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sábado, 9 de noviembre de 2013

Sintiéndonos Iglesia vivimos la alegría de la gracia de Dios que a través de ella nos llega

Ez.  ; Salmo 45; Jn. 2, 13-22
‘El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios’, es el responsorio que hemos ido repitiendo en el salmo, como un eco del manantial que vimos manar debajo de la puerta del templo llenando de vida allá por donde pasaba, como hemos escuchado en la primera lectura.
Qué hermoso es el sonido del correr del agua por las acequias, como sentimos en nuestros campos; qué alegre melodía no solo para los oídos sino para el alma escuchar el cantarino brotar del agua de un manantial, el que haya disfrutado de esa experiencia puede hablarnos de su belleza; qué insinuante el discurrir del agua de un arroyo en medio de los campos o de los bosques.
Es la imagen que nos motiva para ese responsorio que repetíamos hecho oración y que manifiesta la alegría de nuestro corazón cuando sentimos el fluir de la gracia de Dios sobre nuestra vida y que nos ofrece la liturgia en este día en que celebramos la Dedicación de la Basílica de Letrán, Catedral de Roma y del Papa.
Una celebración la de este día de hondas connotaciones eclesiales que por una parte nos hace vivir en comunión con el Papa, el Obispo de Roma cuando celebramos la Dedicación de su Catedral, pero que nos hace reflexionar sobre el misterio de la Iglesia, del misterio de gracia y de vida divina que a través de ella fluye para enriquecer la vida de los fieles. Celebramos, es cierto, la Dedicación de un templo, pero no es un templo cualquiera, es de una gran resonancia eclesial, porque es la madre de todas las Iglesias cristianas.
Esa imagen que nos ha ofrecido la primera lectura de ese manantial de agua que va purificando y llenando de vida allí por donde pasa nos está hablando de lo que en la Iglesia celebramos y vivimos, de esa gracia del Señor que a través de ella nos llega. Contemplamos ese templo de donde brota ese manantial de agua viva que nos describe en el profeta y pensamos sí en la realidad mística que es la Iglesia, pero pensamos lo que en la Iglesia, en el templo santo del Señor, recibimos con la gracia de los sacramentos y con la Palabra de Dios que se nos proclama.
Es en el templo donde se reúne la Iglesia, la comunidad eclesial para celebrar al Señor, aunque ese templo material es como un signo de ese templo que somos nosotros, bautizados, que somos los que con nuestra vida santa queremos dar culto al Señor, dar gloria al Señor. El templo signo de la Iglesia, signo de lo que nosotros somos, porque hemos sido hechos templos del Espíritu Santo.
Es en ese templo donde celebramos los sacramentos, caudales de gracia y de vida para los creyentes que así veremos fortalecida nuestra fe, pero también llenos de la gracia del Señor cada día queriendo vivir más intensamente una vida santa. En el templo nos congregamos en Iglesia, manifestamos que somos una comunidad, que hay unión y comunión entre nosotros; reunidos en nuestros templos estamos siendo imagen de esa Iglesia, una y universal.
Será en ese templo donde al celebrar los sacramentos nos llenamos de la gracia del Señor que nos fortalece en el camino de la vida para apartarnos del mal y del pecado con la ayuda de la gracia divina y nos impulsa a una vida cada vez más comprometida en el amor. Es la imagen que nos ofrece hoy el profeta.
¡Cómo hemos de acudir a la Iglesia, porque en ella recibimos la gracia del Señor! Así quiso Cristo que fuera la Iglesia para nosotros; así se nos manifiesta como madre que nos alimenta, porque nos hace llegar, en la proclamación de la Palabra y en la celebración de los Sacramentos, la gracia del Señor, la gracia que Cristo nos ganó con su muerte redentora en la Cruz y con su Resurrección.

Que sintamos esos deseos de ser Iglesia, de vivir en comunión de Iglesia, estar siempre vinculados a la Iglesia. Es un hermoso regalo del Señor. ‘El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios’.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Que tengamos la astucia de la fe para alcanzar la vida eterna

Rom. 15, 14-21; Sal. 97; Lc. 16, 1-8
Jesús nos pone el ejemplo de algo malo para que aprendamos a sacar conclusiones para la bueno. Es en cierto modo desconcertante. Nos habla de un administrador injusto - además emplea esa expresión - que actúa de una forma injusta en la administración de los bienes de su amo pretendiendo salvar las espaldas, como suele decirse, manipulando los recibos de la administración para tener luego de que agarrarse, porque sabe que las cuentas que ha de presentar no le van a ser favorables. Y dice la parábola que aquel señor felicitó al injusto administrador por su astucia; no, por supuesto, porque le defraudara en la administración de su hacienda.
Y es ahí donde tenemos que aprender la lección. ‘Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz’. ¿Es que los hijos de la luz tenemos que actuar por astucia de manera injusta? De ninguna manera. Pero la cuestión está en si sabemos darle el valor que tiene a lo que tiene verdadera importancia. ¿Sabremos buscar el Reino de Dios y su justicia por encima de todo, como nos enseña en otro lugar del Evangelio?
Ciertamente nos dejamos engullir por nuestro mundo y nos volvemos materialistas, insensibles a lo espiritual, perdemos el sentido de la trascendencia que tendríamos que darle a nuestra vida, y al final miramos solo por nuestro propio interés en lo terreno o en nuestras ganancias materiales. Nos afanamos por el disfrute de esta vida terrena perdiendo de vista lo que es la vida futura. Tan apegados estamos a esta vida en nuestro mundo que, aunque a veces lo pasamos mal, sin embargo no tenemos ansias verdaderas de vida eterna y cuando pensamos en la muerte nos llenamos de angustias y de temores por todo lo que vamos a dejar aquí sin pensar en lo que Dios tiene preparado en plenitud en la vida eterna. 
Como decíamos antes, vivimos tan apegados a lo material que los valores del espíritu las dejamos para un segundo lugar y no dándole ninguna importancia. Ahí están, por ejemplo, nuestras prácticas religiosas para las que nunca tenemos tiempo, porque siempre tenemos muchas cosas que hacer y de ahí esa frase con la que queremos justificarnos que primero está la obligación que la devoción. ¿Es que los asuntos del espíritu, de nuestro cultivo espiritual, de nuestro trato con Dios, de nuestra oración y de la vivencia de los sacramentos para el cristiano son cosas exclusivamente de devoción? Eso está significando cómo vamos poniendo a Dios en un segundo plano en nuestra vida, del que nos valemos o al que trataremos de utilizar solamente cuando me vea apurado porque ya no tenga de qué o de quien echar mano.
Qué lástima que esa sea la relación que mantengamos con Dios tan pobre y tan interesada, olvidando al Dios que nos creó porque nos amó desde toda la eternidad, que nos buscó y nos llamó cuando nos apartamos de Él con nuestro pecado y en su infinito amor y misericordia nos ha enviado a su Hijo para ser nuestro Salvador y Redentor. Ese Dios que nos ama porque es nuestro Padre; ese Dios que ha querido hacernos sus hijos y así nos ama aunque nosotros no lo merezcamos; ese Dios que siempre está a nuestro lado, aunque nosotros nos olvidemos de El, regalándonos siempre con la gracia de su amor.
Un día habremos de presentarnos ante Dios para el juicio de nuestra vida. ‘Entrégame el balance de tu gestión’, también se nos va a decir, porque tenemos que reconocer somos administradores de esa vida que Dios nos ha dado y con nuestra vida, si en verdad creemos en El, lo que tendríamos que saber buscar siempre es la gloria del Señor. No podemos vivir ausentes de Dios, poniendo a Dios al margen de nuestra vida. Ese es nuestro gran error tantas veces que nos decimos cristianos y creyentes y vivimos como si  no lo fuéramos, porque no tenemos presente a Dios en lo que hacemos y en lo que vivimos.
Es una incongruencia de nuestra vida después que conocemos cuánto es el amor que Dios nos tiene y de cuántas gracias nos va regalando en cada momento de nuestra vida. Sin olvidar, por supuesto, nuestras humanas responsabilidades, hemos de aprender a darle verdadera trascendencia a nuestra vida, a lo que hacemos, a lo que vivimos en cada momento. Y seguro que desde esa trascendencia, desde esa fe y desde esa esperanza que anima nuestra vida aquello que hacemos y vivimos lo haremos con un nuevo sentido y valor, dándole importancia a lo que verdaderamente tiene importancia en nuestra vida. 
Que el Espíritu del Señor nos ilumine para que vivamos cada momento de nuestra vida desde el sentido de la fe. Que tengamos la astucia de encontrar ese sentido de nuestra fe a lo que hacemos y vivimos para que así podamos alcanzar la vida eterna. ¿Seremos capaces de sacrificarnos de verdad por alcanzar lo que vale y nos puede dar la vida eterna?

jueves, 7 de noviembre de 2013

Ternura y amor de Dios que nos busca y nos enseña a tenerla nosotros también con los demás

Rom. 14, 7-12; Sal. 26; Lc. 15, 1-10
¿Os habéis fijado que a veces hay quien nos compara con una manzana o nosotros comparamos también a los demás con una manzana? ¿Por qué digo esto? Sí, por aquello de que una manzana podrida pudre todo el cesto de manzanas. ¿No es lo que decimos cuando aconsejamos a alguien que no se mezcle con cualquiera porque ‘esa persona’, decimos, no es buena y lo que va a hacer es que nosotros nos hagamos igual? ¡Cuánta desconfianza encerramos a veces en nuestro corazón!
La manzana podrida, es cierto, no se va a volver sana, pero el corazón del hombre, aunque se haya llenado de maldad, sí puede cambiar. Pero nos sucede es que algunas veces no creemos en la posibilidad del cambio del corazón del hombre. Esto tendría que hacernos pensar porque tiene muchas consecuencias tanto para lo que nosotros somos y tendríamos que ser, pero también para las actitudes y posturas, el trato que nosotros tengamos con los demás.
Cuando hoy escuchamos en el evangelio que los fariseos y los letrados murmuraban porque Jesús dejaba que los publicanos y los pecadores se acercasen a El e incluso Jesús como con ellos, nos parece quizá una actitud ruin la de aquellos fariseos y letrados con sus actitudes, murmuraciones y condenas. Pero siguiendo al hilo de lo que decíamos antes de la manzana podrida, mirad si acaso nosotros no estamos teniendo actitudes negativas de la misma manera hacia los que consideramos más pecadores que nosotros o más despreciables.
Jesús nos enseña muchas cosas hoy en este texto del evangelio. Primero nos está mostrando lo que es su corazón, lo que es el corazón de Dios. Bien nos viene considerarlo porque así sentiremos ese amor de Dios que siempre nos busca y nos llama, nos invita a la conversión y espera de nosotros esa respuesta de amor cuando El además nos ofrece su misericordia y su perdón.
Dios ama al pecador. Dios nos ama a cada uno de nosotros con nuestro nombre personal, y cuando decimos nuestro nombre personal queremos significar todo lo que es la realidad de nuestra vida en sus aspectos positivos que también los tendremos pero en sus aspectos negativos con el pecado que tantas veces hemos dejado meter en nuestro corazón. Fijémonos cuanto nos ama el Señor que en las parábolas que hoy nos propone nos está diciendo cómo nos busca allá donde nos hayamos perdido. Como el pastor que busca la oveja perdida, o la mujer que rebusca hasta encontrar la moneda extraviada.
Nos está hablando de la ternura de Dios. Textos que se completarían en los versículos siguientes a estos que hoy hemos escuchado en que nos hablará de la parábola del hijo pródigo que a la vuelta a su casa se va a encontrar un padre misericordioso y lleno de amor que no solo le ofrece su abrazo de perdón sino que lo restituye en la dignidad perdida porque sigue considerándolo y llamándolo hijo.
Es la ternura de Dios; es el amor misericordioso del Padre bueno que nos ama. Pero no solo nos busca como el pastor a la oveja perdida, sino que además ha dado su vida por nosotros. Tanto nos amó que nos envió a su Hijo único, lo entregó para nosotros para que ninguno perezca sino que todos tengan vida eterna.
No somos la manzana podrida que habrá que tirar sino somos el hijo amado de Dios que puede convertir su corazón al Señor cambiando totalmente su vida por una vida de amor y de santidad. No somos el que está perdido para siempre y no tiene remedio, sino que somos el hijo amado de Dios que nos riega con su gracia y nos da el don de su Espíritu para que alcancemos el perdón y rehagamos nuestra vida para vivir en toda la dignidad de hijos de Dios.
Y es la alegría de Dios a nuestra vuelta. El pastor avisa a sus amigos llevando sobre sus hombros la oveja perdida; la mujer llama a sus vecinas para invitarlas a alegrarse con ella porque encontró la moneda extraviada; el padre hace banquete de fiesta en la alegría del hijo muerto y recuperado, vuelto a la vida.
Será también nuestra alegría y la ternura de nuestro corazón, porque serán las actitudes nuevas que nosotros hemos de tener con los demás. También nosotros hemos de saber esperar y saber confiar en el hermano; no somos nadie para condenar. Porque seguimos a Jesús hemos de tener las mismas actitudes de Jesús; porque amamos a Jesús hemos de hacer que nuestro corazón se llene también de ternura y misericordia para parecernos a su corazón.

Lejos de nosotros para siempre las actitudes que se parezcan a las de aquellos fariseos y letrados. Porque hemos de aprender bien las nuevas actitudes que hemos de tener con los demás, para asemejarnos más y más al corazón de Dios que siempre nos ama. ¿Has pensado cuantas veces te ha perdonado el Señor? Ha tenido paciencia con nosotros, ¿no podemos tenerla también nosotros con los demás esperando también de ellos el cambio del corazón?

miércoles, 6 de noviembre de 2013

No a golpe de impulsos momentáneos sino como fruto de un amor verdadero seguimos a Jesús

Rom. 13, 8-10; Sal. 111; Lc. 14, 25-33
Es cierto que en la vida, en todas las facetas de la vida humana, las cosas no se pueden hacer a la ligera, sino que tenemos que pensar bien lo que hacemos; y cuando tenemos que tomar decisiones que afectan al sentido de nuestra vida y en consecuencia a nuestra felicidad y a la felicidad también de los que nos rodean, pues estamos todos interrelacionados, las cosas hay que tomárselas muy en serio sopesando bien todas sus consecuencias. Las decisiones serias no se toman a impulsos del fervor o entusiasmo de un momento. Ese fervor y entusiasmo  nos pueden ayudar, pero luego tiene que estar esa voluntad y esa racionalidad con que hagamos las cosas.
Esto que decimos en un plano meramente humano cuanto más hemos de decirlo en el ámbito de nuestra fe y nuestro seguimiento de Jesús porque ahí si está en juego todo el sentido más profundo del ser de la persona y por ende su felicidad y también en juego nuestra vida eterna, la felicidad eterna que todos ansiamos. El seguimiento de Jesús no es fruto de fervores momentáneos que se pueden apagar pronto, sino de decisiones tomadas en lo más hondo del corazón; son, han de ser, frutos de un amor verdadero.
Es a lo que nos invita hoy Jesús en el Evangelio. Y nos pone dos ejemplos, el del constructor que quiere edificar una torre y ha de sopesar todas las posibilidades que tiene para acabarla, los medios con que cuenta, etc., para que no se vaya a quedar a la mitad y no vengan a burlarse los que vean que no somos capaces de acabarla; y habla también de rey que va a hacer la guerra y tiene que ver con qué ejército cuenta y las posibilidades de ganar la batalla.
Las consideraciones que nos hace Jesús parte de lo que nos dice el evangelista de entrada, ‘mucha gente acompañaba a Jesús’. No se trata solo de acompañar en unos momentos o en unos trozos del camino fruto de un entusiasmo pasajero, se trata de hacer camino con Jesús, siguiendo sus pasos, viviendo su misma vida. Y esto no es cualquier cosa. Hay que tomárselo en serio. Porque el amor que le hemos de tener a Dios no es un amor cualquiera.
Estamos acostumbrados a repetir el primero de los mandamientos de Dios ‘amarás a Dios sobre todas las cosas’, que casi no le damos importancia al sentido total que tienen estas palabras. Decimos ‘sobre todas las cosas’, o como se nos dice en el Biblia, ‘amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser’. Es decir, el amor a Dios es lo primero, ha de estar por encima de todo. Nada podemos amar más que a Dios. Es un amor que es adoración al Dios único y verdadero.
Por eso dirá Jesús a los que quieren seguirle, nos dirá a nosotros: ‘Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso, a si mismo, no puede ser discípulo mío’. Posponer que no es negar; me explico, que no es decir que no tenemos que amar al padre o la madre, a la mujer o al hijo, al hermano o a la hermana, e incluso tengamos amor a nosotros mismos. Está diciéndonos que el amor primero es para Dios, el amor primero es para Jesús. Y desde ese amor que le tenemos a Dios, desde ese amor por el que seguimos a Jesús luego le vamos a dar sentido y verdadero valor a ese amor que le tengamos a los demás. Pero el primero, la raíz de todo, a Dios.
Y eso significará también el uso que le daremos a las cosas materiales. Nunca las podemos convertir en dioses de nuestra vida. Por eso Jesús nos pide que sepamos capaz de desprendernos de todo por amor a su nombre. Tendremos que usar de esos bienes materiales, pero dándole función propia y la función justa que han de tener. De ahí que seamos capaces de desprendernos de ellas y de compartir con generosidad.
Claro que esto no sale así espontáneo en la vida, ni es fruto del fervor de un momento. Son decisiones serias, tomadas con profundidad. De ahí las recomendaciones que nos hace Jesús. De ahí la responsabilidad y seriedad con que nos hemos de tomar el seguimiento de Jesús. Que nos acompañe siempre la sabiduría y la fortaleza del Espíritu Santo en esa decisión nuestra de seguir con toda nuestra vida a Jesús. 

martes, 5 de noviembre de 2013

Estamos invitados a una gran fiesta, ¿cuál es nuestra respuesta?

Rom. 12, 5, 16; Sal. 130; Lc. 14, 15-24
‘¡Dichoso el que coma en el banquete del Reino de Dios!’ Es el grito como el deseo o como la alegría nacida de la esperanza, con que alguien en un momento determinado se expresa en medio de todos. Mucho habría escuchado quizá a Jesús y los anuncios que Jesús hacía del Reino de Dios y algo pretendía comprender de lo que Jesús iba enseñando. Algo así también nosotros decimos o pensamos en un momento de fervor y de entusiasmo cuando escuchamos a Jesús, cuando tenemos una hermosa experiencia espiritual. También nos llenamos de deseos de participar en ese banquete del Reino de los cielos y suspiramos de alguna manera por ello.
¡Dichoso, dices, el que coma en el banquete del Reino de Dios!, parece responderle Jesús, pero sin embargo no todos han querido participar en ese banquete que para todos estaba preparado. Estaba preparado, nos dice Jesús, pero sin embargo no todos quisieron participar cuando les llegó la invitación; tenían sus preocupaciones, tenían sus ocupaciones y trabajos, había negocios quizá que atender, había cosas que consideraban más importantes o compromisos que tenían de antemano y que ahora no iban a dejar por mucho que se les invitara al banquete; algunos quisieron quizá dejarlo para otro momento, ya tendrían tiempo; y ya ves, no todos quisieron venir.
Pero el banquete no se deja de celebrar; si aquellos invitados del principio no quieren venir, vamos a buscar a otros, vamos a salir a los caminos y a esos que nos parecen más infelices, esos que están llenos de limitaciones y debilidades, esos que parecía que no iban a escuchar ni atender a la invitación, a esos vamos a traer.
¿No había dicho Jesús que había que invitar a los pobres, los lisiados, los cojos y los ciegos? Esos serán los que llenarán la sala del banquete. Es que la Buena Noticia es para los pobres, para los que nada tienen, para los que por su situación parece que han perdido toda esperanza, para aquellos que nadie quiere ni nadie valora. Lo había anunciado Jesús desde la sinagoga de Nazaret, porque a esos oprimidos por la pobreza o por el mal que atenaza su corazón se les anuncia la libertad y la amnistía, el perdón total. Para ellos es el año de gracia del Señor.
Es la parábola con la que Jesús le está respondiendo a aquel comensal de los buenos deseos y del corazón lleno de esperanza. Es la parábola que nos está proponiendo Jesús a nosotros también porque podemos tener buenos deseos en el corazón, pero cuando llega el momento de dar la respuesta que nos pide el Señor también estamos atareados, tenemos tantas cosas que hacer, o hay otras preocupaciones que consideramos más importantes.
Es fácil que ahora digamos, bueno yo no soy así y yo quiero responder fielmente a la llamada del Señor, pero, sin culpabilizarnos de forma excesiva, miremos sin embargo lo que ha sido la historia de nuestra vida y lo que le hemos ido respondiendo al Señor en tantas ocasiones que nos ha llamado. La tentación siempre nos ha estado acechando y tantas veces hemos preferido hacernos la vida a nuestra manera, lejos de lo que es el espíritu del Evangelio y de lo que es vivir el reino de Dios. También hemos dejado de responder por muchas cosas o porque aún no le habíamos dado toda la importancia a lo que es vivir en el espíritu del Reino de Dios.
Esta es una nueva llamada, una nueva invitación que nos hace el Señor. Quizá no nos consideremos dignos porque nos vemos tan débiles y tan limitados en nuestra vida, pero es a los que busca el Señor. No temamos considerar que somos de esos pobres, lisiados o cojos y ciegos, que son invitados a participar del banquete del Reino. Con nuestra pobreza, con nuestra pequeñez, con nuestras limitaciones y también con nuestra vida llena de defectos y de errores, somos amados de Dios, del Dios bueno que es nuestro Padre y siempre nos busca.

Que no demos largas una vez más a la respuesta que hemos de dar a la invitación a participar en el Banquete del Reino. Estamos invitados a una gran fiesta. ¿No tendríamos que pasar la voz a los demás para que también participen de la fiesta del banquete del Reino de los cielos?

lunes, 4 de noviembre de 2013

Tu generosidad te lleve a compartir con los que nada tienen y no te pueden pagar

Rom. 11, 29-35; Sal. 68; Lc. 14, 12-14
El pasaje del evangelio que hoy se nos ha proclamado viene a ser como la culminación de un conjunto de detalles que se fueron sucediendo, y que no hemos escuchadio por coincidirnos las festividdades de Todos los Santos y la conmemoración de los difuntos del pasado sábado.
Había invitado a Jesús a comer en su casa un hombre principal. Muchos otros habían sido invitados también y Jesús observa que todos corren para ocupar los mejores puestos de la mesa. De ahí parte Jesús para decirnos que no andemos preocupados por ocupar puestos principales en la mesa. Colócate el último, les dice Jesús y si el que te invitó considera que has de ocupar otro puesto mejor ya te subirá más arriba.
Pero hoy quiere decirnos más. ¿A quienes invitamos a nuestra mesa? Es normal que invitemos a aquellos que son más cercanos a nosotros, nuestros amigos; claro que ahí pueden entrar nuestras ambiciones y busquemos invitar a alguien que luego también nos invite a nosotros. Es aquí donde Jesús quiere hacernos reflexionar. ¿Por qué hemos de reducirnos a invitar a nuestros amigos ricos que a su vez nos inviten? Pareceria que estamos buscando el ser pagados por aquello que hemos hecho y que tendría que ser una ocasión hermosa para compartir, para establecer buenas relaciones amistosas con los demás.
Pero Jesús nos dice más. ‘Cuando des una comida o una cena, no invites  tus amigos ni a tus hermanos, ni a tus parientes ni a los vecinos ricos: porque corresponderán invitándote y quedarás pagado… invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú que no pueden pagarte, te pagarán cuando resuciten los justos’.
‘Vende lo que tienes y da el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo’, nos ha dicho en otra ocasión. Recordamos, por ejemplo, al joven rico.
Y es que en la vida muchas veces actuamos por aquello de que yo te doy para que tú me des. Nada queremos dar de forma gratuita porque siempre estamos esperando qué es lo que nos van a dar a cambio de lo bueno que hemos hecho. ¿Eso se llama generosidad y desprendimiento? Cuántas veces hemos escuchado a esa persona no la ayuda nadie porque ella tampoco ayuda a los demás. Pero el estilo del amor que nos enseña a tener Jesús es bien distinto. No hacemos las cosas por el interes. Lo que buscamos siempre es la gloria de Dios y que se vaya realizando el Reino de los cielos.

Que el Señor nos dé ese espíritu de desprendimiento y generosidad. Pidámoslo con ganas al Señor. Muchas mas cosas podríamos reflexionar. Que el Señor ilumine nuestra vida.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Zaqueo quería ver a Jesús y se dejó sorprender por El

Sab. 11, 23-12, 2; Sal. 144; 2Tes. 1, 11-2, 2; Lc. 19, 1-10
En ocasiones, aunque estemos deseando que suceda una cosa, cuando sucede un poco nos deja descolocados, casi sin saber como reaccionar. Podemos estar deseando algo con toda intensidad, pero quizá pensamos que no va a suceder, pero cuando nos llega el momento y se realiza aquello que queríamos, nos sentimos de alguna manera turbados y pareciera que en el fondo no deseábamos que nos sucediera.
Zaqueo quería ver a Jesús; sentía curiosidad, pero no sabía bien lo que iba a significar un encuentro con El; aunque lo deseaba quizá se exculpaba en el hecho de que era de baja estatura y por la cantidad de gente él se tenía que quedar como a un lado, detrás, no iba a estar en primera fila; se refugia en la higuera, desde allí lo puede ver, sin que quizá lo vean a él, pero no piensa que Jesús se va a detener para ponerse a hablar con él e incluso para auto invitarse a su casa. Jesús sí lo ve, Jesús quiere ir a su casa.
Cuantas excusas ponemos muchas veces para no enfrentarnos a la realidad, para no reconocer lo que quizá tengamos que reconocer de nuestras limitaciones o de nuestras cobardías y nos parapetamos detrás de cualquier cosa que presentamos como excusa. ¿Tendremos miedo? ¿Nos hacemos oídos sordos? ¿No queremos llegar a algo que nos comprometa sino quedarnos constatando las cosas pero de lejos? Nos puede suceder algo así.
¿Sentimos también curiosidad por Jesús? El hecho de que vengamos aquí cada domingo o cada día - o el hecho de que estemos dándole un tiempo a la lectura de estas reflexiones a través de estos medios por los que llegan a nosotros - puede significar, de hecho significa ¿por qué no?, que estamos deseando conocer más a Jesús y queremos escuchar su palabra que vaya iluminando nuestra vida. Aunque nos sucede también que muchas veces nos parapetamos tras nuestras rutinas, nuestras costumbres, la monotonía con que viven tantos a nuestro lado y nosotros no vamos a ser distintos, nuestras propias cobardías, y podemos tener el peligro o la tentación de quedarnos en un conocimiento superficial. En muchas higueras nos subimos para verlo pasar desde la distancia, o  ponemos muchas hojas de higuera como una celosía para que quizá no vean nuestro interés, porque quizá puedan decir muchas cosas de nosotros.
Jesús se detuvo delante de la higuera donde se había subido Zaqueo. Quizá le diera un vuelco en el corazón porque no esperaba que Jesús le viera y se detuviera a hablar con él. El, en su curiosidad, se contentaba con verlo pasar, pero Jesús le está pidiendo que baje de la higuera porque quiere ir a hospedarse en su casa. ‘Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa’. No le decía, me gustaría ir a tu casa, sino tengo que alojarme en tu casa.
No se lo esperaba, pero reaccionó. Era mucho lo que deseaba conocer a Jesús que ahora le parece mentira. ‘El bajó enseguida, y lo recibió muy contento’. Se habían acabado los temores y su corazón se llenaba de alegría. Jesús se había detenido ante él. La gente murmuraría después porque Jesús se alojaba en casa de un pecador. Pero ahí está cercanía de Dios que se había querido hacer Emmanuel, Dios con nosotros. No solo había tomado nuestra carne, nuestra naturaleza humana sino que ahora se estaba acercando a aquellos que consideraban parias y despreciables. Y muchas más cosas se iban a suceder una tras otra.
Pero conviene que al mismo que vamos repasando el episodio del evangelio vayamos haciendo una lectura de nuestra vida a su luz. Cuántas veces Jesús se ha detenido a las puertas de nuestra vida llamando porque quiere llegar a hospedarse en nuestra casa. ¿Cómo le hemos respondido?
Hay una imagen que corre por las redes sociales en la que se ve a Jesús delante de una puerta en la que parece que está llamando, está tocando a la puerta y en espera de que le abran. Jesús no puede abrir porque no se ve ninguna llave ni ningún medio con el que se pueda abrir la puerta desde fuera. Solo se puede abrir por dentro, y se supone que por dentro estoy yo, estamos nosotros que tenemos que ser  los que abramos la puerta para que Jesús pueda hospedarse dentro de nosotros. La imagen se queda ahí porque parece que está esperando que nosotros pongamos la segunda parte, abriendo desde nuestro interior la puerta de nuestra vida a Jesús. ¿Abriremos gozosos la puerta como gozoso bajó Zaqueo de la higuera para recibir a Jesús en su casa?
Del episodio del evangelio conocemos ya el final. ‘Zaqueo se puso en pie, en medio de la cena, y dijo al Señor: Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más’. Los encuentros con el Señor transforman el corazón. Tras un encuentro vivo con Jesús nuestra vida no puede ser la misma, y cambiarán nuestras actitudes, cambiarán nuestras formas de actuar, habrá un revolcón grande en la vida para hacer que todo sea distinto.
El abrir la puerta de nuestro corazón al Señor hará que se iluminen hasta los más oscuros rincones pero esa luz que recibimos del Señor es una luz purificadora y transformadora, es una luz que destruye las tinieblas de la muerte y del pecado, pero es al mismo tiempo una luz que nos llena de vida.  Es lo que le pasó a Zaqueo. No pensaba él quizá que conocer a Jesús, como tenía deseos de conocerle, iba a cambiarle la vida de esa manera, pero aun así se dejó encontrar por Jesús. El no opuso resistencia, sino que se dejó guiar por el impulso de la gracia del Señor y así su vida fue distinta ya para siempre.
‘Hoy ha sido la salvación de esta casa; también este es hijo de Abrahán’, dirá Jesús. Y por aquellos que murmuraban ante el hecho de que Jesús se hospedara en casa de un pecador, sentenciará Jesús: ‘Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido’. Allí estaba la salvación que Jesús venía a ofrecernos. Allí estaba el generoso perdón de Dios que busca siempre al pecador para ofrecerle la salvación.
‘Te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan’, que nos decía el libro de la Sabiduría.  ‘A todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida… a los que pecan les recuerdas su pecado para que se conviertan y crean en ti, Señor’. Es lo que estamos viendo en esta escena del encuentro entre Zaqueo y Jesús. No viene Jesús a recriminar a Zaqueo, sino viene a buscarle; todo son signos y señales de ese amor del Señor que todo lo perdona. Y Zaqueo entiende y escucha la llamada del Señor. Da el paso respondiendo a la llamada del Señor. ¿Haremos nosotros lo mismo?
Démosle gracias al Señor porque nos sigue saliendo al paso de la vida y sigue llamándonos y buscándonos. Este episodio del evangelio que hoy se nos ha proclamado y estamos ahora meditando nos puede parecer hermoso y entrañable, pero que nos quedemos solamente en considerar lo sucedido entonces con Zaqueo. Si nos quedamos ahí es como quedarnos detrás de las hojas de la higuera para ver lo que sucede pero poniendo barreras por nuestra parte. Nos quedaríamos en meros espectadores y ante Jesús no podemos ser nunca unos simples espectadores. Jesús está llegando a nosotros y poniéndosenos enfrente para decirnos también una y otra vez que quiere venir a nuestra casa, a nuestro corazón.
Hay cosas que nos sucedes que quizá nos impresionan o nos dejan descolocados porque quizá no las esperamos, como decíamos al principio. En este orden de la fe, de nuestra vivencia cristiana y nuestro seguimiento auténtico de Jesús nos puede suceder también. Pero veamos ahí las llamadas del Señor y no nos encerremos en nosotros mismos. Sintamos la admiración, sí, pero también la alegría de que Jesús llegue a nosotros y nos diga que quiere entrar en nuestra vida. Sí, la alegría de la fe, la alegría del encuentro con el Señor, aunque eso nos comprometa, nos haga darle la vuelta a nuestra vida, o nos exija que tengamos muchas cosas de las que despojarnos o que compartir. Zaqueo lo comprendió porque se dejó sorprender por esa luz de Jesús.
Hagamos nosotros otro tanto. Que tras este encuentro con el Señor en esta Eucaristía de este domingo también se pueda decir: ‘Hoy ha llegado la salvación a esta casa’, a mi vida y con esa gracia y esa salvación saldré para transformar también nuestro mundo.