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lunes, 5 de marzo de 2012


Derramé mi oración al Señor mi Dios

Dan. 9, 4-10; Sal. 78; Lc. 6, 36-38
‘Derramé mi oración al Señor mi Dios y le hice esta confesión’. Bella imagen y comparación para expresar cómo surge llena de amor y humildad la oración ante el Señor. Es la oración del que humilde se siente pequeño y pecador ante la mirada de Dios, pero que al mismo siente en su corazón la ternura del amor de Dios y derrama todos sus sentimientos, todo su corazón en el corazón compasivo y misericordioso de Dios.
Considera el Señor la grandeza de Dios, de su amor, de su poder, de su misericordia y al mismo tiempo su pequeñez pecadora. Es ‘el Señor, Dios grande y temible, que guarda la Alianza y el amor a los que le aman’. Dios es grande, infinito y todopoderoso ante el que sentimos temor en nuestro corazón, pero ante el que al mismo tiempo sentimos la confianza de su misericordia, porque guarda la Alianza, porque mantiene su amor para nosotros que somos sus hijos.
‘Hemos pecado, hemos cometido iniquidad, helo sido malos, nos hemos rebelado y apartado de tus mandamientos y tus normas’. Nos sentimos abrumados en nuestro pecado y por eso sentimos vergüenza, nos arrepentimos sinceramente. ‘No hemos escuchado a tus siervos los profetas que en tu nombre nos hablaban…’ No escuchamos a quienes en el nombre del Señor nos están recordando continuamente el amor y la misericordia del Señor y somos infieles y pecadores.
Aunque con vergüenza por nuestro pecado nos atrevemos a acercarnos porque sabemos que su fidelidad es eterna, su amor permanece para siempre porque es ‘el Dios compasivo y misericordioso’ que no nos trata como merecen nuestros pecados sino que siempre nos está ofreciendo su misericordia y su perdón. ‘Socórrenos, Dios Salvador nuestro, por el honor de tu nombre, le pedimos con el salmo; líbranos y perdona nuestros pecados a causa de tu nombre’.
Es bueno y necesario que vayamos llenando de estos sentimientos nuestro corazón, consideremos nuestra infidelidad y nuestro pecado. Este camino de ascensión que estamos haciendo a lo largo de la cuaresma es tiempo para reflexionar, para revisar, para mirar nuestra condición pecadora, pero sin dejar de considerar lo que es el amor que el Señor nos tiene.
Nos sentimos movidos al arrepentimiento y a la conversión y queremos en verdad ir dando pasos que nos acerquen cada vez más a los caminos del Señor. Queremos que en verdad nuestro corazón se vaya transformando con la gracia del Señor. Si muchas veces hemos cerrado nuestros oídos a la Palabra del Señor que nos invitaba a la conversión, ahora vamos a dejarnos conducir por la gracia de Dios, vamos a abrir nuestro corazón y dejar que el Espíritu nos vaya conduciendo por los caminos del arrepentimiento, de la conversión, del amor.
Hoy Jesús en el evangelio nos invita a que si vamos experimentando en nuestro corazón lo que es la compasión y la misericordia del Señor, con esa misma compasión, con esa misericordia hemos de tratar a los demás. ¿Cómo nos vamos a atrever a pedir al Señor que tenga misericordia de nosotros si no somos capaces de ser compasivos con el hermano? Hace pocos días cuando escuchábamos que Jesús nos enseñaba el Padrenuestro, nos decía a continuación: ‘Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas’. No en vano nos había enseñado a decir ‘perdónanos nuestras ofensas porque nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido’.
Nos invita el Señor a ser ‘compasivos como vuestro Padre es compasivo’. Y nos enseña a no juzgar, a no condenar, a perdonar, a ser generosos de verdad en el corazón. Si somos así de generosos con los demás, Dios lo será aún más con nosotros. ‘Os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante’.

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