Hay
un talento que no podemos enterrar y que ahora nuestro mundo necesita más por
la situación que vivimos, la esperanza y el optimismo de la fe
Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31; Sal 127;
1Tesalonicenses 5, 1-6; Mateo 25, 14-30
‘Nadie es capaz de saber quién es y
de lo que es capaz hasta que no se mide con la realidad, entregándose al bien a
través del ejercicio de sus cualidades y habilidades’. Un buen pensamiento que nos da inicio al comentario
al evangelio de hoy y que me he permitido tomar de un comentarista de textos evangélicos.
Cuando nos aprietan sacamos a flote
todos los recursos que tenemos e ingeniosamente somos capaces de ponerlos a
juego; es el momento, sí, de descubrir nuestro valor en la dificultad y cuando
tenemos todas las cosas en contra. Pero también sabemos que para algunos es el
momento de achicarse, de acobardarse, de esconderse o de huir tirando la
toalla, lo que decimos comúnmente es una cobardía, o decimos el poco valor que
tenemos. Pero sucede, nos sucede, más de lo que imaginamos o queremos
reconocer.
Yo no valgo, decimos acobardados, yo no
soy capaz, algunas veces preferimos hundirnos antes que intentar nadar que a
fuerza de hacerlo terminaríamos aprendiendo. Aquellas dos moscas que cayeron en
un vaso de leche, ¡me ahogo!, pensaron quizás, y una se dejó hundir porque no veía
en la orilla a donde agarrarse o por donde salir, pero la otra, sin embargo,
comenzó a mover sus patitas intentando nadar, no cejó en el empeño, insistió
dando vueltas y vueltas hasta que pronto sintió que bajo sus patitas había algo
sólido que parecía crecer y en lo que podía apoyarse, batiendo sus patitas
había hecho una bola de mantequilla con la grasa de la leche y al final se
salvó.
Tenemos que aprender, tenemos que no
cejar en nuestro empeño e insistir, tenemos que aprender a buscar salidas que
podemos encontrar, no nos podemos quedar quietos y encerrados; detrás de
cualquier obstáculo que nos encontremos puede haber un respiradero, una salida,
un rayo de luz que despierte nuestra esperanza y haga aparecer nuestra
creatividad. Es difícil, nos decimos muchas veces, esto supera mis fuerzas o
mis capacidades, pero nada se ha hecho por si solo sino que ha habido alguien
con empeño que ha buscado soluciones, ha abierto caminos, a despejado
horizontes.
La pasividad no es buena, es algo
negativo y siempre tenemos que intentar ser positivos y con optimismo pensar
que podemos encontrar una salida. Ahí están nuestros valores humanos, nuestra
constancia, nuestra firmeza, nuestro creer en nosotros mismos, la fortaleza de
espíritu, la capacidad de iniciativa que todos tenemos escondida dentro de
nosotros; hay que buscar el resorte que le haga saltar.
Y esto en todos los aspectos de la
vida; vendrán momentos difíciles pero en nuestras manos siempre hay algún
talento que podemos desarrollar; serán muchos o serán pocos, no importa, lo
importante es que creamos que podemos negociarlos, que podemos sacar un
provecho, un fruto de eso que tenemos.
Son los momentos difíciles que vivimos
actualmente que si tenemos que estar encerrados en previsión de posibles
contagios del virus, sin embargo nuestro espíritu no lo podemos encerrar,
podemos soñar y podemos imaginar, podemos tener creatividad y tener inventiva,
podemos aprender lecciones como revisar actitudes y posturas con las que hemos
vivido de una forma conformista hasta ahora.
Pero tenemos que salir de nuestro
conformismo, despertar de la pasividad, quitar los miedos, creer que en verdad
un día encontraremos una luz. No podemos quedarnos pasivamente a que otros nos
abran caminos, nos den soluciones o nos resuelvan las cosas; cada uno tiene su
parte, y tú y yo tenemos también nuestra parte y nuestra responsabilidad.
Creo que es lo que nos quiere decir Jesús
con la parábola que nos propone. Aquel hombre que repartió los talentos entre
sus servidores esperando encontrar un fruto y un rendimiento a la vuelta. Unos
supieron negociarlos, otros lo enterró y no se obtuvo ningún beneficio, es más,
él mismo perdió aquel talento que se le había confiado. Había tenido miedo,
como nosotros tantas veces que nos acobardamos. No nos quiere el Señor pasivos.
Ha puesto el mundo en nuestras manos y en nuestras manos está el que podamos
hacerlo mejor. No nos podemos sentir abrumados por los problemas, por la
inmensidad del trabajo, o por el mundo contrario que nos podamos encontrar.
Es lo que nos sucede con nuestra fe,
ese tesoro que ha sembrado Dios en nuestro corazón. Y hemos reconocer que
estamos en una generación de cristianos pasivos, que nos encerramos, que
huimos, que enterramos nuestros valores y nuestros principios. Pero ese Reino
de Dios tenemos que construirlo, está en nuestra manos.
Nos cuesta dejarnos renovar para salir
de nuestra pasividad y de nuestro miedo; vivimos en una actitud muy conformista
simplemente de dejar hacer, pero sin comprometernos; nos contentamos con
nuestros cumplimientos como si solo fuera suficiente el que enterremos el
talento para que no se nos pierda. Tenemos que despertar y es en momentos como
los que vivimos donde tiene que resplandecer esa fe que decimos anima nuestra
vida para anime también a nuestro mundo.
Ahora incluso, que por la situación actual nos vemos muy mermados en nuestras actividades pastorales, tendríamos que saber encontrar caminos, medios, formas para seguir haciendo ese anuncio que ahora quizá con más razón nuestro mundo necesita cuando nos encontramos tantos desesperanzados de la vida. Y nosotros tenemos que ser luz de esperanza para nuestro mundo, sembrar un optimismo de la vida que nace de nuestra fe.
No sabemos, quizás, como hacerlo, pero
es el momento de reflexionar, de abrirnos al espíritu del Señor que nos inspire
nuevos caminos y nuevos campos. Pero tenemos que seguir siendo esa luz del
mundo, esa sal de la tierra. No perdamos ese resplandor ni ese sabor que
tenemos que transmitir a los demás.
Gracias
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