Conviene que uno muera por el pueblo
Ez. 37, 21-28
Sal. 31
Jn. 11, 45-56
Hermosa profecía la de Ezequiel para escucharla en vísperas de entrar en la semana de pasión que nos conduce a la celebración de la Pascua.
Nos habla el profeta de cómo Dios va a ‘recoger a los israelitas, de las naciones a las que se marcharon… a congregarlos de todas partes…’
Quiere hacer de ellos un solo pueblo, un nuevo pueblo, un pueblo purificado y consagrado; un pueblo que caminará según sus mandatos. ‘Los haré un solo pueblo en su tierra…no volverán a profanarse con sus abominables idolatrías y sus crímenes… los purificaré… caminarán según mis mandatos; guardarán y cumplirán mis preceptos…’
Pueblo con el que quiere hacer una alianza de paz, alianza eterna para siempre; pueblo en el que quiere morar el Señor. ‘Haré con ellos una alianza de paz, alianza eterna pactaré con ellos… y pondré mi santuario entre ellos… y sabrán que yo soy el Señor el que consagra a Israel… ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios…’
¿Cómo va a ser posible todo esto? Creo que entendemos el mensaje y sabemos que la respuesta está en Jesús el que derramó su sangre por nosotros; el que, como diría san Pablo, vino a derruir el muro que nos separaba, el odio, para hacernos un pueblo nuevo.
En el Evangelio hoy proclamado hemos escuchado que el Sumo Sacerdote, Caifás, profetizó aún sin saberlo sobre el sentido de la muerte de la muerte de Jesús, como el propio evangelista apunta. ‘Esto no lo dijo por propio impulso sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente anunciando que Jesús iba a morir por la nación y no sólo por la nación , sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos’.
Se habían reunido porque la cosa se les iba de la mano. Después de la resurrección de Lázaro mucha gente comienza a creer en Jesús. Por eso ‘los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron el Sanedrín… ¿qué estamos haciendo? Este hombre hace muchos milagros. Si lo dejamos seguir todos creerán en El y vendrán los romanos y nos destruirán este lugar santo y la nación…’
Es entonces cuando dice el Sumo Sacerdote: ‘Vosotros no entendéis ni palabra: no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo y que no perezca la nación entera’.
Cristo murió por el pueblo, Cristo murió por nosotros, para que no pereciéramos en nuestra muerte y nuestro pecado. Es la sangre de Cristo la que nos purifica y nos consagrada; la que nos reúne y nos hace un solo pueblo. Lo anunciado por el profeta.
Es lo que vamos a celebrar y a vivir. Es el misterio de amor de la muerte y resurrección del Señor, el misterio de la Pascua, de la Nueva Pascua, la eterna, la definitiva, para siempre.
Preparémonos para vivirla con toda intensidad.
Vistas de página en total
sábado, 4 de abril de 2009
Conviene que uno muera por el pueblo
Etiquetas:
Ezequiel,
pascua,
profecía,
profeta,
sumo sacerdote
viernes, 3 de abril de 2009
El profeta, Cristo y nosotros en el camino de la Pascua
Jer. 20, 10-13
Sal.17
Jn. 10, 31-42
Sal.17
Jn. 10, 31-42
La Palabra que hoy se nos ha proclamado nos vale para mirar la vida del profeta, desde él mirar la vida de Jesús, y terminar contemplando también nuestra vida.
El profeta no sólo anuncia palabras proféticas, sino que su misma vida es un signo y una profecía. Así lo vemos en Cristo y así tiene que ser también nuestra propia vida.
La situación en la que se encuentra el profeta Jeremías en la descripción que nos hace el texto proclamado es bastante dura y difícil por la oposición y hasta persecución que encuentra a su alrededor. Oposición y persecución que incluso le llega de los más cercanos como pueden ser sus propios familiares y los que consideraba sus amigos.
‘Oía el cuchicheo de la gente… mis amigos acechaban mi traspiés. A ver si se deja seducir y lo violaremos, lo cogeremos y nos vengaremos de él…’
Son momentos de infidelidad a la Alianza, de destrucción para el propio pueblo que llega hasta a perder en cierto modo su propia identidad, de desorientación sin saber a quien acudir y quien pueda defenderlos.
Lo que el profeta anuncia, su misma vida que se convierte en un signo para sus coetáneos – es el profeta que no sólo habla con palabras sino que además realiza gestos y signos muy significativos de lo que va a suceder – no era aceptado por el conjunto del pueblo o por sus dirigentes. Por eso tendrá momentos difíciles de cárceles, cepos, hambre y sed cuando le introducen incluso en una piscina seca para dejarlo allí morir.
Pero el profeta se siente seguro y quiere ser fiel a la misión que le ha encomendado el Señor desde el seno de su madre, como dice él. ‘El Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo… Señor de los ejércitos, que examinas al justo y sondeas lo íntimo del corazón, a ti encomiendo mi causa… cantad al Señor que libra la vida del pobre de la mano de los impíos…’
Lo que vemos en el profeta es profecía de Cristo, es profecía mesiánica. En el evangelio de hoy vemos cómo se van enconando los posturas de los judíos contra Jesús que quieren de todas maneras quitarlo de en medio. Quieren apedrearle o quieren detenerlo, como hoy hemos escuchado. ‘Los judíos cogieron piedras para apedrear a Jesús… intentaron de nuevo detenerlo, pero se les escabulló de sus manos…’ No ha llegado aún la hora para Cristo.
Las palabras y los hechos de Cristo son signos verdaderos de la salvación que nos ofrece Jesús. Lo que ahora estamos viendo ya en la cercanía de la semana de la pasión y del triduo pascual es anticipo de todo lo que va a suceder.
Hay unos que le rechazan y lo llevarán hasta la cruz, mientras que el evangelista nos habla también de que muchos comienzan a creer en Jesús. Es el signo de contradicción que es Cristo para el mundo, como había anunciado proféticamente el anciano Simeón.
Cristo camina hacia la Pascua, pero nos está señalando también nuestro camino. Nuestra vida, como la del profeta, nuestras palabras, gestos y actitudes, nuestros actos y todo lo que hacemos y vivimos también tiene que ser un signo profético en medio del mundo que nos rodea. Como Cristo, signo de contradicción. Nos rechazarán o nos aceptarán.
No temamos el rechazo. Jesús nos lo anuncia pero El lo pasó para que hubiera pascua. Así tenemos que vivir nosotros intensamente la Pascua. Y no hay pascua sin pasión y muerte. Nos costará y dolerá el testimonio pero tenemos que darlo con gallardía. Sabemos quién es nuestra fuerza. Tenemos con nosotros el Espíritu de Jesús.
Etiquetas:
jeremías,
pascua,
persecuciones,
profecía,
signos
jueves, 2 de abril de 2009
Guardar su Palabra para tener vida para siempre
Gén. 7, 3-9
Sal. 104
Jn. 8, 51-59
Sal. 104
Jn. 8, 51-59
‘Os aseguro: quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre’. No entendían los judíos las palabras de Jesús, lo que provocaría la discusión que sigue en la que rechazan a Jesús.
‘Abrahán murió, los profetas también, ¿y tú dices que quien guarde mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre? ¿eres tú más que nuestro padre Abrahán, que murió? También los profetas murieron, ¿por quién te tienes?’
Vislumbraban que Jesús hablaba de vida eterna, de que hablaba de un vivir para siempre porque El tiene esa vida eterna y la da a quien cree en El. Contemplar a Jesús como quien tiene esa vida eterna, en una palabra, que es Dios, les costaba entenderlo.
Todos ansiamos la vida, queremos vivir, nos rebelamos contra la muerte. Pero ¿en qué vida pensamos? ¿de qué vida estamos hablando?
Es cierto que esta vida humana que tenemos es bella y que además tenemos que cuidarla como un don de Dios que es. ¿De dónde nos viene la vida sino de Dios? ¿Quién nos ha creado y nos ha dado la vida sino Dios? La protegemos, la cuidamos, la defendemos en nosotros y en los demás. Tenemos que decir incluso que Dios nos enseña a amar la vida. Toda vida. Y no hemos de temer vernos implicados en las campañas que sea para defender toda vida humana desde el primer momento de su comenzar a existir. Pero no podemos perder la perspectiva de su trascendencia, de lo importante que es la vida.
Pero Jesús hoy nos está hablando no solo de esa vida humana; nos está hablando de kla vida divina de la que El ha querido hacernos partícipes por nuestra fe en El. Una vida que tiene perspectiva de eternidad, sobrenatural; una vida divina que nos lleva a Dios y que nos llena de Dios. Habla Jesús de un vivir para siempre, de una vida eterna.
Don y regalo de Dios que en Cristo nos hace partícipes de su vida divina. La llamamos también gracia porque es un don gratuito que Dios nos ha hecho. Si nuestra vida humana, como decíamos, es hermosa y ya la vemos como un don que Dios nos ha regalado cuando nos ha creado, de esta vida divina de la gracia aún tenemos que verla como un don más precioso. Hemos dicho que es un don sobrenatural.
Cuando por nuestro pecado nos habíamos apartado de Dios, nos envía a Jesús que no sólo nos redime y nos perdona, sino que aún más nos enriquece con su gracia, con su vida divina para hacernos hijos de Dios. Es algo que no terminamos de considerar lo suficiente. Algo que sobrepasa todas nuestras categorías humanas. Algo que sería inimaginable para ningún ser humano: hacernos partícipes de la vida divina que nos hace hijos de Dios. Nada merecíamos sino el castigo por nuestro pecado, pero el Seños nos regala con el don nuevo y sobrenatural de la gracia, de la vida divina.
¿Qué necesitamos hacer nosotros? Creer en Jesús, creer en su Palabra, guardar su Palabra y veremos como El nos regala esa vida que dura para siempre. Por la fe nos unimos a Cristo. Sin la fe no lograríamos entenderlo. Creemos en Jesús y nos unimos a El. Creemos en Jesús y nos llenamos de su vida.
Ahora bien, también tenemos que cuidar, proteger, defender esa vida divina de la gracia. Que guardemos su palabra para que no sepamos lo que es morir para siempre. Cuidar, proteger y defender esa fe que tenemos en Cristo. Que crezca así nuestra fe.
Etiquetas:
fe,
gracia,
hijos de Dios,
palabra,
vida eterna
miércoles, 1 de abril de 2009
Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres
Daniel, 3, 14-20.91-92.95
Sal. Dan. 3, 52-56
Jn. 8, 31-42
Sal. Dan. 3, 52-56
Jn. 8, 31-42
‘Si os mantenéis en mi palabra seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad y la verdad os hará libres’. Con lo que Jesús les había ido manifestando algunos comenzaron a creer en El. Jesús les anima a mantenerse firmes en su fe y en su seguimiento. Así serán de verdad sus discípulos. No es sólo decir que creemos en Jesús sino ponernos en su camino. Un camino, como nos dice hoy Jesús, que nos lleva a la libertad verdadera.
Cristo es la verdad. Así se los manifestaría Jesús cuando le preguntan por el camino para seguirle y para llegar hasta el Padre. En una ocasión, fue en la última cena cuando Jesús les hablaba de despedidas, le preguntaban. ‘No sabemos a donde vas, ¿cómo podemos saber el camino?’ A lo que Jesús les respondió: ‘Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí’.
Pues, Cristo es la única verdad del hombre, el único que nos da un sentido a la vida, el que nos traza el camino verdadero. Si nos decimos sus discípulos es porque le seguimos, en El hemos encontrado esa verdad y ese camino que nos conduce a la plenitud.
Conociendo la verdad de Dios que es Cristo – El es quien nos revela todo el misterio de Dios y todo el misterio y sentido del hombre -, conociendo a Cristo alcanzaremos el verdadero sentido de la vida, y cuando lleguemos a vivirlo alcanzaremos la libertad verdadera. De eso nos está hablando Jesús hoy. El no nos quiere esclavos.
El espíritu del mal no nos revela la verdad sino la mentira. El diablo es el padre de la mentira. Si nos dejamos arrastrar por el camino del mal, caeremos en peor de la esclavitudes.
Pensamos que somos más libres si seguimos el camino de nuestros caprichos. Parecemos adolescentes inmaduros ansiosos de libertad que sólo nos dejamos arrastras por nuestros caprichos o deseos más primarios. Pero sin darnos cuenta caemos en la peor de las esclavitudes.
Cristo nos libera. Cristo ilumina la vida con la luz del evangelio, con la luz de la verdad. Dejarnos conducir por Cristo, dejarnos iluminar por el evangelio no nos esclaviza sino que nos da la más honda libertad. El evangelio no nos impone nada a la fuerza. El evangelio solo nos señala el camino del bien, nos traza la ruta de nuestra vida que nos lleva a la mejor y más honda felicidad.
En mi libertad he de tener la luz suficiente para escoger el camino del bien y no el camino del mal. Por eso el evangelio siempre es luz para nuestra vida. En el evangelio no hay oscurantismos, sino que todo es claridad. Así podremos caminar los mejores pasos, hacer los mejores caminos, ir por la senda de la luz y de la vida. Las tinieblas no nos llevan a la vida sino a la muerte.
Cuando escogemos el camino del mal es que estamos confundidos; es lo que quiere hacer en nosotros el espíritu del maligno; nos confunde para hacernos caer en sus redes y esclavizarnos.
Cuando amas con un amor verdadero eres más libre. Pero digo amar con un amor verdadero, liberado de egoísmos y caprichos. Cuando solo te dejas arrastras por tus caprichos, por tu egoísmo, por tu orgullo, por tu vanidad, por tus pasiones desenfrenadas, caes al final en la peor esclavitud que es la del pecado. ‘Os aseguro que quien comete pecado es esclavo’, nos ha dicho Jesús hoy.
Que Cristo nos ilumine, nos enseñe el camino, nos descubra la verdad, nos fortalezca para el bien y para el amor. Cristo nos hace libres de verdad.
Etiquetas:
camino verdad y vida,
esclavitud,
libertad,
pecado,
verdad
martes, 31 de marzo de 2009
Si no creéis que ‘yo soy’ moriréis por vuestros pecados
Núm. 21, 4-9
Sal. 101
Jn. 8, 21-30
Sal. 101
Jn. 8, 21-30
‘Ellos decían ¿Quién eres tú?’ No terminan de entender las palabras de Jesús y hacen sus interpretaciones. Cuánto les costaba entender y conocer a Jesús. Se habían hecho a una idea y cuando Jesús se les presentaba de otra manera era ya difícil entenderlo y conocerlo. No podemos acercarnos a Jesús con ideas preconcebidas.
‘Con razón os he dicho que moriréis por vuestros pecados: pues si no creéis que yo soy, moriréis por vuestros pecados…’ Jesús les habla claramente. Es necesario creer en Jesús y creer en Jesús es aceptar que viene del Padre, que es el enviado del Padre, que es el Hijo de Dios.
De alguna manera Jesús está hablando de su divinidad. Dándose a conocer en toda su profundidad. ‘Yo soy’ es la expresión hebrea del nombre innombrable de Dios. Cuando se manifiesta en el Horeb en medio de la zarza ardiendo a Moisés y éste le pide que le diga un nombre para poder decirle a los israelitas de parte de quién es enviado, Dios le dice: ‘Yo soy, esto dirás a los israelitas: Yo soy me envía a vosotros’. Y esa es la expresión que Jesús está utilizando.
Al menos podían comprender que era el Mesías Salvador. Por no creer en El, morirían por sus pecados. ‘Con razón os he dicho que moriréis por vuestros pecados; pues si no creéis que yo soy, moriréis por vuestros pecados’. Luego es el que viene a perdonar los pecados, como lo señala el Bautista, ‘Este es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.’
‘Cuando sea levantado el Hijo del Hombre sabréis que yo soy’, termina diciéndoles Jesús- Clara referencia a la serpiente de bronce levantada en el desierto por Moisés de la que nos habla la primera lectura. esa referencia directa la hace Jesús en otro momento del evangelio de Juan, cuando la visita de Nicodemo en la noche a Jesús. ‘Lo mismo que Moisés levantó la serpiente en el desierto, así será levantado el Hijo del Hombre para que todo el que cree en El no muera, sino que tenga vida eterna’. También en otro momento Jesús nos hablará de que será levantado en lo alto y todos nos sentiremos atraídos hacia El. Habla de su muerte en la Cruz y de su resurrección. Y ya hemos reflexionado diciendo que en la muerte y la resurrección de Jesús es la mayor manifestación de la gloria de Dios.
Se siente Jesús seguro en lo que hace porque no se siente solo el Padre está con El. ‘El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada’. Es el enviado del Padre y el Padre está con El. Sin embargo en la cruz pasará por la prueba de la soledad: ‘Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado’, gritará Jesús repitiendo las palabras del Salmo.
Una invitación clara y contundente a creer en Jesús para que creyendo en su nombre alcancemos la salvación, el perdón de los pecados. Todo nos va conduciendo en estos días, en la cercanía de la celebración de la pasión, muerte y resurrección del Señor a que nos reafirmemos fuertemente en nuestra fe en Jesús. Es desde esa luz de la fe y desde el sentido del amor donde contemplaremos y podremos comprender el Misterio que celebramos, el Misterio de nuestra Redención que es Misterio de fe y de amor.
Etiquetas:
conocimiento de Cristo,
pecado,
salvación,
serpiente,
vida eterna
lunes, 30 de marzo de 2009
La justicia de Dios es su misericordia
Daniel, 23, 1-9.15-17.19-30.33-62
Sal. 22
Jn. 8, 1-11
Sal. 22
Jn. 8, 1-11
La justicia de Dios es su misericordia. Así se unen en Dios la justicia y la misericordia, cosa que a los hombres tanto nos cuesta y para algunos incluso parece hasta incompatible.
El que lo hace, que lo pague, decimos tantas veces haciéndonos justicieros. El mundo que nos rodea no termina de entender la virtud de la misericordia y del perdón que nos predica Cristo y que tratamos de vivir los cristianos.
‘Dios no envió su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por El’, nos dice el Evangelio. Y es ahí donde está la misericordia justo al lado de nuestro arrepentimiento y la capacidad de perdón.
Es que quien ha ofendido al Señor, decimos, Dios tiene que condenarlo y en su justicia castigarlo. Empleamos demasiado la frase de que Dios nos castiga. Pero, pregúntate, ¿es que a ti no te gustaría que te perdonan tantos errores como vas cometiendo en la vida? O ¿es que eres de los que se creen tan justos que pueden tirar la primera piedra porque no tienes pecado?
La condena, es cierto, nos la hemos buscado nosotros – entendamos bien lo que voy a decir – cuando nos hemos apartado de Dios y vivimos en ruptura con El. Soy yo quien con mi pecado me he apartado, alejado de Dios, y en consecuencia de la vida en plenitud que El me ofrece. Claro que viviendo esa ruptura con Dios no alcanzaré a vivir esa dicha de felicidad eterna que Dios me tiene reservada. Pero he sido yo el que me he apartado, he escogido otro camino, he preferido vivir sin esa plenitud que Dios me ofrece.
Pero ahí aparece, vuelvo a decir, la misericordia de Dios que nos busca como el pastor a la oveja perdida que se marchó del redil. La misericordia del Señor viene a romper todas las barreras que los hombres ponemos con nuestro pecado y egoísmo entre unos y otros y que nos separan y distancian al mismo tiempo de Dios.
El Señor está esperando, más aún, motivando y moviéndonos con su gracia a ese paso de arrepentimiento sincero que nos lleve a la conversión, a la vuelta a Dios, a recibir el abrazo del perdón misericordioso de Dios.
Es lo que nos enseña el evangelio de hoy. Jesús está en el templo y enseñaba al pueblo. Traen a una mujer que por su pecado de adulterio está condenada; aquellos que se tienen por justos quieren que se ejecute tal condena. ‘Los letrados y los fariseos le traen una mujer una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras: ¿Tú que dices?’
Jesús espera. Jesús hace silencio. Quieren comprometerlo para poder acusarlo a El también. ‘Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo’. Pero son muchos, y no sólo aquella mujer, los que tienen que dar pasos de arrepentimiento y cambio de corazón. Pero están cegados. Jesús sólo habla para decirnos que el que sea tan justo que no tenga pecado tire la primera piedra. ‘Como insistían en preguntarle se incorporó y les dijo: El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra’. Y Jesús siguió inclinado esperando en silencio.
Todos se están enfrentando consigo mismo y con su conciencia. Se escabullen porque al final tendrán que reconocer que ninguno puede tirar la primera piedra. Viene por fin la misericordia. La justicia de Dios es misericordia. ‘¿Ninguno te ha condenado? Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más’. Ese es el actuar de Dios.
Etiquetas:
Adúltera,
fariseos,
justicia,
misericordia,
perdón
domingo, 29 de marzo de 2009
El grano de trigo que muere da mucho fruto
Jer. 31, 31-34;
Sal. 50;
Hebreos, 5, 7-9;
Jn. 12, 20-33
‘Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. Esto lo decía, nos comenta el evangelista, dando a entender la muerte de que iba a morir’.
Jesús es consciente hacia donde camina, porque su camino es el amor y la entrega. Lo fue siempre. Por eso y para eso vino al mundo. ‘Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único…’ como hemos escuchado muchas veces. Ese ha sido todo el motor de su vida. Y ese es el camino que está haciendo hacia Jerusalén. Y el amor y la entrega entrañan sacrificio.
‘Mi alma está agitada…’ nos dice hoy. Será la misma agitación y angustia que vive en Getsemaní, como nos narrarán los sinópticos. Hoy estamos leyendo el evangelio de Juan. ‘Triste está mi alma hasta la muerte…’ dirá en Getsemaní.
Hoy le hemos escuchado: ‘Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré? Padre líbrame de esta hora…’ Entonces dirá: ‘¡Abba! (Padre), tú lo puedes todo; aparta de mí este cáliz’.
Ahora exclama: ‘Si para esto he venido, para esta hora,. Padre, glorifica tu nombre’. En Getsemaní concluirá: ‘Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres’. Y dice el evangelista: ‘Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado y volveré a glorificarlo’.
¿Dónde está esa glorificación? Aunque nos pueda parecer un contrasentido, en el amor y en la entrega hasta el final. En la muerte de Cristo y en su resurrección se va a manifestar la gloria de Dios como nunca se ha manifestado. La muerte no es una derrota sino un triunfo. Es el triunfo del amor y de la vida, vencedor sobre el pecado y la muerte.
Había hablado del grano de trigo que será fecundo o infecundo dependiendo de lo que hagamos con él. El que cae en tierra, hace surgir una nueva planta, una nueva vida. El que es triturado en el molino hará blanca harina prometedora de blanco y tierno pan que nos alimenta y da vida. El que se guarda para sí, ni es enterrado ni triturado, se resecará y se anulará ni sirviendo para nada. ‘Os aseguro, nos ha dicho, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto…’
¡Cuánto tenemos que aprender para nuestra vida! Nunca queremos perder; pretendemos quedarnos siempre intactos como palmitos; nos cuesta vaciarnos ya sea de nuestro yo con sus orgullos, ya sea de aquellas cosas con las que llenamos la vida y que al final nos daremos cuenta que son inútiles. Cuántas ataduras en nuestra vida que nos esclavizan. Ponemos la felicidad en las cosas efímeras y caducas. Rehuimos el sacrificio, o el desgarro que se produce dentro de nosotros cuando tenemos que arrancarnos de nuestros apegos. Siempre andamos con disculpas sobre aquellas cosas que decimos de las que no podemos prescindir.
Pero sólo el que se vacía y se sacrifica encontrará la vida más plena; el que se desprende de esas ataduras que esclavizan será más libre y estará más abierto a la vida verdadera.
Nos ha dicho Jesús: ‘El que se ama a si mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna’.
No es fácil que se entienda hoy este mensaje. El espíritu con que vive el mundo – y nosotros no somos tan ajenos ni estamos tan lejanos de este espíritu mundano – sólo quiere satisfacciones prontas y fáciles, busca en todo momento la vanagloria del prestigio, del poder o de la fama. Cómo se rehuye el sacrificio. Cuánto nos cuesta el esfuerzo.
Pero, ¿de que te vale ganar el mundo entero, todas las glorias del mundo y sus vanidades, si se pierde la vida verdadera, la mejor plenitud y el gozo y la felicidad más profunda y duradera? Es lo que en nuestras prisas no sabemos apreciar.
Seguimos a Jesús porque creemos en El. Pero no olvidemos que seguir el camino de Jesús es seguir el camino de la Cruz. Pero no miremos la cruz solamente por lo que tenemos que dejar, sino que miremos lo que en verdad ganamos para nosotros mismos y para los demás. Pensemos en la cruz como camino de entrega y de amor. Como lo fue para Jesús. Amor y entrega hasta el final. Vaciémonos de cuanto nos estorba y esclaviza para que podamos en verdad llenarnos de la vida y de la gracia que Cristo nos ofrece.
Estamos iniciando ya la última semana de la Cuaresma que desembocará en la semana de la pasión para concluir con el triduo pascual de la muerte y resurrección del Señor. Vamos a celebrar la Alianza Nueva y Eterna en la sangre derramada de Cristo. Esa Alianza que anunciaba el profeta que iba a ser inscrita no en piedra sino en nuestros corazones. Donde sentiremos de verdad que el Señor es nuestro único Dios pero que nosotros tenemos que ser en verdad también su pueblo, el pueblo de la Nueva Alianza.
Vamos a descubrir y a conocer de verdad al Señor, su rostro misericordioso, porque el va a perdonar nuestros pecados y olvidar para siempre nuestras culpas. Como nos decía el profeta, ‘todos me conocerán desde el pequeño al grande cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados’.
‘Oh Dios, crea en mí un corazón puro’, pedimos con el salmista. Que sintamos en verdad la alegría de su salvación porque Cristo, obedeciendo, ‘se convirtió para nosotros en autor de salvación eterna’
Etiquetas:
amor,
cruz,
getsemani,
grano de trigo,
nueva alianza
Suscribirse a:
Entradas (Atom)