Derramé mi oración al Señor mi Dios
Dan. 9, 4-10; Sal. 78; Lc. 6, 36-38
‘Derramé mi oración al
Señor mi Dios y le hice esta confesión’. Bella imagen y comparación para expresar cómo surge
llena de amor y humildad la oración ante el Señor. Es la oración del que
humilde se siente pequeño y pecador ante la mirada de Dios, pero que al mismo
siente en su corazón la ternura del amor de Dios y derrama todos sus
sentimientos, todo su corazón en el corazón compasivo y misericordioso de Dios.
Considera el Señor la grandeza de Dios, de su amor, de
su poder, de su misericordia y al mismo tiempo su pequeñez pecadora. Es ‘el Señor, Dios grande y temible, que
guarda la Alianza y el amor a los que le aman’. Dios es grande, infinito y
todopoderoso ante el que sentimos temor en nuestro corazón, pero ante el que al
mismo tiempo sentimos la confianza de su misericordia, porque guarda la
Alianza, porque mantiene su amor para nosotros que somos sus hijos.
‘Hemos pecado, hemos
cometido iniquidad, helo sido malos, nos hemos rebelado y apartado de tus
mandamientos y tus normas’.
Nos sentimos abrumados en nuestro pecado y por eso sentimos vergüenza, nos
arrepentimos sinceramente. ‘No hemos
escuchado a tus siervos los profetas que en tu nombre nos hablaban…’ No
escuchamos a quienes en el nombre del Señor nos están recordando continuamente
el amor y la misericordia del Señor y somos infieles y pecadores.
Aunque con vergüenza por nuestro pecado nos atrevemos a
acercarnos porque sabemos que su fidelidad es eterna, su amor permanece para siempre
porque es ‘el Dios compasivo y
misericordioso’ que no nos trata como merecen nuestros pecados sino que
siempre nos está ofreciendo su misericordia y su perdón. ‘Socórrenos, Dios Salvador nuestro, por el honor de tu nombre, le
pedimos con el salmo; líbranos y perdona
nuestros pecados a causa de tu nombre’.
Es bueno y necesario que vayamos llenando de estos
sentimientos nuestro corazón, consideremos nuestra infidelidad y nuestro
pecado. Este camino de ascensión que estamos haciendo a lo largo de la cuaresma
es tiempo para reflexionar, para revisar, para mirar nuestra condición
pecadora, pero sin dejar de considerar lo que es el amor que el Señor nos
tiene.
Nos sentimos movidos al arrepentimiento y a la
conversión y queremos en verdad ir dando pasos que nos acerquen cada vez más a
los caminos del Señor. Queremos que en verdad nuestro corazón se vaya
transformando con la gracia del Señor. Si muchas veces hemos cerrado nuestros
oídos a la Palabra del Señor que nos invitaba a la conversión, ahora vamos a
dejarnos conducir por la gracia de Dios, vamos a abrir nuestro corazón y dejar
que el Espíritu nos vaya conduciendo por los caminos del arrepentimiento, de la
conversión, del amor.
Hoy Jesús en el evangelio nos invita a que si vamos
experimentando en nuestro corazón lo que es la compasión y la misericordia del
Señor, con esa misma compasión, con esa misericordia hemos de tratar a los
demás. ¿Cómo nos vamos a atrever a pedir al Señor que tenga misericordia de
nosotros si no somos capaces de ser compasivos con el hermano? Hace pocos días
cuando escuchábamos que Jesús nos enseñaba el Padrenuestro, nos decía a
continuación: ‘Porque si perdonáis a los
demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero
si no perdonáis a los demás tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas’.
No en vano nos había enseñado a decir ‘perdónanos
nuestras ofensas porque nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido’.
Nos invita el Señor a ser ‘compasivos como vuestro Padre es compasivo’. Y nos enseña a no
juzgar, a no condenar, a perdonar, a ser generosos de verdad en el corazón. Si
somos así de generosos con los demás, Dios lo será aún más con nosotros. ‘Os verterán una medida generosa, colmada,
remecida, rebosante’.
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