillas del mundo quedará arrasado y no quedará piedra sobre piedra, y aquellos habitantes tan orgullosos de su ciudad como todo buen judío serán arrasados.

Pocos años más tarde Jerusalén será destruida y los autores antiguos nos narrarán con todo detalle su destrucción. Con lo que amaba Jesús aquella ciudad ¿no iban a brotar lágrimas abundantes de sus ojos y de su corazón? Sus lágrimas son como una última llamada, aunque para Dios no hay nunca una última llamada porque El siempre estará esperándonos.

Porque a eso es a donde tenemos que llegar. El hecho de las lágrimas de Jesús, el esplendor de Jerusalén y la respuesta negativa de sus gentes y su posterior destrucción ahí están, son un hecho incuestionable, pero en eso no podemos quedarnos. Porque somos nosotros los que tenemos que vernos a nosotros mismos y nuestras respuestas.

¿Serán las lágrimas de Jesús por nosotros? ¿Seremos nosotros los que hemos de derramar lágrimas al ver la insensibilidad en que tan fácilmente caemos en nuestra vida, la ceguera de nuestro espíritu o esa invalidez que nos paraliza tantas veces y nos impide dar una respuesta más comprometida?

miércoles, 18 de noviembre de 2020

Soñemos que ese diamante en bruto que es la vida que Dios nos ha confiado si no lo enterramos puede transformar nuestra vida y transformar mejorando nuestro mundo

 


Soñemos que ese diamante en bruto que es la vida que Dios nos ha confiado si no lo enterramos puede transformar nuestra vida y transformar mejorando nuestro mundo

Apocalipsis 4, 1-11; Sal 150;  Lucas 19, 11-28

Todos en la vida soñamos. Y no son los sueños mientras estamos dormidos en que la imaginación como la loca de la casa nos hace evocar recuerdos, nos hace imaginar muchas cosas como si la vida fuera una novela, o nos saca cosas que tenemos dentro de nosotros que algunas veces ni queremos confesar; pero esos son sueños de un momento, que quizás alguna vez se repiten, que se olvidan tan fácilmente que al despertar ya ni los recordamos.

Me refiero a otros sueños que tenemos bien despiertos; el niño sueña con ser mayor, crecer para ser como esos seres queridos e ideales que va fraguando en su cabeza; el joven quizá sueña en su futuro, querrá prepararse, querrá alcanzar sus sueños y quizás lucha y trabaja por ellos; el padre contempla a su niño o a su hijo ya mayorcito y sueña en su futuro aspirando a lo mejor, a conseguir que sean algo en la vida y cada paso que den sus hijos lo llenan de orgullo porque en ellos va viendo quizá reflejado lo que para si mismo no consiguió. Pero todos soñamos, y pensamos en nuestro futuro o pensamos en lo que hay a nuestro alrededor que queremos mejor y nos vamos trazando un mundo ideal por el que queremos comprometernos y así van surgiendo las diversas vocaciones en la vida como servicio a esa comunidad que hemos idealizado en nuestro interior y por la que queremos trabajar.


Pero esos sueños un día se pueden desvanecer, porque el niño se da cuenta que cuesta crecer y habrá nuevas exigencias para él y mejor seguir siendo niño; el joven se cansa de luchar porque no encuentra caminos o se le hacen costosos y tendría que renunciar quizá a muchas apetencias que ve reflejadas en tantos que viven irresponsablemente a su lado; y nos sentimos defraudados porque no encontramos la colaboración que desearíamos para conseguir nuestros sueños, y nos falla el compromiso, y nos puede la dejadez o se nos meten miedos en el alma.

Pudimos hacer muchas cosas, alcanzar esas metas soñadas pero los miedos se nos metieron en el alma y no nos sentíamos capaces, y nos encerramos en nuestras rutinas y siempre se han hecho las cosas así y por qué vamos a cambiar, por qué vamos a esforzarnos si tantos viven tan felizmente sin complicarse la vida. Abandonamos los sueños, enterramos nuestros talentos, nos pudo la desgana y la falta de ilusión, fueron muchos los espejismos que nos engañaron y nos hicieron desistir. Claro que no todos tiraron la toalla, hubo muchos que siguieron en su lucha y fueron alcanzando algunas de las metas con las que habían soñado, se labraron un futuro y si nos fijáramos más en ellos podrían ser un buen estímulo para nuestro camino.

Me he ido haciendo esta reflexión a partir de la parábola que nos ofrece hoy el evangelio. El hombre que se marchó a buscar el título de rey pero dejó su dinero confiado a sus servidores para que lo trabajaran y sacaran fruto para su vuelta. Quiero imaginar, ya que hemos venido hablando de sueños, lo que aquellos hombres soñarían con la onza de oro que les habían puesto en sus manos. ¿Castillos en el aire? No, porque algunos supieron hacer producir beneficios a aquella onza de oro y cuando llegó el amo pudieron presentar sus beneficios. Pero hubo uno que cogió miedo, sabía de las exigencias del amo, no quería perder la onza, así que la escondió bien escondida para no perderla ni que se la robaran, pero no pudo presentar beneficios.

Hablábamos antes de sueños, que pueden ser todas esas posibilidades que tenemos en la vida, que como un diamante en bruto están encerradas en nuestra vida. Si miramos el diamante en bruto nos puede parecer un trozo de carbón quizá envuelto en muchas escorias, mucha tierra y mucha suciedad. Pero pacientemente hay que limpiarlo, pulirlo, hacerle salir su brillo y resplandor después del correspondiente tallado. Así nuestra vida, ahí está con sus sueños, con sus posibilidades, que tenemos que trabajar, que tenemos que pulir, que tenemos que tallar. Pero a veces nos da miedo, no nos creemos capaces, nos parece que nos podemos equivocar, que podemos fallar en lo que pretendemos lograr y nos parece que aquello no es para nosotros, que es mucho para nosotros; y desistimos, y enterramos el diamante, lo dejamos perdido entre los carbones y las escorias.

Y todo esto lo miramos con ojos de fe, con una mirada creyente, porque esas posibilidades que hay en nuestra vida Dios las puso en nosotros. Y confía en nosotros como aquel hombre confió en aquellos a los que dio la onza de oro. Tenemos una responsabilidad, sí, ante nuestra conciencia, pero tenemos una responsabilidad ante la sociedad en la que vivimos a quienes hemos de beneficiar con todo eso que nosotros somos en todas nuestras posibilidades, pero tenemos una responsabilidad ante Dios que nos ha dado la vida, que nos acompaña con su gracia, que confía en nosotros y que con nosotros camina a nuestro lado. Miremos a Jesús caminando a nuestro lado.

martes, 17 de noviembre de 2020

Anda, date prisa, muévete, baja de ahí que vamos a comenzar un camino nuevo, con una nueva perspectiva, es camino de salvación

 


Anda, date prisa, muévete, baja de ahí que vamos a comenzar un camino nuevo, con una nueva perspectiva, es camino de salvación

Apocalipsis 3, 1-6. 14-22; Sal 14; Lucas 19, 1-10

‘Anda, date prisa, muévete…’ apremiamos al amigo o a aquel queremos que haga algo y que nos parece que no hace las cosas tan pronto como se lo pedimos o como tiene que hacerlas. ¿Serán las prisas de la vida? ¿O será ese momento oportuno que no podemos dejar pasar, que tenemos que saber aprovechar porque quizá no se nos vuelve a repetir la ocasión? ¿Será que siempre vamos a la carrera? Nos apremiamos los unos a los hombres en las responsabilidades que tenemos que desarrollar, o apremiamos a las prisas a aquel que parece que siempre tiene todo el tiempo del mundo y parece que nunca se va a morir, como se suele decir.

Aquel hombre había querido conocer a Jesús. Eran muchas las dificultades con que se tropezaba y ahora parecía que había alcanzado la atalaya apropiada para ver lo que deseaba pero de la que le piden que se baje con rapidez. Su baja estatura, hacía que si había gente más alta que él delante no pudiera ver el paso de Jesús, era mucha la gente que se había congregado en aquellas calles o caminos como queramos decirle de Jericó; pero había otra dificultad, que era su condición, su oficio era el de recaudador de impuestos e igual que a nadie le gusta ser amigo de los de Hacienda, en este caso era un colaboracionista con el poder extranjero. Todos lo despreciaban, era un publicano que era lo mismo que decir que era un pecador público con el que ‘nadie’ de buena condición querría juntársele. Eso obstaculizaba el poder ver el paso de Jesús. Quizás también era una forma de pasar desapercibido tras las hojas de la higuera.

Pero quizá necesitaba otras perspectivas, una visión distinta, el ver y mirar sin ser visto ni mirado, una cierta distancia para poder mejor observar, un lugar donde pudiera apreciar quizás gestos, miradas, posturas en las que otros no se fijarían en su entusiasmo que parecía cegar a las gentes de Jericó al paso del aquel profeta de Galilea. Allí desde la altura podía observar mejor y no pensaba que nadie se iba a fijar en él, pero mira cómo aquel a quien buscaba lo buscó a él entre las ramas del sicómoro y ahora lo estaba apremiando para que bajara pronto.

Baja enseguida, le estaba pidiendo Jesús. No te quedes ahí parado con la boca abierta, venga pronto, que quiero ir a hospedarme a tu casa. Baja enseguida que llega la hora y la podemos dejar pasar. Apremiaba Jesús a Zaqueo y Zaqueo sorprendido se bajó enseguida de la higuera para abrir las puertas de su casa a Jesús.

Y ya sabemos lo que Jesús diría al final. ‘Hoy llegó la salvación a esta casa’. Era el apremio de la vida, el apremio de la salvación que llega y no podemos dejar pasar. Aquel hombre buscaba a Jesús sin saber bien lo que buscaba, pero en aquel hombre había hambre de vida, de algo distinto, de salvación. Por eso se salió de su casa, se salió de sus ocupaciones, se puso en camino de búsqueda, quería ver a Jesús pero quería verlo de manera distinta. Una nueva perspectiva, decíamos cuando miraba a Jesús desde su atalaya, creyéndose que no era visto por nadie. Pero Jesús lo vio, Jesús lo llamó, Jesús quiso entrar en su casa aunque eso provocara los comentarios de la gente de siempre, porque había ido a hospedarse a la casa de un pecador. Pero era el apremio de la salvación que llegaba.

Pero en todo este pasaje tenemos que vernos a nosotros, en nuestros caminos de búsquedas, pero que a veces parece que vamos de remolón; a la menor dificultad nos echamos para detrás, no somos capaces de ver otra posibilidad, otra salida. Nos hacen falta esas perspectivas nuevas, no quedarnos con la mirada de siempre, con el comentario de siempre que ya nos lo sabemos y al final parece termina no diciéndonos nada. Pongámonos en otro camino, no temamos subirnos a la higuera, no porque vayamos a ocultarnos sino porque vamos a ver las cosas de forma distinta.

Y cuando sintamos la voz que nos dice baja enseguida, no nos quedemos embobados sino apurémonos a ir al encuentro de Jesús, a ir a donde Jesús quiera llevarnos, dejemos que Jesús se meta en nuestro interior – quiere hospedarse en nuestra casa y es algo más que un edificio -, dejemos que se siente a nuestra mesa y pongámonos ante El como somos, desnudos de prejuicios y prevenciones, llevando con nosotros también esos amigos que algunas veces parecen rémoras que nos pueden frenar, porque con Jesús sentado a nuestra mesa tendremos una mirada nueva sobre la vida, sobre lo que hacemos, sobre esos amigos con los que estamos sentados en la mesa de la vida, sobre nuestras trayectorias pasadas que quizás no nos gusta recordar, y es que con Jesús vamos a comenzar un camino nuevo que nos lleva siempre adelante.

Baja enseguida que llega la salvación, no la dejes pasar.

lunes, 16 de noviembre de 2020

Seamos signos de que pasa Jesús Nazareno en los caminos de dolor de la vida y seamos capaces de escuchar el clamor de los que sufren

 


Seamos signos de que pasa Jesús Nazareno en los caminos de dolor de la vida y seamos capaces de escuchar el clamor de los que sufren

Apocalipsis 1, 1-4; 2, 1-5ª; Sal 1; Lucas 18, 35-43

‘Pasa el Nazareno’ fue la respuesta a su pregunta. Aquella afluencia de gente en la entrada o en la salida de la ciudad no era habitual; de cuando en cuando grupos de galileos que preferían el camino del valle del Jordán atravesaban Jericó para desde allí subir a la ciudad santa sin tener que pasar por la tierra de los samaritanos, conocida su rivalidad. Ahora el tumulto que se escuchaba era distinto y pregunta. No ve, pero sabe que eran muchos y aquello era algo especial.

Había oído hablar del profeta de Nazaret que en alguna ocasión ya había atravesado la ciudad y se contaba algún acontecimiento especial. Por eso grita con fuerza ‘Jesús, hijo de David, ten compasión de mí’. Quieren hacerlo callar; quizá molestaba a los que querían escuchar las palabras de Jesús, pero él insiste más fuerte. No quiere que Jesús pase de largo. Era su oportunidad; en aquella ocasión no pensaba quizá en las limosnas que pudiera alcanzar de los acompañantes, que ahora en principio parecía que estaban en su contra, pero vislumbraba que algo especial podía suceder dada la fama que el profeta de Nazaret había adquirido y conocidos eran sus milagros.

Jesús no pasa de largo, como hacemos nosotros tantas veces; ni da el rodeo de aquel sacerdote y aquel levita de Jerusalén precisamente en ese mismo camino entre Jericó y Jerusalén. Jesús se detiene y lo manda llamar. ‘El maestro te llama’ y de un salto se postra a los pies de Jesús. ¿Qué podía hacer Jesús por él? ‘Que vuelva a ver’ eran sus deseos. La ceguera era señal segura de pobreza y de miseria, de vivir en la dependencia para siempre de lo que los otros buenamente pudieran dar, porque en su casa no podía entrar ningún jornal, siendo ciego como era y en aquella época los servicios sociales eran escasos.

Es tan poco lo que le está pidiendo a Jesús pero al mismo tiempo tan importante. No pedía riquezas ni poder ocupar primeros puestos en su reino, como desearían algunos de los discípulos cercanos a Jesús; no quería que solucionara los problemas que podrían preséntarsele con los demás, sino solamente recobrar la dignidad perdida. Sí, recobrar la vista era como recobrar la dignidad, porque ya entonces podría valerse por sí mismo. Podría trabajar, podría ganarse su sustento, no significaba salir de la pobreza total, pero sí al menos recobrar su dignidad para poder trabajar dignamente.

¿Qué pedimos nosotros o qué ofrecemos nosotros cuando nos encontramos con alguien en la miseria de su vida? Tendría que hacernos pensar el pensamiento de aquel hombre, como tendría que hacernos pensar la actitud y la postura de Jesús. Se ha detenido al borde del camino donde hay alguien malherido de la vida en su ceguera; pero además Jesús pide la colaboración de los demás, de aquellos incluso que antes querían impedirle que gritara desde su pobreza. Y también las actitudes de aquellas personas cambiaron, porque ahora lo ayudaron a llegar hasta Jesús. ‘El Maestro te llama’, y lo conducen hasta Jesús que allí está esperando la llegada de aquel hombre. ¿Algo así haremos nosotros también con el que vemos caído en el camino? ¿Seremos obstáculo de acercamiento a Jesús o tenderemos nuestra mano para ayudarle a encontrarse con Jesús y una nueva vida?

Claro que Jesús le hizo recobrar la vista, le devolvió su dignidad; aquel hombre se sintió engrandecido y con saltos de alegría alababa a Dios y quería seguir con Jesús. Lo que había recibido le impulsaba a algo distinto en la vida, no podía quedarse al borde del camino, tenía que ponerse también en camino, primero al encuentro con Jesús en su actitud de acción de gracias, siempre a Dios para alabarle por sus beneficios y seguro que ahora su encuentro con los demás, con los suyos o con sus convecinos sería totalmente distinto. Su vida era ya para siempre una alabanza al Señor.

domingo, 15 de noviembre de 2020

Hay un talento que no podemos enterrar y que ahora nuestro mundo necesita más por la situación que vivimos, la esperanza y el optimismo de la fe

 


Hay un talento que no podemos enterrar y que ahora nuestro mundo necesita más por la situación que vivimos, la esperanza y el optimismo de la fe

Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31; Sal 127; 1Tesalonicenses 5, 1-6; Mateo 25, 14-30

‘Nadie es capaz de saber quién es y de lo que es capaz hasta que no se mide con la realidad, entregándose al bien a través del ejercicio de sus cualidades y habilidades’. Un buen pensamiento que nos da inicio al comentario al evangelio de hoy y que me he permitido tomar de un comentarista de textos evangélicos.

Cuando nos aprietan sacamos a flote todos los recursos que tenemos e ingeniosamente somos capaces de ponerlos a juego; es el momento, sí, de descubrir nuestro valor en la dificultad y cuando tenemos todas las cosas en contra. Pero también sabemos que para algunos es el momento de achicarse, de acobardarse, de esconderse o de huir tirando la toalla, lo que decimos comúnmente es una cobardía, o decimos el poco valor que tenemos. Pero sucede, nos sucede, más de lo que imaginamos o queremos reconocer.

Yo no valgo, decimos acobardados, yo no soy capaz, algunas veces preferimos hundirnos antes que intentar nadar que a fuerza de hacerlo terminaríamos aprendiendo. Aquellas dos moscas que cayeron en un vaso de leche, ¡me ahogo!, pensaron quizás, y una se dejó hundir porque no veía en la orilla a donde agarrarse o por donde salir, pero la otra, sin embargo, comenzó a mover sus patitas intentando nadar, no cejó en el empeño, insistió dando vueltas y vueltas hasta que pronto sintió que bajo sus patitas había algo sólido que parecía crecer y en lo que podía apoyarse, batiendo sus patitas había hecho una bola de mantequilla con la grasa de la leche y al final se salvó.

Tenemos que aprender, tenemos que no cejar en nuestro empeño e insistir, tenemos que aprender a buscar salidas que podemos encontrar, no nos podemos quedar quietos y encerrados; detrás de cualquier obstáculo que nos encontremos puede haber un respiradero, una salida, un rayo de luz que despierte nuestra esperanza y haga aparecer nuestra creatividad. Es difícil, nos decimos muchas veces, esto supera mis fuerzas o mis capacidades, pero nada se ha hecho por si solo sino que ha habido alguien con empeño que ha buscado soluciones, ha abierto caminos, a despejado horizontes.

La pasividad no es buena, es algo negativo y siempre tenemos que intentar ser positivos y con optimismo pensar que podemos encontrar una salida. Ahí están nuestros valores humanos, nuestra constancia, nuestra firmeza, nuestro creer en nosotros mismos, la fortaleza de espíritu, la capacidad de iniciativa que todos tenemos escondida dentro de nosotros; hay que buscar el resorte que le haga saltar.

Y esto en todos los aspectos de la vida; vendrán momentos difíciles pero en nuestras manos siempre hay algún talento que podemos desarrollar; serán muchos o serán pocos, no importa, lo importante es que creamos que podemos negociarlos, que podemos sacar un provecho, un fruto de eso que tenemos.

Son los momentos difíciles que vivimos actualmente que si tenemos que estar encerrados en previsión de posibles contagios del virus, sin embargo nuestro espíritu no lo podemos encerrar, podemos soñar y podemos imaginar, podemos tener creatividad y tener inventiva, podemos aprender lecciones como revisar actitudes y posturas con las que hemos vivido de una forma conformista hasta ahora.

Pero tenemos que salir de nuestro conformismo, despertar de la pasividad, quitar los miedos, creer que en verdad un día encontraremos una luz. No podemos quedarnos pasivamente a que otros nos abran caminos, nos den soluciones o nos resuelvan las cosas; cada uno tiene su parte, y tú y yo tenemos también nuestra parte y nuestra responsabilidad.

Creo que es lo que nos quiere decir Jesús con la parábola que nos propone. Aquel hombre que repartió los talentos entre sus servidores esperando encontrar un fruto y un rendimiento a la vuelta. Unos supieron negociarlos, otros lo enterró y no se obtuvo ningún beneficio, es más, él mismo perdió aquel talento que se le había confiado. Había tenido miedo, como nosotros tantas veces que nos acobardamos. No nos quiere el Señor pasivos. Ha puesto el mundo en nuestras manos y en nuestras manos está el que podamos hacerlo mejor. No nos podemos sentir abrumados por los problemas, por la inmensidad del trabajo, o por el mundo contrario que nos podamos encontrar.

Es lo que nos sucede con nuestra fe, ese tesoro que ha sembrado Dios en nuestro corazón. Y hemos reconocer que estamos en una generación de cristianos pasivos, que nos encerramos, que huimos, que enterramos nuestros valores y nuestros principios. Pero ese Reino de Dios tenemos que construirlo, está en nuestra manos.

Nos cuesta dejarnos renovar para salir de nuestra pasividad y de nuestro miedo; vivimos en una actitud muy conformista simplemente de dejar hacer, pero sin comprometernos; nos contentamos con nuestros cumplimientos como si solo fuera suficiente el que enterremos el talento para que no se nos pierda. Tenemos que despertar y es en momentos como los que vivimos donde tiene que resplandecer esa fe que decimos anima nuestra vida para anime también a nuestro mundo.


Ahora incluso, que por la situación actual nos vemos muy mermados en nuestras actividades pastorales, tendríamos que saber encontrar caminos, medios, formas para seguir haciendo ese anuncio que ahora quizá con más razón nuestro mundo necesita cuando nos encontramos tantos desesperanzados de la vida. Y nosotros tenemos que ser luz de esperanza para nuestro mundo, sembrar un optimismo de la vida que nace de nuestra fe.

No sabemos, quizás, como hacerlo, pero es el momento de reflexionar, de abrirnos al espíritu del Señor que nos inspire nuevos caminos y nuevos campos. Pero tenemos que seguir siendo esa luz del mundo, esa sal de la tierra. No perdamos ese resplandor ni ese sabor que tenemos que transmitir a los demás.