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jueves, 7 de noviembre de 2013

Ternura y amor de Dios que nos busca y nos enseña a tenerla nosotros también con los demás

Rom. 14, 7-12; Sal. 26; Lc. 15, 1-10
¿Os habéis fijado que a veces hay quien nos compara con una manzana o nosotros comparamos también a los demás con una manzana? ¿Por qué digo esto? Sí, por aquello de que una manzana podrida pudre todo el cesto de manzanas. ¿No es lo que decimos cuando aconsejamos a alguien que no se mezcle con cualquiera porque ‘esa persona’, decimos, no es buena y lo que va a hacer es que nosotros nos hagamos igual? ¡Cuánta desconfianza encerramos a veces en nuestro corazón!
La manzana podrida, es cierto, no se va a volver sana, pero el corazón del hombre, aunque se haya llenado de maldad, sí puede cambiar. Pero nos sucede es que algunas veces no creemos en la posibilidad del cambio del corazón del hombre. Esto tendría que hacernos pensar porque tiene muchas consecuencias tanto para lo que nosotros somos y tendríamos que ser, pero también para las actitudes y posturas, el trato que nosotros tengamos con los demás.
Cuando hoy escuchamos en el evangelio que los fariseos y los letrados murmuraban porque Jesús dejaba que los publicanos y los pecadores se acercasen a El e incluso Jesús como con ellos, nos parece quizá una actitud ruin la de aquellos fariseos y letrados con sus actitudes, murmuraciones y condenas. Pero siguiendo al hilo de lo que decíamos antes de la manzana podrida, mirad si acaso nosotros no estamos teniendo actitudes negativas de la misma manera hacia los que consideramos más pecadores que nosotros o más despreciables.
Jesús nos enseña muchas cosas hoy en este texto del evangelio. Primero nos está mostrando lo que es su corazón, lo que es el corazón de Dios. Bien nos viene considerarlo porque así sentiremos ese amor de Dios que siempre nos busca y nos llama, nos invita a la conversión y espera de nosotros esa respuesta de amor cuando El además nos ofrece su misericordia y su perdón.
Dios ama al pecador. Dios nos ama a cada uno de nosotros con nuestro nombre personal, y cuando decimos nuestro nombre personal queremos significar todo lo que es la realidad de nuestra vida en sus aspectos positivos que también los tendremos pero en sus aspectos negativos con el pecado que tantas veces hemos dejado meter en nuestro corazón. Fijémonos cuanto nos ama el Señor que en las parábolas que hoy nos propone nos está diciendo cómo nos busca allá donde nos hayamos perdido. Como el pastor que busca la oveja perdida, o la mujer que rebusca hasta encontrar la moneda extraviada.
Nos está hablando de la ternura de Dios. Textos que se completarían en los versículos siguientes a estos que hoy hemos escuchado en que nos hablará de la parábola del hijo pródigo que a la vuelta a su casa se va a encontrar un padre misericordioso y lleno de amor que no solo le ofrece su abrazo de perdón sino que lo restituye en la dignidad perdida porque sigue considerándolo y llamándolo hijo.
Es la ternura de Dios; es el amor misericordioso del Padre bueno que nos ama. Pero no solo nos busca como el pastor a la oveja perdida, sino que además ha dado su vida por nosotros. Tanto nos amó que nos envió a su Hijo único, lo entregó para nosotros para que ninguno perezca sino que todos tengan vida eterna.
No somos la manzana podrida que habrá que tirar sino somos el hijo amado de Dios que puede convertir su corazón al Señor cambiando totalmente su vida por una vida de amor y de santidad. No somos el que está perdido para siempre y no tiene remedio, sino que somos el hijo amado de Dios que nos riega con su gracia y nos da el don de su Espíritu para que alcancemos el perdón y rehagamos nuestra vida para vivir en toda la dignidad de hijos de Dios.
Y es la alegría de Dios a nuestra vuelta. El pastor avisa a sus amigos llevando sobre sus hombros la oveja perdida; la mujer llama a sus vecinas para invitarlas a alegrarse con ella porque encontró la moneda extraviada; el padre hace banquete de fiesta en la alegría del hijo muerto y recuperado, vuelto a la vida.
Será también nuestra alegría y la ternura de nuestro corazón, porque serán las actitudes nuevas que nosotros hemos de tener con los demás. También nosotros hemos de saber esperar y saber confiar en el hermano; no somos nadie para condenar. Porque seguimos a Jesús hemos de tener las mismas actitudes de Jesús; porque amamos a Jesús hemos de hacer que nuestro corazón se llene también de ternura y misericordia para parecernos a su corazón.

Lejos de nosotros para siempre las actitudes que se parezcan a las de aquellos fariseos y letrados. Porque hemos de aprender bien las nuevas actitudes que hemos de tener con los demás, para asemejarnos más y más al corazón de Dios que siempre nos ama. ¿Has pensado cuantas veces te ha perdonado el Señor? Ha tenido paciencia con nosotros, ¿no podemos tenerla también nosotros con los demás esperando también de ellos el cambio del corazón?

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