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sábado, 10 de marzo de 2012


Un retrato maravilloso del rostro amoroso de Dios

Miq. 7, 14-15.18-20; Sal. 102; Lc. 15, 1-3.11-32
‘¿Qué Dios hay como tú, que perdonas el pecado y absuelves la culpa del resto de tu heredad?’, se preguntaba el profeta Miqueas. Y como una respuesta hemos ido repitiendo con el salmo ‘El Señor es compasivo y misericordioso… El perdona todas tus culpas… no nos trata como merecen nuestros pecados…’
Todo hoy es un retrato, ¡y qué retrato! del rostro misericordioso y lleno de amor de Dios. En todo se nos manifiesta lo que es el amor y la misericordia del Señor. Todo nos está hablando del amor de Dios. ¡Cómo nos sentimos confortados allá en lo más hondo de nosotros mismos cuando nos sentimos pecadores pero al mismo tiempo contemplamos lo que es la misericordia siempre eterna e infinita de Dios! ¡Qué bien nos lo manifiesta el evangelio en la parábola que nos propone Jesús!
Aquel hijo no había terminado de conocer a su padre. Por eso se atreverá a andar con reclamaciones y derechos. ‘La parte que me toca…’ le reclama al padre. Como no terminaba de conocer lo que era el corazón de su padre, tampoco se había conocido a sí mismo. Emprende caminos de búsquedas egoístas que solo le llevarán al vacío más grande y a la soledad más infernal.
Con su herencia, con sus riquezas y bienes esperaba encontrar la felicidad, esperaba encontrarse a sí mismo construyendo su vida al margen de su padre pero por esos caminos nunca llegaría a la plenitud de su ser. Cuántas veces recorremos esos caminos equivocados pensando que nosotros solos, por nosotros mismos, y lejos de quien en verdad nos puede llevar a la plenitud, vamos a encontrar lo mejor. Aquel hijo no mostró mucho interés por conocer a su padre y así terminó su vida llena de vacío. Vacío porque no tenía ningún fundamento interior que le diera fortaleza, valor y sentido.
Cuántos castillos en el aire nos construimos sin darle un verdadero cimiento y fundamento. Nos ponemos nuestros falsos cimientos que de nada nos servirán cuando nos apartamos de quien es la verdad de nuestra vida y nuestra existencia. Así se nos destruirá la vida como un castillo de naipes que se cae porque no tiene la verdadera estabilidad.
Una cosa fue positiva al final en la vida de aquel hombre. Tendríamos que aprender nosotros. La soledad y la miseria en la que cayó no le hicieron hundirse, sino que fue capaz de emprender camino de regreso, aunque fuera con temores y ciertas desconfianzas. Como no había terminado de conocer a su padre estaban esos miedos que le turbaban y le hacían desconfiar. Pero algo intuía, porque al menos pensaba que la bondad de su padre podría admitirle aunque solo fuera como un jornalero, ya que no como hijo, según pensaba él.
Pero se encontró con un padre, su padre; se encontró con el amor, con un corazón lleno de ternura que no dejó nunca de esperarle y de buscarle. Se sentía desnudo y derrotado porque su vida era una miseria, pero recobró la dignidad porque así su padre siempre le había querido considerar. Es la túnica nueva, es el anillo puesto de nuevo en su mano, son las sandalias para sus pies, es el banquete de fiesta que le ofrece porque su hijo que estaba perdido ha sido encontrado, su hijo que estaba muerto ha vuelto a la vida.
Es el retrato más hermoso del corazón de Dios. Es la gran manifestación del amor de la misericordia infinita y eterna de Dios que nos entregó a su Hijo para que nosotros fuéramos para siempre hijos. Es la gran lección que tenemos que aprender para nuestra vida para que aprendamos a conocer a Dios, para que aprendamos a no separarnos nunca de Dios pensando que por nuestra cuenta vamos a hacer las cosas mejor, para que aprendamos a buscar a Dios, para que aprendamos también a parecernos a ese corazón misericordioso de Dios.
Como contrapunto aparecen en el texto del evangelio y en la parábola quienes por una parte critican a Jesús porque busca a los pecadores y come con ellos, y por otra parte aquel hijo que no llega a comprender lo que es el amor del padre siempre dispuesto al perdón. Alejemos de nosotros actitudes así en referencia a los demás. Nos llevaría a más reflexiones, pero quede aquí y así el mensaje que hoy nos ofrece la Palabra de Dios.

viernes, 9 de marzo de 2012


Recordemos las maravillas del Señor y alabémosle con toda nuestra vida.

Gén. 37, 3-4.12-13.17-28; Sal. 104; Mt. 21, 33-43.45-46
Recordad las maravillas que hizo el Señor’, repetimos en el salmo. Recordar, sí, las maravillas que el Señor ha realizado en nuestra vida moverá nuestro corazón a la alabanza y a la acción de gracias; pero nos moverá también a actuar de manera distinta, nos moverá a una vida más santa, porque recordando lo que ha sido el amor del Señor en nuestra vida, necesariamente nos sentiremos impulsados a amar más y mejor y a querer realizar en todo momento lo que es la voluntad del Señor.
Es bueno repasar la historia de la salvación tal como nos la trasmite la Biblia, porque es la historia del amor de Dios en nuestra vida. No son hechos ajenos a nosotros ni lejanos de nuestra vida. Todo se conforma conforme al plan de Dios, al plan de salvación que El tiene para nosotros. Y además contemplando esa historia que está llena por parte del pueblo elegido también de muchas infidelidades y pecados nos hace mirarnos mejor a nosotros mismos para descubrir nuestro pecado y para sentirnos más movidos a la conversión.
La historia de José, que escuchamos en la primera lectura tomada del Génesis es algo más que una historia bonita que además tiene su carga de dramatismo en los celos y envidias de los hermanos de José. Esa historia entra en el plan de Dios, porque si José fue vendido para ser llevado a Egipto, hemos de ver detrás de todo eso la Providencia de Dios; allí había de bajar la familia de Jacob o Israel para que se formara aquel pueblo que iba a ser el pueblo de la Alianza donde tantas maravillas iba a realizar el Señor.
Si la primera lectura nos ha recordado este episodio importante en la historia del pueblo de Israel que es la historia de nuestra salvación, la parábola que nos ofrece Jesús en el evangelio viene a reflejar también esa historia, que es nuestra historia, en el aspecto dramático de nuestras infidelidades y olvido de Dios. Ya comenta el evangelista que ‘los sumos sacerdotes y los fariseos al oír sus parábolas, comprendieron que hablaba de ellos…’ Cómo tendríamos que comprenderlo siempre también nosotros.
‘Había un propietario que plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje…’ Nos recuerda en cierta manera el canto de amor de mi amigo a su viña de lo que nos hablaba el profeta en el Antiguo Testamento. Nos manifiesta el amor del Señor que nos cuida y que tanto nos ha dado y nos ha regalado la vida, pero con tantas gracias y beneficios con que la ha adornado; nos recuerda el mimo de Dios por su pueblo, por nosotros.
Pero el Señor nos pide frutos. ‘Llegado el tiempo de la vendimia envió a sus criados a percibir los frutos que le correspondían’. ¿Cuáles son los frutos que damos al Señor después de tanto amor? Si recordáramos, como decíamos antes, cuántas maravillas ha hecho el Señor en nuestra vida, seguro que nos sentiríamos más motivados a dar los frutos que nos pide el Señor.
Pero igual que aquellos labradores de la parábola tenemos llena nuestra vida de infidelidad y de pecado. Tantas veces cerramos nuestros oídos a las llamadas del Señor, cerramos nuestro corazón a la gracia de Dios. Miremos lo que es la historia de nuestra vida. Cuántas veces y de cuántas maneras el Señor nos ha hecho sentir su Palabra pero no hacemos caso, hacemos oídos sordos a la Palabra de Dios. De cuántas maneras nos hace llegar su gracia, pero no siempre nuestra respuesta es lo positiva que tendría que ser porque no terminamos de convertirnos de verdad al Señor.
Un año más el Señor llega a nuestra vida en esta cuaresma que estamos recorriendo camino de la celebración de la Pascua. Escuchemos al Señor en nuestro corazón; demos frutos de amor y de santidad; dejemos que la gracia divina renueve nuestro corazón y nuestra vida; demos pasos hacia la fidelidad y el amor haciendo crecer nuestra fe, nuestra espiritualidad, nuestro compromiso de amor.
Recordemos las maravillas del Señor y alabémosle con toda nuestra vida.

jueves, 8 de marzo de 2012


Hundamos las raíces de nuestra vida en el agua viva de la Palabra

Jer. 17, 5-10; Sal. 1; Lc. 16, 19-31
¿Qué es lo que consideramos verdaderamente importante en nuestra vida? ¿dónde ponemos nuestro corazón? ¿dónde hemos hundido de verdad las raíces de nuestra vida? Podrían ser unas primeras preguntas que surjan de la Palabra de Dios de este jueves de la segunda semana de Cuaresma. Es importante y necesario que nos hagamos preguntas así porque nos ayudan a definir claramente cuál es el sentido y valor que le damos a nuestra existencia.
También quizá podríamos preguntarnos desde el umbral de la muerte, donde se acaba nuestra vida terrena y nos enfrentamos a la verdad de la vida, ¿qué es lo que realmente consideramos importante y a lo que nos hubiera gustado haber dedicado nuestra vida? Es el momento de la verdad, el momento en que realmente vemos los frutos de lo que hayamos realizado en la vida, con las luces y con las sombras que la han iluminado o la han oscurecido.
Son variadas las imágenes que se nos ofrecen hoy en el texto sagrado; por una parte árbol frondoso y lleno de ricos frutos que ha hundido sus raíces en manantiales de agua viva, o por el contrario la sequedad de unos troncos anclados en el erial del desierto que no podrán dar buenos y abundantes frutos por la falta de una humedad que le llene de vida. Pero está también la imagen de la parábola del rico epulón y del pobre Lázaro con toda la conversación que surge tras la muerte de ambos y el querer entonces encontrar remedio para la vida.
‘Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor’, fuimos repitiendo en el salmo. ‘Será como un árbol plantado al borde de la acequia que da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas’.
La parábola nos habla del rico que sólo pensaba en sí mismo y en disfrutar de los bienes que poseía convirtiéndolos en los dioses de su vida, en la única razón de su existencia. Tarde recapacitará donde ya no puede encontrar enmienda para su vida y teme ahora que a sus hermanos les pueda pasar lo mismo que a él, porque viven también en ese mismo sin sentido su vida y su existencia. Aprendamos la lección mirando nuestra vida como si la viéramos también desde ese umbral de la muerte para saber encontrar ese verdadero sentido y valor que le dé auténtica riqueza a nuestra vida.
La parábola nos llega como Palabra del Señor para nosotros que aún tenemos tiempo de recapacitar y enderezar nuestra vida buscando lo que realmente es importante y de verdadero valor para nuestra existencia. Tenemos, sí, la riqueza de la Palabra de Dios que nos ilumina, nos hace recapacitar, nos ayuda a enderezar nuestros pasos, nos abre caminos de bien y de salvación. Tenemos esa riqueza de la Palabra de Dios que nos ayuda a encontrar el verdadero sentido de nuestra vida.
Aquel rico desde el abismo en que habitaba pedía a Abraham que enviase a Lázaro a sus hermanos, pero Abrahán le recuerda que tienen a Moisés y a los profetas, porque si no los escuchan ni aunque resucite un muerto van a cambiar su vida. Este pensamiento nos viene bien a nosotros también porque muchas veces quizá buscamos cosas espectaculares para apoyar nuestra fe pensando que así vamos a cambiar mejor nuestro corazón. Pero tenemos el milagro cada día de la Palabra del Señor que se nos proclama y que con fe hemos de saber escuchar, hemos de saberle prestar atención.
Tenemos cada día delante de nosotros el Milagro de la Eucaristía en que Cristo mismo se nos da haciendo memorial de su pasión, muerte y resurrección, y que con fe hemos de vivir para sentir su gracia salvadora sobre nuestra vida, para vivir esa gracia y esa salvación que nos transforma y llena de nueva vida.
Ahí tenemos ese manantial de agua viva en que hemos de saber hundir las raíces de nuestra vida porque así en la gracia del Señor nos llenaremos de vida y podremos dar esos frutos de santidad que nos pide el Señor. Es gracia que hemos de saber aprovechar en todo momento de nuestra vida, pero que ahora en este tiempo de Cuaresma llega a nosotros como gracia especial que hemos de saber aprovechar bien. 

miércoles, 7 de marzo de 2012


Estamos subiendo a Jerusalén a la celebración de la Pascua

Jer. 18, 18-20; Sal. 30; Mt. 20, 17-28
‘Mirad, estamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del Hombre va a ser entregado… a los gentiles para que se burlen de El, lo azoten y lo crucifiquen, y al tercer día resucitará’. Es el anuncio que hoy escuchamos en labios de Jesús de su pasión y de su muerte, de su Pascua redentora.
Mirad que estamos subiendo nosotros también a la Pascua; estamos haciendo el camino de Cuaresma que va a culminar en la semana de la Pasión y en la Pascua de la resurrección del Señor.  Subimos también con Jesús a su Pascua. Subimos como los discípulos a los que Jesús les hacía el anuncio y lo acompañaban. ¿Cómo fue la subida de los discípulos? ¿Qué es lo que iba sucediendo en su interior? ¿Cómo es nuestra subida a la Pascua? ¿Qué es lo que nos va sucediendo en nuestro interior?
Jesús hace el anuncio de su pasión y muerte y como si nadie hubiera oído o entendido las palabras de Jesús, inmediatamente ‘se acercó la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición’. ¿Tenía que ver lo que le pedían a Jesús con lo que Jesús estaba anunciando? Da la impresión de que no se estaban enterando de nada.
‘Ordena que estos dos hijos míos – que ya sabes, son tus parientes porque somos de la misma familia y ya podrías tener un detalle con ellos – se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda’. ¿Realmente aquella madre había escuchado bien el anuncio que Jesús hacía? Y Juan y Santiago, ¿eran conscientes de lo que pedía la madre – siempre las madres quieren cosas buenas, o las que les parece buena, para sus hijos -  o eran también ambiciones que había en su corazón?
‘No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?’ Habéis escuchado que os he hablado de todo lo que me va a pasar, os he hablado de burlas, de azotes, de crucifixión y de muerte, ¿os queréis apuntar a todo eso también? ¿Sois capaces de soportar todo eso porque el discípulo no es más que su maestro? ‘Lo somos’, contestaron muy decididos. ‘Mi cáliz lo beberéis, pero lo del puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mi concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi padre’.
¿Para quienes están reservados esos puestos? Ya Jesús lo había expresado y ahora una vez más, ante la reacción del resto de los discípulos, nos lo va a explicar claramente. ‘Los otros, que los habían oído, se indignaron contra los dos hermanos’, nos dice el evangelista. Y esto dará ocasión a la aclaración de Jesús.
‘Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo’. No es la primera vez que Jesús nos enseña estas cosas, pero ya sabemos cuánto cuesta eso de hacerse el servidor, hacerse el último de todos.
Aún con buena voluntad para seguir a Jesús, sin embargo asoman fácilmente los orgullos, las ambiciones, el amor propio, y eso de rebajarse ante los demás no es algo que se lleve en el ambiente del mundo en el que vivimos. Pero es el camino de los que seguimos a Jesús que no hacemos otra cosa que copiar la vida de Jesús en nosotros, vivir su misma vida. ‘Igual que el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos’. Es la sentencia final de Jesús. Son las actitudes del discípulo de Jesús y los sentimientos que tienen que adornar su corazón a la hora de subir a Jerusalén, subir a la Pascua con Jesús.
Nos preguntábamos antes cuáles eran nuestros sentimientos y nuestras actitudes en esta subida a la Pascua en concreto que estamos haciendo este año, en esta Cuaresma. Cada uno tendrá que ir analizándose por dentro, revisando su vida, planteándose lo que va a ser la semana de la Pasión y de la Pascua que nos disponemos a vivir. También podemos llenarnos de confusiones en nuestro interior como le pasaba en su buena voluntad a aquella buena madre o a aquellos soñadores discípulos. De algo tendrá que servirnos la lección que aprendemos en lo que le iba pasando a los discípulos y en lo que Jesús nos va enseñando.
¿Será una semana santa más? ¿Nos vamos a quedar en cosas externas o superficiales o vamos a intentar vivir con toda profundidad esta pascua del Señor? ¿Nos servirá para que seamos más santos y nos llenemos del amor del Señor? ¿Con que espíritu humilde nos acercaremos al Señor?

martes, 6 de marzo de 2012


El arrepentimiento y la conversión pasa por los caminos del amor

Is. 1, 10.16-20; Sal. 49; Mt. 23, 1-12
Escuchamos una nueva invitación a la conversión desde la Palabra del Señor que vamos escuchando en este camino de cuaresma. Siempre hemos de estar en camino de superación, de crecimiento espiritual, de renovación de nuestra vida.
En este camino de nuestra vida espiritual no podemos detenernos ni pensar que ya lo tenemos todo hecho o somos lo suficientemente buenos. La vida tienes que estar en continuo crecimiento. Si nos detenemos nos estancamos y fácilmente en la pendiente de la vida lo que hacemos es retroceder.
Bien sabemos cuántas influencias negativas recibimos de nuestro entorno que nos confunden y nos impiden avanzar como tendríamos que hacerlo en nuestro camino de seguimiento de Jesús. De muchas maneras recibimos influencia del espíritu del mundo que se convierten en tentación para nuestra vida. Por eso  no podemos cansarnos ante la llamada repetida que se nos va haciendo, que nos va haciendo el Señor para esa renovación de nuestra vida.
Además si prestamos atención a la Palabra de Dios que cada día llega a nosotros nos daremos cuenta cómo se nos van abriendo caminos, cómo nos van apareciendo como sugerencias de esas actitudes nuevas, de esas cosas mejores que podemos ir realizando en nuestra vida.
‘Oíd la palabra del Señor… escucha la enseñanza de nuestro Dios, nos decía el profeta; Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones, cesad de obrar mal, aprended a obrar bien…’ En el Señor buscamos esa purificación. Es el Señor el que nos lava y nos sana con su gracia.
Pero esa gracia del Señor que nos conduce al arrepentimiento de lo malo que hayamos hecho, nos impulsa también a buscar lo bueno, a caminar por caminos nuevos de justicia, de amor, de solidaridad. ‘Defended al oprimido, sed abogados del huérfano, defensores de la viuda…’ No es sólo ya el apartarnos del camino malo, del camino del pecado arrepintiéndonos y convirtiéndonos al Señor, sino que hemos de comenzar a hacer obrar buenas de justicia y de solidaridad.
Por eso nos dirá que ‘aunque nuestros pecados sean como la grana, como nieve blanquearán, aunque sean rojos como escarlata, como lana blanca quedarán…’ En el amor, en los gestos de solidaridad y justicia, encontraremos la purificación de nuestros pecados. El amor borra nuestros pecados, porque cuando estamos realizando las obras del amor estaremos llenándonos de la gracia del Señor, porque estaremos empapándonos del amor y de la vida de Jesús. ‘Al que siga buen camino le haré ver la salvación de Dios’, que fuimos repitiendo en el salmo.
Son las actitudes nuevas, los valores nuevos de los que nos habla Jesús en el Evangelio. No son los honores y las grandezas lo que tenemos que buscar en la vida, sino desde un espíritu humilde saber buscar lo que es en verdad la voluntad del Señor. Denuncia Jesús las actitudes de los fariseos y maestros de la ley. Nos enseña el camino de la humildad y del servicio.
Somos unos hermanos que caminamos juntos, que nos ayudamos y nos sentimos solidarios los unos con los otros. Ni padres, ni maestros, ni jefes, sino hermanos que nos amamos y nos ayudamos. Por eso siempre estaremos manifestándonos nuestro amor y el amor que es creativo sabrá encontrar en cada momento cómo mejor servir, ayudar, hacer el bien al que está a nuestro lado.
Por eso terminará diciéndonos hoy: ‘el primero entre vosotros será el vuestro servidor. El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido’.

lunes, 5 de marzo de 2012


Derramé mi oración al Señor mi Dios

Dan. 9, 4-10; Sal. 78; Lc. 6, 36-38
‘Derramé mi oración al Señor mi Dios y le hice esta confesión’. Bella imagen y comparación para expresar cómo surge llena de amor y humildad la oración ante el Señor. Es la oración del que humilde se siente pequeño y pecador ante la mirada de Dios, pero que al mismo siente en su corazón la ternura del amor de Dios y derrama todos sus sentimientos, todo su corazón en el corazón compasivo y misericordioso de Dios.
Considera el Señor la grandeza de Dios, de su amor, de su poder, de su misericordia y al mismo tiempo su pequeñez pecadora. Es ‘el Señor, Dios grande y temible, que guarda la Alianza y el amor a los que le aman’. Dios es grande, infinito y todopoderoso ante el que sentimos temor en nuestro corazón, pero ante el que al mismo tiempo sentimos la confianza de su misericordia, porque guarda la Alianza, porque mantiene su amor para nosotros que somos sus hijos.
‘Hemos pecado, hemos cometido iniquidad, helo sido malos, nos hemos rebelado y apartado de tus mandamientos y tus normas’. Nos sentimos abrumados en nuestro pecado y por eso sentimos vergüenza, nos arrepentimos sinceramente. ‘No hemos escuchado a tus siervos los profetas que en tu nombre nos hablaban…’ No escuchamos a quienes en el nombre del Señor nos están recordando continuamente el amor y la misericordia del Señor y somos infieles y pecadores.
Aunque con vergüenza por nuestro pecado nos atrevemos a acercarnos porque sabemos que su fidelidad es eterna, su amor permanece para siempre porque es ‘el Dios compasivo y misericordioso’ que no nos trata como merecen nuestros pecados sino que siempre nos está ofreciendo su misericordia y su perdón. ‘Socórrenos, Dios Salvador nuestro, por el honor de tu nombre, le pedimos con el salmo; líbranos y perdona nuestros pecados a causa de tu nombre’.
Es bueno y necesario que vayamos llenando de estos sentimientos nuestro corazón, consideremos nuestra infidelidad y nuestro pecado. Este camino de ascensión que estamos haciendo a lo largo de la cuaresma es tiempo para reflexionar, para revisar, para mirar nuestra condición pecadora, pero sin dejar de considerar lo que es el amor que el Señor nos tiene.
Nos sentimos movidos al arrepentimiento y a la conversión y queremos en verdad ir dando pasos que nos acerquen cada vez más a los caminos del Señor. Queremos que en verdad nuestro corazón se vaya transformando con la gracia del Señor. Si muchas veces hemos cerrado nuestros oídos a la Palabra del Señor que nos invitaba a la conversión, ahora vamos a dejarnos conducir por la gracia de Dios, vamos a abrir nuestro corazón y dejar que el Espíritu nos vaya conduciendo por los caminos del arrepentimiento, de la conversión, del amor.
Hoy Jesús en el evangelio nos invita a que si vamos experimentando en nuestro corazón lo que es la compasión y la misericordia del Señor, con esa misma compasión, con esa misericordia hemos de tratar a los demás. ¿Cómo nos vamos a atrever a pedir al Señor que tenga misericordia de nosotros si no somos capaces de ser compasivos con el hermano? Hace pocos días cuando escuchábamos que Jesús nos enseñaba el Padrenuestro, nos decía a continuación: ‘Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas’. No en vano nos había enseñado a decir ‘perdónanos nuestras ofensas porque nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido’.
Nos invita el Señor a ser ‘compasivos como vuestro Padre es compasivo’. Y nos enseña a no juzgar, a no condenar, a perdonar, a ser generosos de verdad en el corazón. Si somos así de generosos con los demás, Dios lo será aún más con nosotros. ‘Os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante’.

domingo, 4 de marzo de 2012


Ascendamos al Tabor que tras la subida del calvario nos encontraremos el resplandor de la resurrección

Gén. 22, 1-2.9-13.15-18;
 Sal. 115
; Rm. 8, 31-34; 
Mc. 9, 2-10
El camino de la Cuaresma lo podemos considerar como una ascensión, una subida. Caminamos en la Cuaresma hacia la Pascua, realizamos nuestras ascensión y subida como Jesús que subía a Jerusalén donde había de realizarse su Pascua salvadora. Realmente así podemos considerar el camino de nuestra vida cristiana. La ascensión, la subida siempre es costosa y exige esfuerzo pero no nos importa cuando sabemos que la meta merece la pena.
Subir a Jerusalén, subir a la montaña, subir hasta la cruz y el calvario tiene sus exigencias, significa un esfuerzo muchas veces costoso y doloroso, pero sabemos que la Pascua siempre culmina en resurrección y en vida, aunque haya antes que entregarla.
La primera lectura nos habla de una subida costosa y dolorosa. Subir a la montaña que le indicaba el Señor le fue costoso y doloroso a Abrahán, como hemos escuchado. ‘Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac… y ofrécemelo en sacrificio en uno de los montes que yo te indicaré’, le pide el Señor a Abrahán. Duro tenía que ser el camino; podemos imaginar fácilmente los sentimientos de su corazón; el sacrificio que iba ofreciendo ya desde el camino era grande. Pero Abrahán se puso en camino para el sacrificio como le había indicado el Señor y como ya había hecho un día cuando salió de su patria y de su tierra a la tierra que el Señor le iba a indicar.
La subida al Tabor también tenía sus exigencias y suponía un esfuerzo. Bien sabemos que cuando queremos subir a lo alto de una montaña tenemos que desprendernos de muchas rémoras y pesos muertos que dificultarían la ascensión. En el entorno de este acontecimiento maravilloso Jesús había hablado de pasión y de muerte, había anunciado la cruz y tambien les había hablado de resurrección, aunque a ellos les costaba entender. De muchas cosas, ideas preconcebidas hay que desprenderse para captar en toda su hondura los anuncios o el mensaje de Jesús.
Ahora Jesús habia invitado a sus tres discípulos predilectos, Pedro, Santiago y Juan, a subir con El a lo alto de la montaña para orar ‘y se transfiguró delante de ellos’. Todo tenía su significado y sentido. Allí sucederían cosas maravillosas y se nos iba a revelar la gloria del Señor. Una gran noticia, una Buena Noticia tenía Dios para nosotros en lo alto de la montaña. Es una teofanía lo que contemplamos. Es una revelación del misterio de Dios. Así se manifiesta tantas veces el amor del Señor.
En lo alto de la montaña ahora todo brillaba con resplandores de cielo. Serán los vestidos de un blanco deslumbrador que nos describe el evangelista; serán las apariciones de ‘Elías y Moisés, conversando con Jesús’, signos de la ley y los profetas ; será la nube que los envuelve o la voz del cielo que señala a Jesús como el Hijo amado del Padre: ‘Este es mi Hijo amado, escuchadlo’. Será luego el silencio y la soledad de lo que sigue sin terminar de comprender por parte de los discíopulos lo que Jesús les sigue anunciando, pues de aquello no podrán hablar hasta después que resucite de entre los muertos, que ellos siguen sin comprender.
Pero allí se ha manifestado la gloria del Señor. Y todo lo que ha sucedido viene a alentar la fe de los apóstoles porque ‘después de anunciar su muerte a los discípulos les mostró en ell monte santo el resplandor de su gloria, para testimoniar de acuerdo con la ley y los profetas que la pasión es el camino de la resurrección’.
En nuestra subida a Jerusalén, nuestra subida a la Pascua que es este camino de Cuaresma que vamos haciendo necesitamos también contemplar el resplandor de la gloria del Señor que nos prefigure y nos anuncie el resplandor de la resurrección. Necesitamos avivar nuestra esperanza. Necesitamos vislumbrar la meta a la que deseamos llegar para sentirnos así alentados en ese camino de superación, de purificación, de crecimiento interior que tiene que ser nuestra cuaresma.
Un camino que, como el de Abrahán, nosotros necesitamos hacer también con una profunda purificación interior. Abrahán supo ofrecer el sacrificio más doloroso desde lo hondo de su corazón de estar dispuesto a sacrificar a su hijo único, como se lo pedía el Señor; y nosotros también hemos de hacer un sacrificio de nuestro yo más hondo; hemos de hacer también una purificación grande de nuestra vida; hemos de aprender a desprendernos también de muchas cosas que nos impiden ascender en ese camino de gracia y de santidad.
La ascensión en nuestra vida es costosa; el deseo de superación y crecimiento que hemos de tener allá en lo más hondo de nosotros mismos muchas veces se puede ver como apagado porque muchas son las tentaciones que nos acechan o que nos atraen; cargar con la cruz de la negación de nosotros mismos no siempre es fácil porque aparece nuestro otgullo o nuestro amor propio que nos cautiva y nos engaña con falsos señuelos de grandezas y reconocimientos humanos; el desprendimiento que daría generosidad al corazón sin embargo produce desgarros en el alma porque son muchos los apegos que tenemos en el corazón.
Cuando brilla ante nuestros ojos el resplandor de la transfiguración su luz nos hará mirar con mirada distinta todas las cosas y también nuestra propia vida. Al resplandor de esa luz descubriremos quizá muchas oscuridades, muchas zonas de sombra y negrura en nuestra vida que necesitaremos analizar, revisar, purificar, iluminar con la nueva luz de la gracia del Señor. Es momento de reflexión, de revisión, de mucha oración para dejar que la Palabra ilumine totalmente nuestra vida y todo pueda comenzar a hacerse nuevo; pueda brotar el hombre nuevo de la gracia y la santidad de Dios.
Tenemos que mirar a cara descubierta la luz que brota del Tabor de la Transfiguración para que tengamos el coraje y la valentía de ponernos a seguir a Jesús con toda radicalidad. La luz de Cristo nunca nos producirá encandilamientos sino que nos atraerá suavemente y con firmeza a seguir con seguridad los caminos del evangelio. Tenemos que dejarnos cautivar por esa luz que es la luz de la vida y de la resurrección. Tenemos que dejarnos iluminar por esa luz para que luego también nosotros podamos iluminar a los demás.
Es Jesús, es el Hijo amado del Padre a quien tenemos que escuchar, y a quien queremos seguir. Estando con Jesús no tememos ya la subida del calvario y de la cruz porque subiendo al Tabor con Jesús hemos aprendido a seguir con más libertad interior los caminos del evangelio y sabemos a ciencia cierta que detrás está siempre la vida y la resurrección. Es en lo que de alguna manera nos vamos entrenando en este camino de la Cuaresma con nuestras penitencias y nuestras austeridades, con nuestra escucha atenta de la Palabra y con la oración que queremos intensificar.  
Sigamos haciendo con todo fervor este camino cuaresmal; que se intensifique nuestra oración y nuestra escucha de la Palabra, porque seguro que el Señor querrá seguir manifestándonos muchas cosas, muchos resplandores de luz. Dejémonos conducir por la fuerza de su Espíritu para que nazca ese hombre nuevo en nosotros con la resurrección del Señor.