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miércoles, 6 de noviembre de 2013

No a golpe de impulsos momentáneos sino como fruto de un amor verdadero seguimos a Jesús

Rom. 13, 8-10; Sal. 111; Lc. 14, 25-33
Es cierto que en la vida, en todas las facetas de la vida humana, las cosas no se pueden hacer a la ligera, sino que tenemos que pensar bien lo que hacemos; y cuando tenemos que tomar decisiones que afectan al sentido de nuestra vida y en consecuencia a nuestra felicidad y a la felicidad también de los que nos rodean, pues estamos todos interrelacionados, las cosas hay que tomárselas muy en serio sopesando bien todas sus consecuencias. Las decisiones serias no se toman a impulsos del fervor o entusiasmo de un momento. Ese fervor y entusiasmo  nos pueden ayudar, pero luego tiene que estar esa voluntad y esa racionalidad con que hagamos las cosas.
Esto que decimos en un plano meramente humano cuanto más hemos de decirlo en el ámbito de nuestra fe y nuestro seguimiento de Jesús porque ahí si está en juego todo el sentido más profundo del ser de la persona y por ende su felicidad y también en juego nuestra vida eterna, la felicidad eterna que todos ansiamos. El seguimiento de Jesús no es fruto de fervores momentáneos que se pueden apagar pronto, sino de decisiones tomadas en lo más hondo del corazón; son, han de ser, frutos de un amor verdadero.
Es a lo que nos invita hoy Jesús en el Evangelio. Y nos pone dos ejemplos, el del constructor que quiere edificar una torre y ha de sopesar todas las posibilidades que tiene para acabarla, los medios con que cuenta, etc., para que no se vaya a quedar a la mitad y no vengan a burlarse los que vean que no somos capaces de acabarla; y habla también de rey que va a hacer la guerra y tiene que ver con qué ejército cuenta y las posibilidades de ganar la batalla.
Las consideraciones que nos hace Jesús parte de lo que nos dice el evangelista de entrada, ‘mucha gente acompañaba a Jesús’. No se trata solo de acompañar en unos momentos o en unos trozos del camino fruto de un entusiasmo pasajero, se trata de hacer camino con Jesús, siguiendo sus pasos, viviendo su misma vida. Y esto no es cualquier cosa. Hay que tomárselo en serio. Porque el amor que le hemos de tener a Dios no es un amor cualquiera.
Estamos acostumbrados a repetir el primero de los mandamientos de Dios ‘amarás a Dios sobre todas las cosas’, que casi no le damos importancia al sentido total que tienen estas palabras. Decimos ‘sobre todas las cosas’, o como se nos dice en el Biblia, ‘amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser’. Es decir, el amor a Dios es lo primero, ha de estar por encima de todo. Nada podemos amar más que a Dios. Es un amor que es adoración al Dios único y verdadero.
Por eso dirá Jesús a los que quieren seguirle, nos dirá a nosotros: ‘Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso, a si mismo, no puede ser discípulo mío’. Posponer que no es negar; me explico, que no es decir que no tenemos que amar al padre o la madre, a la mujer o al hijo, al hermano o a la hermana, e incluso tengamos amor a nosotros mismos. Está diciéndonos que el amor primero es para Dios, el amor primero es para Jesús. Y desde ese amor que le tenemos a Dios, desde ese amor por el que seguimos a Jesús luego le vamos a dar sentido y verdadero valor a ese amor que le tengamos a los demás. Pero el primero, la raíz de todo, a Dios.
Y eso significará también el uso que le daremos a las cosas materiales. Nunca las podemos convertir en dioses de nuestra vida. Por eso Jesús nos pide que sepamos capaz de desprendernos de todo por amor a su nombre. Tendremos que usar de esos bienes materiales, pero dándole función propia y la función justa que han de tener. De ahí que seamos capaces de desprendernos de ellas y de compartir con generosidad.
Claro que esto no sale así espontáneo en la vida, ni es fruto del fervor de un momento. Son decisiones serias, tomadas con profundidad. De ahí las recomendaciones que nos hace Jesús. De ahí la responsabilidad y seriedad con que nos hemos de tomar el seguimiento de Jesús. Que nos acompañe siempre la sabiduría y la fortaleza del Espíritu Santo en esa decisión nuestra de seguir con toda nuestra vida a Jesús. 

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