Repasemos
nuestra vida y veremos de cuantas maneras se ha manifestado el amor de Dios, ha
tocado la fibra de nuestro corazón con su amor, somos sus amigos
Hechos 15, 22-31; Sal 56; Juan 15, 12-17
Hay cosas que nos llegan al alma.
Agradecemos y valoramos a los demás y lo que los otros hacen por ti, somos
capaces de admirar las cosas buenas que vemos en los demás, mantenemos una
relación amistosa y de respeto con los que nos vamos encontrando en la vida o
tenemos que hacer algún tipo de convivencia, pero hay momentos en que suena una
palabra en nuestros oídos que rebota con un gozo inmenso en el corazón. ‘Tú
eres mi amigo, te considero un amigo del alma’, escuchamos de alguien por
quien sentimos cierto aprecio pero cuando escuchamos de sus labios una palabra
así es algo que nos llega al alma.
Ya sé que utilizamos la palabra amigo
de forma muy genérica; ¿qué quiero decir? A todos llamamos amigos, simplemente
por el hecho de que nos conocemos, tenemos que compartir, por ejemplo, unas
relaciones de trabajo, o viven en una cierta cercanía de nuestra vida, ya los
llamamos amigos. Pero aún así, sabemos distinguir, esos que de una forma genérica,
como decíamos, llamamos amigos, de aquellos por los que sentimos algo más,
cuyas palabras nos suenan a música en el alma, por quienes tenemos un verdadero
y hondo aprecio, en quienes nos confiamos totalmente y de la misma manera ellos
confían en nosotros, a quien no guardamos un secreto porque siempre sabemos que
podemos contar con ellos. Son, como comenzábamos diciendo, los que nos llegan
al alma.
Pues hoy esa palabra la escuchamos en
labios de Jesús y refiriéndose a nosotros. ‘A vosotros os llamo amigos…’
nos dice Jesús como les decía a los discípulos en la noche de la última cena.
Aquella noche se había desbordado el corazón de Cristo. Los signos y señales se
habían multiplicado desde el momento que comenzaron la cena, con el gesto de
lavarles los pies. ‘Si no te lavo no tienes parte conmigo’, le había dicho
a Pedro a consecuencia de sus reticencias. Jesús quería que tuvieran parte con
El. Y les había dejado un signo nuevo de su presencia y de su pascua, en el pan
y vino que les había repartido que era para ellos ya para siempre el cuerpo
entregado y la sangre derramada en el cáliz de la nueva Alianza.
Pero en las palabras que les había ido
diciendo en aquella noche se había ido derramando toda su ternura y su amor. Por
eso les pide que lo que tienen ahora que hacer es amar con un amor como el que
El les tiene. ‘Amaos, como yo os he amado’, les dice. Y es que ‘sois
mis amigos si hacéis lo que yo os mando’. Necesariamente sintiendo cómo se
ha derramado el amor de Dios en nosotros no podemos menos que amar de la misma
manera. Si nos sentimos así amados por Jesús, que nos llama amigos, es el amor
que nosotros también hemos de vivir. Es su mandamiento.
Jesús nos está tocando el corazón con
su amor. Se ha entregado por nosotros en la mayor prueba de amor que se nos
pueda ofrecer. Es su entrega hasta la muerte y la muerte en cruz, pero es la
entrega que le vemos realizar cada día con su cercanía, con su presencia, con
sus múltiples gestos de amor. Recorramos las páginas del evangelio y estaremos
contemplando esa entrega de Jesús.
Repasemos nuestra vida con ojos de fe y
veremos de cuantas maneras se ha manifestado el amor de Dios en nuestra vida,
ha tocado la fibra de nuestro corazón con su amor, por eso nos llama amigos. Es
el día a día de nuestra vida tocado por el amor de Dios que nos ha mantenido en
pie, que nos ha mantenido en la lucha cuando nos parecía que estábamos
vencidos, que nos ha hecho superarnos en tantas cosas cuando nos parecía que no
éramos capaces, que nos ha hecho sentir de nuevo la luz cuando tantas sombras
nos iban envolviendo, que ha mantenido la paz en nuestro corazón a pesar de las
turbulencias por las que hemos pasado. Tenemos tanto que agradecer al amor de
Dios, que no nos queda otra que responder con un amor igual.
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