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sábado, 9 de noviembre de 2013

Sintiéndonos Iglesia vivimos la alegría de la gracia de Dios que a través de ella nos llega

Ez.  ; Salmo 45; Jn. 2, 13-22
‘El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios’, es el responsorio que hemos ido repitiendo en el salmo, como un eco del manantial que vimos manar debajo de la puerta del templo llenando de vida allá por donde pasaba, como hemos escuchado en la primera lectura.
Qué hermoso es el sonido del correr del agua por las acequias, como sentimos en nuestros campos; qué alegre melodía no solo para los oídos sino para el alma escuchar el cantarino brotar del agua de un manantial, el que haya disfrutado de esa experiencia puede hablarnos de su belleza; qué insinuante el discurrir del agua de un arroyo en medio de los campos o de los bosques.
Es la imagen que nos motiva para ese responsorio que repetíamos hecho oración y que manifiesta la alegría de nuestro corazón cuando sentimos el fluir de la gracia de Dios sobre nuestra vida y que nos ofrece la liturgia en este día en que celebramos la Dedicación de la Basílica de Letrán, Catedral de Roma y del Papa.
Una celebración la de este día de hondas connotaciones eclesiales que por una parte nos hace vivir en comunión con el Papa, el Obispo de Roma cuando celebramos la Dedicación de su Catedral, pero que nos hace reflexionar sobre el misterio de la Iglesia, del misterio de gracia y de vida divina que a través de ella fluye para enriquecer la vida de los fieles. Celebramos, es cierto, la Dedicación de un templo, pero no es un templo cualquiera, es de una gran resonancia eclesial, porque es la madre de todas las Iglesias cristianas.
Esa imagen que nos ha ofrecido la primera lectura de ese manantial de agua que va purificando y llenando de vida allí por donde pasa nos está hablando de lo que en la Iglesia celebramos y vivimos, de esa gracia del Señor que a través de ella nos llega. Contemplamos ese templo de donde brota ese manantial de agua viva que nos describe en el profeta y pensamos sí en la realidad mística que es la Iglesia, pero pensamos lo que en la Iglesia, en el templo santo del Señor, recibimos con la gracia de los sacramentos y con la Palabra de Dios que se nos proclama.
Es en el templo donde se reúne la Iglesia, la comunidad eclesial para celebrar al Señor, aunque ese templo material es como un signo de ese templo que somos nosotros, bautizados, que somos los que con nuestra vida santa queremos dar culto al Señor, dar gloria al Señor. El templo signo de la Iglesia, signo de lo que nosotros somos, porque hemos sido hechos templos del Espíritu Santo.
Es en ese templo donde celebramos los sacramentos, caudales de gracia y de vida para los creyentes que así veremos fortalecida nuestra fe, pero también llenos de la gracia del Señor cada día queriendo vivir más intensamente una vida santa. En el templo nos congregamos en Iglesia, manifestamos que somos una comunidad, que hay unión y comunión entre nosotros; reunidos en nuestros templos estamos siendo imagen de esa Iglesia, una y universal.
Será en ese templo donde al celebrar los sacramentos nos llenamos de la gracia del Señor que nos fortalece en el camino de la vida para apartarnos del mal y del pecado con la ayuda de la gracia divina y nos impulsa a una vida cada vez más comprometida en el amor. Es la imagen que nos ofrece hoy el profeta.
¡Cómo hemos de acudir a la Iglesia, porque en ella recibimos la gracia del Señor! Así quiso Cristo que fuera la Iglesia para nosotros; así se nos manifiesta como madre que nos alimenta, porque nos hace llegar, en la proclamación de la Palabra y en la celebración de los Sacramentos, la gracia del Señor, la gracia que Cristo nos ganó con su muerte redentora en la Cruz y con su Resurrección.

Que sintamos esos deseos de ser Iglesia, de vivir en comunión de Iglesia, estar siempre vinculados a la Iglesia. Es un hermoso regalo del Señor. ‘El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios’.

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