No
podemos quedarnos anestesiados en las nubes de nuestros inciensos mientras no
salgamos con arrojo y valentía a hacer el anuncio del evangelio
Hechos 16, 1-10; Sal 99; Juan 15, 18-21
Me vino a la mente un episodio del
Quijote, nuestra obra cumbre de la literatura española, en la que se nos narra
que mientras don Quijote y Sancho cabalgaban por aquellos pueblos de la Mancha
en sus cabalgaduras, los perros les salían al paso ladrándoles; resultaba
incomodo y allá Sancho trataba de espantarlos para que se apartaran del camino
pero sobre todo para no sentirse herido en sus oídos por los ladridos de los
perros; a lo que don Quijote le decía que los dejaran, porque si ladran es
que cabalgamos. Se hubieran quedado resguardados en la posada sin echarse a
los caminos y no hubieran sufrido los ladridos de los perros.
Nos pasa así. Algunas veces queremos
quedarnos al abrigo de nuestros nidos calientes, antes que lanzarnos al camino
lleno de peligros y donde tenemos que sufrir todo tipo de inclemencias. El que
tiene algo que hacer, no se puede quedar resguardado en su casa por el mal
tiempo que haya sino que tiene que aventurarse a salir enfrentándose a esas
inclemencias.
Pero no quiero hablar aquí de
inclemencias metereológicas sino más bien de esa contraposición que nos vamos a
encontrar los cristianos cuando nos lanzamos al mundo con el mensaje del
evangelio. Nos gustaría quedarnos quizá enfervorizados y envueltos en el
perfume de los inciensos en nuestros templos en bonitas celebraciones, antes
que enfrentarnos a la tarea del anuncio del evangelio en el mundo. Es que nos
vamos a encontrar un mundo difícil, pensamos, un mundo adverso que no quiere
recibir ese mensaje, y buscamos refugio en lo cómodo, donde no encontremos
oposición, donde solo recibamos los halagos de los que son fieles de siempre.
Pero la luz no se puede ocultar debajo
de un celemín, tenemos que ponerla en alto, en el lugar donde pueda iluminar
aunque tenga que sufrir los embates de un mundo que dice no necesitar de esa
luz, que tratará de apagarla y diluirla, incluso de manipularla. Es la tarea
que nos espera y Jesús no nos dice que sea fácil, porque ya nos anuncia que si
El sufrió rechazo y persecución el discípulo no es mejor que su maestro y con
ese rechazo también tenemos que contar.
Ya Jesús nos promete su presencia y la
fuerza de su Espíritu, que nos iluminará y nos dará fuerzas, que pondrá
palabras en nuestros labios y fuerza en el corazón. Nos olvidamos a veces los
cristianos de este anuncio y de esta promesa de Jesús. Cuando nos encontramos
con la dificultad, con la oposición y el rechazo nos sentimos hundidos y
derrotados. Pero si ladran es que cabalgamos, como decía el Quijote. Sí
hay ese rechazo es porque nuestro testimonio les está hiriendo, porque la luz
que presentamos les hace ver la realidad de su error, porque el anuncio de
evangelio que hacemos está pidiendo una transformación del corazón que no se
está dispuesto a realizar.
Quitamos de en medio los testigos y nos
parece que podemos vivir tranquilos. Así piensa nuestro mundo aunque tenga
muchas otras formas sibilinas de expresarlo. Pero nosotros no hemos de temer,
con valentía tenemos que seguir presentando el mensaje del evangelio que es el
que en verdad va a transformar nuestro mundo.
Cuidado nosotros no andemos reculando y
buscando refugios. Nuestra presencia tiene que ser combativa, tenemos que
arriesgarnos a salir al encuentro de ese mundo que nos rodea y que está
necesitando esa luz. Cuidado no nos refugiemos en nuestros nidos de
tranquilidad, porque hacemos en año nuestros templos unas celebraciones muy
enfervorizadas. Pero cuidado no sean un humo que se diluye en lugar de una luz
que provoque y un fuego que nos queme por dentro. Seguramente queremos
quedarnos tranquilitos ahí donde no nos van a ladrar.
Tengo que decirlo, porque es algo que
de alguna manera estoy palpando y me inquieta por dentro. Muchos están
queriendo volver a unos tradicionalismos que con el concilio Vaticano II
habíamos superado, nos estamos quedando en demasiadas novenas en nuestras
iglesias por decir algo y de alguna forma que englobe muchas cosas que estamos
rescatando. Muchos monaguillos muy bien envueltos en sus ropajes con muchos
ritualismos que nos pueden distraer del auténtico mensaje del evangelio que no
terminamos de anunciar.
¿De dónde estamos arrancando con arrojo
y valentía para llevar la Buena Nueva a los pobres de nuestro mundo, para
liberar a todos los oprimidos y proclamar de forma auténtica el año de gracia
del Señor? ¿Estará en verdad llegando la Iglesia al mundo real que nos rodea?