Seamos
signos de que pasa Jesús Nazareno en los caminos de dolor de la vida y seamos
capaces de escuchar el clamor de los que sufren
Apocalipsis 1, 1-4; 2, 1-5ª; Sal 1; Lucas
18, 35-43
‘Pasa el Nazareno’ fue la respuesta a su pregunta. Aquella afluencia de
gente en la entrada o en la salida de la ciudad no era habitual; de cuando en
cuando grupos de galileos que preferían el camino del valle del Jordán
atravesaban Jericó para desde allí subir a la ciudad santa sin tener que pasar
por la tierra de los samaritanos, conocida su rivalidad. Ahora el tumulto que
se escuchaba era distinto y pregunta. No ve, pero sabe que eran muchos y
aquello era algo especial.
Había oído hablar del profeta de
Nazaret que en alguna ocasión ya había atravesado la ciudad y se contaba algún
acontecimiento especial. Por eso grita con fuerza ‘Jesús, hijo de David, ten
compasión de mí’. Quieren hacerlo callar; quizá molestaba a los que querían
escuchar las palabras de Jesús, pero él insiste más fuerte. No quiere que Jesús
pase de largo. Era su oportunidad; en aquella ocasión no pensaba quizá en las
limosnas que pudiera alcanzar de los acompañantes, que ahora en principio
parecía que estaban en su contra, pero vislumbraba que algo especial podía
suceder dada la fama que el profeta de Nazaret había adquirido y conocidos eran
sus milagros.
Jesús no pasa de largo, como hacemos
nosotros tantas veces; ni da el rodeo de aquel sacerdote y aquel levita de
Jerusalén precisamente en ese mismo camino entre Jericó y Jerusalén. Jesús se
detiene y lo manda llamar. ‘El maestro te llama’ y de un salto se postra
a los pies de Jesús. ¿Qué podía hacer Jesús por él? ‘Que vuelva a ver’ eran
sus deseos. La ceguera era señal segura de pobreza y de miseria, de vivir en la
dependencia para siempre de lo que los otros buenamente pudieran dar, porque en
su casa no podía entrar ningún jornal, siendo ciego como era y en aquella época
los servicios sociales eran escasos.
Es tan poco lo que le está pidiendo a Jesús
pero al mismo tiempo tan importante. No pedía riquezas ni poder ocupar primeros
puestos en su reino, como desearían algunos de los discípulos cercanos a Jesús;
no quería que solucionara los problemas que podrían preséntarsele con los demás,
sino solamente recobrar la dignidad perdida. Sí, recobrar la vista era como
recobrar la dignidad, porque ya entonces podría valerse por sí mismo. Podría
trabajar, podría ganarse su sustento, no significaba salir de la pobreza total,
pero sí al menos recobrar su dignidad para poder trabajar dignamente.
¿Qué pedimos nosotros o qué ofrecemos
nosotros cuando nos encontramos con alguien en la miseria de su vida? Tendría
que hacernos pensar el pensamiento de aquel hombre, como tendría que hacernos
pensar la actitud y la postura de Jesús. Se ha detenido al borde del camino
donde hay alguien malherido de la vida en su ceguera; pero además Jesús pide la
colaboración de los demás, de aquellos incluso que antes querían impedirle que
gritara desde su pobreza. Y también las actitudes de aquellas personas
cambiaron, porque ahora lo ayudaron a llegar hasta Jesús. ‘El Maestro te
llama’, y lo conducen hasta Jesús que allí está esperando la llegada de
aquel hombre. ¿Algo así haremos nosotros también con el que vemos caído en el
camino? ¿Seremos obstáculo de acercamiento a Jesús o tenderemos nuestra mano
para ayudarle a encontrarse con Jesús y una nueva vida?
Claro que Jesús le hizo recobrar la
vista, le devolvió su dignidad; aquel hombre se sintió engrandecido y con
saltos de alegría alababa a Dios y quería seguir con Jesús. Lo que había
recibido le impulsaba a algo distinto en la vida, no podía quedarse al borde
del camino, tenía que ponerse también en camino, primero al encuentro con Jesús
en su actitud de acción de gracias, siempre a Dios para alabarle por sus beneficios
y seguro que ahora su encuentro con los demás, con los suyos o con sus
convecinos sería totalmente distinto. Su vida era ya para siempre una alabanza
al Señor.
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