Zaqueo quería ver a Jesús y se dejó
sorprender por El
Sab. 11, 23-12, 2; Sal. 144; 2Tes. 1, 11-2, 2; Lc. 19, 1-10
En ocasiones, aunque estemos deseando que suceda una
cosa, cuando sucede un poco nos deja descolocados, casi sin saber como
reaccionar. Podemos estar deseando algo con toda intensidad, pero quizá
pensamos que no va a suceder, pero cuando nos llega el momento y se realiza
aquello que queríamos, nos sentimos de alguna manera turbados y pareciera que
en el fondo no deseábamos que nos sucediera.
Zaqueo quería ver a Jesús; sentía curiosidad, pero no
sabía bien lo que iba a significar un encuentro con El; aunque lo deseaba quizá
se exculpaba en el hecho de que era de baja estatura y por la cantidad de gente
él se tenía que quedar como a un lado, detrás, no iba a estar en primera fila;
se refugia en la higuera, desde allí lo puede ver, sin que quizá lo vean a él,
pero no piensa que Jesús se va a detener para ponerse a hablar con él e incluso
para auto invitarse a su casa. Jesús sí lo ve, Jesús quiere ir a su casa.
Cuantas excusas ponemos muchas veces para no
enfrentarnos a la realidad, para no reconocer lo que quizá tengamos que
reconocer de nuestras limitaciones o de nuestras cobardías y nos parapetamos
detrás de cualquier cosa que presentamos como excusa. ¿Tendremos miedo? ¿Nos
hacemos oídos sordos? ¿No queremos llegar a algo que nos comprometa sino
quedarnos constatando las cosas pero de lejos? Nos puede suceder algo así.
¿Sentimos también curiosidad por Jesús? El hecho de que
vengamos aquí cada domingo o cada día - o el hecho de que estemos dándole un
tiempo a la lectura de estas reflexiones a través de estos medios por los que
llegan a nosotros - puede significar, de hecho significa ¿por qué no?, que
estamos deseando conocer más a Jesús y queremos escuchar su palabra que vaya
iluminando nuestra vida. Aunque nos sucede también que muchas veces nos
parapetamos tras nuestras rutinas, nuestras costumbres, la monotonía con que
viven tantos a nuestro lado y nosotros no vamos a ser distintos, nuestras
propias cobardías, y podemos tener el peligro o la tentación de quedarnos en un
conocimiento superficial. En muchas higueras nos subimos para verlo pasar desde
la distancia, o ponemos muchas hojas de
higuera como una celosía para que quizá no vean nuestro interés, porque quizá
puedan decir muchas cosas de nosotros.
Jesús se detuvo delante de la higuera donde se había
subido Zaqueo. Quizá le diera un vuelco en el corazón porque no esperaba que
Jesús le viera y se detuviera a hablar con él. El, en su curiosidad, se
contentaba con verlo pasar, pero Jesús le está pidiendo que baje de la higuera
porque quiere ir a hospedarse en su casa. ‘Zaqueo,
baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa’. No le decía, me gustaría
ir a tu casa, sino tengo que alojarme en tu casa.
No se lo esperaba, pero reaccionó. Era mucho lo que
deseaba conocer a Jesús que ahora le parece mentira. ‘El bajó enseguida, y lo recibió muy contento’. Se habían acabado
los temores y su corazón se llenaba de alegría. Jesús se había detenido ante
él. La gente murmuraría después porque Jesús se alojaba en casa de un pecador.
Pero ahí está cercanía de Dios que se había querido hacer Emmanuel, Dios con
nosotros. No solo había tomado nuestra carne, nuestra naturaleza humana sino
que ahora se estaba acercando a aquellos que consideraban parias y
despreciables. Y muchas más cosas se iban a suceder una tras otra.
Pero conviene que al mismo que vamos repasando el
episodio del evangelio vayamos haciendo una lectura de nuestra vida a su luz.
Cuántas veces Jesús se ha detenido a las puertas de nuestra vida llamando
porque quiere llegar a hospedarse en nuestra casa. ¿Cómo le hemos respondido?
Hay una imagen que corre por las redes sociales en la
que se ve a Jesús delante de una puerta en la que parece que está llamando,
está tocando a la puerta y en espera de que le abran. Jesús no puede abrir
porque no se ve ninguna llave ni ningún medio con el que se pueda abrir la
puerta desde fuera. Solo se puede abrir por dentro, y se supone que por dentro
estoy yo, estamos nosotros que tenemos que ser
los que abramos la puerta para que Jesús pueda hospedarse dentro de
nosotros. La imagen se queda ahí porque parece que está esperando que nosotros
pongamos la segunda parte, abriendo desde nuestro interior la puerta de nuestra
vida a Jesús. ¿Abriremos gozosos la puerta como gozoso bajó Zaqueo de la
higuera para recibir a Jesús en su casa?
Del episodio del evangelio conocemos ya el final. ‘Zaqueo se puso en pie, en medio de la cena,
y dijo al Señor: Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y
si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más’. Los
encuentros con el Señor transforman el corazón. Tras un encuentro vivo con
Jesús nuestra vida no puede ser la misma, y cambiarán nuestras actitudes, cambiarán
nuestras formas de actuar, habrá un revolcón grande en la vida para hacer que
todo sea distinto.
El abrir la puerta de nuestro corazón al Señor hará que
se iluminen hasta los más oscuros rincones pero esa luz que recibimos del Señor
es una luz purificadora y transformadora, es una luz que destruye las tinieblas
de la muerte y del pecado, pero es al mismo tiempo una luz que nos llena de
vida. Es lo que le pasó a Zaqueo. No
pensaba él quizá que conocer a Jesús, como tenía deseos de conocerle, iba a
cambiarle la vida de esa manera, pero aun así se dejó encontrar por Jesús. El
no opuso resistencia, sino que se dejó guiar por el impulso de la gracia del
Señor y así su vida fue distinta ya para siempre.
‘Hoy ha sido la
salvación de esta casa; también este es hijo de Abrahán’, dirá Jesús. Y por aquellos que
murmuraban ante el hecho de que Jesús se hospedara en casa de un pecador,
sentenciará Jesús: ‘Porque el Hijo del
Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido’. Allí estaba la
salvación que Jesús venía a ofrecernos. Allí estaba el generoso perdón de Dios
que busca siempre al pecador para ofrecerle la salvación.
‘Te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras
los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan’, que nos decía
el libro de la Sabiduría. ‘A todos perdonas, porque son tuyos, Señor,
amigo de la vida… a los que pecan les recuerdas su pecado para que se
conviertan y crean en ti, Señor’. Es lo que estamos viendo en esta escena
del encuentro entre Zaqueo y Jesús. No viene Jesús a recriminar a Zaqueo, sino
viene a buscarle; todo son signos y señales de ese amor del Señor que todo lo
perdona. Y Zaqueo entiende y escucha la llamada del Señor. Da el paso
respondiendo a la llamada del Señor. ¿Haremos nosotros lo mismo?
Démosle gracias al Señor porque nos sigue saliendo al
paso de la vida y sigue llamándonos y buscándonos. Este episodio del evangelio
que hoy se nos ha proclamado y estamos ahora meditando nos puede parecer
hermoso y entrañable, pero que nos quedemos solamente en considerar lo sucedido
entonces con Zaqueo. Si nos quedamos ahí es como quedarnos detrás de las hojas
de la higuera para ver lo que sucede pero poniendo barreras por nuestra parte.
Nos quedaríamos en meros espectadores y ante Jesús no podemos ser nunca unos
simples espectadores. Jesús está llegando a nosotros y poniéndosenos enfrente
para decirnos también una y otra vez que quiere venir a nuestra casa, a nuestro
corazón.
Hay cosas que nos sucedes que quizá nos impresionan o
nos dejan descolocados porque quizá no las esperamos, como decíamos al
principio. En este orden de la fe, de nuestra vivencia cristiana y nuestro
seguimiento auténtico de Jesús nos puede suceder también. Pero veamos ahí las
llamadas del Señor y no nos encerremos en nosotros mismos. Sintamos la
admiración, sí, pero también la alegría de que Jesús llegue a nosotros y nos
diga que quiere entrar en nuestra vida. Sí, la alegría de la fe, la alegría del
encuentro con el Señor, aunque eso nos comprometa, nos haga darle la vuelta a
nuestra vida, o nos exija que tengamos muchas cosas de las que despojarnos o
que compartir. Zaqueo lo comprendió porque se dejó sorprender por esa luz de
Jesús.
Hagamos nosotros otro tanto. Que tras este encuentro
con el Señor en esta Eucaristía de este domingo también se pueda decir: ‘Hoy ha llegado la salvación a esta casa’,
a mi vida y con esa gracia y esa salvación saldré para transformar también
nuestro mundo.